viernes, 21 de febrero de 2014

LA FEMME FATALE, ENTREGA PRIMERA,SEGÚN EL PROFESOR TOMÁS MORENO

Para la sección de Microensayos del blog Ancile traemos de la mano del profesor y filósofo Tomás Moreno el post titulado La Feme Fatale, en su primera entrega, para deleite y exhaustiva información de los interesados.



La femme fatale 1, Tomás Moreno, Ancile




LA FEMME FATALE, ENTREGA PRIMERA, 
SEGÚN EL PROFESOR TOMÁS MORENO



La femme fatale 1, Tomás Moreno, Ancile
Calipso y Ulises, por Bruegel&DeClerck


La Femme Fatale. Prehistoria de un Estereotipo
El estereotipo de la femme fatale[1], figura de la hermosa cruel que con sus irresistibles encantos y belleza atrae y conduce a la perdición y a la muerte a los hombres que fatalmente se enamoran de ella, es de largo recorrido en la mitología, la iconografía y la literatura occidentales. Román Gubern, con su habitual sabiduría, ha sabido resumir en apretada síntesis su presencia en nuestro universo simbólico, así como sus metamorfosis y avatares a lo largo de cerca de tres milenios de historia artística y cultural griega y judeocristiana:

La llamada "mujer fatal" –a veces bruja, ogresa, madre devoradora o mujer castradora- goza de una larguísima tradición en la cultura occidental. Ulises tuvo que vérselas en su periplo mediterráneo con Calipso y con la maga Circe, quienes le retuvieron con sus encantamientos en sus respectivas islas. La mitología griega también alumbró a Hécate, madre terrible y devoradora, y a Pandora […] por no mencionar a la deseada Helena, que provocó con su belleza la mítica guerra de Troya. La Biblia nos ha legado en cambio a la cortesana filistea Dalila, quien con su seducción consiguió mutilar el poder físico de Sansón, una forma de castración simbólica, además de Salomé, la hija de Herodías, que con su lasciva danza excitó al tetrarca Herodes Antipas y obtuvo como premio la cabeza del Bautista [2].
           
            Devoradora de hombres y fantasma castrador para el inconsciente de los varones occidentales desde la Antigüedad, celebrada por los artistas de todos los tiempos -como encarnación de la belleza femenina deslumbrante, fatídica y peligrosa- la mujer fatal es una figura polar y antitética que provoca a la par tanto veneración y fascinación como temor y desconfianza. Gilles Lipovetsky, filósofo y sociólogo francés, ha enfatizado  por ello, como una secular constante, la relación ambivalente de los hombres con

la belleza femenina: "los cantos que la ensalzan van siempre acompañados de invectivas y de acusaciones misóginas, a menudo de extrema virulencia. Desde la Antigüedad, la belleza femenina es a un tiempo celebrada por los artistas y asimilada a una trampa mortífera"[3].
            Camille Paglia, finalmente, ha llegado a sostener que, como arquetipo demónico de la mujer, llena las mitologías de todo el mundo y representa la incontrolable proximidad de la naturaleza. Su tradición pasa prácticamente intacta de los ídolos prehistóricos a la literatura, al arte y al cine modernos:

Cuanto más se intenta alejar a la naturaleza, como hace Occidente, con mayor frecuencia aparece la femme fatale, como un resurgimiento de lo que se ha intentado contener. Es el espectro de la mala conciencia occidental con respecto a la naturaleza. Es la ambigüedad moral de la naturaleza, una luna malévola que no cesa de atravesar nuestra nebulosa de sentimientos esperanzadores[4].
           
