lunes, 25 de junio de 2018

LA HYBRIS DEL DESEO DE SABER, RAÍZ DEL PECADO ORIGINAL: DEL GÉNESIS A LA REFORMA PROTESTANTE


Siguiendo con la temática de la misoginia ampliamente tratada en nuestro (vuestro) blog Ancile, para la sección, Microensayos, traemos una nueva entrada que lleva por título: La hybris del deseo de saber, raíz del pecado original: del Génesis a la Reforma Protestante, expuesta magistralmente por el profesor Tomás Moreno.

La hybris del deseo de saber, raíz del pecado original: del Génesis a la Reforma Protestante, Tomás Moreno



LA HYBRIS DEL DESEO DE SABER,

RAÍZ DEL PECADO ORIGINAL: DEL GÉNESIS 

A LA REFORMA PROTESTANTE



La hybris del deseo de saber, raíz del pecado original: del Génesis a la Reforma Protestante, Tomás Moreno


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La modernidad de estas palabras e ideas contrasta abismalmente con la mentalidad antifemenina que se manifiesta en los tratados teológicos, eclesiásticos y pedagógico-doctrinales sobre las mujeres que aparecen a lo largo de todos esos siglos bajomedievales y renacentistas[1]. Basándose en la literatura patriarcal teólogos ortodoxos como santo Tomás de Aquino,  afirmaban que Eva, la mujer, perseguía dos cosas con su deseo de alcanzar sabiduría. La primera, poder determinar por sí misma el bien y el mal para conducir su vida, así como conocer de antemano lo que le deparaba el futuro. La segunda, lograr la felicidad por sí misma, por su propia mano. Con ambas pretensiones desborda la medida establecida por Dios a su condición humana. El pecado original consistió en este deseo de un bien espiritual desproporcionado a su naturaleza, lo que es un acto de soberbia. Es decir, lo bueno y lo malo para el hombre lo determina Dios solo, y la felicidad es un don gratuito que solo cabe obtener de Él; el hombre que prueba a conseguir ambas cosas por sí mismo en vez de esperarlas de Dios quiere suplantarle, ser como Él. Esta soberbia o “hybris” le mereció el castigo a Eva, castigo que recayó también sobre el género humano.
La hybris del deseo de saber, raíz del pecado original: del Génesis a la Reforma Protestante, Tomás Moreno            Siguiendo las aportaciones de García Estébanez a este respecto podemos inferir que los teólogos de la Reforma interpretaban que lo que buscaba Eva con su conducta era sustraerse a la autoridad de Adán o al menos compensar su inferioridad natural haciéndose con algún conocimiento que la pusiera a la altura de su marido. Aunque tanto Lutero (1418-1546) como Calvino (1509-1564) sostenían que Eva no era inferior en nada a Adán, al pasar a la exposición concreta de los roles de una y otro olvidaron por completo la teoría. Para justificar el orden doméstico, en que la mujer está sujeta al varón, Lutero arguye que ya en la creación, aunque iguales, había en Adán un toque de gloria y nobleza que no tenía su equivalente en Eva. Y el hecho es, según comprueba Lutero por experiencia, que la mujer de su tiempo seguía siendo tan dependiente del marido como antaño, pues sólo anhela y desea lo que éste quiere[2].
            Para Calvino, por su parte, el rol de Adán era cuidar el jardín y relacionarse con Dios; el de Eva, en cambio, era cuidar el vínculo con Adán y asistirle, mientras su relación con Dios era indirecta, a través de la que tenía con Adán. Aplicando a la vida familiar su doctrina sobre los primeros padres, el reformador ginebrino hablaba, ciertamente, de la mujer como un “complemento” del marido, pero era una complementariedad de desiguales. Empleó la analogía de los padres de la Iglesia: el hombre era la mente, la mujer el cuerpo y su principal obligación era “complacer a su marido” y “serle fiel pasara lo que pasase”.
            En la interpretación de John Milton (1608-1674), en su obra El Paraíso perdido (1671), Eva quería eximirse de su responsabilidad ante Adán; quería valer por sí misma, ser una individualidad y no un mero apéndice de su marido, que es lo que Dios había querido; el resultado de su pretensión fue la expulsión del Paraíso: querer ser libre e igual a Adán es perder el Paraíso, perder el amor de su compañero, perder la felicidad de ambos; la garantía de la felicidad matrimonial y la del amor de su marido es su sumisión a éste. Su deseo de emanciparse acrecentó su dependencia y la hizo gravosa. Santo Tomás ya había puntualizado este extremo: la mujer fue creada en sujeción, pero en el Paraíso la hubiera llevado voluntariamente, mientras que después de pecar ha de sufrirla incluso en contra de su voluntad.
            La Ilustración alemana vio en la conducta de Eva un intento de quien quiere superar el estado de infantilismo y constituirse en adulto, dado que las virtudes del hombre del Paraíso eran la obediencia y la estupidez. Para Schiller, por ejemplo, Eva representaría el Prometeo femenino, una bienhechora de la humanidad que robó el mayor de los bienes, retenido por la envidia de los dioses, el conocimiento emancipador. El Dios bíblico, en opinión de Hanna Wolf, sería una especie de patriarca que exigiría una total obediencia excluyendo cualquier tipo de emancipación: habría creado al hombre infantil para asegurar su obediencia, prohibiéndole conocer el bien y el mal para así evitar cualquier tentación de insumisión o rebelión. La culpa de Eva sería una felix culpa, una culpa afortunada pues nos puso en el camino del progreso y la libertad[3].
La hybris del deseo de saber, raíz del pecado original: del Génesis a la Reforma Protestante, Tomás Moreno            Sea cual fuere la interpretación que elijamos entre todas ellas como más correcta o verosímil, no cabe duda de que el deseo de saber femenino, la curiosidad de la mujer intervino, y de modo no liviano, en el fatal desenlace que nos describe el relato genesíaco. Precisamente por ello la historiadora francesa, Michelle Perrot, se sentirá legitimada para escribir en ese mismo sentido: “De alguna manera, la figura de Eva es emblemática: ella muerde la manzana por ávida curiosidad. La Iglesia medieval la sustituyó por la imagen serena y meditativa de la Virgen con el libro”[4]. Sin embargo, esa aspiración al conocimiento y al deseo de saber por parte de la mujer rebrotará –según la historiadora francesa- de nuevo como un legado de la Reforma: “Desde este punto de vista, la Reforma es una ruptura. Al transformar la lectura de la Biblia en acto y obligación de cada individuo, hombre o mujer, el protestantismo contribuye a desarrollar la instrucción de las niñas. La Europa protestante del Norte y del Este se cubre de escuelas para ambos sexos. El feminismo anglosajón es un feminismo del saber, muy diferente del feminismo de la maternidad de la Europa del Sur”[5].
            En efecto, señalan Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser, aunque los protestantes también predicaron como los católicos el papel subordinado de las mujeres, su inferioridad natural y su comportamiento obediente y solícito respecto del marido, los teólogos de la Reforma también valoraron el fervor, la piedad activa y el éxito en el mundo, y lo glorificaron como el verdadero testamento de la fe. “En el protestantismo no eran los humildes y obedientes quienes heredaban el Reino de los Cielos, sino los astutos, los fuertes y los audaces. Era  como si, por definición se negara el acceso a la salvación a los creyentes ejemplares: Si se le permitía leer, una mujer podía finalmente descubrir esta contradicción por sí misma”[6]. El dogma católico no presentaba estas flagrantes contradicciones. En su veneración de la humildad, la aceptación de sufrimiento y de la resignación y las buenas obras, siempre se valoró a la mujer como esposa y madre:

