jueves, 18 de diciembre de 2014

ANCILE: PÓRTICO, EL AROMA DE LA FLOR DE ORO

Traemos para la sección de Poema semanal del blog Ancile, una primicia que, aunque perteneciente al poemario Ancile (acaso uno de los libros más herméticos y unitarios de su autor, según algún interesado en su poesía) en su primera edición (1991), incorporará en la segunda edición que se está preparando, algunos poemas inéditos y una estructura nueva. De entre esos poemas se encuentra este en prosa, titulado Pórtico, El aroma de la flor de oro, que ofrecemos como novedad para los seguidores habituales de este blog.



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Ancile: Pórtico, El aroma de la flor de oro, Francisco Acuyo, Ancile





PÓRTICO, EL AROMA DE LA FLOR DE ORO





Ancile: Pórtico, El aroma de la flor de oro, Francisco Acuyo, Ancile




  EL CURSO DE LA LUZ NO OCULTA EL NUMEN que fulge delectable en el espíritu, ni el ser de sombra acaso que nos muestra con clara incertidumbre, como ciencia cuyo saber ardiente invita lejos: más allá de la causa y su razón, si en su concepto palidece la verdad que apenas se refleja. El tiempo que discurre (si sueña) no calcula los valores perdidos (traspasados) de infinito a su paso.

No es ayer, si mañana todavía aquella senda por la que, dorada, anduve, pues, expresa su camino no trazado lo más íntimo de mi ser, si para conocer trazado. No hereda del espíritu la luz total con que concebir la celeste polaridad de los opuestos: no ha llegado sino a balbucir el signo que trasciende lo cierto iluminado.

 Bien sé que sufro, pero, a otra luz su dolor fue distinto, que no vi finalidad o método a la vida muy abstractos; la expresión de lo total se hizo preciso cuerpo ante mis ojos sin conciencia: ninguna fantasía inhibe el corazón de lo que nunca se discierne sino a la luz de lo no pensado, pues acontece libre y expreso bellamente, incorruptible, siempre a la autoridad en cuyo olvido de soberbia se duerme su vital naturaleza impracticable. 

Cual camino providente que a la cima de un sí mismo conspira en su cumbre no pisada: es la vida y la conciencia línea en promiscuo círculo de amor puro sobre el aroma de su flor de oro. Ved aquí el unívoco y diverso fruto de su feroz diálogo, si fue alma con el mundo apenas e insospechada luz de otra conciencia.

Ved, digo, en esta lúcida presencia la razón no pensada que cavila sin hipótesis la divinidad de lo vacío, de la nanidad que colma el alma de los nombres, de las palabras no habladas
que una vez fueron, formaron vuestros dioses. Ved aquí esas potencias psíquicas que esculpen a hierro y fuego los corazones más feroces para el sueño del amor. Ved ahora las figuras que, conmigo, pasean los parajes del locus amoenus cabalmente, como espíritus amigos que muestran un estado sin contenido en la conciencia.

Cada aurora nos confunde como objeto de sus sueños, nos prende sobre su pecho como la luz arrebolada que la observa en lo ajeno; corazón fraterno que es imagen de otro yo mismo, unánime que, continuamente, nace en la fuente, bajo el roble, en la cumbre, sobre la hierba, o, entre la lírica mano que funde su caricia musical con el vívido silencio que ilumina en lo ignoto resonando.

Espíritu consciente que en la senda cristalina de su ánima ha supuesto en esta expedición hacia la cumbre, la fuga del fenómeno dulcísimo que engaña al corazón de sus adeptos. Entre la piedra viva que mi mano aferra fulge la premisa del mundo todo que a leyes no tocadas pertenece pues, son acceso fértil a los principios que acontecen tan comunes a la mente desasida de cualquier metafísico concepto: urdido está mi pecho a su tejido celeste sin razón de opuestos. No hay ascesis, sino vital reserva de amor y libertad genuina de conciencia.

Ya en la cima, de otra vida que no sea su culmen desligado, retorno y desciendo a observar los rastros de lo que una vez fue apenas vivenciado. 

Amarillo, glauco, azul; níveo, rojo, magenta, gris cerúleo; naranja, rosa y límpido violeta. Al templo de la cumbre nuestro pájaro se eleva entre preclaros signos de místicas sombras y trémulas siluetas. A la orilla del tiempo, apenas lirios: cielo nocturno sobre ebúrneas rosas; trémulos enigmas, cuyos signos vívidas almas destilan pétalos carnales; sueña el aire el espíritu que alienta entre el mundo dormido el corazón rotundo, cuyo pálpito de fuego en lo efímero prende cual vida eterna. Sobre la tierra agreste aquella luz ilumina la sombra ultraterrena, el silencio, sublime melodía, en lo carnal su corazón transforma en espíritu y música celeste.






Francisco Acuyo (del libro Ancile (1991 en primera edición), la segunda edición se prepara en estos momentos)






Ancile: Pórtico, El aroma de la flor de oro, Francisco Acuyo, Ancile

1 comentario:

  1. Prosa poética, poema paradisíaco, diría, que suavemente va calando y resulta pecepción enjundiosa más que palabra precisa; emoción perfilada por la guía del poeta inmerso como perfume vivo en lo dicho profundamente imaginado. Un regalo grande en verdad, amigo mío, y te lo agradezco. Abrazos y feliz Navidad.

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