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miércoles, 16 de noviembre de 2011

CIENCIAS Y HUMANIDADES: LA NUEVA ALIANZA.

Proseguimos la senda abierta en la sección microensayos de este blog, con un nuevo e interesante y actual y muy apropósito trabajo de nuestro colaborador y muy querido amigo Tomás Moreno, profesor y catedrático de  filosofía, quien nos ilustra y ameniza tan gratamente este apartado de Ancile que, puede decirse sin ningún tipo de duda, se ha vertido a través de su labor breve pero primorosa en este medio, como del todo sugestiva, entretenida e imprescindible por su magisterio y singular pedagogía filosófica. Así pues, disfruten de este nuevo artículo intitulado: Ciencias y humanidades: la nueva alianza, de Tomás Moreno.


Ciencias y humanidades: La nueva alianza, Tomás Moreno




CIENCIAS Y HUMANIDADES: LA NUEVA ALIANZA


Ciencias y humanidades: La nueva alianza, Tomás Moreno
Ilya Prigogine
Como Martin Heidegger vio, lúcidamente, hace más de medio de siglo, y como recoge y recuerda Ilya Prigogine[1] en una de las obras que vamos a comentar, el proyecto científico occidental “realiza lo que apuntaba desde el alba griega: la voluntad de potencia que escondería toda racionalidad”. El embargo científico y técnico que, según el filósofo de Messkirch, se desencadena hoy a escala planetaria, “revela la violencia implícita en todo saber positivo y comunicable”, violencia sistemática que interpreta o visualiza teóricamente las cosas reduciéndolas a objetos esclavizados a la dominación de su mirada.
            Cuando Heidegger interroga la esencia de la técnica, la dimensión técnica de la inserción humana en la naturaleza, no le preocupa tanto el hecho de que la contaminación industrial ponga en peligro la vida animal en el Rhin, lo que le preocupa es el hecho mismo de que éste (el río en cuanto tal) sea puesto al servicio del hombre mediante el cálculo; le preocupa el que la naturaleza no llegue a ser otra cosa que energía disponible y manipulable (en forma de central hidroeléctrica o de estación de gasolina), mero “dispositivo” técnico (Ges-tell) y el hombre mismo simple dominador que dispone a su placer de la naturaleza y que nos ha llevado a la devastación del hogar humano y al desarraigo más ominoso:

            “La central eléctrica -escribe Heidegger en Die Frage nach der Technik (1953)- está construida en la corriente del Rhin. Le obliga a ceder su presión hidráulica, lo que obliga a su vez las turbinas a girar […], la central no está construida en la corriente del río, como el viejo puente de madera que desde años comunica una orilla con la otra. Es más bien la corriente la que está encerrada en la central. Lo que hoy es corriente, a saber, un suministro de presión hidráulica, es la propia manera de ser de la central”[2].

            Esta hostilidad de Heidegger apunta tanto, según Prigogine, al trabajo técnico como a todo saber comunicable; el viejo puente sobre el Rhin se ve perdonado, no como testimonio de un “saber hacer” probado, de una observación laboriosa y precisa, sino “porque deja correr la corriente del Rhin”.
            El hombre moderno distanciado y escindido de la naturaleza, su origen y hogar primigenio, llegará probablemente a la pesimista conclusión con la que J. Monod culmina su obra Le hasard et la necéssité (Du Seuil, París, 1970):

                “La antigua alianza está ya rota; el hombre sabe al fin que está sólo en la inmensidad indiferente del Universo de donde ha emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está escrito en ninguna parte. Puede escoger entre el Reino y las tinieblas”[3].

