martes, 5 de marzo de 2019

BREVE SÍNTESIS DE SEXO Y CARÁCTER. (PRIMERA PARTE)


Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos, siguiendo con el estudio sobre Otto Weiniger, una nueva entrada del filósofo, Tomás Moreno, que lleva por título: Breve síntesis de sexo y carácter (primer parte)


Breve síntesis de sexo y carácter (primer parte), Tomás Moreno



BREVE SINTESIS DE 

SEXO Y CARÁCTER. (PRIMERA PARTE)



Breve síntesis de sexo y carácter (primer parte), Tomás Moreno


                “Groseramente expresado, el hombre tiene un pene, 
pero la vagina tiene una mujer” 

(Sexo y carácter, O. Weininger)



El libro de Otto Weininger se divide en dos secciones, precedidas de un prólogo. La primera, “preparatoria”, titulada La diversidad sexual, consta de una introducción y seis capítulos, y contiene la parte biológica y psicológica; la segunda o “principal” según su autor, que lleva por título Los tipos sexuales, mucho más extensa, tiene catorce capítulos y en ella considera Weininger puntos más especiales de psicología (y filosofía) y expone su doctrina caracteriológica, ética y metafísica.
            La arquitectura de su obra es peculiar: en tanto que científico trata de elucidar el problema de los sexos, en tanto que filósofo, intenta entrelazar este tema central con las más diversas cuestiones de la cultura: con cuestiones de filosofía, lógica, ética, estética, psicología, etc. Desde los primeros renglones de su obra enuncia Weininger su intención principal: tratar el problema nuclear de la caracterización psicológica de los sexos, la relación entre los sexos, bajo una luz nueva y definitiva. Para tratar de reducir a un único principio la diversidad entre ambos y así “compendiar todas las contraposiciones entre el hombre y la mujer en un sólo y único principio”, según confiesa en su Prólogo, recurre, para ello, a las diferencias psicológicas entre hombre y mujer.
Breve síntesis de sexo y carácter (primer parte), Tomás Moreno

            Muy sintéticamente, las principales tesis y temas tratados en esta Primera parte derivan del tema central que trata de exponer, argumentar y demostrar en esta primera parte y a lo largo de los dos primeros capítulos (“Hombres y Mujeres” y “Arreniplasma y teliplasma”) es el de la bisexualidad e intersexualidad inherente y originaria de todos los seres u organismos vivos. Sostiene en ella Weininger que los seres humanos no pertenecen exclusivamente a un único sexo diferenciado, sino que poseen rasgos de ambos: “no existen seres vivos de los que se pueda afirmar que son unisexuales y de sexo determinado. La realidad muestra, por el contrario, una oscilación perceptible entre dos puntos; ningún individuo, ni siquiera empírico, puede ser catalogado en tales puntos concretos, pues todos los seres ocupan un lugar entre ellos” (SYC, p. 28).
            A partir de esa primera tesis, Weininger intenta explicar el carácter humano sobre la base de mezclas relativas de componentes masculinos y femeninos. Es su teoría de los “grados sexuales”. A su juicio, todos los individuos podrían alinearse a lo largo de una línea continua de “x” partes de masculinidad e “y” partes de feminidad, de tal modo que el aumento de un componente siempre iría ligado a la disminución del otro. Inspirándose en las investigaciones de su época y concretamente en Havelock Ellis trata de establecer una teoría de las propiedades anatómicas y fisiológicas de los tipos sexuales y de construir una teoría biológica explicativa de las diferencias sexuales manifestada en la existencia de los diferentes grados de masculinidad y feminidad. Llega a negar la existencia de formas extremas  o puras: no hay, en rigor, sino formas intermedias. Existen, pues, gradaciones innumerables entre el hombre y la mujer, es decir distintas “formas intersexuales” Podemos imaginarnos como tipo sexual un hombre ideal H y una mujer ideal M, que en realidad “no existen”, sólo existen “los posibles grados intermedios entre el hombre perfecto y la mujer perfecta” (SYC, p. 26)[1].   Sostiene Weininger, incluso, que los hechos empíricos demuestran que ni siquiera en el nivel celular es posible discernir las características sexuales. La sexualidad no se limita a determinados órganos, sino que se extiende, con diferente graduación, a todas las células del cuerpo, pudiendo ser, en ciertas partes, más masculina, y en otras, más femenina: “toda célula del organismo está caracterizada sexualmente y tiene un determinado tono sexual” las cuales presentan un tono sexual más o menos marcado en cuanto a su masculinidad o feminidad” (SYC, p.31). En realidad, no hay para él hombres ni mujeres, sino individuos en los cuales lo masculino y lo femenino se mezclan en distintas proporciones, constituyendo una serie donde se dan todos los grados y sólo faltan el hombre y la mujer absolutos, típicos. Pero estos ejemplares típicos, ausentes de la realidad temporal en la que sólo existen los tipos contingentes y mixtos que pueblan el mundo, deben ser construidos, configurados intelectualmente a la manera de esencias platónicas:
“El macho y la hembra […] se mezclan en diferentes proporciones, sin que el coeficiente de una de ellas llegue a ser nunca cero, y que se distribuyen en los individuos vivientes. Podría afirmarse que en la práctica no hay machos ni hembras, sino tan sólo seres varoniles o femeniles” (SYC, p.27).
           
