martes, 19 de marzo de 2019

SEXO Y CARÁCTER. DOS HERMENÉUTICAS: LA ANDRÓGINA CLÁSICA Y LA GNÓSTICO-CRISTIANA


Continuando con el análisis de Sexo y carácter, de Otto Weininger, traemos el post titulado, Sexo y carácter, dos hermenéuticas: La andrógina clásica y la gnóstico cristiana, por el profesor y filósofo Tomás Moreno, para la sección, Microensayos, del blog Ancile.


Sexo y carácter, dos hermenéuticas: La andrógina clásica y la gnóstico cristiana, Tomás Moreno



 SEXO Y CARÁCTER. DOS  HERMENÉUTICAS: 

LA ANDRÓGINA CLÁSICA Y LA GNÓSTICO-CRISTIANA




Sexo y carácter, dos hermenéuticas: La andrógina clásica y la gnóstico cristiana, Tomás Moreno



Un texto de los inicios  de su Ensayo –casi en el comienzo del mismo, en el capítulo Primero de la Primera parte de su obra (“Machos y hembras”) - Weininger nos ofrece ya una pista o clave interesante a la hora de llevar a cabo una interpretación de esta doctrina. En él, Weininger nos remite a dos tradiciones hermenéuticas, o constelaciones míticas, que tienen que ver con el núcleo de su mensaje: el de la de la bisexualidad innata y originaria de todos los seres vivos y la necesidad de retornar a las mismas:

“La idea de bisexualidad de todos los seres vivos (sin que jamás se presente una completa diferenciación sexual) es antiquísima. Es posible que los mitos chinos no hayan sido ajenos a ella, pero de cualquier modo alcanzó mayor desarrollo en Grecia. Pruebas de ello son la personificación del hermafrodita como una figura mítica, la narración de Aristófanes en el festín platónico y, en tiempos posteriores, la secta gnóstica de los Ofitos que representaba al hombre primitivo con caracteres masculinos y femeninos al mismo tiempo” (SYC, p. 29).

            La primera tradición alude al mito pagano clásico y renacentista del andrógino, la segunda nos sitúa en la tradición religiosa gnóstico-cristiana de los ofitos u ofitas[1], o de los gnósticos cristianos en general. Ambas participan del mismo objetivo y de la misma temática –la nostalgia de la bisexualidad perdida-  pero el modo de recuperarla así como su significación y sentido son muy diferentes.
            H. Moreno[2] ha analizado magistralmente a este tema mítico subyacente a lo largo de su libro. En su opinión, la figura del andrógino será desarrollada por el Romanticismo a partir del conocido mito platónico del Simposio, narrado por Aristófanes, que  remite sin duda a una tradición de la que el Renacimiento es una clara secuela: la tradición de la androginia, a la que podría añadírsele su otra cara, la de la figura del hermafrodita (tal y como aparece en la Metamorfosis de Ovidio)[3]. Figuras ambas que, en distinta forma y sentido, se vincularían con la idea weiningeriana de intersexualidad o bisexualidad originarias: presencia simultánea de caracteres de los dos sexos en una conciencia descarnada, espiritual, sin cuerpo (en el primer caso) o en un cuerpo material (en el segundo) con la intención lograda de esclarecer la importante cuestión del contexto desde donde se sitúa y desde donde parte Weininger.
Sexo y carácter, dos hermenéuticas: La andrógina clásica y la gnóstico cristiana, Tomás Moreno

