jueves, 14 de marzo de 2019

SEXO Y CARÁCTER (SEGUNDA PARTE) (“LOS TIPOS SEXUALES”)


 Se prosigue analizando la segunda parte de Sexo y carácter, de Weininger, en esta ocasión bajo el título: Los tipos sexuales, y todo redactado por el filósofo Tomás Moreno para la sección, Microensayos, del blog Ancile.


Los tipos sexuales, Tomás Moreno




SEXO Y CARÁCTER (SEGUNDA PARTE)

 (“LOS TIPOS SEXUALES”)



Los tipos sexuales, Tomás Moreno

La Segunda parte (“Los Tipos Sexuales”) consta de catorce capítulos. Se inicia con un capítulo, “El hombre y la mujer”, en el que se examinan los tipos sexuales. Sin embargo, para conseguir que su caracteriología hipotética funcionara, Weininger tenía que presentar tipos ideales (construidos como abstracciones o ideas platónicas) de masculinidad y feminidad (cap. I), puesto que, según su definición del problema, éstos ya no eran idénticos a los géneros observados, macho/hembra de la primera parte. Muy sumariamente a lo largo de estos catorce capítulos Weininger va a tratar de analizar y descubrir las diferencias entre la sexualidad masculina y femenina y sus divergencias intelectuales. Asociará así, como veremos, la masculinidad con la capacidad de discernimiento intelectual y la memoria (cap. II); con la genialidad, la moralidad, la voluntad y la religión (caps. III, IV y V); con el amor verdadero (cap. VI); con la identidad personal, el celo por la verdad y por el bien, el impulso a la trascendencia y el anhelo de inmortalidad (caps. VI, VII, VIII, IX, X) y por último, con la raza aria (cap. XIII) En cuanto a la feminidad, la vinculará a la credulidad y a la confusión mental; atribuyéndole la amoralidad, la impulsividad o instintividad y la irreligión; así como la carencia de Yo y de individualidad, la nulidad ontológica, la mendacidad, la tercería, la mutabilidad, la esclavitud al deseo sexual, la histeria y, como era de esperar, su vinculación al judaísmo. El capítulo XII desarrollará por extenso el tema de la naturaleza de la mujer y su significación en el universo. Pese a que Weininger concluía con un plan de redención (cap. XIV) según el cual judíos y mujeres podían llegar a situarse al nivel de los hombres, y los arios se reconciliaban con su naturaleza bisexual, lo cierto es que la mayor parte de las páginas de su enciclopédico libro estaban dedicadas a plasmar la polaridad básica, esencial entre hombre y mujer. De acuerdo con su teoría, todos los logros significativos de la historia –como el arte, la literatura y los sistemas legales- se deberían al principio masculino, mientras que el principio femenino sólo daría cuenta de los elementos negativos, que, según él, convergían en su totalidad en el pueblo judío. La raza aria es la encarnación del principio organizador fuerte que caracteriza al hombre, mientras que la raza judía personifica al “caótico principio femenino del no ser” (caps. XIII y XIV).
Los tipos sexuales, Tomás Moreno

