De la ponencia recientemente expuesta en la ESCO en este mes de febrero (Escuela Superior de Comunicación), he seleccionado un extracto por petición de algunos interesados que no pudieron acudir al acto y que querían conocer dicho trabajo. Expongo algunas consideraciones al respecto de la retórica y su incidencia en ámbitos que, cada vez con más frecuencia, superan sus dominios habituales de la oratoria, la literatura, la poesía y la misma publicidad, para comenzar a incidir en sectores y disciplinas en principio tan distantes como la la filosofía e incluso la ciencia.
RETÓRICA: HACIA UNA NUEVA EPISTEMOLOGÍA
¿LÓGICA VERSUS RETÓRICA?
I
PERMITIDME que tome en este grave y no menos complejo caso, si es de retórica lo que al fin y a la postre debatiremos, licencia para, en la medida de lo posible atenuar la convencional severidad, acritud y circunspección atribuidas al hierro de cuestión tan fascinante como intrincada, y manifiesta en las diferentes y profusas clasificaciones y taxonomías referentes a tal materia en los diferentes manuales destinos para tal fin. No hablaré sino puntualmente de este o aquel maestro preceptor y teórico que con su ciencia y genio ilustraron, pulieron, meditaron y clasificaron con razonable mayorazgo el ámbito de tan exquisito arte y rigurosas catalogaciones que abarcaron los corpus retóricos hoy doctrinalmente reconocidos. No obstante, bajo su tutela y amparo os ofrezco, en apresurada heterodoxia, estas modestas reflexiones que quieren ser, aun en sus seguras limitaciones, menoscabo de tan opima hacienda en tan escasa abundancia de estas humildes pesquisas y consideraciones.
Veréis que, aunque estudioso de la teoría y la praxis retórica, partiré de premisas algo distintas en tanto que, en modo alguno voy a llevar a cabo un despliegue, ni siquiera parcial, clasificatorio de las diferentes figuras y tropos a tenor de las compilaciones de rigor sobre tan compleja como amplia y numerosa materia; tampoco voy a establecer criterios comparativos de las retóricas aplicadas a la imagen publicitaria con las que de seguro estaréis más que suficientemente familiarizados, y que no creo que supusiesen novedad alguna a vuestros conocimientos académicos sobre tal disciplina.
Sí me gustaría que anduvieseis conmigo esta mañana por la senda siempre fascinante que ofrece el mundo de la retórica, mas, me placería que lo hicieseis con la misma franca heterodoxia con la que, en su momento, yo mismo entré cuando comenzaba a dar mis primeros, vocacionales y balbucientes pasos en el no menos extraordinario ámbito de la poesía.
Andando el tiempo, cuando contaba apenas quince tiernos añitos, balbuceaba yo en el mirífico (y después pude comprobar que también harto proceloso) mundo del verso, con mucho y entusiasta afán y poco y avisado conocimiento del complicado engrudo y entresijo que, al fin y a la postre, hacía funcionar el enigmático impulso que habría de materializarte en verdadero poeta. Tras furibundas pero muy meditadas lecturas de toda clase e índole de poemas y de poetas, decidí (creí que muy sensatamente) hacer acopio de toda aquella información que expusiese cualquier atisbo sobre los secretos mecanismos que pensaba accionaban los más extraordinarios poemas. Puede decirse pues, que entré a saco en las lecturas más diversas sobre temáticas tales como la métrica, la gramática y, desde luego, la retórica.
Centrándome en esta última disciplina, que es la que nos concierne en esta exposición, la cual quiere ser vertida para la ocasión en esta aula de estudios periodísticos, de imagen y, sobre todo, publicitarios.
Tengo que deciros que aquella ansiedad inicial por reconocer al menos los rudimentos, en principio, excelencias, posteriormente, que hacían funcionar tan excelsamente lo más granado de la producción de los más subidos poemas en voz de los más extraordinarios poetas, pronto acabó tornándose en decepción profunda al ir interiorizando el contenido teórico de aquellos tratados de métrica que, desafortunadamente en aquellos días, cayeron en en mis manos. Como digo la teoría encontró en mi concepción y práctica del poema un frontal y violento obstáculo que no acaba de adecuarse a ese instinto dinámico que nutría mi visión del arte poética.
