viernes, 4 de enero de 2019

OTTO WEININGER O LA NULIDAD ONTOLÓGICA DE LA MUJER (I). VIENA 1903: UN DISPARO EN MEDIO DE LA NIEBLA.


Con el título de: Otto Weininger o la nulidad ontológica de la mujer, traemos para la sección, Microensayos, del blog Ancile, un nuevo post, firmado por el filósofo Tomás Moreno.

Otto Weininger o la nulidad ontológica de la mujer, Tomás Moreno



OTTO WEININGER O LA NULIDAD 

ONTOLÓGICA DE LA MUJER (I)


VIENA 1903: UN DISPARO EN MEDIO DE LA NIEBLA



Otto Weininger o la nulidad ontológica de la mujer, Tomás Moreno


El 4 de octubre de 1903, Otto Weininger, joven filósofo austríaco, de veintitrés años de edad, de origen judío y recién convertido al protestantismo, se disparaba un tiro en el corazón en Viena, su ciudad natal. Acababa de publicar su tesis doctoral, rebautizada por su editor como Sexo y carácter (Geschlecht und Charakter)[1]: un libro enciclopédico, antifeminista y antisemita que, en el sentir de su autor y a pesar del apreciable éxito comercial obtenido, no había alcanzado todavía sus expectativas de reconocimiento. Ni provocó un escándalo, ni animó el entusiasmo que había de corresponder a una nueva doctrina salvadora, como sin duda esperaba secretamente su autor. Sólo suscitó moderada atención. La incipiente fama que le reportó no satisfizo su inquieto espíritu, ni mucho menos su anhelo de gloria, sino más bien sirvió para todo lo contrario: deprimirlo y desanimarlo hasta  precipitar probablemente su fatal decisión[2].
Otto Weininger o la nulidad ontológica de la mujer, Tomás Moreno            Jean Amery[3] en su ensayo  Suicidarse, intentó reconstruir los últimos días del precoz filósofo y suicida: Otto Weininger había alquilado una habitación en la Schwarzspanierstrasse de Viena, en la casa donde vivió Beethoven. Allí, en la noche del 3 de octubre de 1903, escribe cartas a su padre y a su madre. Pasa la noche en medio de torturadores pensamientos. Al amanecer se mete una bala en el corazón. Su cadáver se encuentra con el sombrero y el abrigo puestos. Al día siguiente Max Nordau, en el Vossische Zeitung de Berlín, se despide del joven pensador aludiendo a un aciago “disparo en medio de la niebla”. Sus funerales reúnen en el cementerio de Viena a lo más representativo de la vida cultural de la ciudad. Tras el féretro del melodramático suicida van Stefan Zweig, Karl Kraus y Ludwig Wittgenstein, que entonces tiene catorce años y que ya había sido captado por sus fascinantes personalidad y obra. Incluso el profeta del naturalismo, August Strindberg, por entonces ídolo de la hermandad vienesa de los cafés, envía desde Estocolmo una corona de flores y redacta un epitafio, que Karl Kraus, temible periodista satírico, líder de la intelectualidad vienesa, publica en su revista Die Fackel (La antorcha), en el que dice: “Independiente de los puntos de vista es sin duda el hecho de que la mujer es un hombre rudimentario […] fue ese secreto conocido el que Otto Weininger se atrevió a pronunciar en voz alta; fue ese descubrimiento de la esencia y la naturaleza de la mujer el que comunicó en su masculino libro y el que le costó la vida”. Hermann Swoboda, su mejor amigo, recordaba decenios después, en un discurso conmemorativo, que en su obra Weininger “intentó clasificar a todos los seres humanos, tal como el botánico clasifica sus plantas” y comentaba que su ideal de vida había sido “realmente el ideal de un santo”[4].
            Viena se conmovió e hizo del joven suicida todo un mito, un personaje de leyenda, un héroe neorromántico, un genio incomprendido. La Viena finisecular de Weininger[5] que era, sin duda, el foco de la cultura y las artes europeas de la época, y que representaba, en el sentir de Hermann Broch, el “centro del vacío europeo de los valores”[6] (wertwakuun), fue el escenario de la tragedia. Una Viena  que trataba de encubrir la “decadence” y “penuria de la época” con un frívolo hedonismo y una fuerte deriva esteticista, manifestada en el teatro, la ópera, la opereta, y en un recargamiento decorativo, “peste ornamental”, que hacían de ella todo un escenario “teatral”  de “ciudad alegre y confiada”. La morbidez y el esteticismo de su universo estético, católico y barroco (tan enraizado en el suelo de la tradición austriaca), contrastaba con la modernidad  que compositores como Arnold Schönberg  y arquitectos como Adolf Loos le estaban imprimiendo con la “emancipación de la disonancia” en música y una incipiente revolución urbanística en arquitectura, que estaba cambiando la faz de la ciudad.