            El capítulo XIV (“La mujer y la humanidad”) es uno de los más sorprendentes y herméticos de la obra. En él Weininger trata de “comprender el papel de la mujer en el mundo y el sentido de su misión en la humanidad” y lo aborda “desde el punto de vista de aquella idea de humanidad que late en la filosofía de Immanuel Kant” (SYC, p. 328). Lo que parece nuevo es la actitud y comportamiento del hombre que, influido por el judaísmo y la dionisíaca “cultura del coito”, acepta resignadamente el valor que las mujeres se atribuyen y le atribuyen (por su naturaleza la mujer sólo puede apreciar en el hombre la parte sexual). La castidad masculina es objeto de burla y “el hombre ya no siente a la mujer como pecado, sino como destino” (SYC, p. 330)[1]. En el acto sexual las mujeres descubren el sentido de su existencia, su destino vital: “el objeto principal de la mujer es practicar el coito, gracias al cual su existencia  se justifica” (SYC, pp. 329-330).
            Según Weininger el ideal de la virginidad y de castidad tiene su origen en los hombres y no en las mujeres. La mujer quiere “poder no ser casta”, pide y exige al hombre sexualidad y no virtud, porque sólo por la sexualidad ella adquiere una existencia. En el fondo no les satisface el elevado amor platónico del hombre porque “en realidad, no les dice nada”: “Que  la mujer pretenda el coito y no el amor, significa que quiere ser envilecida, no exaltada. El mayor enemigo de la emancipación de la mujer es la propia mujer” (SYC, p. 331). Y por ello ésta prefiere al hombre con instinto de brutalidad, y “se arroja en los brazos de quien tiene fama de Don Juan.: “Beatriz se impacientaría como Mesalina si se prolongara mucho tiempo las endechas del galán arrodillado ante ella” (SYC, p. 331). 
El coito no es inmoral porque produzca placer, ni porque sea el primero entre todos los goces de la vida inferior. El hombre tiene derecho a aspirar al placer, le hace más fácil y alegre su vida sobre la tierra, pero no está autorizado a sacrificar un mandato moral. Para el kantiano Weininger la radical inmoralidad del ímpetu sexual está en tomar a otra persona como medio, un pecado contra el principal mandamiento ético, que ordena considerar a los demás como fines y no como medios en desconocer prácticamente en ella su condición de fin:
 “El coito es inmoral porque en él se pospone el valor de humanidad, tanto en la persona de él como de ella, al placer. Durante el coito el hombre se olvida de sí mismo en el goce, y olvida a la mujer, la cual, para él ya no tiene una existencia psíquica sino tan sólo corporal. Pretende de ella un hijo o la satisfacción de la propia voluptuosidad: en ambos casos no ve en ella un fin, sino que la utiliza para un objeto ajeno a ella misma” (SyC, p. 332).

            Es decir: en el coito la mujer, privada de valor es sólo objeto o materia para el hombre, bien como fin de su deseo físico (para gratificar la propia lujuria, o como medio para producir criaturas de la carne), bien como soporte o pretexto de su proyección erótica ideal (representar puramente el Yo del amante). También la mujer, que es la misionera de la idea del coito, se utiliza ella a sí misma como un medio para ese fin: quiere al hombre para obtener el placer o un hijo y pretende ser utilizada por el hombre del modo adecuado a dicho fin: ser tratada como una cosa, como un objeto de su propiedad y nadie debe dejarse utilizar por otro como medio para un fin. El hombre puede intentar redimirla: ya que la mujer es realmente una función del varón, que él puede afirmar o abolir y las mujeres no quieren en realidad otra cosa (SYC, p. 333). La feminidad, estima Weininger, es un valor siempre negativo y debería ser negada y suprimida, incluso en las propias mujeres. Y si la feminidad es inmoral, la mujer debe dejar de ser mujer y transformarse en hombre. Pero –como entiende Weininger- es muy difícil que las mujeres, en tanto que mujeres, puedan emanciparse, pues si “ser mujer”, en efecto, es estar excluida de lo genéricamente humano (representado por el hombre), la pretendida inclusión en un ámbito tal, en términos de igualdad, no puede sino conllevar un cambio de identidad, un traspasarse a lo masculino desvirtuando así su naturaleza genuina.
            La redención de la mujer, y con ella de la humanidad, ocurrirá  únicamente  mediante la negación de lo femenino, mediante la completa anulación de la feminidad. En tanto que la mujer
Los tipos sexuales, Tomás Moreno
sentencia nuestro mesiánico filósofo- no deje de existir como mujer para el hombre, no dejará de ser mujer (SYC, p. 338), es decir: no podrá ser liberada o redimida. Y la condición para dejar de ser mujer, en opinión de Weininger, es que “renuncie sincera y voluntariamente” en su fuero interno a ese acto sexual –el coito- que toma a la mujer “tan sólo como una cosa y no como un ser humano vivo con procesos psíquicos internos” y que es como una cadena la ata al género humano a esa “vida inferior” que comparte con las hembras de las demás especies. Es decir, la mujer: tiene que desaparecer como tal, “y antes de que esto ocurra no existe la posibilidad de instalar el reino de Dios sobre la tierra” (SYC, p. 337 y 339).
Weininger se proclama, así, como el verdadero emancipador de la mujer, y aspira a liberarla de esa mortífera esencia femenina, a rescatarla de su condición de objeto sexual, de mero recipiente creador de vida y convertirla en un fin en sí mismo. Esta es la única posibilidad de redención para la mujer:
“El hombre debe redimirse del sexo, y sólo así redimirá a la mujer. Sólo su castidad, no su lujuria, como ella cree, es su salvación. La mujer perecerá como tal, pero surgirá de sus cenizas renovada, rejuvenecida, como ser humano puro […]. Mientras haya dos sexos el problema de la mujer persistirá y tampoco se resolverá antes el de la humanidad […]. La muerte continuará en tanto las mujeres paran, y la verdad no alumbrará hasta que de los dos sexos haya surgido un tercero que no sea hombre ni mujer” (SYC, p. 338).
           