Fijaos que, ahora, con mi formación jurídica (cursé estudios de Derecho), e impregnado por el saber propio de la disciplina de estudios comparados en Teoría de la Literatura y del Arte (en la cual finalmente habría de doctorarme), y con más de doce libros de poemas y varios estudios publicados sobre literatura, ciencia y poesía, soy un confeso enamorado de lo que, en su día, incipiente poeta, fue motivo de decepción profunda. En realidad os diré que aquello que provocó tan acerba incertidumbre fue la súbita iluminación de que aquellos tratados y aproximaciones teóricas sobre figuras y tropos revestían un carácter esclerotizado por mecánico. Al pasar el tiempo, ya algo más ducho en el ejercicio del arte poética, y viendo la dúctil espontaneidad en la que fluían de consuno los verdaderos poemas, pude constatar que el elemento retórico, extraído, posteriormente clasificado y diseccionado en la mesa de autopsias del (no obstante necesario) tratado retórico, llevaba ineludiblemente a la tergiversación, manipulación y enmascaramiento de su realidad viva, dinámica, orgánica dentro de la entidad siempre fluida y fluyente del poema. Algo muy similar ya barruntaba sobre la disciplina métrica y vibrante y siempre viva en el poema, de hecho este tema fue motivo para lo que sería, finalmente, mi tesis doctoral.[1]
Cuando os digo que un tropo o una figura es algo vivo, organizado dinámicamente, y donde ha de tomar cuerpo y alma en este caso el poema, es para que toméis esta apreciación como algo de capital importancia por ser rigurosamente cierto. A partir de este hecho comencé a percibir el fenómeno retórico de manera bien distinta, e indagué entonces detenidamente sobre figuras tan peculiares como la sinestesia, la metáfora y el símbolo, todo lo cual tuvo como resultado un estudio acaso muy singular que ya a algunos sirve de referencia sobre su funcionamiento especial.[2]
Así las cosas, y para mejor entendimiento y entretenimiento, permitidme que haga con vosotros una suerte de casi fugaz recorrido por el discurso histórico de la retórica para poner antecedentes a las reflexiones que ya he hecho y que voy a llevar a cabo inmediatamente, para que podías con más precisión acceder a las hipótesis sobre la vivacidad y dinamismo del recurso retórico aplicado artísticamente, y no sólo al poema como lenguaje escrito articulado, veremos que también a la imagen.
No hay pues motivo para el espanto, no voy a hacer ningún despliegue de erudición y diletantismo sobre retórica, ni un recorrido cronológico que relacione la tradición retórica escrita u oral con su aplicación publicitaria. Prefiero que entendáis esto que os digo y que tanto me interesa como resultado de una trayectoria vital mediante la que, siendo prácticamente un niño, hasta hoy mismo, mi concepción de la retórica es inseparable de la fuerza viva que se impone en el ejercicio de cualquier arte (en lo que a mí se refiere, la poesía) y que, siempre a posteriori, admite el análisis, la selección y la taxonomía, desde donde, en particular vitrina muy a propósito, contemplar el elemento yerto, extraído de la organicidad en donde una vez estuvo vívidamente integrado.
Permitidme que, ya de consuno y superando este prolijo exordio, siga hacia un discurso heteróclito y pase, aunque sea de puntillas, sobre cuestiones fundamentales de retórica aplicada (término este de enorme importancia para el buen entendimiento de nuestras hipótesis y mejor uso y aplicación de las mismas), tanto a la oratoria como al lenguaje escrito y, como es de rigor, también en el territorio de la imagen publicitaria.
Se dice que la retórica tiene como finalidad primordial la de persuadir. Persuasión que irá en función de: bien informar, bien convencer e incluso emocionar y, ineludiblemente, referenciar los rasgos expresivos traídos al caso para su utilización potencial (en el ámbito genérico que se precise: deliberativo, judicial y espectacular), o en disposición para la configuración publicitaria del anuncio en su discurso particular compuesto según el caso por la imagen, el logotipo, la música, los eslóganes)… Pero recordemos un instante las herramientas propias de la retórica de la imagen: profundidad de campo, nitidez, enfoque, color, textura, pincelada, línea, mancha, claroscuro, según se trate de dibujo, pintura o proyección y plasmación si es fotografía. De sus reglas combinatorias hoy nos parece claro que podamos hablar de un auténtico lenguaje plástico, cuyos elementos básicos acabarán ofreciéndose como materia primordial de su configuración visual, y mediante los que establecer su morfología (elementos gráficos que la constituyen), su sintaxis (la forma peculiar en que se interrelacionan) y, al fin, de la materia enfática en que se distribuyen, que será la que afecte precisamente la óptica retórica.