Ciencias y humanidades: La nueva alianza, Tomás Moreno
Martin Heidegger
            Esta ha sido hasta hace poco el clima espiritual de nuestro panorama científico-cultural, la imagen científica dominante durante los dos últimos siglos en Occidente; pero la extraordinaria revolución conceptual que se ha producido en el “continente” de la física actual, revolución que abarca todos los niveles de la física y de la química, todo el ámbito de lo microcósmico y lo macrocósmico, desde las partículas elementales a la evolución cosmológica, y que comporta la sustitución de una imagen mecanicista-determinista (newtoniana) del mundo por otra imagen cuántica, probabilista, indeterminista de la misma (e incluso por una tercera emergente imagen termodinámica “de estructuras disipativas” que generan orden a partir del caos), nos hace abrigar la esperanza de un nuevo diálogo entre lo que se ha llamado las dos culturas y que ya no cabe imaginar con imágenes contrapuestas e irreductibles como antes; un nuevo diálogo, en fin, entre el hombre y la naturaleza.
            A dilucidar esta cuestión, a sentar las bases de este esperado diálogo, para hacer posible la “nueva Alianza” entre ciencias y humanidades dedican Ilya Prigogine e Isabelle Stengers, por una parte, y B. d’Espagnat, por otra, dos de los libros más sugestivos y trascendentales del pensamiento científico-filosófico de nuestro tiempo: La nouvelle alliance. Métamorphose de la science (Gallimard, París, 1979)[4], de los primeros, y A la recherche du réel. Le regard d’un physicien (Bordas, París, 1981)[5], del segundo.
            El libro de Prigogine y Stengers analiza los dos paradigmas que han dominado la ciencia a lo largo del siglo XX: el mecanicista-newtoniano y el cuántico-indeterminista. El paradigma de la mecánica newtoniana (del que también participaba el modelo atómico de Bohr, la teoría de campos unificada que buscaba Einstein y buena parte de la mecánica cuántica) sostenía que las leyes físicas son prácticamente independientes del tiempo (que es un simple parámetro); que el futuro y el presente pueden intercambiarse y que los procesos son reversibles.
            Hoy en día, sin embargo, debido sobre todo a las decisivas contribuciones en este revolucionario campo de investigación de Ilya Prigogine[6], se dibuja un panorama muy distinto con la emergencia de un nuevo modelo o paradigma termodinámico; si el símbolo de la ciencia fue en otras épocas el reloj o una máquina térmica que tarde o temprano se apagaría, la metáfora más adecuada para los más recientes desarrollos de los investigadores podría ser la nueva Alianza entre el hombre y la naturaleza. Desde que la teoría del calor y la termodinámica introdujeron conceptos tales como entropía y la flecha del tiempo, ha quedado patente que el azar y la irreversibilidad pueden conducir al orden y a la organización y que el alejamiento de lo repetitivo y universal para penetrar en lo específico y único permite estudiar y explicar fenómenos mucho más ricos y complejos.
            En su libro, Prigogine aboga por “el fin de la ruptura cultural que hace de la ciencia un cuerpo extraño y que le da la apariencia de una fatalidad a asumir o una amenaza a combatir”; por la fecundidad de las comunicaciones entre los interrogantes filosóficos y científicos; porque ciencias y humanidades dejen de ser compartimientos estancos, superando así el viejo conflicto del enfrentamientos entre las dos culturas y haciendo posible el alumbramiento de una tercera cultura:

                “Queremos demostrar –escriben Prigogine y Stengers- que las ciencias matemáticas de la naturaleza, en el momento en que descubren los problemas de complejidad y evolución se convierten en igualmente capaces de entender algo del significado de algunas cuestiones expresadas por los mitos, las religiones, las filosofía; capaces también de medir mejor la naturaleza de los problemas propios de las ciencias cuyo interés es el hombre y las sociedades humanas”[7].

            En su breve pero pregnante conferencia dictada en la Unesco en 1998, La pluralidad de futuros y el fin de las certidumbres (verdadero epítome de sus descubrimientos científicos y de su postura intelectual), Ilya Prigogine concluye así su visión del mundo:

                “Vamos de un mundo de certidumbres a un mundo de probabilidades. Debemos encontrar la vía estrecha entre un determinismo alienante y un universo que estaría regido por el azar y por lo tanto sería inaccesible para nuestra razón. Llegamos a un concepto diferente de la realidad. La realidad asociada con la mecánica clásica era comparable a un autómata. La mecánica cuántica no ha mejorado la situación porque, en mecánica cuántica ortodoxa, la realidad depende de nuestras mediciones. En mecánica cuántica hay un curioso antropomorfismo que ciertamente ha tenido un papel en el posmodernismo. En cambio nosotros llegamos a la concepción de un mundo en construcción. Esta concepción rompe con la jerarquía tradicional de las ciencias. Las ciencias duras hablan de certidumbres. Con frecuencia era el modelo, el objetivo supremo de las ciencias humanas. Ahora las ciencias humanas como la economía o la sociología pueden remitirse a otros modelos […]. En un mundo donde ya no impera la certidumbre, restablecemos también la noción de valor […] Sin duda, en el siglo venidero veremos el desarrollo de una nueva noción de racionalidad donde “razón” no estará asociada a “certidumbre” y “probabilidad” a “ignorancia”. En este marco, la creatividad de la naturaleza y sobre todo, la del hombre, encuentran el lugar que les corresponde”[8].  

