jueves, 26 de diciembre de 2013

GENEALOGÍA DE LA MISOGINIA OCCIDENTAL: EL MITO DE PANDORA (Segunda Parte)

Ofrecemos la segunda parte del trabajo interesantísimo del profesor Tomás Moreno titulado Genealogía de la misogínia occidental: El mito de Pandora, en el que seguro encontrarán referencias de enorme interés en este ámbito de plena actualidad.


Genealogía de la misoginia occidental, el mito de Pandora, Ancile, Tomás Moreno




GENEALOGÍA DE LA MISOGINIA OCCIDENTAL: 
EL MITO DE PANDORA (Segunda Parte)




Genealogía de la misoginia occidental, el mito de Pandora, Ancile, Tomás Moreno

III. Misoginia hesiódica: la estirpe de las mujeres
La misoginia de este mito[1] se manifiesta ya desde el principio al denominar el poeta a Pandora, y a las mujeres en general -puesto que, según Hesíodo, de ella procede el género o estirpe de "femeninas mujeres", genos gunaikôn (Teogonía, 585-591)[2]- con epítetos tan equívocos o ambiguos como "mal amable" o "bello mal", kakón kalón (Teogonía, 585)[3]. O con otros, ya claramente insultantes, como "plaga" (pêma),  "engaño" efectivo e irresistible (dolos) o, en fin,  como "funesto regalo" enviado por Zeus a los hombres en contrapartida al robo de un bien, el fuego, que Prometeo había perpetrado en favor de ellos.
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Gregorio Luri Medrano
            Gregorio Luri Medrano observa lo mucho que llamará la atención de los mitólogos posteriores este juego antonímico de conceptos que Hesíodo utiliza para describir a la mujer[4]. La mayoría de los expertos no duda en interpretarlo de forma inequívocamente misógina e infamante, propia de una sociedad patriarcal tan antifemenina como la griega arcaica.
            Mario Vegetti señala, por su parte, que el mito de Pandora atribuye a las mujeres el origen de todas nuestras desgracias, por ser fuente de todo mal[5]. En efecto, según el poema de Hesíodo, antes de que Pandora, la primera mujer, apareciera sobre la tierra, las tribus de hombres vivían "libres de males y exentas de la dura fatiga y las penosas enfermedades" (Trabajos, 90-94)[6]. Llega incluso a comparar a las mujeres -"ocupadas siempre en miserables o perniciosas tareas"- con los zánganos que "recogen en su vientre el esfuerzo ajeno" (Teogonía, 595-600) y alude a Pandora con expresiones tan peyorativas como ser "el espinoso e irresistible engaño" para los hombres (Trabajos, 84), afirmando que será la perdición para todos "cuantos se alimentan de pan".
            Otro de los males que Pandora procuró a la humanidad a cambio de su "aparente bien" fue el representado por el matrimonio, que comporta para los hombres ese gran dilema que supone: casarse, para tener un beneficio –los hijos- y aceptar por ello un mal, la propia mujer, o no hacerlo, y carecer entonces del
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Jean Pierre Vernant
bien de la descendencia y de su protección en la vejez, quedando, además,  sus bienes y hacienda en poder de sus parientes (Teogonía, 602-612). En definitiva, Pandora y toda la estirpe de mujeres  que de ella proceden son, según Hesíodo, una
"gran calamidad para los mortales"  puesto que conviven con ellos "sin conformarse con la funesta penuria, sino con la saciedad"  (Teogonía, 592-593).
