Volvamos a la reflexión, después de tan gratas y conciliadoras Fiestas (navideñas); reflexión, digo, nunca mejor traída a contexto, en tanto que haremos referencia al efecto especular (o de reflexión) del lenguaje poético. En su enigmático espejo nos miraremos. Mas lo haremos trayendo a colación aquella muy querida sección de este blog nuestro, no olvidada, acaso relajada por mor de llevar a otras secciones entradas de no menor relevancia; me refiero a De juicios, paradojas y apotegmas. Pues bien, durante y a pesar del relajo navideño, parece que no hay momento en el que no acabe con la necesidad de llevar al papel (virtual, en este caso), alguna que otra idea que pudiera resultar interesante a aquellas almas que se miran en el mencionado espejo, que no es otro que el de la curiosidad que acaba reflejando el ímpetu creativo e indagador del arte y de la ciencia; así las cosas, me vino a la memoria, tras la relectura de algunos versos, nada menos que de la Odisea y de la Ilíada, las relaciones entre los ámbitos conceptuales y de referencia del mito y de la mística, y todo ello en relación al modus vivendi y expresivo singular del fenómeno poético, cual es el de su lenguaje. Muy frugal y apresuradamente, estas fueron algunas de las conclusiones traídas al caso para esta ocasión, y puede que para ser desarrolladas la debida profundidad posteriormente.
EL ESPEJO POÉTICO:
MITO, MÍSTICA Y POESÍA
El mito, enjuiciado de manera muy trivial pero suficiente para nuestras intenciones de comprensión y entendimiento, se aproxima a aquello expresado o manifiesto en relación con lo que se entiende de manera colectiva (cultural) en relación con la conciencia de que somos capaces del mundo -y de nosotros mismos-, más allá (o más acá) del juicio científico razonado, y que es traído al caso, no obstante, para explicar lo presuntamente inexplicable, y que puede conceptualizarse de manera ejemplar haciendo referencia a la idea extraordinaria de arquetipo (junguiano)[1]. Si añadimos la espléndida y penetrante prevención antropológica de Frazer[2], puede que encontremos un equilibrio razonable para cuestionar su alcance y significado. El mythos, como es de rigor, no es sólo discurso o consecución de palabras en un relato pues, el ἔργῳ κοὐκέτι μύθῳ[3] (no son considerados como meros dichos, sino como hechos) encuentra explicación como acto de habla acogido en un determinado ritual (de cultura), y no tanto en un método de ciencia al uso positivo. Se verá que la ilocución, en poesía, especialmente, constituye un acto que transforma y sobre todo integra, a través de la especialidad de sus enunciados, las relaciones entre los interlocutores y –o- referentes.
Cuestión acaso más delicada sea la de establecer relaciones entre la mística y su significación, con la poesía en general, cuando verdadera poesía (y no determinada poesía), sobre todo si queremos hacer un esfuerzo en su comprensión distinguiéndola, si eso es posible, del fenómeno religioso, y todo atendiendo a la necesidad de no aportar una excesiva asepsia en el intento que acabe por matar o eliminar las directrices o parentescos que puedan explicar estas potenciales relaciones de las que hablamos, a saber: mito, mística y poesía.
Podemos establecer ab initio un ejemplo mucho más que significativo de manifestación simbólica, el cual puede servirnos de referencia en relación a la complejidad existente entre el mito, la mística y la propia dinámica poética, me refiero a la muerte como símbolo ancestral y universal de eterno retorno. De retorno al origen. Se ha visto que la idea de divinidad y del retorno al origen son aspectos fundamentales que dan carácter y similitud a no pocos mitos tenidos en sus diferentes taxonomías culturales como básicos.
