Mostramos un poema, en versión de Enrique Tourever, del interesantísimo poeta ruso Arseni Tarkovski, padre del genial cineasta Andrei Tarkovski. Este poema fue incluido, entre otros, en el extraordinario film Zerkalo (El espejo) y que reproducimos como excusa de algunas reflexiones posteriores que iremos ofreciendo en diversas secciones en esta bitácora, mas no solo para comentar las relaciones peculiares entre la poesía y el cine, sobre todo para proponer un estudio de acercamiento sobre los mecanismos expresivos (lingüísticos, narrativos, poéticos, plásticos…) entre las artes, en principio, nada afines y que, sin embargo, confirman, en virtud de la singularidad del discurso poético, una vía común de entendimiento y de aprehensión de la realidad artística, la cual se mantiene en una no menos singular comunión con el mundo de lo que es y deviene en la existencia humana.
Vida, vida
1
No creo en el presentir, ni temo a las señales.
No huyo del veneno, ni de la calumnia.
En este mundo no hay muerte.
Todos son inmortales, todo es inmortal.
No temas a la muerte ni a los diecisiete, ni a los setenta.
Existe sólo la luz y la realidad.
No hay ni la oscuridad, ni la muerte en este mundo.
Estamos todos en la costa del mar.
Yo soy de los que van sacando redes
repletas, llenas de inmortalidad.
2
Morad en su casa para que no se derrumbe.
Puedo invocar un siglo cualquiera,
voy a entrar en él para construir una casa.
Es por eso que sus hijos y mujeres están conmigo
en la misma mesa, y la mesa es del bisabuelo y del nieto.
El futuro se realiza hoy,
y si levanto ahora mi mano
los cinco rayos con ustedes quedarán.
Cada día del pasado fue entibado
a fuerza de mis clavículas y hombros.
Medí el tiempo con una cadena del agrimensor
y lo atravesé como si fuesen los Urales.
3
Elegí el siglo a mi altura.
Fuimos al sur, levantando polvaredas sobre la estepa;
las malas hierbas humeaban, el saltamontes retozaba,
tocando las herraduras con su bigote y profetizaba,
y, como monje, me amenazaba con la muerte.
Até mi destino a la silla de montar,
también hoy, en tiempos venideros,
me levanto cual niño en los estribos.
Me basta con mi inmortalidad,
para que mi sangre fluya de siglo en siglo.
Por un rincón fiel del calor bien conservado
pagaría con mi vida obstinada,
mas su aguja voladiza
me lleva por el mundo, como el hilo de Ariadna.
Arseni Tarkovski
Gracias, amigo, por esta entrega tan interesante. Abrazos.
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