            En su teoría de los grados sexuales  encuentra Weininger el fundamento para establecer la ley de la atracción entre los sexos al afirmar que al hallarse la masculinidad y la feminidad distribuidas en las más diferentes proporciones en los seres vivos le llevó “al descubrimiento de una ley natural desconocida, que sólo fue entrevista por un filósofo (Schopenhauer en su “Metafísica del amor sexual”), la ley de la atracción sexual” (SYC, p. 42). Esta temática es desarrollada en los capítulos 3º y 4º. En todos los seres vivos sexualmente diferenciados existe una atracción recíproca dirigida a la cópula entre machos y hembras. En el lenguaje corriente se dice refiriéndose a dos personas: “están hechas una para otra”[2]. También ocurre lo contrario: ciertas personas del otro sexo pueden ejercer sobre un individuo incluso una acción repelente:

Breve síntesis de sexo y carácter (primer parte), Tomás Moreno
“Ocurre, en efecto, que cada tipo de hombre posee su correlativo en la mujer que actúa sobre él sexualmente y viceversa.” Debe existir una ley que rija esa acción: “Los opuestos se atraen”. Esa fórmula es excesivamente general y no puede ser formulada en forma matemática” (SYC, p. 43).
           
            La ley de la atracción tiende, pues, a unir individuos que se complementen y establece que en la unión sexual tienden siempre a reunirse un hombre completo (H) y una mujer completa (M), aun cuando en cada caso se hallen distribuidos en proporciones diferentes en los dos individuos en cuestión. Cada individuo posee tanta masculinidad como le falta de feminidad: cuando es totalmente masculino necesita un complemento totalmente femenino y al contrario (p. 43). Si se representa por H y M respectivamente el hombre tipo (H) y la mujer tipo (M), un varón constituido por ¾ de H y ¼ de M procurará unirse a una mujer en cuya composición entren ¼ de H y ¾ de M. De este modo, un varón femenino en una proporción de 3:4 se sentiría atraído por una mujer masculina en una proporción de 3:4, y así sucesivamente. Es una ley muy sencilla de reciprocidad, que no hace sino precisar una difundida opinión popular y que, por otra parte, supone una correspondencia mutua en la atracción. Para los casos concretos ha formulado otra ley matemática mucho más complicada, que tiene en cuenta factores omitidos en la ley principal (SYC, p. 44).
            Se debe prescindir del factor estético de la belleza pues éste no interviene como se cree normalmente. Sucede frecuentemente que un individuo está prendado de una determinada mujer, enloquecido a consecuencia de su belleza extraordinaria y fascinante, mientras para otros no posee ningún atractivo   pues para ellos aquella mujer no significa “su” complemento sexual (su “media naranja”). La atracción sexual debe llegar al máximo cuando “uno de los individuos posea tanta masculinidad como feminidad contiene el otro”. Goethe se refería a esto con la expresión “afinidades electivas” (SYC, p. 49)[3]. La ley de la afinidad sexual muestra, además, que la descendencia es más vigorosa y sana cuando procede de individuos en los que la atracción sexual recíproca alcanza el grado máximo. He aquí por qué las gentes suelen hablar con especial entusiasmo de los “hijos del amor” y se cree que éstos son los mejores y más bellos (SYC, p. 54-56). Con ello Weininger se muestra totalmente partidario –frente al amor libre o el matrimonio por conveniencia- del matrimonio por amor[4].