            La exposición de Weininger giraría en torno a la definición y esclarecimiento del binomio masculino-femenino como una supuesta conjunción de rasgos presentes, en equilibrios diversos, en todas las personas, para luego desembocar en una contraposición esencial e incompatible entre hombre y mujer donde la pertenencia al sexo femenino estaría determinada por la carencia ontológica (“la mujer es nada”), mientras que el hombre vendría caracterizado por el ser. De esta manera, apunta H. Moreno, Weininger reinscribe la diferencia sexual que antes había tratado de desvanecer o disolver en una totalidad sintética.
            Se restablece así una distinción básica del binomio masculino/femenino, que se concreta en una serie de oposiciones binarias vinculadas con él y expresivas de las categorías esenciales de ambos: espiritual/material, alma/carne, cultural/naturaleza, racional/irracional, humano/animal, superior/inferior”[4].     La feminidad quedará así establecida como el factor que ata al hombre con lo  efímero: el cuerpo, el nacimiento, la sexualidad, la precariedad de la vida, la podredumbre[5]. El horror a lo femenino en Weininger –concluye H. Moreno- es el horror al cuerpo y a la sexualidad, esto es: el horror a la muerte. De ahí su machacona insistencia en el tema de la inmortalidad sólo asequible al espíritu y de la que nos priva trágicamente su unión inevitable con lo femenino: el sexo; pero el problema de la muerte no es sólo la extinción de la vida, sino el enfrentamiento con el sinsentido: la feminidad, asimilada a lo material, a lo corpóreo, a la naturaleza, representa el caos, la ausencia del logos, la orfandad humana de asideros racionales[6].
            La segunda hermenéutica nos remite a otra tradición andrógina, no menos documentada y latente a lo largo de las páginas de su libro: una tradición que se remonta a los primeros gnósticos cristianos (influidos evidentemente por el pensamiento platónico). El cristianismo -recuerda H. Moreno siguiendo a Estrella de Diego-[7] “desarrolla este motivo en diversos momentos doctrinales donde se exacerba el horror a la carne, identificada con el pecado, el demonio y, por supuesto, la feminidad. En san Pablo y en el Evangelio de Juan, la androginia es considerada una de las características de la perfección espiritual pues señala una trascendencia del mundo físico; esto se refleja en numerosas representaciones andróginas de Cristo, donde tal característica se relaciona con la capacidad masculina para la maternidad”[8].
Sexo y carácter, dos hermenéuticas: La andrógina clásica y la gnóstico cristiana, Tomás Moreno            En efecto, la similitud de los temas, símbolos, expresiones y de los mitologemas gnósticos con numerosas ideas y pasajes de la obra de Weininger es altamente reveladora y sintomática[9]. No olvidemos que el tema del gnosticismo y de los gnósticos estuvo muy de moda en los ambientes culturales de Alemania, Austria y Suiza finiseculares[10]. La referencia a las palabras que Cristo dirigió a Salomé, que hace nuestro joven y recién converso autor, pertenecientes a un texto de Clemente de Alejandría (SYC, p. 338), representante post-apostólico de un esoterismo cristiano ortodoxo, de una verdadera gnosis cristiana, puede ser una pista apreciable (posteriormente citará también a Gregorio de Nisa y los escritos del seudo Dionisio el Areopagita). Su alusión expresa a los ofitos u ofitas[11] -secta gnóstica que que representaba al hombre primitivo con caracteres masculinos y femeninos al mismo tiempo- al final del capítulo primero de la Primera parte, es otra y ciertamente significativa.
            En efecto, para los gnósticos[12] la gnôsis (conocimiento salvador) se oponía a la vulgar pistis (creencia); se puede llamar gnosis o gnosticismo a toda doctrina o actitud religiosa fundada en la teoría o en la experiencia de la obtención de la salvación por el conocimiento. La gnosis traduce siempre una necesidad individual o colectiva de salvación o de liberación, obtenida en el curso de una iluminación que es regeneración y divinización del sujeto que la experimenta. El gnóstico se salva, pues, mediante el conocimiento. Pero ¿de qué necesita o debe ser salvado?: para la mayoría de las sectas gnósticas el hombre debía ser salvado de la materia, de su cuerpo, de la carne, de la sexualidad, del mundo material y de la existencia sensible en general: “No tengáis piedad de la carne nacida de la corrupción –proclama una oración cátara- pero apiadaos del espíritu aprisionado en ella”[13].
Sexo y carácter, dos hermenéuticas: La andrógina clásica y la gnóstico cristiana, Tomás Moreno

