martes, 10 de diciembre de 2013

GENEALOGÍA DE LA MISOGINIA OCCIDENTAL: EL MITO DE PANDORA, POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO

Después de un tiempo de descanso tomado por el profesor y catedrático de filosofía Tomás Moreno, vuelve en su sección habitual de microensayos para el blog Ancile, con un nuevo e interesante trabajo titulado Genealogía de la misoginia occidental.


Genealogía de la misoginia occidental, el mito de Pandora, Ancile, Tomás Moreno



GENEALOGÍA DE LA MISOGINIA OCCIDENTAL: 
EL MITO DE PANDORA, POR EL PROFESOR
TOMÁS MORENO



Genealogía de la misoginia occidental, el mito de Pandora, Ancile, Tomás Moreno


GENEALOGÍA DE LA MISOGINIA OCCIDENTAL: EL MITO DE PANDORA (Primera Parte)
I. Origen de Pandora, la primera mujer
Los primeros relatos míticos relativos a la creación y aparición de la especie humana sobre la tierra tienen en común la ausencia de mujeres. La mitología griega no fue una excepción. También Pandora[1], la primera mujer, vino a la existencia cuando ya “vivían sobre la tierra las tribus de hombres libres de males y exentas de la dura fatiga y las penosas enfermedades que acarrean la muerte a los hombres” (Trabajos, 90-94).
            La figura de Pandora aparece asociada a la de Prometeo y a la de su hermano Epimeteo, dos titánidas hijos de Jápeto. Fue un “regalo especial” de Zeus y los demás los dioses, un regalo “engañoso” y “envenenado”, pues comportó la pérdida de aquél  paraíso originario. Utilizando versiones orales tradicionales, Hesíodo (VIII-VII a. C.) escribió dos relatos -uno en la Teogonía, el otro en los Trabajos y los días- sobre Prometeo y Pandora[2].
            Cuenta el primero de ellos, que el astuto Prometeo, amigo de la humanidad, engañó a Zeus quedándose con las mejores partes de un buey sacrificado, disimulando sus huesos bajo una capa de grasa reluciente, que Zeus eligió para sí, fiado de las falsas apariencias. En venganza de este fraude, Zeus, indignado, ideó tribulaciones y pesares para los hombres: escondió el fuego, privando a los hombres del mismo. Pero Prometeo le robó ese inestimable tesoro, escondiéndolo en una hueca cañaheja para devolvérselo a los hombres, salvándolos así de la extinción.
Genealogía de la misoginia occidental, el mito de Pandora, Ancile, Tomás Moreno                Queriendo vengarse por esta segunda ofensa de Prometeo, y también de los hombres por quienes éste había osado robar el fuego divino, el soberano del Olimpo decidió enviar un castigo más terrible a la estirpe humana. A tal fin, cuenta la versión de Teogonía (vv. 565-616), ordenó a Hefesto, el artesano ideal del panteón griego, que modelase de tierra la primera mujer, Pandora. En efecto, Hefesto, siguiendo las indicaciones de Zeus, modeló con arcilla la figura de una hermosa doncella. La diosa de ojos glaucos, Atenea, la adornó con un vestido de resplandeciente blancura, que sujetó a su talle con un ceñidor; la cubrió con un velo tejido con sus propias manos y, por último, puso sobre su cabeza una corona de flores a la que Hefesto añadió una diadema de oro. A continuación, fue conducida en presencia de los dioses y  los hombres, por mano de Atenea, “y un estupor se apoderó de los inmortales dioses y hombres mortales” cuando la vieron, dada su belleza  (Teogonía., 588-589)[3].
            Según la otra versión, de Trabajos y días (vv. 42-105), una vez formada del barro de la tierra por Hefesto y tras infundirle voz y vida humana, la encantadora doncella “semejante en rostro a las diosas inmortales” (Trabajos, 63) fue vestida por Atenea. Afrodita la dotó de una fascinante belleza, “gracia e irresistible sensualidad” (Trabajos, 66) y de todos los encantos femeninos, y Hermes, el Mensajero, la dotó un carácter falaz y embustero y una gran astucia -“configuró en su pecho mentiras, palabras seductoras”, dice el poeta (Trabajos, 78)- al poner en su interior “una mente cínica y un carácter voluble” (Trabajos, 67-68), mientras que las Horas y las divinas Gracias completaron su aderezo.
            Es este dios quien le infundió habla, dotándola de voz humana y de palabras dulces de gran poder cautivador, y la llamó Pandora (regalo o presente de todos o, tal vez, dotada de todos los dones)[4], ya que todo el Olimpo había participado en su creación siendo generoso en sus dones y regalos. Tras ser completamente adornado este “bello mal” fue enviado a Epimeteo como regalo de Zeus (en realidad era una represalia por la insubordinación de Prometeo). Pandora portaba con ella, a manera de dote, una vasija o ánfora que los dioses le habían entregado, cuyo contenido desconocía.
