lunes, 7 de mayo de 2018

ILUSTRACIÓN Y MORALIDAD FEMENINA


Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos nueva entrada. Lleva por título: Ilustración y moralidad femenina, del profesor y filósofo Tomás Moreno.

Ilustración y moralidad femenina, Tomás Moreno



ILUSTRACIÓN Y MORALIDAD FEMENINA 



Ilustración y moralidad femenina, Tomás Moreno

Este cliché de la inferioridad moral femenina y del peligro moral que significa como tentadora y como incitadora al pecado, se mantendrá invariable a lo largo del Renacimiento, de la Contrarreforma y del Barroco hasta llegar al siglo de las Luces. La Ilustración ofrecía a todos los seres dotados de la luz de la razón, a todos los hombres (varones y mujeres) una esperanza cierta y anhelada de liberación de la ignorancia y de superación del oscurantismo al que prejuicios y creencias irracionales los habían esclavizado durante interminables siglos. Al finalizar la Ilustración las mujeres habían logrado iniciar el largo y proceloso camino de su emancipación. Al margen de esa revolución cultural no habría sido posible transitar esa esperanzada ruta: “Fuera de la Ilustración –escribe Cristina Molina Petit- no hay más que el llanto y crujir de dientes”[1]. Y todo ello se produjo a pesar de que la Ilustración no cumplió “sus promesas (universalizadoras y emancipatorias)” y la mujer quedó al principio de la misma “fuera de ella como aquel sector que las luces no quieren iluminar”[2]. Como nos recuerda Celia Amorós[3] hubo, por consiguiente, “otra Ilustración”, no dirigida hegemónicamente por  varones sino protagonizada por mujeres, pensadoras y teóricas políticas como Olympe de Gouges, Theroigne de Mericourt, Madame Lambert, Madame d’Epinay y por algún varón pro feminista como D’Alembert o Condorcet, entre otros[4].
Ilustración y moralidad femenina, Tomás Moreno            J. J. Rousseau fue sin duda el adalid más característico de ese movimiento cultural que anunciaba las Luces, y el introductor, en ese contexto prerrevolucionario, de la ideología de la domesticidad burguesa que se impondría como hegemónica y dominante durante toda la modernidad a través del estereotipo de la Mujer-Madre, encerrada en el reducto familiar y hogareño. Para Rousseau la mujer es el ser de la pasión, de la imaginación, no del concepto. La mujer parece, en su opinión, haber quedado en su evolución intelectual fijada en la etapa de la imaginación. Pero no se refiere a esa imaginación que contribuye genéticamente al conocimiento, sino a esa otra que, siempre engañosa, nos hace tomar los deseos por realidades, la que nos lleva sin cesar al extravío y hace surgir los fantasmas, los monstruos de la razón, que diría ilustraría, un poco más tarde, Goya en un célebre grabado.
            Dueña del error y de la falsedad, la imaginación está marcada por el sello de la infancia. Ésa es la razón por la cual la fijación del espíritu femenino al estadio imaginativo explica que se mantenga siempre niña, frágil, incontrolable, infantilizada. Según Rousseau, la mujer está por todo ello permanente y perpetuamente  anclada en el estadio de la infancia, incapaz de ver nada que esté fuera del mundo cerrado de la vida doméstica, que la naturaleza -¡no la sociedad!- les ha dejado en herencia. Aparte de la relativa a sus deberes (que, en realidad, conoce por intuición), la única ciencia que debe conocer es la que, sobre la base del sentimiento, tiene por objeto a los hombres que la rodean, y, sobre todo, a su esposo.
            Por lo que se refiere a su educación moral y religiosa Rousseau, considera que la moral femenina -centrada en la castidad, la obediencia, la paciencia y la resignación- se corresponde con una religiosidad incluida también en las estructuras del principio de la subordinación femenina. Mientras que para la formación religiosa del joven Emilio (en el libro III, del que Sofía está ausente) fue necesaria la larga Profesión de fe del Vicario
 saboyano, que se considera que eleva el alma de Emilio al conocimiento intuitivo del autor supremo de la naturaleza, Dios justo y bueno, garantía del orden del mundo y de las virtudes humanas, Sofía no tiene derecho a este discurso racional. Tendrá que contentarse, en el libro V, con un catecismo elemental hecho de preguntas que formula su ama de llaves y de respuestas que se reducen a unas pocas palabras.
            Este catecismo enseña, sin duda, rudimentos muy útiles para la vida: es suficiente con unas pocas preguntas, encaminadas a demostrar que todo el mundo nace,  crece, envejece y muere, para prepararla a la auténtica y verdadera educación religiosa, que consiste en enseñarle las pocas cosa fundamentales en las que se debe creer y, sobre todo, en darle a conocer los principios de la moral.
Ilustración y moralidad femenina, Tomás Moreno
No hace falta mucho más, porque la religión de una mujer es la del padre o la del marido: “Por el mismo hecho de que la conducta de la mujer está sujeta a la opinión pública, su fe religiosa está sujeta a la autoridad”[5].
            Kant, por su parte, situaba a las mujeres en un estadio pre-moral. El filósofo de Königsberg dejó a la mitad de la humanidad (la femenina) al margen de lo que constituye los dos pilares fundamentales de su ética: la universalidad y la autonomía, considerando a las mujeres incapaces de actuar por principios, y distinguiendo entre un estatuto ético para varones –o ética racional de principios- y otro pre-ético para mujeres –o estética del bien. Para el filósofo de Königsberg el principio de la moral masculina es la virtud y el de la femenina la belleza y entre las cualidades morales sólo la verdadera virtud es sublime. El bello sexo “elige el bien por su belleza”, mientras que género masculino lo hace “por su nobleza”: “La virtud de la mujer es una virtud bella, en tanto que la del género masculino debe ser una virtud noble. Evitarán el mal no por injusto, sino por feo, y actos virtuosos son para ellas los moralmente bellos” (OBS, II, 231).
            Para concluir, Kant considera que sólo los varones podían tener virtudes auténticas, mientras que las de las mujeres eran adoptadas. La inmadurez moral de las mujeres es para Kant algo incuestionable: “Me parece difícil que el bello sexo sea capaz de principios, y espero no ofender con esto; también son extremadamente raros en el masculino” (OBS, ídem). En definitiva, Kant excluye a las mujeres del ámbito ético, niega su actuación por el deber y las convierte en una “bella” irracionalidad, cuya única vía de participación en los elevados fines de la humanidad emancipada por la razón, pasa por su sometimiento al entendimiento y a la virtud sublime del sexo masculino[6]. (Cont.).

