ALGUNOS seguidores del blog Ancile (y amigos personales de quien suscribe estas líneas introductorias) me pedían que pergeñara siquiera alguna nota sobre el reciente hallazgo de la nueva partícula detectada (que muy pueda ser el tan ansiado bosón de Higgs para la teoría estándar de la física de partículas) en el CENR -European Laboratory for Particle Physics-, y más concretamente con el LHC (El gran colisonador de hadrones). Acepté llevar a término un bosquejo sobre el descubrimiento y alguna reflexión como consecuencia del mismo, mas con la única autoridad que me da el entusiasmo hacia la ciencia de la física, la astrofísica y la cosmología, así como los muchos años de interesada lectura e investigación personal sobre tan fascinantes disciplinas. Así las cosas ruego disculpen las seguras limitaciones de esta exposición que, sin embargo, no olvida el rigor que precisa cualquier debate en torno a sus puntuales contenidos y severas exigencias de planteamiento y declaraciones al respecto de sus argumentos, presentación e hipótesis. Será muy recomendable para los no iniciados en el tema acudir de manera puntual a las notas a pie de página, pues pueden ser útiles para la comprensión de algunos términos y conceptos, aunque también pueden ser omitidos si así lo desean, pudiendo quedarse con algunas de las aseveraciones y consecuencias excepcionales que aporta este discurso sobre tan excepcional acontecimiento.
ESTRUCTURA Y DINÁMICA ¿DIVINA?,
O EL BOSÓN DE HIGGS
LA constelada
contemplación de los asterismos celestes y el sugestivo deslumbramiento que
produce su mirífico avistamiento, si bien desde siempre suspendió a la
raza humana con misteriosa curiosidad y mítico (y místico) apremio, cabe hoy,
no obstante, también señalarse para puntuales e interesados motivos de
raciocinio científico lo que fuese antaño de extremo y extraño encantamiento.
La fascinación por el cielo nocturno viene dada, al margen de la estética
sugerida ante tan admirable y prodigioso espectáculo de los cuerpos celestes
que iluminan intensamente (sobre todo en lugares limpios de polución
lumínica) el firmamento, por las innumerables (e inevitables interrogantes) que
inspira su extraordinaria visión, y todo esto al margen de ser avisado o
profano en el ámbito de la ciencia astronómica[1]; interrogantes que, aquel que, sin duda
extasiado, con curiosidad observa tan impresionante ceremonia de luces y
colores -que dirían expandirse infinitamente-, no cejará, digo, de interrogarse
con innumerables y, en principio, enigmáticas cuestiones. Desde la observación
atenta de la inmensidad del espacio quizá sea desde donde mejor se incite a
inquirir en el asunto nada baladí del por qué las cosas son como son y
no de otra manera. La consistencia (¿aparente?) de la materia hace que el
universo sea como es y plantea desde tiempos inmemoriales no pocas, capitales y
profundas interpelaciones y demandas al intelecto y comprensión humanos.
Desde
Demócrito, la intuición (en principio) y la constatación experimental (después)
de que aquello que conocemos como sustancia material del mundo es algo
consistente y desde luego físicamente mensurable, viene dada por la existencia
y comprobación material de un sustrato de partículas elementales: reconocibles
por su masa, unas, y por la singular capacidad de interacción, otras, que,
mediante su arbitraje energético (y sin masa) dan forma al ámbito material que
reconocemos, groseramente, en la percepción directa y sensorial del mundo. No
obstante, también cabe colegirlas a través de la deducción e inferencia
matemática (aplicada a aquel domino físico), casi siempre antes de su
apreciación experimental.
A
través de diversos y cada vez más complejos procesos de investigación,
amparados estos por avances tecnológicos extraordinarios, se pensó que, más
pronto que tarde, tendría que encontrarse, de existir, aquella partícula última
que diera consistencia a la teoría compleja y prolijamente elaborada que
entendía que diferentes partículas integrarían la materia y sus diferentes
fuerzas[2] en interacción. Para que aquello que
entendemos como materia sea lo que hoy reconocemos que es, era preciso la
existencia de una partícula básica capaz de aportar el elemento imprescindible fundamental
de la materia, es decir la masa, y no sólo eso, además dicha masa debía ser
creada al mismo tiempo por esta fracción elemental, o lo que viene a ser lo
mismo: si este bosón (partícula última elemental) tiene masa y la masa la crea
dicha partícula, debe colegirse que esta partícula tiene la singularidad de
crearse a sí misma (¿de la nada?).
