Incluimos en esta nueva entrada de nuestro blog un
interesantísimo microensayo del profesor Tomás Moreno, en este caso sobre el
pensamiento Taoísta. Se llevará a término en varias entregas, a cuál de ellas
más sugestiva y atrayente. La manera en la que están “contadas” –magníficos diálogos-,
es una forma más de cautivar al lector interesado. Muy recomendables, por
tanto, todas las entradas que ofreceremos al respecto. Seguro que harán reflexionar y dar conocimientos sobre un
pensamiento profundo y de enorme influencia en oriente, y desde luego también
en occidente, puedo dar fe personalmente de ello.
SOBRE EL PENSAMIENTO TAOÍSTA
(CUATRO DIÁLOGOS DE FILOSOFÍA FICCIÓN) I;
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO
El curso académico transcurría por entonces sin
incidencias dignas de mención. Estábamos atravesando el ecuador del mismo, con
las rutinas habituales: las clases lectivas, la atención de los alumnos en las
tutorías, la puesta en común de los trabajos e investigaciones que los
distintos grupos de trabajo iban presentando en la sesión semanal dedicada a
ello, las improvisadas tertulias entre profesores -en las que se hablaba de lo
divino y de lo humano, más de lo humano que de lo divino, ciertamente, dada
nuestra dedicación a algo tan consustancial al hombre como las cuestiones
políticas y sociológicas. Es decir: todo marchaba sobre ruedas.
Un
día -todavía lo recuerdo con nitidez- nos convocaron a una reunión
extraordinaria del Departamento. En el orden del día figuraba, entre otros
asuntos burocráticos que no vienen al caso, la presentación del Dr. Cheng Yu Lan de la Chung Hua University de Taiwán, especialista en pensamiento
político oriental, que disfrutaba de una beca de investigación en nuestra
Universidad, para estudiar las semejanzas y diferencias existentes entre el
quietismo taoísta del wu-wei y el
quietismo místico cristiano del teólogo aragonés Miguel de Molinos, autor de la célebre Guía Espiritual (1675)[1].
Por
su aspecto aparentaba frisar en los cincuenta. Pero la verdad es que sus
facciones delicadas, su piel tersa y su sonrisa casi infantil hacían difícil,
sin embargo, precisar su edad aproximada. De suaves maneras, su extremada
discreción y educado trato, además de una sencilla prestancia en el vestir,
daban a su figura un aspecto atractivo y elegante, casi venerable, estamos tentados a decir, si no fuera por su todavía
lozana madurez. Se expresaba, en castellano, con una corrección académica más
que notable. El director del departamento, tras darle una cálida bienvenida, con
las fórmulas de cortesía habituales en estos casos, pronunció unas elogiosas
frases acerca de la sublimidad del pensamiento oriental, enfatizando el interés
que representaba su presencia para el departamento, a lo que el Dr. Cheng Yu
Lan contestó con ceremoniosas muestras de agradecimiento por la cordial acogida
que se le dispensaba, y, esbozando una enigmática sonrisa, no dijo más. Poco
más, digno de mención, ocurrió durante la sesión: se dio lectura a los
distintos puntos del día sobre aspectos administrativos y burocráticos del
departamento y se debatieron como era costumbre.
He
aludido a su aspecto físico, pero no he señalado el único rasgo fisonómico que
le distinguía e individualizaba: una de sus orejas, parecía algo más grande que
la otra, mostrando, tras el lóbulo de la misma, unos como finos pliegues
sensiblemente perceptibles si uno lo miraba de perfil y con cierta atención…
Pasaron las semanas y su presencia en la Facultad, apenas advertida,
transcurría la mayor parte del tiempo en la biblioteca de la misma, sin ofrecer
especial relevancia, sobre todo por su extremada discreción y timidez. Un día
lo invité a mi clase de Historia del
pensamiento político; la sesión se dedicaba precisamente al análisis del Tao Te Ching[2].