TOMÁS MORENO







[1] Cristina Molina Petit, Dialéctica feminista de la Ilustración, Anthropos, Barcelona, 1994
[2] Ibid.
[3] “El legado de la Ilustración: de las iguales a las idénticas”, en Alicia H. Puleo (Ed), El reto de la igualdad de género. Nuevas perspectivas en ética y filosofía política, Biblioteca Nueva, Madrid, 2008, pp. 45-46 y ss.
[4] Cf. Alicia H. Puleo, La Ilustración olvidada, la polémica de los sexos en el siglo XVIII, Anthropos, Madrid, 1993. Reúne esta antología escritos de filósofos, literatos y escritores de ambos sexos y de orientación feminista más o menos explícita y, por contraste, algunos autores antifeministas cuyos escritos esbozan el nuevo paradigma patriarcal que va a imponerse con J. J. Rousseau –ideología de la domesticidad burguesa- que terminará imponiéndose con la figura de J. J. Rousseau y su estereotipo de la Mujer-Madre encerrada en el ámbito hogareño y familiar.
[5] La incapacidad para razonar como el hombre se traduce, pues, –entre otros rasgos- en la imposibilidad de las mujeres para comprender “razones” para creer en materia religiosa. Éste es el motivo por el cual la hija debe seguir y tener la religión de su madre, y toda mujer la de su marido. Incapaces de juzgar por sí mismas, deben aceptar la decisión de los padres y de los maridos como de la Iglesia. La autoridad, no la razón, que ha llevado a Emilio a admirar en la naturaleza la obra del Ser supremo, es lo que regula la religión de las mujeres. Igual que en otros aspectos, también en materia de religión las mujeres están sometidas a la autoridad de los padres y de los maridos, así como a la de los hombres de Iglesia (Cf. Amelia Valcárcel, “La memoria colectiva y los retos del feminismo”, en Amelia Valcárcel, Mª Dolores Renal, Rosalía Romero (eds.), Los desafíos del feminismo ante el siglo XXI, Hypatia, Instituto Andaluz de la Mujer, Sevilla, 2000, p. 021. Cf. también  Rosa Cobo, Fundamentos del Patriarcado Moderno: J. J. Rousseau, Cátedra, Madrid, 1995.
[6] Cf. Luisa Posada Kubissa, “Cuando la razón práctica no es tan pura. (Aportaciones e implicaciones de la hermenéutica feminista alemana actual a propósito de Kant)”, Isegoría, 6, 1992, p. 21.



Ilustración y moralidad femenina, Tomás Moreno


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