Pues bien, fijaos que, y me adelanto bastante a lo trataremos después con mucho más detenimiento y que creo que estamos en condiciones de ofrecer para establecer un distingo teórico de gran importancia, a saber, que se ha establecido una distinción tradicional y convencionalmente aceptada que diferencia, por una lado las formas de expresión artística que se manifiestan (como es el caso de las que se aprecian –por convención- visualmente, la pintura, por ejemplo) en el ámbito espacial y sensorial, y por otro aquellas artes cuya manifestación se basa en la palabra (oral o escrita) y por tanto en el dominio de los signos del lenguaje articulado –véase la poesía, por ejemplo- y que acaba por situarlas en el territorio de lo temporal (y de lo abstracto). Os decía pues, que este es ya un antiguo debate, aunque no tanto la distinción teórica que se la debemos primordialmente a Lessing[3]. El famoso ut pictura poiesis horaciano que, como digo, contradijo en su Laocoonte Lessing, ya traté con cierto detenimiento en relación con algunas figuras retóricas como la sinestesia respecto de la écfrasis.[4]
La conexión tradicional entre la pintura (como arte visual y sobre todo espacial) y la poesía (como arte temporal) tiene pues una larga tradición, pero ¿es esta una distinción estrictamente correcta? La cuestión es que esta separación y en estos términos tan rigurosos permanece consciente (en la teoría) o inconscientemente (como prejuicio no razonado) hasta nuestro días, y todo a pesar de que parece claro que el entendimiento retórico entre ambos mundos de expresión artística son ciertamente permeables, y no sólo por el uso del lengua (propio en principio del pensamiento abstracto lingüísticamente articulado), también porque es atribuible a la utilización de la imagen cualesquiera que sea su ámbito de expresión (artística o publicitaria).
Pero permitidme que quiera abundar en esto porque proviene de un prejuicio que no sólo es teórico, doctrinal, preceptual, retórico o poético, también por una interpretación psicológica si no errónea, cuando menos inexacta. Entraríamos ya en el domino de la neurología en relación con los procesos de la percepción y, sobre todo, de la conciencia. Pero vayamos por partes. Valoremos un hecho en principio que creo que es incuestionable, a saber, el carácter ontológico del lenguaje (que yo he estudiado en el ámbito poético) en tanto que en virtud del mismo podremos tener acceso (más o menos parcial según la habilidad del que hace uso del mismo) al objeto. Cuando Quintiliano[5] hacía referencia a que todas las realidades son materia de la retórica, no debemos sino advertir, por un lado, con Roland Barthes, que los principios retóricos son aplicables a todos los sistemas de significación, por otro, que la idea del instrumento retórico como categoría a priori del mismo falsea la realidad del fenómeno expresivo del mismo, si es que su estudio forense de disección, extracción y taxonomía siempre será a posteriori de la acción y observación en su praxis siempre viva.
Pues bien, centrémonos un momento en una sección del amplio y complicado territorio de la retórica: las figuras de sustitución (tropos) del objeto, sujeto o concepto (metáfora, sinestesia, metonimia, sinécdoque, sinestesia…). Notaremos especialmente interesante que la analogía en la que basan su respectiva referencial es de singular importancia para nuestros propósitos expositivos, en tanto que, en principio pensamos (con Paul Ricoeur)[6] que no sólo la metáfora, también otras figuras de sustitución quieren expresar el ser de las cosas (volveremos sobre el particular caso de la sinestesia)
Si el noumeno no nos es accesible, los recursos trópicos serán una vía dinámica que nos conducirán al ser, si es que en verdad es esta una vía de aprehensión que hace posible el acceso a la realidad de las cosas. Así la inefabilidad de lo que es (y no podemos conocer directamente) parece que (en virtud de tropos como la metáfora o la sinestesia) nos acercan a lo real en tanto que (ya veremos cómo) mantienen un vínculo especial con lo real material haciendo posible su inteligibilidad. Es conveniente que apreciéis que aquí no hablamos sólo de los constructos arquetípicos que hacen que determinada cualidad o significado tengan rasgos comunes (universales)para toda la humanidad, acaso también con cualquier entidad consciente o inconsciente que encuentren vinculación en su estadio psíquico (y físico) de lo que es el mundo y que tiene que ver muy estrechamente con la conciencia. Se verá que es posible una verdad metafórica, simbólica, sinestésica… que con toda seguridad no podría advertirse de otro modo (cuestión harto interesante, y que no debatiremos aquí por cuestiones obvias, y que se deduce de esta apreciación, es el acercamiento de la ciencia y de la epistemología al ámbito de las analogías retóricas para explicar aspectos concretos -físicos- de la misma ciencia, pongamos por caso la física de partículas –cuántica-, y que el lenguaje publicitario de más alto nivel y calidad artística no debiera obviar.
Francisco Acuyo
[1] Acuyo, F.: Fundamentos de la proporción en lo diverso, Universidad de Granada, 2007.
[2] Acuyo, F.: Fisiología de un espejismo, Artecittá ediciones, Granada, 2010.
[3] Lessing: Laoconte (ver bibliografía)
[4] Acuyo, F.: Ver nota 2..
[5] Quintiliano: Obra completa, Publicaciones pontificias, Salamanca, 1997.
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