LOS DIOSES DE STEPHEN HAWKING (II)
Kant deducía en su Crítica de
la razón pura, que la prueba y la refutación (de Dios o lo
trascendente) no será posible mediante la razón. Sin embargo, será precisamente
mediante aquella por la que podremos establecer nuevas premisas para llevar a
término una potencial explicación y su consecuente aprehensión de lo mucho
inefable e inexplicable que rodea e inunda nuestras vidas, pero, ¿también
lo será la razón –pura- aplicada al rigor más duro y materialista del
método científico? Darwin, tras la observación de los procesos evolutivos no termina
de negar una potencial trascendencia, no digamos Alfred Russel Wallace, que la
defiende abiertamente, ambos padres de la hipótesis que más duramente carga
contra cualquier presupuesto de su existencia, entre cuyos eminentes
representantes se encuentra Richard Dawkin [1].
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Es preciso redundar en que la razón es
el fundamento incluso para el entendimiento de lo supuestamente inaprehensible por
aquella; de la duda misma de lo que pudiera ser razonable cabe deducirse, a
saber, que aún lo irracional o suprarracional encuentra
fundamento en ella, porque, en virtud de la razón reconocemos lo que está
fuera de ella misma. En este sentido la razón nos hace libres porque a través
suya se aspira a conocer, o
mejor, a saber de la verdad, y
será mediante esta aspiración que, el que razona actuará indefectiblemente de
manera razonable; esta acción que es causa, conforma al hombre razonable y le
hace libre en tanto que aquella (la razón) prevalece fuera de cualquier
determinación al margen de la misma.[2]
Creo que nos encontramos, al margen de
los intereses de marketing editorial, en este libro con un caso evidente de
sacralización del pensamiento inductivo empirista que, acaso emparenta con
aquel otro prejuzgado religioso que alimenta la idea de un Dios
utilitario y, por tanto, profundamente materialista, poniendo en duda no tanto
la realidad religiosa (mística) de Dios, como su supersticiosa concepción.[3] Entiéndanse
los dioses de Hawking, curiosa y estrechamente emparentados, en este caso, con
los de la aspiración dolosa del creyente interesado y la impostura del
finalismo positivo sacado del fiel de su contexto.
Pero veamos cómo será precisamente de
la duda razonable de la realidad de Dios que se puede deducir su existencia: Si
Dios fuera fácil, estaría al alcance de la mano. No sería trascendente y no
sería Dios.[…] Me gustaría deducir su existencia a partir de mí. Comprendo que
es imposible. En este sentido me duele. Pero si creyese así, no creería en Él,
y al Dios que me adheriría no sería Dios. Así, pues, no creer de esa manera me
ayuda a creer.[4] Entiéndase esta conclusión como verdadera apoteosis
del racionalismo: Dubito, ergo, Deus est.
¿Se deduce del
planteamiento de Hawking, con su negación en la intervención divina de la
creación del universo, la pregunta correcta para la determinación de la
existencia o inexistencia de lo trascendente? Me parece que en modo alguno.
Pero dejemos esta cuestión para la entrada siguiente de nuestro blog.
[1] «La
teoría darwinista […] no sólo no se opone a la fe en la naturaleza espiritual
del hombre, sino que la respalda de forma decidida. Demuestra cómo, regido por
la ley de la selección natural, ha podido desarrollarse el organismo humano a
partir del organismo propio de un animal inferior; pero también nos enseña que
poseemos facultades intelectuales y morales que no han podido desarrollarse de
esa manera, sino que debieron tener otro origen, y para este origen sólo
podemos encontrar una buena causa en el desconocido universo del Espíritu».
Wallace, A. R.: en Marchant, 1916, pp. 111-112.
[2] «Ser
libre es dudar que la razón nos determine. No queremos que nada exterior a la
razón tenga el poder de determinarnos, por tanto, queda el ser determinado por
la idea misma de la racionalidad: la no contradicción y la legalidad universal.
Seremos libres, pues, cuando actuemos únicamente a partir de estas reglas
universales no contradictorias». Guitton, Jean, Mi testamento filosófico,
[3] Ibidem.
[4] Ibidem.
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