            El capítulo siguiente (V “Caracteriología y morfología”) trata de encontrar una correspondencia  del principio de los grados intersexuales en el campo de la morfología y fisiología de la mujer y del hombre, elevándolo a principio heurístico de las diferencias individuales. La conclusión a la que llega puede resumirse en este tipo de asertos:
Cuanto más femenina es una mujer tanto menos comprenderá al hombre, y cuanto más intensa sea la acción que éste ejerza sobre sus cualidades sexuales mayor impresión de hombre le producirá.” Por el contrario: “cuanto más varonil sea un individuo menos comprenderá a la mujer, y, sin embargo, tanto mayor impresión le causarán las mujeres por su aspecto exterior, por su feminidad”. Los hombres afeminados son “conocedores de mujeres” saben tratarlas mucho mejor que los varoniles (SYC, p.67)[5].

Breve síntesis de sexo y carácter (primer parte), Tomás MorenoH. Moreno ha puesto de manifiesto la contradicción o paradoja en la que cae Weininger. Llama la atención, señala, cómo a lo largo de esta primera parte la “bisexualidad originaria” -su punto de partida, descrita al principio como una especie de “indiferenciación” en virtud de la cual en un mismo individuo se reparten de manera aleatoria características de uno y otro sexo en proporciones impredecibles y que le lleva a cuestionar la diferenciación entre hombres y mujeres (“¡no hay machos ni hembras!”)- va difuminándose poco a poco hasta convertir, en la segunda parte, el centro de su reflexión en la existencia de dos sustancias distintas e inconmensurables y en el significado de la diferencia sexual, negando así la unidad de hombres y mujeres en una misma esencia material. Así “conforme Weininger desarrolla su argumento, la bisexualidad de la pareja humana va transcurriendo, desde una descripción donde hombres y mujeres comparten las características de los dos sexos –en una especie de continuum cuyo centro es indiscernible- hasta una atribución diferencial donde se pretende separar con una navaja muy filosa los significados esenciales de lo femenino y lo masculino”[6].
            Tal contrasentido, sostiene con razón H. Moreno, tiene profundas resonancias en la cultura del Romanticismo, en particular en la recurrencia al mito andrógino[7]: en efecto, como en la fábula aristofánica del Simposio platónico[8], en Weininger feminidad y masculinidad, no son rasgos que se deriven de la experiencia de mujeres y hombres, sino constructos ideales o valores preexistentes a la mera definición de mujer o de hombre: la paradoja, tanto para la figura del andrógino como para la entidad intersexual weiningeriana, es que la unidad humana se disocia en dos sustancias perfectamente distinguibles, organizadas entre sí a partir de una estructura jerárquica donde precisamente lo que no hay es complementariedad. Si no se admitieran los tipos de hombre y de mujer ideales se carecería de una unidad de medida aplicable a la realidad.