            Jean-Pierre Vernant[7] no es más indulgente con Pandora, aunque reconozca su ambivalencia: adornada por Afrodita con un rostro (caris) de irresistible belleza, dotada por Hermes de un espíritu engañoso y de una lengua de falsedad, introduce en el mundo una especie de ambigüedad fundamental y entrega la vida humana a la mezcla y el contraste. Así Pandora es un mal, pero un “mal amable”, un “dulce mal”, la contrapartida y el reverso de un bien; es un simulacro, un engaño (dolos) -el engaño hecho mujer- resultado de un fraude o añagaza (apaté), pero se manifiesta, sin embargo, bajo la máscara de la seducción y de la amistad (filotes).
            Los hombres, seducidos por su belleza, rodearon de amor esta "peste" que les ha sido enviada, que no pueden soportar, pero de la que no podrán prescindir tampoco. Su  contraria y, al tiempo, su compañera, Pandora simboliza, en su duplicidad, una condición humana en la que los males -los Algea de las enfermedades, el Ponos o la pobreza, la Geras o la vejez- tienen de ahora en adelante su puesto al lado de los bienes, inextricablemente mezclados a ellos. La abundancia implica en adelante la pobreza; la juventud, la vejez; la justicia (Diké), la lucha (Eris). En ella el bien y el mal se asocian como las dos caras de una misma moneda.
            Hesíodo vincula claramente la creación de la primera mujer, la aparición de los males y la necesidad de una continua emulación en la labor agrícola. El vientre de la mujer corresponde al vientre de la tierra: ninguno de los dos da frutos espontáneamente, sino sólo a través del trabajo. La mujer es presentada en diversos pasajes como un vientre hambriento que engulle todos los alimentos que el hombre con fatiga, trabajando la tierra, hace germinar del suelo[8]. Su ambición apremia al hombre al trabajo, utiliza sus fuerzas
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Hesiodo
y "le va requemando sin antorcha" (Trabajos, 705). Pandora, o la mujer, representa para el hombre una doble y onerosa carga por cuanto le exige un enorme esfuerzo (que lo envejece y enferma) para satisfacer sus dos necesidades básicas: alimenticias y sexuales[9].
            De cualquier forma, es innegable que Hesíodo nos ofrece una visión claramente negativa del papel de la mujer en la sociedad, lo cual encaja bien en el contexto global de su época y de su cultura[10]. En efecto, el hecho de imputar a la mujer prototípica esa especie de "pecado original" servía, explica Luis Alberto de Cuenca, para fundamentar el abanico de características que la cultura helénica quiso considerar como prerrogativas femeninas: la vanidad, la perfidia y la irreflexión:
Semejante concepción era el reflejo de la organización social de la antigua Grecia, análoga, por lo demás, a una gran parte de las sociedades arcaicas, en las que se margina a la mujer y se distingue de manera muy rígida entre labores masculinas y femeninas. El hombre griego acaparaba la actividad bélica, y, por supuesto, la política; la vida de la mujer griega transcurría –excepto en Esparta- entre las paredes del hogar, y el hecho de haber sido relegada al espacio de la casa encuentra su fundamentación mítica precisamente en el error de la primera mujer, Pandora, la cual, a causa de su necedad, trajo a los hombres los sufrimientos y la muerte. Así se explicaban en la antigua Grecia las limitaciones femeninas[11].
               