            El gnóstico es radicalmente dualista y ofrece, por tanto, una valoración negativa del cuerpo y del mundo. El gnóstico considera su cuerpo como la “prisión” donde se halla cautivo su auténtico yo. La existencia sensible es el mal: el hecho mismo de existir es la condena a la que el hombre ha sido destinado por un demiurgo malo. Arrojados a este mundo nos sentimos ajenos al mismo, exiliados, extranjeros en este mundo terrenal y temporal sintiendo la nostalgia lacerante de la patria original de la que ha caído y anhelando su liberación: el retorno a la misma. El problema del gnóstico es saber de qué modo su alma –que es una chispa divina extraviada en la tierra- podrá retornar a las regiones superiores desde donde ha caído. Mas la angustia del gnóstico es que el alma, que pasa perpetuamente de prisión en prisión corporal, está sometida a incesantes reencarnaciones, la misma angustia que siente Weininger ante el sometimiento de hombres y mujeres a la esclavitud del sexo y de la reproducción.
            Es el mismo dualismo que recorre, como hemos visto, todas las páginas de Sexo y carácter: cuerpo y alma, sexualidad y castidad, vida inferior animal y vida superior espiritual, mujer y hombre. El elemento masculino y el  femenino tomados “en sí”, en estado puro (como ideas platónicas o arquetipos) son los dos polos antagónicos de la existencia de la humanidad. En esta tipología, Weininger descubría su principio divino en un ser ideal masculino (genial), que supera su corporalidad por medio de la ascesis. “El hombre puro es la imagen de Dios”, representa la encarnación de un principio sobrenatural, la creación, lo positivo, la luz. El polo femenino identificado con el cuerpo, la materia, el mal, representa, por el contrario su negación, el polo opuesto de la naturaleza divina del varón, la otra posibilidad degradada de la humanidad: la “mujer-materia-animal”[14]. La mujer no es más que un caos de emociones, la expresión de la nada, que tiende sin tregua con su caótica irracionalidad, a convertir en vana toda conquista de la razón. La mujer es materia, el hombre es espíritu.
            Tal repugnancia respecto del cuerpo concluye, en el gnóstico, en la idea de que el cuerpo es algo “ajeno” a nosotros mismos y que debemos soportar: es comparado con un “cadáver”, con una “tumba”, con una “prisión”, con un “compañero indeseable”, intruso, adversario, instrumento de humillación y de sufrimiento que atrae al espíritu hacia abajo, en el degradante olvido de su origen. Expresa así una repugnancia invencible respecto de las diversas manifestaciones de la sexualidad ordinaria, condena todo deseo carnal, toda relación sexual (aun dentro del matrimonio el comercio carnal es una mancha), y, en general, repudia los principales acontecimientos de la vida corporal (fecundación, nacimiento, enfermedades, vejez y muerte). La misma repugnancia que manifiesta Weininger, como ya hemos suficientemente comprobado, por la sexualidad, por el coito y la fecundación:

“La fecundidad es simplemente repugnante, y nadie que quiera responder sinceramente a la pregunta, podrá decir que siente como un deber cuidar de que perdure la existencia de la especie humana. Y lo que no se siente como deber no es deber” (SYC, p. 339).
           