La relación pues, del mito (y de la mística), en primera instancia, con la poesía, podremos encontrarla en nuestra cultura, en que esta confía en el poeta y en su capacidad expresiva (propia del acto creativo por excelencia la –poiesis-) como singular instrumento de expresión para mostrarnos una capacidad ¿enigmática? de aprehender la naturaleza última (y primera) de las cosas a través del lenguaje (eso sí, de una muy especial forma de lenguaje). Si bien la paradoja radica en que, en principio, el lenguaje es representación, no la cosa o realidad en sí, el lenguaje poético se ofrece como vía de expansión de la conciencia hacia lo íntimo y profundo personal y, desde luego, lo transpersonal. He aquí que, en virtud de dicha especialidad del lenguaje, cabe establecer, nuevamente, una interrogante dícese tiempo ha resuelta desde la óptica de una lingüística convencional ¿Es posible aprehender la realidad mediante el lenguaje – y en lo que a nosotros concierne, del lenguaje poético?
Si el fenómeno crucial del lenguaje supone el tránsito del mythos al logos, aquel, el lenguaje, a través de la expresión poética, se manifiesta con la virtud de establecer una óptica afinada para la conciencia, a través de la cual se diría obtener una singular perspectiva que no distingue la unidad de lo diverso. Nos muestra al ego, supuestamente interventor de nuestra conciencia, en su mermada y real capacidad de percepción, aprehensión y entendimiento, y pone de relieve la necesidad de búsqueda de instrumentos y vehículos que trasciendan esta insuficiencia y que, en no pocos momentos la emparenta con el concepto de vacío (místico), el cual entronca con la visión expresada en el lenguaje integrador (totalizador, atemporal o de tiempo actual, perennemente presente) de la poesía. El poeta verdadero tiene la necesidad de olvidar, desaprender, vaciarse de lo sabido, aún sabiendo, para conectar con aquello que la realidad sustenta más allá del experimento convencional limitado por la percepción parcial y la interpretación manida siempre de la realidad. Si atendemos a la estructuración y funcionamiento de los elementos retóricos y sobre todo numéricos (métricos) no sería raro que razonásemos con Santayana en que el número, es el sinónimo más poético de verso, y medida, el equivalente más significativo de belleza, bondad e incluso de verdad[4]. Aquí el número adquiere el valor netamente pitagórico mediante el cual el regreso al inicio, al origen, se puede llevar a cabo gracias a la racionalidad matemática, pero sin perder su nexo estrechísimo con el símbolo –trascendente- y la imagen ineludible de lo mítico.
Francisco Acuyo
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[1] Jung, C, G.: Sobre los arquetipos de lo inconsciente colectivo, Obra completa, Trotta, Madrid, 1999.
[2] Frazer, J. G.: La rama dorada, Fondos de Cultura Económica, México, 1986.
[3] Esquilo: Prometeo encadenado, Tragedias completas, Cátedra, Madrid, 2003.
[4] Santayana, G.: Poesía y religión, Cátedra, Madrid, 1986.
Queridos amigos de Ancile: Estoy muy interesada en la temática de este post. Os rogaría que me mantuvieseis informada en relación a ella, además de proporcionarme bibliografía al respecto. Saludos.
ResponderEliminarEs sumamente interesante este tema, y complejo. Lo seguiré atentamente y me sumo al pedido de bibliografía de referencia, para expandirme y disfrutarlo en todos sus matices.
ResponderEliminarMuchas gracias, Francisco.
Un abrazo.
Jeniffer Moore
Miami, Florida - USA
Me deja con ganas de conocer la segunda parte. De cualquier manera, la complejidad y profundidad del tema tal vez requiera una mayor extensión para exponerlo con la dedicación que, a mi juicio, requeriría. Te emplazo para ello. Creo que merece la pena.
ResponderEliminarUn trabajo encomiable, profundo, rico en ventanas para que uno siga indagando. Es como una mágica carnada para el pez indagador de misterios, en este caso la poesía que nos es dada desde un más allá de nosotros mismos, como si fuera sintonizar con Dios.
ResponderEliminarAl principio, cuando mencionas la obra de Homero, me transporté a mis lecturas febriles de La Iliada y La Odisea. Las versiones que tuv a mano fueron las de Hermosilla, que trtan de mantener la forma en versos, y que me fascina.
Muchas gracias por este gran trabajo, amigo. Un abrazo y feliz 2012.
No me canso de beber de esta fuente alucinógena, amigo, donde se aprende como soñando. Abrazos.
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