IV. La Esperanza como un mal
El mito de Prometeo -al que va asociado el de Pandora- es un mito de origen, un mito civilizador, y por ello es también una reflexión acerca del sentido de la historia y de la técnica. Sin duda Zeus trataba de exterminar al género humano (como el Dios genesíaco del Diluvio), y a este fin le niega el fuego (símbolo de la civilización técnica), sin el cual no le hubiera sido posible subsistir. Gracias al ardid de Prometeo, el género humano encuentra la ayuda de su subsistencia (como en el Génesis se perpetúa gracias a Noah o Noé, que le deja también como bien cultural el vino).
            Originalmente, recordemos lo que cuenta el mito, los hombres carecían de trabajos y enfermedades que pudieran traerles la muerte y no había males sobre la tierra, pues todos los había encerrado Ares en un gran píthos (tinaja, vaso)[12]. De no ser por la alocada  acción de Pandora los hombres no habrían abandonado esa especie de Edén o de edad de oro. Pero Pandora no pudo resistir la tentación y destapó el recipiente, del cual se escaparon todas las calamidades que, desde entonces, afectan a los humanos, y sólo Elpís (Esperanza) quedó dentro del vaso, pues antes de que saliera ya lo había vuelto a tapar Pandora por
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Luis Alberto de Cuenca
decreto de Zeus, que también privó de voz a las calamidades para que los humanos no pudieran esquivarlas.
            Se ha discutido mucho entre los mitólogos[13] sobre  la función y el significado de la "esperanza" entre esos males o calamidades, y se han aventurado toda clase de hipótesis más o menos alambicadas: no se entiende por qué dentro de la tinaja de los males estaba encerrada también la esperanza, que tradicionalmente es tenida por un bien. Los propios griegos ya percibieron la incongruencia y, en época tardía, introdujeron algunas variantes destinadas a hacer coherente el relato, como se constata en la fábula 58 de Babrio. Se propuso entonces que la tinaja estaba en realidad llena de bienes -la esperanza sería uno más entre ellos- y que cuando el hombre genérico (y no la mujer en concreto, en esta otra versión) levantó la tapadera escaparon del recipiente y volaron hasta el cielo, perdiéndose así para los hombres, a los que sólo quedó uno de ellos: la esperanza[14].
            Sea como fuere, lo cierto es que a partir de este momento el hombre toma conciencia de su existencia como inquietud o, en términos hesiódicos, descubre la necesidad de cuidar tanto de sí mismo (meletâis bíou) como de lo que le atañe (memelóta erga). Sabe por primera vez que no dispone a su antojo de las riendas de su propia vida, que vive en un tiempo en que el futuro es, siempre, incierto e indefinido. Sin embargo cuenta con la esperanza, que va a permitirle un cierto margen de confianza en el porvenir. La elpís griega es ciertamente, en expresión de G. Luri Medrano, la esperanza del hombre activo que, mientras actúa, está negando la muerte y tramando una biografía. La esperanza hesiódica es más un inevitable (y, si se quiere, fatal) fármaco existencial que un consuelo allendista[15].
Genealogía de la misoginia occidental, el mito de Pandora, Ancile, Tomás Moreno            En este sentido, la interpretación que a Luis Cencillo le parece más plausible y verosímil por ser la más profunda, es la que concibe esta esperanza como una suerte de confianza en el futuro, base del progreso técnico, que en combinación con el “fuego”, robado por Prometeo, estimula al género humano a seguir su tarea cultural y civilizatoria. Sería, pues, también como el fuego, un bien ambiguo, ya que esa ilusión de progreso técnico si bien mantendría al hombre tenso para la vida,  también le sometería a nuevos males de lucha, de competición y de servidumbre fabril. De esta esperanza y de este fuego procedería toda la historia de la cultura humana[16].
            En parecidos términos se manifiesta en su valoración de la esperanza hesiódica Hermann Türck[17], para quien el hombre prometéico se nos presenta como creador y previsor, y su esperanza fundamentada en su propio esfuerzo y no en una graciosa concesión divina. Un hombre que se entrega decididamente a la reflexión, que busca, infatigable, la verdad, crea sistemas de pensamiento, cultiva las artes y la técnica para dominar la naturaleza y dar firmeza a su propia existencia y a su futuro, afrontando peligros, penalidades y hasta la muerte misma en el cumplimiento de su proyecto emancipatorio.
            Frente a él, Pandora, por la que se siente subyugado, con sus ardides arteros y su gracia femenina, será un obstáculo interpuesto en el proyecto civilizador y de progreso del hombre, apartándolo de tan nobles cometidos. La mujer es, en consecuencia, para el varón el mal radical, la causa que frustra el espíritu emprendedor del hombre, el “espinoso engaño” que lo desvía de su destino porque, desgraciadamente, para el poeta arcaico griego los hombres apetecen y aman lo que les pierde. 