Así
las cosas, será de esta porción mínima, última y primera (¿divina?) de lo
material sobre la que debatiremos breve y muy singularmente, nos referimos al
tan traído y llevado en estos últimos meses bosón de Higgs[3]. El
descubrimiento, anunciado en 2013, de una nueva partícula, parece ser cierto en
un 99,9999 por ciento, más adelante se verá si en realidad se trata de la mencionada
y ya célebre partícula -de Dios- (también, si tiene espín cero –si no
gira sobre sí misma-, cualidad inequívoca; además, habrá de contrastarse
si sus interacciones -con el resto de partículas- coinciden con las
predicciones teóricas del modelo estándar).
Las
partículas descritas por la teoría estándar[4] pueden ser clasificadas: con masa (electrones, neutrinos, quarks) y
aquellas otras (como los fotones, gluones) que no la tienen (en virtud de la
conservación del principio de simetría)[5], así como las W y Z[6] que
también actúan como mediadoras en la dinámica subatómica y que, no obstante, sí
tienen masa; mas, serán todas ellas (incluido el propio bosón de Higgs), al
fin, responsables de que la noche y su ingente espectáculo visible
de luminarias (e incluso el no visible –materia y energía oscura-) del universo
sea tan increíblemente deslumbrante y complejo como es.
Sin
embargo, hay una cuestión previa que aquí interesa entender antes de la
constatación misma de la existencia de dicha partícula, y es la referencia del denominado mecanismo de
Higgs,[7] descrito y designado como campo de Higgs,
donde debería encontrarse el singular
bosón que, finalmente, habría de ser el responsable de dar masa a otras
partículas para hacerlas materialmente consistentes. Análogo al campo de
Maxwell, cuya partícula asociada en este caso sería el fotón (en el que se
mueven los bosones sin masa), este ingenio teórico se propone fundamental para
poder explicar la masa de aquellas anunciadas partículas interactivas W y Z mediante las que, sin violar el principio
de
simetría, podemos explicar cómo la masa[8] interactúa para constituir la propia
materia, y todo ello, enunciábamos, predicho y descrito cabalmente por la
actual teoría de partículas elementales (decíamos estándar). Así pues, podíamos
exponer, analógicamente, que este campo actuaría impregnando todo el universo–
y su energía de vacío- como una suerte de sustancia (líquida y
transparente se ha llegado incluso a describir) causante de la fricción entre
partículas, y cuya resistencia al movimiento -a través de este fluido- emularía,
precisamente, la masa.[9] Se colige de todo lo anteriormente
expuesto la imperiosa necesidad de demostrar su existencia, pues, sin este
bosón y su inferido mecanismo de campo tendríamos que construir una nueva
teoría de partículas elementales para entender el universo.
Si
bien el bosón de Higgs no puede verse ni tocarse, ni siquiera fotografiarse (y
resultando de muy difícil captación y
entendimiento –y por tanto por mostrarse
muy alejado del denominado sentido sensorial -y común), es de una
importancia capital su constatación experimental. Todo parece indicar, a tenor
de los descubrimientos en el CERN[10] que, si bien parece haberse
verificado la existencia de una nueva partícula, de resultar esta ser el bosón
de Higgs, la totalidad de las consecuencias teóricas y aun prácticas deducibles
de su demostración están todavía por evaluar.
Si,
cómo adelantábamos en la nota anterior, el concepto de masa es uno de los más
intrigantes y enigmáticos de la física, también parece cada vez más claro que
mediante este puede ser que al fin comencemos a comprender la interacción entre
todo aquello que nos rodea (concepto unido indefectiblemente también al de
inercia[11]) y que nos hace movernos en el mundo
macrocóspico –reconociendo que este no es más que un conjunto de átomos y
estructuras ínfimas en particular interacción- con una cierta garantía de
orientación en su complejo y extraordinario funcionamiento físico. Así pues,
puede afirmarse sin temor a equívoco, que la noche admirablemente constelada y
todo lo que contiene viene a ser la suma de todas las masas de estas partículas
invisibles y sus complejas y dinámicas interacciones.