TOMÁS MORENO



[1] Los ofitas, como su nombre indica (ophitai u ophianoi, del griego ophis ; nahasch en hebreo) eran adoradores de la serpiente . Esta fue tomada por los gnósticos de los misterios del paganismo, pero fue identificada con el Lúcifer del Génesis : la serpiente era considerada un mensajero del Dios de la luz y hasta como este Dios mismo, como el Logos.
[2] Cf. H. Moreno, Femenino y Masculino en las ideas de Otto Weininger, en Rossana Cassigoli (Coord.), “Pensar lo femenino. Un itinerario filosófico hacia la alteridad,  Anthropos, Barcelona, 2008 pp. 144-156.
[3] Sobre el tema del ideal andrógino, la androginia griega, la místico-gnóstico-cristiana y la androginia ritual véanse: Carl Gustav Jung, La Psicología de la Transferencia, especialmente capítulos V y VI pp. 98-106 y 108-117; Norman O. Brown, Eros y Tanatos. El sentido psicoanalítico de la historia, Editorial Joaquín Mortiz, México, 1967, pp. 159-161.; Mircea Eliade, Mefistófeles y el andrógino, Guadarrama, Madrid, 1969, pp.131-145. Para la androginia en la literatura del XIX y en el Romanticismo véase: Mircea Eliade, ibíd, pp. 124-130. Es un clásico del tema: Marie Delcourt, Hermafrodita, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1970. Para su presencia posmoderna en las imágenes artísticas, literarias, en el cine, la fotografía, el vídeo y la música del siglo XX y su función ideológica véase: Estrella de Diego, El Andrógino sexuado. Eternos ideales, nuevas estrategias de género, La balsa de la Medusa, Visor, Madrid, 1992.
[4] H. Moreno op. cit., pp. 148-149
[5] Ibíd., p. 149.
[6] Idem.
[7] Estrella de Diego, El Andrógino sexuado, op. cit, p. 27.
[8] H. Moreno, op. cit., p. 151. Y siguiendo a Kari Weil –Androgyny and the Denial of Difference,, University Press of Virginia, 1992, p.64) afirma que la androginia también se volverá central en las versiones renacentistas de la filosofía hermética: “En algunos relatos se describe al Adán primigenio como alguien que tenía un cuerpo inmaterial y era andrógino, pero su caída lo precipitó dentro del grosero mundo de las cosas, donde hay elementos físicos y sexuales, separados y conflictivos” (Ibid., p. 151).
[9] Recordemos que el gnosticismo presenta innegable afinidad con el romanticismo como indica Simone Pètrement, Le dualisme chez Platon, les gnostiques et les manichéens, P.U.F. París, 1947, p. 129): “(…) el sentimiento que aparece en ella (en la gnosis), casi en todas partes, es el sentimiento romántico por excelencia: el sentimiento de los límites del destino y el deseo de romper esos límites, de quebrar la condición humana, de evadirse de todo”). Ideas gnósticas aparecen en los escritos de importantes poetas y escritores inmediatamente anteriores o coetáneos del joven pensador vienés: en románticos como William Blake, Gerard de Nerval, Victor Hugo; en los simbolistas de la segunda mitad del siglo XIX: Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Lautremont y, también en el surrealismo (Breton, sobre todo).
[10] Sobre la presencia del gnosticismo en el ambiente cultural germano finisecular véase: Richard  Noll, Jung. El Cristo ario, Vergara, Barcelona, 2002
[11] Sexo y Carácter, op. cit., p.29. Según Aurelio de Santos los gnósticos ofitas sostenían la creencia según la cual la transgresión de Eva consistió en un pecado sexual, concretamente en un adulterio cometido con la serpiente del Paraíso (tanto en griego como en hebreo, ophis (serpiente) es de género masculino. (Los Evangelios Apócrifos, B.A.C., Madrid, 1975, nota 79, p. 158).
[12] Los gnósticos, eran sectas heréticas de los primeros siglos del cristianismo (una especie de sincretismo teológico-místico cristiano-griego y oriental radicalmente dualista) entre los que destacaron marcionitas, basilidianos, carpocracianos y valentinianos, abominaban de su cuerpo –expresión de la caída ontológica de la naturaleza humana- de la “carne”, de la sexualidad y de todos los eventos y acontecimientos de la vida corporal y sensual: nacimiento enfermedad , vejez y muerte. La existencia es, al igual que en el pensamiento budista, la concreción del mal y todo lo que favorezca su proliferación y perpetuación es rechazado y repudiado. Cátaros y albigenses en la época medieval continuarán esta doctrina sexofóbica. Para el tema gnosticismo y sexualidad, además del ya señalado de Simone Pètrement, veánse: Hans Leisegang, La gnose, traducción del alemán, Payot, París, 1951; Jean Doresse, Les livres secrets des gnostiques d’Egypte, Plon, París, 1958; Serge Hutin: Los gnósticos, traducción del francés, Eudeba, Buenos Aires, 1964; Hans Jonas, La religión gnostique, Flammarion, París, 1978; Francine Culdaut, El nacimiento del Cristianismo y el gnosticismo. Propuestas, traducción española, Akal, Madrid, 1996; Michel Onfray, El cristianismo hedonista. Contrahistoria de la filosofía II, Anagrama, Barcelona, 2007, pp. 13-74. Vid. supra, nota p. 24.
[13] Texto maniqueo citado por S. Pétrement, Le dualisme chez Platon, les gnostique et les manichéens, op. cit. p. 185.
[14]Para el gnóstico existen dos grandes razas de hombres: los que saben (los espirituales), destinados a la salvación en el mundo trascendental y los que están sumidos en la ignorancia por su vinculación a la materia (los “hílicos” o materiales), que no pueden ser salvados pues están profundamente enraizados en la materia.[14]. En Weininger sólo los hombres (seres “espirituales”) pueden acceder a la vida superior del conocimiento y del saber, al mundo de lo espiritual y de lo trascendental. Por el contrario a las mujeres (seres “hílicos”) ese mundo y aquella vida les estarían radicalmente vedados.  



Sexo y carácter, dos hermenéuticas: La andrógina clásica y la gnóstico cristiana, Tomás Moreno

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