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miércoles, 5 de octubre de 2011

PASTOR JOSÉ AGUIAR, O LA FIRME RESOLUCIÓN DE VIVIR II

Presentamos en esta ocasión otro relato de Pastor José Aguiar, poeta y escritor de excepción del que esperamos su pronto e imprescindible reconocimiento. Ofrecemos un relato titulado, Rabo  de nube, de su libro Cuentos de Pastor Aguiar, de próxima aparición en Miami, que dará cuenta de su extraordinario potencial narrativo y que nos hace ya anhelar con ansiedad la aparición de una segura fuente de fruición literaria y artística.



Pastor Aguiar o la firme resolución de vivir 2, Pastor Aguiar




RABO DE NUBE



Aquella mitad de mundo que le quedaba en frente estaba limpia y como para freír huevos. La  harina humeante lo repletó, pesándole en el fondo del estómago como una piedra y halándolo por los párpados a su vez. El piso del portal, sin embargo, estaba fresco y la brisa ligera que llegaba desde la arboleda del batey, lo tumbaba en el hondo sueño de los mediodías. Presentamos
Una cerca de tres hilos de alambre rodeaba la casa de tablas y techo de hojas de palmera, donde los postes de zarzafrá, árbol vestido y almácigo echaban raíces y lanzaban arriba nuevos postes. A pocos pasos de la cerca, el callejón era como una gran culebra que se perdía entre los cañaverales. Los bueyes rumiaban debajo de la güira donde antes hubo una casa.
En estos días de Agosto descansaban después del almuerzo hasta eso de las dos y media. Pero al Moro no le importaba el tiempo. Lo habían levantado a las cinco para ayudar en el ordeño, después mudar los animales, la comida de los puercos, y a las ocho caminar hasta la escuela, en el batey del mangal. Esa tarde regresó cansado y tan pronto se comió la harina fue al portal, hasta que lo llamaran para la guataquea. 
Pastor Aguiar o la firme resolución de vivir 2, Pastor Aguiar
Tan pesado era el bochorno, que la gente esperó hasta las tres. Los enjuagues de boca se oyeron por la puerta de la cocina, junto al apretarse de las polainas, algunas frases malhumoradas y los encargos para las mujeres. Su abuelo, que pasaba de los setenta, tuvo intención de llamarlo; pero cuando se asomó al portal y lo vio roncando boca arriba, se sonrió, continuando hasta el jardincillo.
Repentinamente el sol se había escondido y  algunos celajes se desprendieron de las nubes que crecían por el poniente y ensombrecían la tarde. La masa, aún lejana, se fue abultando por arriba como un gran hongo. Después se adelantó hacia el batey. El viento desmenuzaba su borde anterior gris negro y los ripios iban más de prisa ocultando el sol.
_ Se está poniendo fea la tarde_ dijo el viejo a media voz, rascándose la calva con la misma mano que sujetaba el sombrero de yarey.
El Moro, lagañoso, se acercaba para mirar también.
_ Creo que se jodió la guataquea, hay que esperar a ver si pasa la refregoná.
Entonces sobrevolaron todos los pájaros. Primeros las auras planeando muy altas, casi mojándose en los cúmulos. Después tomando la delantera, palomas, pitirres, totíes y cuanta cosa vuela.
El primer viento llegó arrollando a la mansa brisita de la arboleda y con él trajo rodando por el callejón latas vacías, hojas, pedazos de papel y mucho polvo rojizo que se fue levantando sobre las casas hasta cegarlos. El abuelo se encasquetó el sombrero sobre los ojos mientras el Moro se agazapaba detrás de su  cuerpo nudoso.  Cuando no quedaron polvo ni basuras en el batey, un viento limpio batió las ramas rebotando en las cobijas.
El abuelo se despescuezaba revisando la nube, cuyo frente empezaba a cubrir la arboleda. Así fue que vio el rabo de nube bajando como un brazo gigantesco y delgado, agitándose un poco en la punta; a veces deshilachándose y amenazando con recogerse sobre sí mismo, para más tarde descolgarse a tirones hacia los cañaverales cercanos. En su base, allá en la nube, se iba haciendo más  grueso y negro.
_ ¡Corre y tráeme el hacha y las tijeras. Anda carajo!_

