Segunda y última entrada de este libro en la que reproducimos poemas también de la segunda edición también agotada. Serán: Laberinto y planeta, Dos veces Garcilaso y el que da título al poemario, No la flor para la guerra.
NO LA FLOR PARA LA GUERRA II
LABERINTO Y PLANETA
LABERINTO Y PLANETA
AMBIGÜEDAD esencial,
no dejaste alguna seña.
Difícilmente abandona
el lugar lo que tan cerca
del origen nos habita
en la fruición de la piedra,
o ese ciervo decisivo
entre las flores de estética;
así mismo nos explica,
el discurso y la vivencia
que no supo nunca de épocas,
que discurre entre cristales
todavía y entre arenas,
y sobre aquella colina
en verdad se manifiesta.
Amor que todo lo alcanza
no contiene donde empieza
el bosque, el astro, la flor:
La nada todo lo hereda.
Este juego no es muy serio.
El poeta no es el poeta,
mas el poeta, sin embargo,
fundió de toda materia
con su celeste albedrío
del espíritu la arena,
y sobre el mar nos aguarda
todo cubierto de estrellas.
Transitoria luz y tibia
deslizaron para el poeta
entonces miles de historias:
y el hombre habitó en la tierra.
Dos veces garcilaso
Garcilaso de la Vega
desde allí se ha intitulado.
Pérez de Hita.
Guerras Civiles
I
UNA ciudad le nombró
de su vega, Garcilaso.
Garcilaso, con palomas
azules sueña un regato.
Siglos estiman de un único
sino, azar seguro en ambos.
Espadas, astros, guirnaldas,
en verso de oro brocados.
Y la luz para qué sea,
si claustro ardiente en los astros.
Besos dorados de arcángeles
y estrella luces de pámpanos.
Soñé, que soñaba el tiempo
del otoño algún verano,
corazón para dos pulsos
en un pecho solitario.
Soñé contigo unos versos
para salir de mi claustro.
El espejo transparente,
y sentí que Garcilaso
conmigo en la verde grama
sesteaba bajo los álamos.
Suben la trama al través
de extraña urdimbre los pájaros.
II
Entre las ramas traspasa
la sombra quinientos años
de luz, dispersa en el tiempo
su voz dormida mis manos.
Ganarse supo mi sueño
lugar con logro y despacio,
porque la vega traslada
futuro siendo pasado.
Mas no halló lugar en mi
alma, pues ella es la mano
que hace del tiempo memoria,
y sensible lo olvidado.
Mi amor hizo por tus sendas
alguna vez dulce paso,
de aquello que tu paisaje
huella dejó, ahora abrazo.
De la brisa belicoso
olvido fugaz el rayo
que a traspasarme llegó,
y a cambiar lo en tí emplazado.
En el curso de este sueño,
yo me consolaba acaso
en ver etérea tu imagen
y reales mis engaños.
III
Tensan al fondo dos ángeles,
en el paisaje contrario,
opuestas luces y aristas
desde un poliedro que ingrávido,
la luz proyecta en la cal,
teorema sobre un triángulo
que suma en la tarde opuestos
para la sombra sus lados.
IV
Rotando sobre el vacío,
en la nada queda el astro,
y consumía la brisa
toda la luz de los álamos.
Allí supe donde un río
de espejos iba bordando
aquel sueño de doseles
que hizo cristal con su paño.
Y desperté temeroso.
Entre luces casi un párpado.
La vigilia del espíritu
sueña en la sombra su obstáculo.
No es el agua la que corre
en el puente cuando paso,
sino el puente de seguido
el que pasa por debajo.
No la flor para la guerra
EL ángel de la batalla,
porque el campo evanesciera
de cuerpos sobre cadáveres,
arrastra gruesas cadenas.
De la sangre se conmueve,
no porque amigo tuviera,
sino que en viendo el infierno
tanta muerte flores mueva.
Aire recibe su cara,
que si no estremece apenas
del viento en razones tales,
Murmurio sobre los sauces
desciende como la niebla,
y halcones de tanta espuma
trizas desgarran la presa.
La belicosa celada
su cabello largo ofrenda
mientras de flores el viento
guirnalda inerme se trenza.
Derrama un halo de púrpura
el gemir de las almenas,
y el hacha bebe las sombras
entre las torres sedienta.
Las luces mueven las flores
y las flores las banderas.
Banderas el caballero.
Caballero las espuelas.
Relente filtra la sangre
donde guarde entre tinieblas
mejor que en cáliz de yelo
o que en páginas de piedra.
El pie que apenas pretende
entre las flores la yerba,
desdobla cuando cansancio
el ardor de la contienda.
Heridas cubre de flores
el pecho de tal manera
que brotan en la corolas
dulce ardor y rosas negras.
De un lado deja la espada,
del otro la malla deja.
Siete palomas de nieve
sobre el brillo de una perla.
En espuma ya indolente,
sin ninguna centinela,
el crinum donde guirnaldas
ofrece su luz angélica.
(La tarde viste de púrpura
un brazo que el arco tensa.
El blanco apunta perdido.
Muy mala fortuna tenga).
Sombra o espina sigilo
ebullen desde la tierra.
Dobla paños indelebles
la noche tras su ballesta.
La espalda dando al desierto,
mariposa de la hoguera,
proyectaba temblorosa
en el suelo su sospecha.
En este instante de luces
un arcángel no refleja
su espada roja de nubes
y enarbola su cabeza.
Esmeralda entre susurros,
temerosa de gacelas,
mariposa sobre sombras,
no la flor para la guerra.
Piensa el arco en este instante
silbos tenues, turbias flechas;
soñaba, mientras, en otro
la nieve sus azucenas.
Azulada, del rocío,
simulada como niebla,
la flor desdobla el deliquio
meciéndose soñolienta
y algunas rosas del viento
cayendo arrojan sus flechas
sobre el ramo prisionero
que burlaba sus cadenas.
Francisco Acuyo (De, No la flor para guerra, 1ª y 2ª edición, 1987, 1997)
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