            Cuando todo estuvo preparado, el mismo Hermes  se la presentó a Epimeteo (el-que-piensa-después), hermano alocado, imprudente e incauto del prudente y precavido Prometeo (el-que-piensa antes)[5]. Epimeteo no tuvo en cuenta el consejo que una vez le diera su cauto hermano de no aceptar jamás un solo regalo de Zeus, pero seducido ante los encantos de Pandora, la admitió como esposa suya. En cuanto tuvo oportunidad Pandora, demasiado curiosa, levantó la tapa de la vasija[6] o caja en la cual -según un motivo mítico tradicional- estarían alojados todos los males y desgracias de la humanidad y al abrirla, todos esos males allí encerrados se escaparon y extendieron por el mundo y desde entonces la tierra y el mar estarían repletos de ellos.
            De ese modo las enfermedades, la vejez, el dolor y la muerte -adversidades hasta entonces desconocidas, pues antes de su llegada a la tierra los hombres vivían libres de todo mal- se habrían difundido por el mundo. Pandora consiguió cerrar la vasija o cofre, pero demasiado tarde: sólo quedó dentro la Esperanza (Elpís), tan engañosa a menudo para los mortales. Según otra versión que más adelante comentaremos, el vaso o ánfora encerraba todos los bienes que estaban destinados a los hombres, que de este modo los perdieron.
            Zeus se habría vengado así del desafío y de la hybris del titán Prometeo: había enviado a los hombres un “espinoso  engaño” (dolos) una irresistible trampa, que sería la perdición para todos cuantos “se alimentan de pan”.            
            Los dos relatos o pasajes hesiódicos narran el mismo episodio pero, con ciertas variaciones y, sobre todo, con diferentes finalidades. Según Lucas de Dios[7] la mención del mito de Prometeo tiene en la Teogonía una finalidad muy específica: destacar la supremacía de Zeus sobre los demás y, de manera especial, sobre los hombres. En Trabajos y días la intencionalidad es otra. A poco de comenzar, el poeta reflexiona sobre la dureza de la vida y las penalidades para conseguir el alimento diario, lo que le lleva de nuevo al mito de Prometeo, que ahora expone de forma más sucinta. Seguidamente Hesíodo vuelve a mencionar el episodio de Pandora, aunque ahora introduce nuevos elementos: la presencia de Hermes, al que se encomienda la faceta dolosa de la nueva criatura; la mención explícita del nombre de Pandora, de cuyo significado ya sabemos; luego la aparición de Epimeteo, el hermano contrapuesto de Prometeo –éste es “previsor”, aquél “incauto”-; finalmente, se introduce el motivo de la tinaja o caja de los males, que configura definitivamente el conocido esquema de "la caja de Pandora".
            Gregorio Luri Medrano[8] destaca, por su parte, la astucia de Zeus, que se superó a sí misma al decidir entregar este “regalo” no a Prometeo, sino a su hermano, el incauto y atolondrado Epimeteo, que no desconfiaba de los favores divinos a pesar de las advertencias recibidas de su prudente hermano. Epimeteo acepta confiado a Pandora y sólo comprenderá lo que ha introducido en su casa cuando ya sea imposible devolver el regalo, porque se encuentra existencialmente ligado al mismo.
            Pero, tal vez por encima de todos estos pormenores, la diferencia radical entre uno y otro pasajes estriba en que en Teogonía la mujer es considerada un mal per se, un mal esencial, mientras que en Trabajos lo es accidentalmente, por ser la causante inocente de la dispersión de los males por el mundo.
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II. Pandora, la Eva griega. Imputación a la mujer del pecado original
Genealogía de la misoginia occidental, el mito de Pandora, Ancile, Tomás Moreno
Gilbert Durand
En la mitología griega, Pandora encarna en cierta manera la Eva griega[9]: es la fuente de perdición de los hombres, un instrumento de los dioses para castigar la osadía del amigo de la humanidad, Prometeo. Gilbert Durand[10] ha afirmado, en este sentido, que su mito representa, en el contexto griego arcaico, lo que el de Eva en el contexto judeocristiano: la feminización de la caída moral. A Pandora y a Eva se las responsabiliza del pecado original. A pesar de las manifiestas divergencias culturales de procedencia y  de las obvias discrepancias entre ambos mitos y entre ambas mitificaciones de lo femenino, no es difícil hallar un estrecho paralelo entre esta tradición y la del Génesis[11].