Otto Weininger o la nulidad ontológica de la mujer, Tomás Moreno            Viena, ciudad de los cafés literarios, lugar de encuentro privilegiado del arte y la literatura[7] europeos de la época, vuelta sobre sí misma, sobrevivía así, satisfecha y orgullosa, en el ensoñamiento de su magnificente historia y de su brillante pasado, inconsciente de las amenazas y peligros que sobre ella se cernían e ignorante de lo que se le venía encima: todo un cataclismo, un apocalipsis, el final de una época – “el final de los tiempos” en expresión de Kraus- que culminaría con el estertor de un modelo de civilización, la agonía de una clase social y la descomposición de todo un imperio, el austriaco de los Habsburgo, que iba a dejar de ser “protagonista” de la historia europea, tras el final de la Gran Guerra. Ciudad que aunaba un irrefrenable amor a la vida y al placer y, al mismo tiempo, una inquietante y fatal tendencia hacia la autodestructividad[8]. Ésa dualidad de vida y muerte, Eros y Thanatos, núcleo de la filosofía antropológica de ese gran vienés coetáneo de Weininger que fue Freud, resuena en su teoría del “malestar en la cultura” y late, ocultada, en su fundamental distinción entre lo manifiesto y lo reprimido.
            Los años de esplendor de la Viena “fin-de-siecle”[9] -entre 1880 y 1914- ofrecen un espectacular alumbramiento cultural en todos los campos del conocimiento, de la ciencia y de las artes. Es la capital cultural del planeta. Cuna de lo genial, laboratorio de la modernidad: la literatura, la música, la pintura y la arquitectura han transformado la ciudad en una obra de arte integral. Pero también, nido de la infamia en donde el huevo de la serpiente nazi se está gestando: enloquecidos antisemitas y nacionalistas de extrema derecha abogan por el crimen y la castración de los no arios. De ese clima sórdido surgirá, apenas unos años después de la muerte de Weininger, un joven austriaco que, entre 1907 y 1913, vegetaba pobremente por sus calles y cafés como frustrado aspirante a pintor y arquitecto, empapado de odio, de antisemitismo, de resentimiento y de delirios de grandeza: Adolf Hitler.
            Ésa es la Viena que vivió y conoció Weininger: la descrita en la Kakania[10] de Robert Musil (1880-1942), la conocida con el doble título de “K. und K.” (Imperial y Real)[11], el centro geográfico, político y cultural de Europa, capital de la “Mitteleuropa” y que tenía detrás de sí casi un milenio de historia. La Viena de Sigmund Freud, cuna del naciente psicoanálisis, con una prestigiosísima tradición en medicina y psiquiatría, en la que triunfan las ideas de pensadores como Franz Brentano (abriendo el camino de la fenomenología) y de filósofos empirio-criticistas como Richard Avenarius, E. Mach (cuya herencia recogerán los neopositivistas del Círculo de Viena) y en la que escritores y poetas como Karl Kraus, Frank Wedekind, Robert Musil, Georg Trakl, Stephan Zweig, Arthur Schnitzler, Hugo von Hofmannsthal y Hermann Broch elaboran y publican lo más granado de sus obras.
Otto Weininger o la nulidad ontológica de la mujer, Tomás Moreno            Una ciudad que asiste en ese momento a una auténtica revolución en el ámbito de la música, las artes plásticas, el urbanismo y la arquitectura. En música destacan figuras tan geniales como Richard Strauss, Gustav Mahler y la llamada “segunda escuela de Viena”, de Arnold Schönberg, Antón von Webern y Alban Berg. En pintura, Gustav Klimt, Oskar Kokoschka, Hans Makart,  Egon Schiele. Otto Wagner y Adolf Loos, destacan en arquitectura; Camillo Sitte y el propio Loos, en urbanismo; Joseph Hoffman, en diseño. En física, Ernst Mach y, sobre todo, Ludwig Boltmann, creador de la teoría cinética de los gases, de la mecánica estadística y del concepto termodinámico de entropía. La ciudad, en fin, que conocieron en su niñez y juventud los que serían, decenios más tarde, primerísimas figuras de la filosofía, el derecho, la economía, las letras y la ciencia como Ludwig Wittgenstein, Karl Popper, los integrantes del Círculo de Viena, Hans Kelsen, Joseph Schumpeter, Elias Canetti, Konrad Lorenz, etc.  La Viena fin-de-siglo convertida en estela o friso de lo insuperable, en modelo o paradigma de toda una civilización fatalmente agonizante.
Pero la salsa cultural y filosófico-científica en que se gestó y cocinó la obra de Weininger, incluía otro ingrediente importante, como acertadamente señala María José Villaverde: la situación de resquebrajamiento de un mundo que zozobra, sin asidero, que se manifestaba en un sentimiento difuso de crisis y decadencia de valores – “que los franceses bautizaron como le grand malaise, los ingleses como the great unrest y Freud como el malestar de la cultura”- que recorrió la Europa finisecular y que ya  había sido diagnosticado por Nietzsche en La gaya ciencia al anunciar la muerte de Dios, el fin de los ideales del mundo moderno y el advenimiento del nihilismo. “Es el mismo sentimiento de naufragio, de mundo a la deriva que late en los escritos de muchos de sus contemporáneos: en las novelas de Robert Musil o de Marie von Ebner Eschenbach, en los poemas de Hofmannsthal, en los relatos de Hermann Broch, Stefan Zweig o Karl Kraus, quien incluso llegó a certificar su muerte: Bienvenido sea el caos porque el orden ha fracasado”. Pues bien, en ese clima, concluye María José Villaverde, “mujeres y judíos jugaron el papel de chivos expiatorios”[12] (cont.).

