sábado, 6 de diciembre de 2014

¿POESÍA VERSUS ESTULTICIA?

Para la recuperada sección del blog Ancile De juicios, paradoja y apotegmas, incorporamos el título ¿Poesía versus estulticia?, en la que se hace alguna reflexión, al albur de la lectura de algún poeta verdadero (en este caso Antonio Machado y Vicente Aleixandre), en relación a lo que la poesía es y ahora por tantos se desvirtúa tan groseramente. 

¿Poesía versus estulticia? Francisco Acuyo



¿POESÍA VERSUS ESTULTICIA?








CUANDO Martin Heidegger hablaba de la necesidad fundamentada en la cosa, en relación a las violencias del lenguaje no como una cuestión arbitraria, acaso ya venía a sugerir aquel uso desviado (especial, de función poética) que anunciaba Roman Jakobson en sus Ensayos de lingüística general -Lingüística poética- o en los célebres y admirables  Gatos de Baudelaire junto a Claude Levi Strauss. La ciencia del lenguaje nos avisa, pero también la teoría de signos de esta singularidad que, por cierto, hoy parece eludirse con suma espontaneidad y presuntuosa, estulta o ignorante obcecación,[1] y es que el lenguaje poético será siempre, sea cual sea su recurso retórico, lingüístico, sintáctico o métrico, un lenguaje diferente, o no será nunca poesía, ni siquiera laxa o perezosa literatura.

            Si el manejo del lenguaje poético está dirigido (entre otros propósitos u objetivos literarios o extraliterarios, siempre eminentes, aun en la misma sátira) a la consecución de la singularidad y la belleza, y si esta, por inferencia lógica es nuncio necesario de la verdad (y de la bondad inherente), resulta incongruente siquiera advertir que algunos ejercicios lingüísticos (que en muchos caso no llegan al grado siquiera de lenguaje común o estándar) se complacen en ignorar la differentia specifica del arte verbal del poema y su función emotiva o expresiva característica. Tal asunto no merece ni una línea a tener en consideración,[2] porque es evidente que son mayoría los que se engañan al confundir a aquel tenebroso – y muy tedioso- ángel de luz del sentido común, viciosamente adaptado al saber incompleto y engañoso de los sentidos, no sólo físicos, sobre todo sociológicos de una sociedad evidentemente enferma.

            Acaso el poeta verdadero –poquísimos, por cierto- (con plena conciencia de lo anteriormente expuesto), se ofrece al mundo a través de su obra muchas veces en silencio, no pocas en plena complacencia de su soledad y en ninguna haciendo alarde vano de alaracas de empapelar el mundo con sus poemas.[3] A menudo, como maestro de vida y, frecuentemente, como ser (humano) ¿espiritual?[4] que nada quiere, que nada pretende y que nada espera, y que acaso por eso sólo quisiera ser juzgado. Es claro que estas groseras, incompetentes y aburridas iniciativas, no tienen ni idea de lo que el hecho y ejercicio creativo más genuino está de distante del objeto manido del consumo. No es una instrucción baladí el reconocer y valorar lo que está sucediendo en nuestros días en todos los ámbitos de la vida de la ¿humanidad?, la incultura impuesta, cuando no el más profundo y viciado analfabetismo, inunda las sociedades de nuestros días, entregadas a doblar la cerviz del espíritu de lo elevado en pos de lo interesadamente sencillo, digerible para cualquiera –casi siempre innumerables estómagos agradecidos por las prebendas del régimen impuesto por la inexorable ley del consumo mercantilista-.

            La ética del tener se impone manifiestamente ante la ética del ser (que advirtiera Fromm). Parece que hoy la unión entre el emisor (poeta) y el receptor (lector) de la palabra poética es imposible sin la conjunción de lo directamente sensible, inexacto y manipulado, porque la creación, lo genuino, lo verdadero, ya no importan, solo que el producto sea fácilmente digerible para volver cuanto antes, a la compulsiva alimentación de la bestia insaciable del consumo; nada de tiempo para la reflexión, para la delectación, para la superación, para la elevación de un comportamiento reptil que no aspira a más que, a su servil comportamiento.

            Decir que cualquier ejercicio o compartimiento creativo obligue a elevar el espíritu mediante el pensamiento, la emoción verdaderamente profunda, a la sugerencia siquiera de otra dimensión a aquella en la que ahora nos arrastramos, es hablar de imposibles, no por utópicos, sino porque serán inmediatamente anulados por la mediocre preocupación de alimentar egos ridículos al servicio de un sistema monstruoso, que nunca encontrará satisfacción a no ser en la destrucción misma de todo aquello que no sea el mantenimiento de esta insostenible involución.

            Se negará el pan, el agua y la sal a todo aquel que pretenda ser partícipe de un ser individual nuevo, regenerado, potente, genuino. Ante el estado actual de las cosas solo nos queda la evolución, la transformación positiva del ser humano, que exige el camino hacia una entidad superadora de todas las miserias que han ido acompañando al hombre desde la noche de los tiempos hasta las penumbras de nuestros días, y que quieren embargar, sumergir, ahogar, incluso hasta lo más elevado que ha sido capaz de producir el espíritu humano para dar sentido a sus vidas a lo largo de su trajinada, tortuosa, doliente y ahora indolente existencia: el impulso renovador de la poiesis en el ejercicio creativo.




                                                                                  Francisco Acuyo





[1] Dicha estupidez, acaso no sea aplicable a individuos concretos, aunque algunos estólidamente alardean de sus prejuicios, y bien pudiese ser de manera interesada, pero la más de las veces se diría solo originaria de la más beocia ineptitud, al pairo, eso sí, de una ambición desmedida y analfabeta que no busca tanto las excelencias del discurso poético como la de la obtención del aplauso fácil, en un ámbito, claro está, que choca frontalmente con pretensiones tan banalmente espurias, me refiero al de la introspección siempre especial del discurso creativo poético, como si fuese el poeta el que tiene que ir al lector y no el lector al poema, intención digo, de incluir forzosamente el ejercicio artístico como un objeto más de consumo que lo marca el mercado, el cual ha de ser asequible a los gustos generales como lo son las patatas fritas del Macdonal en sus onerosas y poco saludables ofertas.
[2] Si no fuera porque abundan en ello sectores pesudocríticos y de incipientes o nulas capacidades en el ámbito de los estudios literarios que, basados en la opinión interesada –mercantil, en la mayoría de los casos, cuando no de soberana ignorancia complacida en su propia y resoluta incompetencia por hacer del discurso poético un patatal, donde cualquiera puede empantanarse para degustar luego el universal lenguaje de la patata frita-
[3] Con sus panfletos pseudoliterarios  de aquellos imposibles aspirantes al arte del lenguaje poético y lo que éste en realidad significa y dignifica en la vida de los hombres.
[4] Hablar de espíritu en tiempos de tan profunda ignorancia como los que nos circundan, pudiera ser motivo –o piedra- de escándalo y herejía, cuyo castigo requiere medidas inmediatas de rechazo, olvido y revocación materialista, cuando acaso ni saben lo que la materia es, no digamos qué significa.



¿Poesía versus estulticia? Francisco Acuyo

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