TOMAS MORENO


[1] Eva Figes comenta: “Un poco como Jung, cuyo pensamiento tiene más en común con la filosofía alemana que con la ciencia empírica, Weininger comienza con una suposición similar a la de ánimo y anima, es decir, “la existencia de un hombre ideal, H, y una mujer ideal, M, como prototipos sexuales, aun cuando en realidad tales prototipos no existan realmente”. Los hombres son machos y las mujeres hembras, pero toda persona lleva en ella algo del sexo opuesto, y a veces más que algo. Los hombres judíos se pasan un poco en ese algo femenino, y las mujeres intelectuales o las que piden la emancipación tienen en su constitución una amplia proporción de masculinidad. (Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, op. cit. p. 139).
[2] Este es su punto de partida: “cada individuo tiene, respecto al otro sexo, un gusto determinado. Todas las mujeres amadas por algún hombre famoso ofrecen notables semejanzas: la figura, el rostro, y se extiende también a los más pequeños rasgos, “pudiéramos decir incluso que hasta las uñas de los dedos” (SYC, p. 42).
[3] Así explica W. el hecho del adulterio, como algo perfectamente natural e inevitable: “Cuando se unen dos individuos que según nuestra fórmulas se avienen mal, y más tarde se presenta el verdadero complemento de alguno de ellos, se observa una tendencia a abandonar la precaria unión anterior, obedeciendo a una necesidad regida por una ley de la naturaleza. Entonces se produce el “adulterio”, suceso tan elemental, fenómeno tan natural como pueda serlo el hecho de que cuando se ponen en contacto una molécula de HOH, los iones SO4 abandonan inmediatamente los iones Fe para unirse a los iones K. Sería ridículo que alguien pretendiera aplaudir o criticar a la naturaleza cuando intenta igualar una diferencia de potenciales” (SYC, p. 53).
[4] El hecho de que entre los judíos –afirma nuestro autor- sea mucho más frecuente que en otras razas “el acuerdo de los matrimonios por terceras personas, sin intervenir para nada el amor, no debe ser ajeno a la degeneración física de los semitas de hoy día” (sic). (Ibíd)
[5]Se extiende W. en la necesidad de educar las formas intersexuales de manera más individualizada, no uniformar los seres que son diferentes: el hecho de dedicar a las niñas a trabajos manuales y a los niños a otros tipos de juegos […] desatendiendo los grados intermedios: niños que les gusta jugar con muñecas, coser, tejer, vestir prendas femeninas y viceversa. Tras la pubertad “reprimida” se rompen las cadenas: “las mujeres varoniles se hacen cortar los cabellos, prefieren vestimentas que semejan las masculinas, estudian, beben, fuman y se dedican al alpinismo o a la caza; los hombres afeminados dejan crecer sus cabellos, se interesan por las toilettes de las mujeres, hablan con ellas acerca de las modas, y son panegiristas entusiastas de las puras relaciones amistosas entre los dos sexos, y así, los estudiantes afeminados mantienen íntima camaradería con los del sexo opuesto
[6] Hortensia Moreno, Femenino y masculino en las ideas de Otto Weininger, en Rossana Cassigoli (Coord.), Pensar lo femenino. Un itinerario filosófico hacia la alteridad ,  Anthropos, Barcelona, 2008, 134
[7] Ibid, p. 135.
[8] En la fábula aristofánica se habla de un tiempo inmemorial donde los andróginos coexistían con los dioses y eran, al mismo tiempo, esféricos, inmortales y autosuficientes (en lugar de carentes, divididos y menesterosos como los humanos). El principal rasgo de esa perfección es una naturaleza dual: cada andrógino tenía un solo cuerpo, pero genitales dobles, dos cabezas, cuatro extremidades. En castigo por nuestra soberbia, los dioses nos cortaron en dos y desde entonces anhelamos encontrar nuestra mitad perdida, y ése es el origen del amor (SYC, pp. 118-156). Para el tema de la androginia véase bibliografía en infra




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