La femme fatale 1, Tomás Moreno, Ancile            Su siniestro perfil se muestra ya bosquejado tempranamente en la mitología griega, en donde las figuras fabulosas de las Arpías[5], de las Gorgonas (especialmente Medusa)[6], de las Ménades[7], o de las Empusas[8], pueden ser consideradas como anticipo monstruoso de este arquetipo de mujer que enfatiza la peligrosidad y el poder terrible de la aterradora belleza de la feminidad. La imaginación mitológica es fecunda en monstruos femeninos pero quedan muchos más –además de los citados- que demuestran que para los antiguos griegos lo terrorífico tenía sexo femenino[9].
            Por otra parte, desde la antropología de lo imaginario de orientación bachelardiana, Gilbert Durand[10] -que ha estudiado las manifestaciones teriomórficas de la vampiresa, de la mujer fatal, en el contexto de la lingüística y de la antropología-, ha demostrado cómo el tema de la feminidad terrible, a la que puede ser asociada la figura de la femme fatale, aparece ya en la mitología homérica que feminiza monstruos teriomorfos, tales como la Esfinge y las Sirenas[11].
            No es inútil observar que Ulises se hace atar al mástil de su navío para escapar a un tiempo del lazo fatal de las Sirenas, de Caribdis, y de las mandíbulas armadas de una triple hilera de dientes de dragón de Escila[12]. Estos símbolos son el aspecto negativo extremo de la fatalidad femenina más o menos inquietante que personifican, por lo demás, Circe, la maga de los hermosos cabellos, maestra de los cantos, de los lobos y de los leones, Calipso, la ninfa griega que retuvo a Ulises durante diez años en la isla de Oggia o la encantadora Nausica. La Odisea entera es una epopeya de la victoria sobre los peligros tanto de las olas como de la feminidad.
            Gilbert Durand considera que si hay un símbolo teriomórfico, un animal negativamente sobredeterminado por estar oculto en lo negro, feroz y ágil, que ata a sus presas con un lazo mortal, y que juega efectivamente el papel  de la vampiresa, ése es la araña[13]. La araña que entra en composición con el gusano de la hidra, "especie de gusano resplandeciente" a menudo isomorfo del elemento femenino por excelencia: el mar. La araña, según la interpretación psicoanalítica clásica, "representa el símbolo de la madre arisca que ha conseguido aprisionar al niño en las mallas de su red".
            El psicoanálisis relaciona juiciosamente esta imagen donde domina "el vientre frío" y las "patas velludas" -sugerencia horrible del órgano femenino- con su complemento masculino, el gusano, que desde siempre ha estado relacionado también con la decadencia de la carne. Hermoso ejemplo de sobredeterminación ontogenética de un símbolo de la misoginia que, como trata de demostrar nuestro autor, parece descansar sobre bases filogenéticas más amplias. Por su parte, el psicoanalista Baudouin observa
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asimismo que el terror edípico de la fuga ante el padre y la atracción incestuosa por la madre vienen a converger en el símbolo arácnido: aspecto doble de una misma fatalidad.
                También en la figura del pulpo se manifestaría, según Gilbert Durand, la todopoderosidad  nefasta y feminoide: por sus tentáculos el pulpo es el animal atador por excelencia. El isomorfismo que corre a través de los símbolos de Escila, de las Sirenas, de la araña, del pulpo, es evidente. Tanto Escila, mujer cuyo bajo vientre está armado con seis mandíbulas de perros, como la Hidra, son amplificaciones mitológicas del pulpo[14]. Según Mircea Eliade[15]  los tentáculos, los lazos, las cuerdas, los nudos caracterizan a las divinidades de la muerte, son ataduras de la muerte. El lazo es la potencia mágica y nefasta de la araña, del pulpo y también de la mujer fatal y mágica, cuya cabellera es siempre uno de sus atractivos (podríamos decir depredadores) más letales y eficaces[16].
            Por su parte, José Jiménez, catedrático de Estética de la Universidad Autónoma  de Madrid, en su búsqueda de un antecedente arquetípico de la femme fatale se remonta a la bella criatura de Hesíodo: Pandora. De ella fue de quien salió la estirpe maldita de las mujeres que tantos trabajos e infortunios traerán a los hombres que se alimentan de pan. Con su figura, la imagen de la mujer como objeto de deseo, y, al mismo tiempo, como origen y causa de la incertidumbre y de los problemas del varón, quedaba abierta en el terreno imaginario y de lo artístico[17].
            Gilles Lipovetsky coincide con J. Jiménez en identificar en ella los rasgos ambivalentes de la mujer fatal: tanto en Grecia como en las demás civilizaciones antiguas, sostiene el sociólogo francés, la hermosura femenina siempre conllevaba resonancias negativas. Fue de Pandora de quien salió la "ralea de las mujeres"[18]. Para los griegos, la mujer era, efectivamente, una "terrible plaga instalada entre los hombres mortales", un ser hecho de ardides y de mentiras, un peligro temible oculto bajo los rasgos de la seducción, una trampa
La femme fatale 1, Tomás Moreno, Ancile
maléfica, un ser pérfido y nefasto. Los textos griegos clásicos que enumeran los vicios femeninos y colman de reproches las estratagemas de que se valen para seducir a los hombres son abundantes[19].
            Para Carlos Goñi fue la belleza de Helena lo que sirvió de pretexto para la guerra de Troya, en cuyo caso el concepto de femme fatale tendría su origen en este contexto[20]. Pilar Pedraza sitúa también su origen en Grecia y destaca, en La Bella, enigma y pesadilla[21], algunos de sus representaciones prototípicas desde las esfinges misteriosas o las lamias, estriges o empusas hasta las destructivas sirenas y las amenazadoras amazonas o bacantes.
            Otros, finalmente, conectan con la mitología hebraica y se remontan al mito de Lilith –como ya señalábamos en el ensayo dedicado a la diablesa hebrea talmúdica- para encontrar alguno de sus antecedentes. En efecto, según Erika Bornay[22],  el mito de la depredadora sexual se remontaría a Lilith, nombre de una diablesa hebraica y esposa rebelde de Adán, anterior a Eva. De este personaje mítico hebreo derivaría el síndrome de Lilith, característico del mito de la femme fatale, la fémina devoradora de hombres, cuya iconografía se ha hecho remontar incluso a La Gioconda, con su enigmática sonrisa.