                                                                                                                                Tomás Moreno




[1] Sobre la misoginia de Hesíodo véanse: J. Rudhardt, Pandora: Hésiode et les femmes, MH 43, (1986), 231-246; P. Lévêque, Pandora ou la terrifiante féminité, Kernos I (1988), 49-62.
[2] Nicole Loraux traduce esta expresión por “estirpe o raza de las mujeres”, para enfatizar que no es precursora de toda la humanidad, sino sólo de las mujeres, excluyéndolas así de ella. Cf. Nicole Loraux, Les enfants d’Athéna: idees atenienses sur la citoyenneté et la división des sexes, París, Máspero, 1981, p. 119.
[3] Las traducciones de la expresión con la que Hesíodo califica a Pandora (kakón kalón) también varían, lógicamente, entre los distintos traductores y comentaristas: bello mal, hermoso mal, dulce mal, mal amable.
[4] En nota a pie de página G. Luri Medrano añade cómo fue traducido el vocablo por los distintos comentaristas antiguos: Nono (Dionisíacas VII, 58) califica al género femenino de glykerón kakón (dulce mal) y Gregorio Nazianceno (Adversus mulieres) lo define como terpolé oloé (delicia funesta). Euforión de Calcis (II, 1) juega de esta manera con la ambigüedad hesiódica: Dadora de males (kakódoros), Pandora, voluntario pesar para los hombres. Cf. Luri Medrano, op. cit., pp. 58-60.
[5] Mario Vegetti, Los orígenes de la racionalidad científica. El escalpelo y la pluma, Península, Barcelona, 1981,  p. 157.
[6] Ibíd. Así describe Vegetti ese hipotético Edén hesiódico originario: "Primitivamente los hombres vivían sin trabajar en una abundancia tal que no tenían ocasión de envidiarse los unos a los otros, ni necesidad de rivalizar en el trabajo agrícola, para ser ricos. Pero Prometeo ha querido engañar a Zeus y dar a los hombres más de lo que ellos tenían derecho. Por tan astuto que el titán haya podido ser, su apaté (fraude, engaño) se revuelve finalmente contra él. Al arrastrar a toda la humanidad en la desgracia, Prometeo es cogido en la trampa que él había tendido. Zeus da a su venganza la forma de un ambiguo regalo, espinoso pero atractivo e irresistible que encerraba bajo un aparente bien un mal pernicioso: Pandora -la mujer- el bello, amable y dulce mal".
[7] Mito y pensamiento en la Grecia antigua, Ariel, Barcelona, 1973, pp. 60-63.
[8] Las similitudes entre en "vientre de la tierra" y el "vientre de la mujer" han sido estudiadas por W. K. Gutthrie en In the Beginning. Some greek views on the origins of life and the early state of man, Londres, 1957.
[9] Cfr. Froma I. Zeitlin, "The economics of Hesiod's Pandora, en E. D. Reeder, Pandora. Women in Classical Grece, Baltimore, 1995, pp. 49-56.
[10] J. Rudhart, en Pandora: Hésiode et les femmes, Museum Helveticum 43, 231-246, 1986 intenta, infructuosamente, rechazar la misoginia hesiódica destacando que la crítica del poeta beocio se reparte por igual entre Pandora y Epimeteo, pero es que, según Lucas de Dios, la visión negativa de Pandora es genérica, mientras que la de Epimeteo es individual.
[11] El Héroe y sus máscaras, op. cit., p 45. Para la misoginia en Grecia, véanse: Mercedes Madrid, La misoginia en Grecia, Cátedra, Madrid, 1999; Ana Iriarte, Las Redes del enigma. Voces femeninas en el pensamiento griego, Madrid, Taurus, 1990; Claude Mossé, La mujer en la Grecia clásica, Nerea, Madrid, 1990; Nicole Loraux, Les experiences de Tiresias. Le féminin et l’homme grec, París, Gallimard, 1989. 
[12] Del tipo de los grandes recipientes conservados en los graneros y bodegas del palacio de Knossós.
[13] Cf.. Hesiod, recopilación de estudios sobre este autor en la serie Wege der Forschung, Darmstadt, 1966, citado en Luis Cencillo, op cit, p. 215.
[14] Según Schopenhauer, esta versión reflejaba el sentido original del mito, luego cambiado por Hesíodo.
[15] Prometeos…, op. cit, p. 61.
[16] Mito. Semántica y realidad, op. cit., p. 216.
[17] Hermann Türck, Pandora und Eva, op. cit., p. 18 y ss. 



Genealogía de la misoginia occidental, el mito de Pandora, Ancile, Tomás Moreno

1 comentario:

  1. Leyendo este magnífico trabajo( Decir Tomás Moreno es garantía de calidad en forma y contenido), me surge la curiosidad de si existe una contrapartida filosófica, o literaria por parte de las mujeres, es decir, inculpando al hombre de similares desgracias; o es sólo patrimonio del hombre esta literatura degradante de su media naranja. Me da verguenza de género tanta ignorancia, como, por citar un ejemplo, culpar a la mujer del sexo del recién nacido, cuando es el hombre quien define el sexo según la ciencia...y tantos casos similares. Recuerdo también, mucho más cercano en tiempo, a Vargas Vila y sus novelas, de las que leí algunos fragmentos...Un abrazo y feliz año nuevo, Acuyo, Tomás.

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