El Moro se lanzó a la cocina, se le oyó pelear con la vieja que no quería soltar la tijera, y al fin regresó arañando las losas del portal con el hacha. No había un segundo que perder.
El viejo apartó unas piedras del extremo del jardín, trazó una cruz con el filo y se apartó un poco.
_ Arriba, ven acá, que tú eres el único que puedes cortar el rabo de nube_
El Moro tomó el hacha con ambas manos, volvió a dar un pase sobre la cruz que apuntaba a la nube, y alzándola en medio vuelo sobre su cabeza, la impulsó hasta donde se cruzaban las dos rayas. Así respiró aliviado confiando en su poder. Algo grande sentía en tales momentos, como si el mundo estuviera a su merced. Varios años antes se lo dijo el abuelo, aquella vez en que cortó a la manga de viento con el machete, siendo aún muy chico. Él le había ayudado envolviendo sus manitas con las suyas sobre el mango del arma y diciéndole.
_ Tienes la suerte de ser primerizo_ Y le explicó que el hijo mayor tiene el poder de cortar rabos de nubes, mangas de viento y aplacar a las tormentas con rezos.
El viento pareció aquietarse, pero se oía como si en el cielo rodaran enormes baúles. A veces parecía que el rabo se acortaba engrosándose un poco, pero volvía a estirarse y ya era tan largo que rozaba las cañas del otro lado de la arboleda.
El viejo le pasó las tijeras al Moro que empezó a cortar apuntando hacia allá, moviendo siempre en cruz sus manos, mirando fijamente al remolino que bajaba, seguro de poder pararlo. Diríase que le gustaba  dejarlo casi  tocar la tierra, para después  furioso como Zeus, lanzarle un tajo, un insulto y volverlo polvo azul. Así soñaba en medio de la tarde cuando la tía Angela pasó a la carrera hacia su casa gritando:
_ ¡Qué Dios nos proteja, va a partirnos por el medio!_
De pronto el Moro se vio sin instrumento y sintió que lo arrastraban hacia la culata de la casa. Las puertas sonaron cerrándose, los clavos chirriaron al pasar por los orificios de los parales y los tres se detuvieron debajo del alero, mirando al rabo de nube que ya tocaba el cañaveral a cinco cordeles escasos de los frutales.
Se oyó como un pitar de locomotora en la lejanía, sobre el ruido sordo que lo estremecía todo. Allí dentro del batey la calma era total. Las hojas colgaban de las ramas sin un mínimo temblor.
Entonces vieron la paja de caña subir girando. Los bueyes  empezaron a darse vuelta halando las estacas para soltarse. Pero estaban muy hondas y se quedaron de culo al remolino, que  ya abarcaba cuatro cordeles de lado a lado. La tarde era oscura como cuando va a anochecer y faltaba el aire. Las gallinas habían corrido para subir a las matas, y se oyeron a los puercos gruñir por allá, entre los matojos.
Ahora la tromba salió del cañaveral donde dejó una franja  en la tierra viva. Al llegar al pasto, antes de la arboleda, giró con más fuerza, bufó arrancando los pequeños tallos, alzando las piedras, demoliendo los terrones y lanzándolo todo en espiral hacia arriba, muy alto, hasta perderse en la nube que parecía a punto de derrumbarse.
Pastor Aguiar o la firme resolución de vivir 2, Pastor Aguiar
El abuelo temblaba, la vieja no quería mirar mucho aquello y de hito en hito se estrujaba el delantal. El Moro era todo ojos, hechizado ante la fuerza. Por allá torcía los gajos del caimito de la esquina como si fueran pelusas y después arrancaba de cuajo el enorme tronco con raíces de veinte varas de largo, para arrojarlo dando tumbos un poco más adelante.
En aquel momento al Moro le pareció que empezaba a desarrollar toda su potencia, pues agrandaba el paso, se ennegrecía y llenaba todo su cono de tierra roja y pedazos  de matas, cañas, piedras y animales desnucados.  La gente había corrido al otro lado del batey, por casa de tía Angela, que ahora le gritaba al abuelo para que se les uniera. Pero nada se oía y el viejo estaba paralizado.
El Moro no se percataba del peligro ni de sí mismo, se quiso mover al centro del patio para ver mejor y la vieja le torció la oreja. Pero no perdió un detalle. Un bandazo de viento había juntado a los dos bueyes que rodaron patas arriba mujiendo desgarradoramente. Las estacas se desclavaron y los animales saltaron como pelotas para elevarse con la espiral. Al Moro le pareció oír el grito de los brutos cayendo a pedazos sobre el techo de la casa.
El frente del torbellino arañaba el callejón y pudieron ver detrás de lo que quedaba de arboleda, un ancho y profundo canal salpicado de despojos.
Ahora les tocaba a ellos. Primero sintieron que eran rechazados contra la pared y atraídos hacia el remolino. El polvo empezaba a cegarlos. El abuelo gritó algo y se movió por primera vez, la vieja lo siguió pero en la baraúnda de los primeros golpes de viento el Moro se les fue de entre las manos. Se había movido en el sentido opuesto, un poco fuera de la casa, para ver cómo el holcón del portal que daba al callejón se arqueaba, el techo se despegaba por allí y la casa crujía en un hervidero de chirridos.
Primero resistió, el viento la lamió en redondo, le alisó las junturas, arrancó el caballete y la canal y entonces se coló por el hueco del techo. En ese momento el Moro oyó una gran explosión sobre el ruido de la tormenta. En lugar de la casa sólo vio el piso. Quiso agarrarse de las malvas blancas pero le resbalaron de las manos, y por último se abrazó a la batea de cemento que aún tenía un poco de agua oliendo a jabonadura. Entonces se sintió ligero, como una pluma de gallina en el aire, tragando polvo y hojas secas. Cerró los ojos y  sintió el golpe. No dolía, más bien estaba muy mareado y soñaba. Pujó para gritar pero la presión de afuera le hizo tragar el grito con tierra y bibijaguas. Fue cuando se soltó como un trapo y no supo más, la última sensación había sido contra la masa fofa de los bueyes.
La gente, que se agitaba llorando a gritos en el alero de la casa de tía Ángela, vio como la tromba silvó interminablemente, se afinó como un lápiz en su punta y se fue elevando sobre la cerca de árbol vestido al fondo del batey. Tras de sí se desplomaban sobre la tierra pelada gajos partidos, gallinas y pájaros. Más allá, al otro lado de la cerca uno de los bueyes rebotó descoyuntado.
Después del lindero había un cañaveral, y más allá, a unos quince cordeles el potrero de los Calderines con su laguna donde la gente pescaba durante los domingos y días de temporal. Exactamente después del cañaveral el rabo de nube comenzó a bajar como un enorme dedo. Estaba muy oscuro. Giró sobre la laguna y según bajaba, casi tocándola, caían sobre el agua muebles rotos, paja de caña, caimitos verdes, vestidos ripeados y un cuerpo de muchacho desnudo, rojo de tierra que estalló como un planazo sobre el agua y se hundió entre las malanguetas cercanas a la orilla. Al fin, la punta del fenómeno tocó el agua y comenzó a aspirarla.
El Moro había vuelto en sí a causa del choque contra el líquido, pero al abrir la boca buscando aire, tragó el agua llena de renacuajos. Lo que atinó después fue agarrarse de las raíces del fondo mientras la masa se iba al cielo.  Truchas y biajacas, como maná cubrían el potrero, sacudiéndose los rojizos resplandores del sol que comenzaba a asomar por donde la nube se había rasgado.
Y él, sentado, asomó la cabeza entre un rollo de malanguetas cañas y linos. Estaba viendo por primera vez en su vida el fondo repelado de la laguna, en el que tantos misterios pensó que se escondían.