            En las dos se halla el hombre en un principio sólo, sin el complemento del otro sexo; en ambas interviene de algún modo el hombre en la plasmación de la primera Mujer: en la griega, indirectamente a través de Prometeo; en la hebrea, pasivamente, mediante el sueño de Adán, suministrando la materia de la misma (su costilla)[12]. Como la Eva bíblica, el mito griego presenta a la mujer “como la responsable de todas las miserias humanas, la causa de la difusión por el mundo de todos los elementos desagradables de la existencia, implicándose así de forma inseparable procreación y muerte a partir de entonces”[13].
            Estos males, según la interpretación de Luis Cencillo[14], no se conciben como acciones, sino como “entes míticos materializados” con existencia independiente, que son apresados y liberados por iniciativa de los dioses. En el Génesis, por el contrario, los males son “realidades morales”, interiores al hombre, que no pueden tener otro origen sino en una “deficiencia inmaterial” propia del hombre mismo y de todo lo creado en tanto que entes limitados y en conflicto por sobrevivir. En ambos casos, sin embargo, es también la mujer quien, con su imprudencia y su curiosidad, atrae los males sobre la humanidad por no haber respetado un determinado objeto expresamente tabuizado (el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, en un caso, la tinaja, en el otro).
            Hans Blumenberg llega, incluso, a hacer una cierta defensa de Zeus al trasladar la culpa de nuestro aciago destino y de los males que aquejan a la condición humana a los propios seres humanos, y especialmente a la curiosidad de la primera mujer, Pandora: "Aquí tenemos", añade, "una de las fuentes de esa corriente de las teodiceas europeas que excusa a los dioses y a Dios trasladando la culpa al ser humano.
Genealogía de la misoginia occidental, el mito de Pandora, Ancile, Tomás Moreno
Esta excusa empezará a ser de verdad necesaria sólo cuando el origen y la situación del mundo tengan que atribuirse por completo a Dios,  cuestionando así su sabiduría y bondad"[15].
            En las Escrituras hebreas, sin embargo, nos recuerda Roger Shattuck[16],  ninguna figura asume el papel desafiante del Prometeo de la mitología griega, ni Adán, ni el sombrío personaje llamado Satanás, ni siquiera uno de los profetas. Es más razonable establecer (como hizo Milton posteriormente) un paralelo entre Eva –mediante la cual entran en el Edén la tentación y el pecado- y Pandora, a través de la cual todos los males caen sobre los hombres. En ambos casos a la imagen mítica de la feminidad se le adhirieron, en trágica exclusiva, el trabajo, la muerte y el mal.
            Por su parte, José Jiménez advierte -dejando de lado las posibles fuentes y paralelos orientales de la historia de Pandora y también de la de Eva- cómo y en qué medida "la versión hesiódica del mito proporciona una base considerable al patriarcalismo cristiano, que durante siglos ha situado en la mujer el origen del “pecado” y de los males de la humanidad", aunque señale, sin embargo, que la Biblia sea mucho más matizada en su consideración de la figura de la mujer, incluso en el tratamiento de la propia Eva (nombre que significa ‘fuente de vida’)[17].
            En todo caso, los primeros Padres de la Iglesia -más determinantes en lo que se refiere a la transmisión de la historia de Pandora que los propios escritores no eclesiásticos- asociaron su figura a la de Eva. A lo largo de los siglos medievales, abundan las muestras literarias y artísticas en que, por influencia del patriarcalismo eclesiástico, la mujer es considerada causa, o por lo menos, ocasión, del pecado original[18].
            Recapitulando, en el mito de Pandora lo que tenemos es el motivo, bien conocido en muchas culturas, de la aparición de la primera mujer, el primer e imprescindible peldaño hacia la adquisición de los rasgos característicos/específicos de la condición humana. Sólo después de este suceso la vida de los hombres comenzaría a ser regida por el nacimiento, la vejez y la muerte.
            Pandora no aparece, pues, en un mundo que ya sea humano sino, al contrario, es su presencia la que funda la humanidad del hombre. Antes de su aparición no existía el hombre nacido de mujer, ni, en sentido estricto, la capacidad de procrear mediante el acoplamiento de individuos de distinto sexo. Antes de ello no existían familias, ni niños, ni ancianos, ni nada de lo que constituye una comunidad humana en cuanto tal, sólo existían seres humanos de sexo masculino (ánthropoi). Con ella comienza a haber ándres, es decir, varones y, por lo tanto, mujeres (el otro del varón, la mujer)[19].
            Según esto, lo que el mito hesiódico de Pandora inaugura en rigor -aún presentando a la mujer desde una óptica negativa- no es tan sólo la presencia de lo femenino en el mundo sino la emergencia y constitución misma de la condición humana.