No tuvo conocimiento, con antelación, del tema concreto que íbamos a tratar en
clase, pero accedió sin reparos a mi
invitación de participar en ella. Por deferencia hacia él, tras unas palabras
protocolarias para presentar el tema objeto de la exposición que, en realidad,
quería conducir y desarrollar yo, le cedí la palabra, preguntándole:
-
“Profesor Cheng Yu Lan, ¿podría hacernos una breve semblanza del fundador de la
escuela taoísta… No se muy bien como transcribir su nombre al castellano: Lao
Tzu, Lao Tszé o Lao Tsé?”
-
“Con mucho gusto”, respondió solícito. “Lao
zi -esta es la transcripción más
correcta de su nombre- es efectivamente su fundador. Figura legendaria
del siglo VI antes de vuestra era cristiana (vivió, al parecer, entre el 570 y
el 490). Se decía que su nacimiento había sido virginal y que tuvo lugar bajo la sombra de un ciruelo, y que su madre lo concibió al tragar un huevo en forma de perla, tras
un embarazo que duró por espacio de 72 años. Dicen también que nació ya viejo y
arrugado -cosa muy comprensible si tenemos en cuenta su gestación- adornado con
grandes orejas, por lo que unos le apodaban Li-Ar,
“orejas de ciruelo”, y otros con el sobrenombre de Li-Tan, “orejas largas”, pero sus discípulos lo sustituyeron por el
de “viejo sabio”. Fue bibliotecario
imperial de la dinastía Chou (de la turbulenta época de los Estados
guerreros o combatientes) y, cuenta la tradición, que ya anciano recibió la
visita del joven Confucio que con el tiempo sería otro gran sabio chino[3].
-“¿Podría
indicarnos algunos datos acerca del nacimiento de su doctrina, el Taoísmo?”, le
pregunté.
-
“El Taoísmo en sus inicios, como tantas otras escuelas de sabiduría -recuerdo,
por ejemplo, el caso del Pitagorismo en vuestra admirable tradición sapiencial
greco occidental- fue en realidad la doctrina de un colectivo o escuela cuyo
corpus doctrinal fue atribuido al maestro Lao
Zi. Cultivado en los monasterios por anacoretas inclinados al silencio y a
la contemplación, entendían la sabiduría de un modo antiintelectualista. Esto
es: no como un saber teórico-especulativo o lógico-discursivo, sino como un
modo o estilo de vida, como una praxis
(como dirían los maoístas), una vía de perfección moral, diría yo, orientada al
logro de la inmortalidad. Por eso cultivaban la macrobiótica (el arte de alargar la vida, “de vivir muchos años”).
Habréis de saber que para la cultura china clásica, la muerte es el mal radical, a diferencia de lo que
sostendrán hinduistas y budistas -de la vecina India- obsesionados, por el
contrario, con la Dukkha[4],
causada por la ignorancia y el apego inmoderado a la vida y al deseo de
existir. El hombre indio está obsesionado por la desdicha de la existencia
temporal, el hombre chino esta obsesionado con la muerte.”
Gratamente
impresionado por la soltura y claridad con la que el profesor introdujo el
tema, modifiqué sobre la marcha la dinámica prevista para la clase y utilicé
mis notas como guión para ir desarrollando la sesión en forma dialogada.
-“¿Sería
tan amable profesor Cheng de hablarnos de ese libro tan fascinante y enigmático
y, para nosotros, tan oscuro como es el Tao
Te King?”