                                                                                                                      Tomás Moreno




[1] "Fatal procede de fatum, que quiere decir 'destino', nos recuerda J. A. Marina, "una fuerza poderosísima que anula la libertad" (El rompecabezas de la sexualidad, Anagrama, Barcelona, 2002., p. 183).
[2]  Máscaras de la ficción, Anagrama, Barcelona, 2002. Cfr. especialmente: cap. IV. "La mujer depredadora", p. 60.
[3] Gilles Lipovetsky, La tercera mujer, Anagrama, Barcelona, 2007, p. 157.
[4] Sexual Personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson, Valdemar, Madrid, 2006, p. 41.
[5] Las Arpías o  Harpías, genios alados. Se llamaban Aelo (borrasca), Ocipete (vuelo rápido) y Celene (oscura). Raptaban a los niños y a las almas. Virgilio las sitúa en el pórtico del Infierno. La amabilidad de las Musas se contraponía a la ferocidad de las Harpías (y de las Sirenas, Esfinges y Furias), con cabellos de serpientes. La comprensión psicoanalítica de tales monstruos sugiere que encarnan las concepciones de los niños pequeños acerca de la madre: poderosa, peligrosa y equipada tanto con senos como con pene; en resumen, la madre fálica.
[6] Hijas de Forcis y Ceto, divinidades marinas. Tres mujeres monstruosas -Euríale, Medusa y Esteno-, de las cuales sólo Medusa era mortal. Perseo la mató mientras estaba encinta de su amante Posidon. De su sangre nacieron Crisaor y Pegaso. La sangre de Medusa  tenía un poder mágico: o resucitaba o mataba. Se la representa con una cabellera de serpientes entrelazadas, sacando la lengua. Un corto artículo de Freud (1992, "La cabeza de la Medusa", da cuenta de su significado psicoanalítico: las Gorgonas y la Medusa representaban mujeres castradoras, amenazantes para el hombre. La figura de la Medusa, lleva serpientes en sus  cabellos-que sustituyen al pene y lo representan- con lo que contribuirían a mitigar el horror de la mutilación ("La cabeza de Medusa", 1940)
[7] Las Ménades eran las seguidoras de Dioniso (dios de la trasgresión y de la fiesta, por un lado y del éxtasis y de la locura, por otro), unos espíritus orgiásticos capaces de devorar a sus propios hijos, dispuestas a pasar del frenesí de la danza a la tarea de despedazar cabritos vivos.
[8] Espectros vampíricos enviados por Hécate, con un pie de asno y otro de bronce, que podían metamorfosearse. Perseguían a los viajeros y les chupaban la sangre.
[9] Como es el caso de las monstruos que atemorizaban a los niños, como Lamia que había sido una doncella de Libia a la que amó Zeus, razón por la que la vengativa Hera mataba a cada hijo que iba trayendo al mundo. Desesperada, la joven se recluyó en una cueva y se transformó en un terrible monstruo que robaba niños y se los comía. También Mormo era un genio femenino con el que se asustaba a los chiquillos traviesos diciéndoles que les mordería (o la Loba-Mormo o Mormólice). Otras versiones hablan de Gelo, el fantasma del alma en pena de una joven lesbia que volvía del más allá para llevarse a los pequeñuelos. Otros monstruos femeninos eran: Las Erinias, llamadas Alecto, Tisífona y Megera, genios alados que tenían serpientes por cabellos y que portaban antorchas o látigos. Nacieron de las gotas de sangre de Urano que cayeron sobre la tierra cuando fue mutilado por Crono. Habitaban el Érebo de los infiernos y castigaban los delitos, especialmente la hybris, el exceso. Las Keres (Valkirias), genios alados con largas uñas, hijas de la Noche, que desgarraban los cadáveres y bebían su sangre. (Cfr. Carlos Goñi, Alma femenina. La Mujer en la mitología, Espasa Calpe, Madrid, 2005,  p. 182-186). Las Moiras, aunque no propiamente monstruos causaban el mayor temor, ya que de ellas dependía la vida de los hombres. Eran tres viejas hilanderas, hijas de la Noche, llamadas Cloto, Láquesis y Átropos, criadas del Destino. Cloto va desenrollando el ovillo que representa la vida de cada ser humano, Láquesis mide la largura del hilo y Átropos es la encargada de cortarlo cuando llega el fatídico momento.