                                                                                              Tomás Moreno




[1] El interés por el personaje y el tema de Pandora aumentó considerablemente en las últimas décadas; muestra de ello es la compilación de ensayos sobre su figura de Ellen D. Reeder (ed.), Pandora. Women in Classical Greece, Baltimore, 1995; así como la extensa bibliografía recogida en A. S. Brown, Aphrodite and the Pandora Complex, The Classical Quarterly XLVII (1997).
[2] Hesíodo, poeta-agricultor de la Boecia del siglo VIII a. de C., es el autor de dos poemas: Teogonía y Trabajos y días (Cf. la traducción de Aurelio Pérez Jiménez de ambos poemas en la Biblioteca Básica de Gredos, Madrid, 2000). La Teogonía hesiódica es el primer intento de exposición sistemática y diacrónica del panteón griego: el poeta se esfuerza en ordenar en el espacio y en el tiempo la multitud de figuras divinas y heroicas que pueblan el mundo de creencias helénico.
[3] Sobre el poder seductor de la belleza de la mujer en la mitología griega y sobre los diversos significados de la belleza en ella (divina, disputada, peligrosa, domesticada, divinizada, poderosa, desnuda, dependiente), véase el documentado ensayo de Mª Dolores Mirón Pérez, Divina belleza: cuerpo femenino y poder en Grecia Antigua, en  Ana Mª Muñoz-Muñoz, Carmen Gregorio Gil y Adelina Sánchez Espinosa (eds.), Cuerpos de mujeres: miradas, representaciones e identidades, colección Feminae, Granada, 2007, pp. 167-187.
[4] Sobre el significado etimológico de Pandora, abundan las discrepancias entre los intérpretes y eruditos que suelen traducirlo indistintamente como: “dadora de todos los bienes”, “dotada de todo”, “donadora de todo”, “portadora de todos los dones” “la que da todo”, “presente (o regalo) de todos” (los dioses).
[5] También pueden traducirse como el previsor (Prometheus) o como el que se apercibe tarde (Epimetheus). Aparece aquí el mitologema de los dos hermanos distintos y opuestos en su prudencia -, uno imprudente y otro prudente. La acción precipitada del hermano imprudente desencadenará la catástrofe (caída) que inundará de males y calamidades el futuro de la humanidad. En la mitología hebraica: Caín y Abel, Esaú y Jacob.
[6] El recipiente que alojaba todos los males pithos (vasija no-portátil) es denominado según sus múltiples acepciones de las formas más variadas: unos lo traducen como vaso o urna, otros como jarrón, tinaja, cántaro, cofre, cofrecillo, ánfora, copa, crátera. Los hay que hablan de vasija, jarra. Al parecer fue Erasmo de Rótterdam quien, por vez primera, usó el nombre de caja (pyxis: vaso o caja). Al ser sinónimas las utilizamos indistintamente.
[7] José Mª Lucas de Dios, Pandora en clave satírica, Revista de Occidente, nº 158-159, julio-agosto 1994, pp.21-42.
[8] Gregorio Luri Medrano, Prometeos. Biografías de un mito, Editorial Trotta, Madrid, 2001 pp. 59-60. Éste es un estudio fundamental sobre la figura de Prometeo y sobre la significación e interpretaciones del mito. Véanse también al respecto: Louis Sechan, El Mito de Prometeo,  Eudeba, Buenos Aires, 1964 y, sobre todo, C. García Gual, Prometeo: Mito y tragedia, Madrid, 1995.
[9] Sobre Pandora y Eva resulta, todavía, imprescindible: H. Türck, Pandora und Eva, Weimar, Verus Verlag, 1931. Véanse también: Jean-Claude Schmitt, Ève et Pandora. La création de la première femme, Gallimard, París, 2001 y el ensayo de Montserrat Escartín Gual, Pandora y Eva: la misoginia judeo-cristiana y griega en la literatura medieval catalana y española, en Revista de lenguas y literaturas catalana, gallega y vasca, Nº 13, Universidad de Girona, 2007-2008.