-“¿Cómo
no?, con mucho gusto. Es el libro clásico del Taoísmo, consta de 5000
caracteres o pictogramas, y está compuesto de sentencias, máximas, aforismos y
poemas de concisión extrema. Yo rectificaría, permítamelo, el término King utilizado por Vd., porque la
transcripción castellana que mejor se asemeja a la pronunciación china clásica
es “Ching”. El significado de ese
título sería algo así como Libro del Tao
y su eficacia o también Libro del
camino que lleva a la virtud, ya que “Te”
(“teh”, “teu”, “to”: fonemas aproximados a su pronunciación clásica) significa
“eficacia”, “virtud”, pero no en su sentido “moral” sino como poder, fuerza
vital o interior, en el sentido de la “virtus” o el “vis” latinos; procede del
sánscrito “var” y no tiene connotación moral; y “Ching” es tejido, trama: esto
es “libro”, como el “sutra” sánscrito, que significa “Libro canónico”. Y
pasamos al término nuclear del título, el vocablo “Tao” que es el concepto central de la doctrina taoísta. Concepto
difícil de definir para mentes occidentales como las de ustedes. Se trata de un
concepto metafísico, o mejor místico
que significa, en un sentido estático, “camino”, “vía”, “sentido” o “dirección”
y, en su aspecto más dinámico, “curso natural de un río” o “corriente de un
río”.
Es
también Razón divina (Logos en
griego) inmanente, Regla o Normatividad cósmica, Ley universal que todo lo
rige. Esto es: el Principio rector del orden del cosmos y también el Principio
Divino del que todas las cosas emanan y al que todas retornan; origen y fin de
todo cuanto existe. Se representa, en nuestra lengua clásica, por un ideograma
que se compone de dos signos icónicos o pictogramas: uno que representa
gráficamente una “cabeza” y otro que describe el acto de “marchar”; lo que
significaría: “una cabeza que marcha por un camino” o “discurrir en conformidad
con un camino”.
-“¿Se
trataría entonces”, pregunté yo, “de un Principio Divino impersonal, semejante
al Logos Estoico de los griegos y también de los latinos?”
-
“Sí, si excluimos una interpretación excesivamente intelectualista del término,
como la que hicieron los primeros misioneros cristianos en la China, al
traducir el término chino Tao por el
greco-latino Logos. Yo diría que el Tao es el Principio Divino, supremo,
impersonal que rige el ritmo cósmico, su orden y su devenir y que gobierna el
curso natural de la vida universal; un “ritmo” que es resultado de la
combinación armónica de los dos elementos primordiales (polares y
complementarios) que constituyen la esencia de todos los seres: el Yin
(principio femenino) y el Yang (principio masculino)[5].
Esto revela evidentemente la dependencia de la doctrina taoísta de la vieja
Escuela del “Yin-Yang” y del “Yi-Ching” y del I Ching (Libro de los cambios)[6].
Podríamos asegurar que toda la cultura China, incluido el Confucianismo, procede de esa misma matriz cosmológico-metafísica,
característica, por otra parte, de una civilización agrícola, campesina, atenta
a asegurar la correspondencia armónica entre el ciclo astronómico, el ciclo de
las estaciones y el ciclo de la vida agrícola y social (según destacó el
sinólogo francés Marcel Granet[7])”.
-
“Como veis, queridos alumnos”, intervine yo, “se trataría de una “concepción
naturalista y dialéctica de la realidad. Todos los seres estarían constituidos
por una combinación de Yin-Yang, con
predominio de uno de ellos. El taoísmo confiere al Yin (lo femenino: embrionario, informe, receptivo, pasivo, oscuro,
húmedo y débil) cierta primacía sobre el Yang
(lo masculino: principio formal, activo, luminoso, seco y fuerte), mientras que
el confucianismo primará el Yang sobre el Yin. ¿Estoy en lo cierto profesor?”
-
“Así es”, respondió, “y ello es lo que explica que los fenómenos y los seres
naturales no sean estáticos, sino dinámicos. Y la raíz o el origen de ese
dinamismo es precisamente esa contradicción interna que anida en ellos,
constituyéndolos: ya que el Yin aloja en su seno o ser interno el Yang y, a su
vez, el Yang contiene dentro de sí, su
opuesto, el Yin. Pero esa dualidad o polaridad dialéctica es superada por la
armonía de una unidad superior: en la unidad del Tai K’i, en el Tao.”
-
“El concepto de Tao”, apunté yo entonces, “evoca o recuerda, por ello, no sólo
el Logos helénico de Heráclito y de los estoicos, al ser una ley que rige el
devenir, una armonía oculta, medida del devenir, sino también el logos
hebraico-cristiano… de tal manera que en las primeras Biblias chinas, el
término sirvió para traducir el término teológico “Verbum” o “Logos” del IVº
Evangelio de San Juan: “En el principio era el Tao…”.