Pastor Aguiar

Extraído de Cuentos de Pastor Aguiar.  Editorial Pelícano, USA  2011 (en proceso de publicación).








Pastor Aguiar o la firme resolución de vivir 2, Pastor Aguiar

3 comentarios:

  1. Oh! este cuento es uno de mis preferidos! Cuánta belleza metafórica, qué agilidad en el relato que va capturando la atención y entonces la expectativa crece en los que leemos, sabiendo que aquello tendrá un final magistral. Y sin duda, el surrealismo que aquí aparece, es una constante en muchas de sus obras, algunas con matices que rayan en la ironía y el humor, sus grandes aliados.
    Gracias Francisco por esta nueva entrada de lujo. Un gran abrazo.
    Jeniffer Moore

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  2. Ya he tratado de mostrar mi agradecimiento, Francisco. No tengo cómo pagar su gentileza, que para colmo hasta fotos magníficas a situado en los cuentos dándoles un tinte documental.
    Había esccrito un comentario extenso antes de ayer, a raíz del primer cuento, y no se publicaba, quién sabe por qué razón cibernética que rebasa mis "guajiritudes".

    Miro los cuentos así, con la elegancia formal que les regala su página, y sólo atino a asombrarme y a dudar si mis garabatos, que antes eran yerba sobre el papel, son éstos renglones a los que su portal rescata.

    Muchas gracias, muchas, amigo, admirado escritor.
    Abrazos y mucha salud.

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  3. Gracias, amigo, por traer de nuevo uno de mis cuentos a esta, tu página hermosa y rica en contenido para los más variados gustos. Un abrazo.

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