[10] Las estructuras antropológicas de lo imaginario. Introducción a la arquetipología general, op. cit., p. 108.
[11] Véase al respecto: Luis Cencillo, Mito. Semántica y realidad, B.A.C., Madrid, 1970, pp. 213-216. Este eximio filósofo y antropólogo español, inolvidable maestro y director de nuestra tesis fin de carrera en la Licenciatura en Filosofía por la Universidad de Madrid, El Mito como formalización del mundo y como alienación. Pervivencia del mito en la sociedad contemporánea (1969), todavía no ha sido valorado en España como su personalidad intelectual y su ingente obra merecerían. Algo demasiado sólito y habitual en nuestros lares, desgraciadamente.
[12] Según ha visto muy acertadamente Montserrat Escartín (op. cit., pp. 58-60), igual que Eva, Pandora es una mujer “hecha” y no “engendrada”. Las genealogías mitológícas patriarcales hacen que los dioses engendren varones en primer lugar y sólo secundariamente, hembras. Eva y Pandora fueron construidas o fabricadas (como “artificios”) con posterioridad al varón y, también en ambas tradiciones hebrea y griega, se las responsabiliza de introducir todos los males en el mundo, como consecuencia o efecto de una deficiencia ontológica –por ser fabricada o construida se sitúa en lo más bajo del orden ontológico, en la línea del no-ser, como señuelo o simulacro engañosos- o de una debilidad o flaqueza de su naturaleza femenina.
[13] Luis Alberto de Cuenca, El Héroe y sus máscaras, capítulo Mitología griega y condición humana, Biblioteca Mondadori, Madrid, 1991, pp. 43-57.
[14] Mito. Semántica y realidad, op. cit., p. 215.
[15] Trabajo sobre el mito, Paidós, Barcelona, 2003,  pp. 39-40. Es de destacar en esta obra de Blumenberg la sección dedicada al mito de Prometeo, que es  analizado desde una perspectiva funcional, influenciada por Goethe, y que abarca más de la mitad de la obra.
[16] Roger Shattuck, Conocimiento prohibido, Taurus, Madrid, 1998, pp. 30-32.
[17] La vida como azar., capítulo V, 2. Pandora y la estirpe de las mujeres, Mondadori, Madrid, 1989, pp.117-118.
[18] En efecto, para Montserrat Escartín (op. cit., p. 59), los Padres de la Iglesia influyeron más que los propios autores clásicos en la transmisión del mito hesiódico, “por cuanto tenían un objetivo muy concreto: corroborar la doctrina del pecado original mediante un paralelo clásico –Eva identificada con Pandora-, aunque distinguiendo el valor de la narración cristiana (verdadera) sobre la fábula pagana (falsa)”. “Un autor como Orígenes” –señala M. Escartín- “compara la historia del jarrón griego con la de la fruta prohibida y ve el paralelo de ambas narraciones mitológicas al elegir el mismo símbolo para la idea del mal: la figura de una serpiente y una mujer llevada por su debilidad. La de Pandora al abrir el recipiente es semejante a la de Psyque; y la de Eva al tomar la manzana, parecida a la de Afrodita o Atalanta, nacida de la falsa etimología que hizo identificar la fruta tentadora de Eva con una manzana –asociando malum ‘manzana’ a malus, ‘mal’-aunque en el Génesis nunca se menciona cuál es el fruto probado”. Cf. Orígenes, Contra Celsum, IV (Patrología Graeca, XI, cols. 1086 y ss.).
[19] El héroe y sus máscaras, op. cit., p. 45





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