-
“Efectivamente profesor Moreno”, respondió, “pero el Tao difiere de la segunda
persona de vuestra Trinidad divina, en que es algo absolutamente Impersonal; es
lo Absoluto no manifestado, innombrable, inefable. Un concepto místico
inaccesible, inconceptualizable por vía intelectiva: “El Tao que puede ser
expresado no es el Tao perpetuo”, dice el Libro (Tao,1a). Sólo puede ser captado por vía intuitiva o contemplativa,
como consecuencia de una vivencia inmediata del sabio, por la que alcanza la
purificación y santidad interior que le lleva al desprendimiento, desapego o
“desasimiento” del mundo exterior o a la autoentrega y abandono de sí mismo en
el Tao, integrándose así en los ritmos de la vida y de la naturaleza
universal.”
Tras
el intenso y fructífero diálogo con el sabio profesor chino, la clase entera
quedó absorta en un prolongado silencio, para, a continuación, prorrumpir en
entusiasmados aplausos por la brillantez y claridad inusual con la que el
profesor invitado había desarrollado sus interesantes reflexiones. Cuando el
profesor Cheng iba a retomar la palabra, el bedel anunciaba -algo también
inusual- la terminación de la clase. Por lo que rogamos al mismo siguiera
deleitándonos en sucesivas clases con sus interesantes reflexiones, a lo que
educadamente accedió (Continuará).
Tomás
Moreno
[1] Según constaba en su currículo, el profesor Cheng era también autor
de un erudito trabajo -en el que se ocupaba de otro antiguo sabio pitagórico hispano-
titulado Las relaciones entre el proceso
de generación del cosmos a través del Tao y la concepción emanacionista del Uno
en el pitagorismo de Moderato de Gades, publicado por la Universidad Chun
Hua de Taiwán, en 1998.
[2] Lao Tse, Tao Te Ching, trad. de Carmelo Elorduy, La gnosis taoísta del Tao Te Ching, Monasterio de Oña, 1961.
Edición bilingüe chino-español, es sin duda la mejor existente en castellano.
Todas las citas del Tao que incluimos
en el texto proceden de esta fuente. Merecen citarse también la más reciente en
castellano: Lao zi, Tao Te King,
prólogo de F. Jullien y traducción de Anne-Hélene Suárez, Siruela, Madrid,
2003; y la versión de Ignacio Preciado Idoeta: Lao Tsé, El libro del Tao, Alfaguara, Madrid, 1978.
[3] Para la biografía y leyenda de Lao Tse,
véanse: R. Wilhelm, Lao Tse y el taoísmo,
Revista de Occidente, Madrid, 1926; para su relación con Confucio, véase:
Richard Wilhelm, Confucio, Alianza,
Madrid, 1966. Una ya clásica aproximación, no superada, a su figura y doctrina
es la del pensador y escritor chileno: Juan Marín, Lao Tsze o El Universismo mágico, Austral, Buenos Aires, 1952.
[4] Dukkha:
primera noble verdad de la doctrina budista que constata la existencia del
dolor y del sufrimiento universales.
[5] Sobre la concepción taoísta del proceso
ritmico y cíclico de la realidad natural, véase: Luis Racionero, Taoísmo.
Los ritmos vitales de la naturaleza, Revista de Occidente, 3ª época, nº 19,
Madrid, mayo 1977, pp. 26-29.
Excelente entrada y cautivante el pensamiento expuesto por el Prof. Moreno. Felicitaciones!
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Jeniffer Moore
Miami, FL USA
Muy interesante. He quedado enganchado y cuento los minutos para elvenidero segmento. Muchas gracias, amigo. Un abrazo.
ResponderEliminarHe salido de acá enriquecido, cautivado por todo lo que del saber y actuar humano regalas, amigo. Un gran abrazo.
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