Quizá debido a esta diferencia en los mensajes de las religiones –concluyen las historiadoras estadounidenses- , durante los siglos XVIII y XIX en las naciones protestantes conocerían mayor éxito los grupos que trabajaron para conceder derechos a las mujeres. Aunque la fe no favoreció estos cambios, el protestantismo, en mayor medida que el catolicismo, promovió circunstancias y actitudes que permitieron a las mujeres organizarse en su propio nombre, asegurarse su lugar como iguales y mantener sus victorias. De manera no intencionada, el protestantismo contribuyó al largo proceso por el que la mujer europea empezó a liberarse de las denigrantes y desvalorizadoras premisas alimentadas y formalizadas durante tantos siglos en nombre de la verdad religiosa[7]. (Cont.)

TOMÁS MORENO



[1] Cf. el libro de Margaret L. King Mujeres renacentistas. La búsqueda de un espacio, Alianza Universidad, Madrid, 1993, en el que se  incluye la biografía de otras mujeres que vivieron entre los siglos XV y XVI y que, junto a Christine de Pizan y María de Gournay,  defendieron la igualdad de la capacidad intelectual de las personas cualquiera que fuera su sexo, dejando en sus escritos testimonio de ello. Entre ellas podemos recordar a Isotta Nogarola, Casandra Fedele, Laura Cereta, Olimpia Morata en Italia, Caritas Pirckheimer, Clara Pirckheimer en Alemania, Margarita de Angulema en Francia, Jane Grey e Isabel Tudor en Inglaterra.  
[2] E. García Estébanez, Contra Eva, op. cit. pp. 47-50. Lutero escribía de su esposa Katharina von Bora lo siguiente: “Mi esposa es más sumisa, complaciente y amable de los que yo me aventuraba a esperar” (Citado en Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser, Historia de las mujeres. Una historia propia, Crítica, Barcelona, 2007, p. 284).
[3] E. García Estébanez, Contra Eva, op. cit., p. 51 y ss. passim..
[4] Michelle Perrot, Mi historia de las mujeres,  op. cit., p. 122-124.
[5] Ibid., p. 116. El subrayado es nuestro.
[6]Anderson, Bonnie S. y Zinsser, Judith P. Historia de las mujeres. Una historia propia, op. cit. 2007, pp. 290-291.
[7] Idem.






La hybris del deseo de saber, raíz del pecado original: del Génesis a la Reforma Protestante, Tomás Moreno

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