            El segundo de los libros aludidos, el de Bernard D’Espagnat, físico y matemático eminente -director del laboratorio de Física teórica y partículas elementales de la Universidad de París-, versa sobre los problemas recientes de la literatura especializada dentro de la  Física cuántica más en vanguardia y trata de aplicar sus resultados -sutilmente técnicos- al problema de si la ciencia puede “mejorar la visión que el hombre se hace del mundo y de su papel en él”. En último término: al problema de “sus valores”.
            En el paradigma hegemónico de la Física de las partículas la realidad que la ciencia conoce -sujeta siempre a los instrumentos de observación y por tanto al observador- es una realidad dependiente del hombre. La tan exaltada “objetividad de la ciencia” no quiere decir en el fondo otra cosa que esto: si un experimento se hace en Granada y se repite en Melbourne, por observadores diferentes, da el mismo resultado. Pero no por eso deja de ser una realidad “observada” y “medida” por el hombre: una “realidad dependiente”.
            La originalidad de su libro consiste en mostrar que hay barruntos muy fuertes, dentro de los progresos últimos en física de partículas elementales, para admitir la existencia de “otra” realidad, de un “real” “independiente del hombre”. Por consiguiente, al lado de la objetividad clásica de la ciencia, objetividad que llama “débil”, habría otra objetividad “fuerte” que supone la existencia de una “realidad velada” que está “fuera del hombre”. La crítica del cientismo o cientificismo -actitud consistente en sostener dogmáticamente que “todo lo explica, o puede explicarlo, la ciencia y que no existe otra realidad que la que ella describe”- que d’Espagnat ejerce con  explícita ironía, se vuelve así acerada.
Ciencias y humanidades: La nueva alianza, Tomás Moreno
Bernard d'Espagnat
            Bernard d’Espagnat pone de relieve, en fin, cómo este error cientificista, que constituye el substrato del pensamiento del hombre de hoy, nace de que tomamos como permanentes y eternos “modelos” que nos han sido preciosos para descubrir cosas, pero que en el fondo únicamente son “recetas” que por lo bien que funcionan demuestran una correspondencia entre nuestro espíritu y una cierta parte de la realidad del Universo. Los puntos de vista de d’Espagnat, apunta Juan Rof Carballo en una sugerente reseña del libro del físico francés, titulada La huida de lo real, ponen al desnudo este “cientismo” que -tras la proclamación nietzscheana de la muerte de Dios y el declive de la metafísica occidental- se envanecía de haber desalojado a Dios de nuestro mundo, y sugieren, sin afirmarla, la existencia de esa “realidad velada”, no explorable por los únicos medios de la Física, pero que “por ciertas regularidades” en los fenómenos observados permite sospechar.
            Esto supone una revivificación de la noción de “ser”, una reivindicación de la metafísica (de un realismo ontológico lejano y no físico) y una inflexión en su concepción del hombre que retorna desde su condición de “homo faber”, de hombre fabricante, a su condición clásica de “homo sapiens”. El hombre contemporáneo, abrumado por urgentes y perentorias necesidades materiales y subyugado por un oscurantismo ideológico que a veces se disfraza o reviste de “ideas avanzadas”, huye de la “realidad independiente”. Esta huida de lo real significa que el hombre hodierno ha tratado de escapar -al parecer sin conseguirlo- de todo contacto con eso que, en términos muy generales, los metafísicos llamarían Ser o, si se prefiere, Realidad intrínseca, los místicos, Absoluto, y los teólogos designarían sencillamente con el nombre de Dios, y que sigue siendo para d’Espagnat “la explicación última de regularidades en los fenómenos observados”. Ya lo profetizó y dejó escrito André Malraux: El siglo XXI será místico o no será.   

      
                                                                                                                   Tomás Moreno


[1] Ilya Prigogine e Isabelle Stengers, La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia, Alianza Universidad, Madrid, 1979.
[2] Martin Heidegger, La pregunta por la técnica, en Martin Heidegger, Conferencias y artículos, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1989.
[3] Jacques Monod, El Azar y la necesidad. Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna, Barral, Barcelona, 1970, p. 193. Por Reino entiende Monod: el reino trascendente del humanismo cientista, de la objetividad metodológica de la ciencia: de las ideas, del conocimiento y de la creación científicas; reino donde habita el hombre y en donde se encuentra liberado de las servidumbres mentirosas de los dioses, las religiones y de las doctrinas anticientíficas “animistas”. Las “tinieblas” estarían representadas por los viejos animismos, según él, oscurantistas y consoladores.
[4] Ilya Prigogine e Isabelle Stengers, La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia, op. cit.
[5] Bernard d’Espagnat, En busca de lo real. La visión de un físico, Alianza Universidad, Madrid, 1983.
[6] Ilya Prigogine físico, químico y filósofo belga de origen ruso, recibió el Premio Nobel de Química en 1977 por su contribución a la termodinámica del no equilibrio y en particular por su teoría de las estructuras disipativas en el mundo físico, esto es, la aparición de orden lejos del equilibrio.
[7] Ilya Prigogine e Isabelle Stengers, La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia, op. cit. Veánse sobre todo las páginas de la Introducción a la obra, el capítulo El desafío a la ciencia, pp. 11-29.
[8] Ilya Prigogine, La pluralidad de futuros y el fin de las certidumbres, incluida como Apéndice en Arnaud Spire, El pensamiento de Prigogine. La Belleza del caos, Editorial Andrés Bello, Barcelona 1999, pp. 177-178.


Ciencias y humanidades: La nueva alianza, Tomás Moreno

1 comentario:

  1. Sección esta del blog Ancile que considero un acierto total. Mi más sincera enhorabuena al autro de estos artículos y a la trayectoria general del blog.

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