[10] Las estructuras antropológicas de lo imaginario, Taurus, Madrid, 1982, p. 98
[11] Las Sirenas, que intentaron seducir a Ulises y la Esfinge, que fue muerta por Edipo. Pero, según Carlos Goñi (Alma femenina. La Mujer en la mitología, op. cit., pp.184-185) quedan muchos más que demuestran que para los antguo lo “terrorífico” tenía sexo femenino. Uno de los seres más temidos era Quimera, hija de Tifón y Equida, que tenía cola de serpiente, el cuerpo de cabra y la cabeza de león. Echaba fuego por la boca y nadie podía acercarse a ella sin ser abrasado. Sólo Belerofonte, sobre su caballo alado Pegaso, logró eliminarla con una lanza arrojada en su boca. Philip Slater The Glory of Hera (Boston, 1968) advirtió acerca del miedo del varón griego ante la hembra y la sexualidad femenina, señalando que para los griegos los duendes femeninos eran más importantes que los masculinos.
[12] Para los navegantes eran especialmente temidas Caribdis y Escila, en el estrecho de Mesina, que separa la península Itálica de Sicilia. Los barcos que tenían que pasar por allí eran atraídos y tragados por las aguas. Caribdis vivía en una roca a orillas del mar pero Zeus, en castigo por devorar animales de los rebaños de Geriones, la arrojó al mar. Desde entonces vive en una cueva y se alimenta de succionar agua y tragarse todo cuanto pasa por su lado. Escila, habita al otro lado del estrecho. De cintura para abajo su cuerpo se componía de seis terribles perros que daban muerte a todo aquel que se le acercaba. El bravo Ulises perdió a seis de sus hombres que cayeron en sus fauces.
[13] Desde luego, el elemento fonético juega un papel en esta elección del símbolo: araignée, arachné, tiene una sonoridad cercana a ananké. Este animal obsesiona a Víctor Hugo, que llega incluso a dibujarlo. Pero el tema vuelve con tanta constancia a la imaginación del poeta que hay que ver en ello algo más que un juego de palabras
[14] Cfr. Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana (ed. Paidós, Barcelona, 1984), artículos Scylla, Hydre de Lerne. Todos estos monstruos son dragones plurales. La Hidra de Lerna: serpiente de varias cabezas nacida de Tifon y Equidna; su aliento era mortal, y cuando se le cortaba una cabeza, nacía otra. Su madre, Equidna, tenía cuerpo de mujer y cola de serpiente, vivía en una caverna y devoraba a los viandantes.
[15] Imágenes y símbolos, Taurus, Madrid, 1974, pp. 110 y ss.
[16] G. Durand ha destacado el isomorfismo de la cabellera y el de las ataduras y las cadenas: el simbolismo de la cabellera parece venir a reforzar la imagen de la feminidad fatal y teriomórfica. La cabellera no está vinculada al agua por femenina, sino feminizada por jeroglifo del agua, agua cuyo soporte fisiológico es la sangre menstrual. Pero lo arquetípico del lazo viene a sobredeterminar subrepticiamente la cabellera, porque la cabellera es al mismo tiempo signo microcósmico de la onda y tecnológicamente el hijo natural que sirve para trenzar los primeros lazos. (op. cit., p.231).  
[17] José Jiménez, op. cit., p. 115-117. Cf. especialmente, el capítulo V.: La mujer fatal.
[18] La tercera mujer, op. cit.,  p. 103.
[19] Bernard Grillet, Les Femmes et les Fards dans l'Antiquité grecque, Lyon, CNRS, 1975, citado en Lipovetsky, p. 103.
[20] Alma Femenina. La Mujer en la Mitología, cap. 19, titulado "Femme Fatale", op. cit. pp. 179-186. La historia es de sobra conocida: Menelao, rey de los espartanos cayó rendido ante la belleza de Helena, la sedujo y se la llevó a su tierra. La afrenta desencadenó la guerra de Troya para rescatar a Helena.
[21] Pilar Pedraza, La bella, enigma y pesadilla (Esfinge, Medusa, Pantera), Tusquets, Barcelona, 1991.
[22] Las hijas de Lilith, Cátedra, Madrid, 2008, pp. 25-30.



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