martes, 3 de marzo de 2015

LA LIBRE ESCLAVITUD DE LOS AFECTOS, LA VÍVIDA HEREDAD, TERCERA ENTREGA

Ofrecemos para la sección del blog Ancile, De juicios paradojas y apotegmas, la tercera entrega del las reflexiones intituladas, La vívida heredad, bajo el nombre de La libre esclavitud de los afectos.


La libre esclavitud de los afectos. La vívida heredad, Francisco Acuyo, Ancile




LA VÍVIDA HEREDAD III
LA LIBRE ESCLAVITUD DE LOS AFECTOS








LOS indiscutibles horrores de las dos últimas contiendas mundiales, acaso debieran haber atemperado las irracionales pretensiones (cuando no severas pulsiones) de desequilibrio y desafección hacia la humanidad como conjunto, espoleadas las más de las veces por cuestiones de raza, religión, ideología, cuando no por intereses político-económicos, nacionalistas… Lejos de entrar en una lógica consideración de los hechos tan inenarrablemente estremecedores (que muy bien pudieran haber llevado a la extinción misma de la estirpe humana), parecen recrudecerse en sus propósitos (¿libremente?) irracionales de segregación, discriminación, desmonte e incluso destrucción y, aunque parezca increíble, de cualquier rasgo partidario de una identidad universal como seres humanos. La labor de búsqueda y compromiso para la construcción de un frente común de entendimiento están, sin duda, tan lejanas como siempre estuvieron.

                No obstante, la desesperada indagación, rastreo o registro de la felicidad individual, tras las sucesivas catástrofes que supusieron  las dos últimas confrontaciones mundiales, no pasaron de ser una ilusa y clara omisión de las propuestas que una vez fueron optimistas y razonables proposiciones de convivencia (ya se expusieron, por ejemplo, siglos ha, a través del tetrafármaco[1] epicúreo más hedonista, o, aquel otro singular paradigma que pareció y, aún hoy parece un canto de sirenas en referencia a la esclavitud humana hacia sus afectos,  entre los que se encuentran los más peligrosos de : raza, etnia, cultura, ideología, religión… y de los que sabiamente ya avisara Spinoza).

La libre esclavitud de los afectos. La vívida heredad, Francisco Acuyo, AncileEl homo felix sigue tan atado como siempre a sus nefastos prejuicios, aun cuando el ser feliz, en nuestros días, se ha convertido en un imperativo innegociable. La cuestión es que, en realidad, no solo la inevitable tristeza individual junto a un particular nihilismo social (que acabará adoptando el marchamo de la depresión psicológica individual y el absentismo social más deplorable), también las calamidades impuestas por las desigualdades de toda índole en las sociedades hacen trizas cualquier ropaje de razonable conveniencia del reconocimiento de una conciencia común –como una realidad incuestionable- que a todos nos equipare en un verdadero rasgo de igualdad. No viene mal reconocer a algunos pensadores que ya convinieron en este particular de manera harto razonable, Bentham por ejemplo, en tanto que ya pensó que la mayor felicidad del hombre comienza en el establecimiento de una medida (igualitaria, añadimos) de lo justo y lo injusto y que, a nuestro juicio, en realidad proviene de la razón existencial que a todos emparenta y que de forma inevitablemente nos iguala, a
tenor de que todos somos hijos de las mismas tribulaciones y, al fin, de la muerte misma.

Aquella felicidad ansiada –desesperada- de nuestros días, debe investirse de un desesperanzado júbilo que se haya anclado en los prejuicios diferenciadores del espíritu humano, los cuales no hacen sino poner en evidencia el error (histórico) tan veces repetido de marcar diferencias y fronteras donde nunca las hubo, sino en virtud pulsiones profundamente egoístas –de supervivencia- e irracionales.

                No estaría mal, a las alturas de nuestra breve y presurosa exposición, recordar que los motivos de la búsqueda de cobijo en la tribu (afín) radica en el terror al otro, no en vano se dice –de manera bastante equívoca- que por muy sensible o receptivo que se sea, en realidad nunca sabremos lo que en verdad piensa o siente el otro y, precisamente en su supuesta impenetrabilidad, se dice, que el luto y el sufrimiento son vivencias de soledad y, por lo tanto, intransferibles.[2] En cualquier caso, ¿hasta qué punto somos impermeables al sufrimiento ajeno? Trataremos con toda modestia de responder a esta cuestión en la siguiente entrega de este planteamiento.



Francisco Acuyo




[1] Tetrafármaco: Los dioses no son temibles, la muerte no es nada para nosotros, la felicidad es accesible para quienes saben satisfacer sus deseos naturales y necesarios, omitiendo los inútiles y, partiendo de la base de que el dolor es soportable.
[2] Merleau-Ponty, M.: Fenomenología de la percepción, Planeta Agostini, Barcelona, 1993.





La libre esclavitud de los afectos. La vívida heredad, Francisco Acuyo, Ancile

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