TOMÁS MORENO



[1] Otto Weininger, Geschlecht und Charakter. Eine prinzipielle Untersuchung, edit. Wilhem Braunmüller, Wien und Leipzig, 1923. Se publicó en mayo de 1903, cinco meses antes de suicidarse. Citamos en adelante por la traducción castellana de la tercera edición alemana, de Felipe Jiménez de Asúa,: Otto Weininger, Sexo y carácter, Península, Barcelona, 1985. Todas las citas que incluimos en este ensayo remiten a esta edición con las siglas SYC, seguida del número de página. 
[2] Joachim Riedl, Viena infame y genial, Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1995.
[3] Ibíd., p. 96.
[4] Ibíd., pp. 96 - 97.
[5] Sobre la Viena de Weininger, además de la citada obra de Riedl, véanse : Carl E. Schorske, Viena, Fin-de-Siècle: Politics and Culture, Vintage, Nueva York, 1981, trad. cast., Gili edit., Barcelona, 1981; Allan Janik y Stephen Toulmin, Wittgenstein`s Viena, Weidenfeld Nicolson, Londres 1973, versión cast.: La Viena de Wittgenstein, trad. de I. Gómez de Liaño, Taurus, Madrid, 1974. Sobre la historia social e intelectual de la cultura vienesa véase William M. Johnston, The Austrian Mind: An Intellectual and Social History 1848-1938, University of California Press, Berkeley, 1972.
[6] Cf. Hermann Broch capítulo dedicado a  “Hugo von Hofmannsthal y su tiempo”, en  Dicten und Erkennen, Zurich, 1955 (citamos por la edición francesa: Création litteraire et connaissance, París, 1966, p. 86).
[7] Las tertulias literarias de la Viena de fin de siglo se reunían en el famoso café Griensteidl. Los cafés eran toda una institución que hacían de Viena un lugar diferente de Londres, París o Berlín: confortables, bien amueblados -sus mesas de mármol eran características- se habían convertido alrededor del 1900 en clubes de carácter informal, en los que la adquisición de una taza de café daba derecho a permanecer en el establecimiento durante el resto del día y a recibir cada media hora, un vaso de agua en bandeja de plata. El uso de los diarios, las revistas, las mesas de billar y los juegos de ajedrez no suponía ningún coste adicional, y otro tanto sucedía con las plumas, la tinta y el papel con membrete. Los parroquianos podían solicitar que el correo les fuera enviado a su cafetería favorita; se les permitía dejar allí las ropas con las que se vestirían por la noche. Algunos como el citado café Griensteild, disponían de vastas enciclopedias y libros de consulta para los escritores que usaban sus mesas como lugar de trabajo. Cf. Peter Watson, Historia Intelectual del siglo XX, Crítica, Barcelona, 2002. pp. 39-51.
[8] Para Emile Durkheim la Viena finisecular ocupaba el centro de la “zona de suicidios de Europa”. Era un laboratorio perfecto en el que poner a prueba su teoría del suicidio anómico, efecto de desintegración normativa y de infelicidad social. Cf.: William M. Johnston, The Austrian Mind: An Intellectual and Social History 1848-1938, op. cit.
[9] José Jiménez, La Torre de Babel (Viena fin-de-siglo como ejemplo del presente), en  La vida como azar. Complejidad de lo moderno”, Mondadori, Madrid, 1989, pp. 126-127.
[10] Lugar mítico en el que el gran escritor austríaco R. Musil desarrolla su gran obra narrativo-ensayística El hombre sin atributos (Der Mann ohne Eigenschaften), una de las cimas de la novela europea del siglo XX, cuyos dos primeros volúmenes, fruto de diez años de trabajo, fueron publicados en 1930 y en 1933. 
[11] La monarquía austríaca, denominada la monarquía del “doble”, ostentaba los calificativos de “Imperial y Real” (Kaiserlich und Königlich) por la condición de emperador de Austria y rey de Hungría de su titular Francisco José.
[12] María José Villaverde, “Sexo y carácter” (en el centenario de Weininger)”, “El País”, 4 de octubre de 2003. La autora, gran conocedora de su pensamiento y obra, es historiadora y catedrática de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid.


Otto Weininger o la nulidad ontológica de la mujer, Tomás Moreno


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