            Solamente la continencia de ambos sexos o lo que es lo mismo: la abolición de los sexos, el cesar toda fecundación, puede llevar de nuevo al género humano a aquella idea kantiana de humanidad que lo hace partícipe de lo divino. Pero ello conllevaría un “pequeño problema”: que la humanidad desaparecería pronto de la faz de la tierra, la especie perecería. El objetivo que propone es, pues, triple: en primer lugar, la anulación de la mujer y su conversión o transmutación en hombre, mediante su total masculinización, esto es, su desaparición “qua mujer”, único paso que le permitiría ser lógica y ética; en segundo lugar, la abolición de la sexualidad, con la disolución de los sexos y la supresión de la fecundación, para concluir, en tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, en la desaparición misma de la especie humana tal y como la conocemos[2].

TOMÁS MORENO











[1] “Para persuadirse de esto”, explica Weininger, “basta considerar el juicio despectivo que las mujeres en cuanto “mujer” se forman respecto a la virginidad de sus compañeras de sexo: el estado de no casada o de vieja solterona es estimado por la mujer como muy inferior al de las casadas por muy desgraciadas que estas sean. Basta que una mujer esté casada para que su existencia haya adquirido valor y se les perciba como “seres superiores”; incluso las prostitutas, que han gozado de amantes, son estimadas en más. Ello explica, que “una mujer pueda hallar placer ante la presencia de una joven hermosa” (siempre que haya adquirido ella ya su propia existencia y no la perciba como posible rival)” (SYC, p. 330).
[2] Objetivos weiningerianos sobre los que alguna de las orientaciones más extremas del feminismo hodierno –más allá de las justas y legítimas reivindicaciones feministas del  proto-feminismo ilustrado y de la mayoría de los feminismos, de la primera, segunda y tercera olas- radicalmente opuesto al feminismo de la diferencia, debería contrastar con los suyos e incluso replanteárselos, no vaya a ser que su pretendida defensa de la mujer, su apuesta por su liberación y su reivindicación del igualitarismo absoluto de los sexos deriven, paradójicamente, en frontal hostilidad  hacia el sexo femenino, al tratar de suprimir o  borrar, como preconizaban el propio Weininger y algunas sectas gnósticas de la antigüedad, todas sus diferencias con el hombre varón -incluida su cualidad biológica más definitoria e intransferible: la maternidad- y propiciando, en consecuencia, su plena anulación y autodestrucción como sexo genética y biológicamente distinto y complementario del masculino; esto es: como sexo gestante de la vida humana. Como se constata y repite casi siempre: los extremos se tocan, identifican y confunden.


Los tipos sexuales, Tomás Moreno


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