Lo
que en primer caso parece del todo evidente según la teoría estándar, es
que, sin la consistencia anunciada y de la que participa el bosón de Higgs,
todo lo que compone el universo no podría haberse coagulado en
compactos materialmente coherentes
(incluidos nosotros mismos, los observadores nocturnos) y vagarían(mos) a la
velocidad de la luz en total inconsistencia por el espacio de manera
irremisible.
En
consecuencia de todo lo apresuradamente expuesto será inevitable, sin
embargo, que surjan de manera inmediata interrogantes ante la propuesta inicial
de la existencia de tan prodigiosa partícula, por ejemplo: ¿cuál es el origen
de esas masas? ¿Cómo es que existen diferentes magnitudes de masas? ¿De
qué manera interactúan
aquellas partículas con masa?
Diríase
que un campo sutil (el campo de Higgs) permeabiliza todo el universo, situación
que puede explicar la interacción de las partículas con más o menos masa, y que
las perturbaciones que agitan y alteran dicho campo sean, precisamente,
partículas de Higgs.
La
manera de producir (artificialmente) las perturbaciones en el campo de Higgs
será acelerando dos haces de protones a velocidad cercana a la luz y hacerlos
colisionar. Con precisos mecanismos de detección podrán registrarse las
trayectorias y energías surgidas de la desintegración de los quarks y gluones
colisionados, entre los que debería detectarse este particular bosón, [12] diferenciado
del resto (sin contaminación), proceso que, como cabe deducirse, no es técnicamente
nada fácil de llevar a cabo.[13] Puede, finalmente, afirmarse,
que todas aquellas partículas sin masa, al interaccionar con el campo de Higss,
acaban adquiriéndola.
La
confirmación de la existencia de este bosón daría ocasión excepcional, no
solo de completar y confirmar todo el aparato teórico de la teoría
estándar, también para responder a cuestiones tales como el origen del
mismo universo en relación a los procesos que tuvieron lugar inmediatamente
después del Big Bang y, quizá también para explicar las interrogantes sobre la
ruptura de la simetría materia-antimateria que tuvieron lugar en aquellos
críticos momentos. De hecho, aún es un enigma el significado de la asimetría
materia-antimateria en la actualidad del universo, y desconocemos también el
mecanismo que ha producido dicha ruptura. Así también, la denominada materia
oscura,[14] podría encontrar explicación en
virtud del descubrimiento de este bosón (aunque traspasando ya el ámbito de la
propia teoría estándar ya que entramos en el dominio de la
denominada teoría de la supersimetria[15], de la que se colige la existencia de una
partícula (supersimétrica) que explicaría la materia oscura, aunque a la sazón
de este razonamiento, en realidad, debería de haber más de un Higgs para
explicar coherentemente la realidad de dicha materia oscura -se especula que muy bien pueden concurrir
hasta cinco tipos de este bosón-).
Si
Stephen Hawking perdía una apuesta memorable[16] sobre la existencia o inexistencia
de dicha partícula, reconocía al pairo de los nuevos indicios experimentales,
la importancia del descubrimiento, estableciendo analogía en este campo de la
física con el que tuvo lugar en el ámbito de la biología, en referencia al
descubrimiento del ADN en
su momento (aunque, desde luego, salvando las
distancias entre uno y otro: el ADN es un código, cuya consecuencia dinámica
primordial es la dependencia de su interacción con el entorno; no es lo mismo
que el bosón de Higgs que, como decíamos, no tiene dependencia para ser con
el entorno, este bosón es en sí mismo: tiene masa y la masa la crea
dicha partícula, por lo que se colige que esta se crea a sí misma. La
trascendencia del descubrimiento es enorme porque, no sólo parecería que al fin
completaríamos los estudios sobre la estructura de la materia, sino que
por fin estaríamos en disposición de dar el salto al estudio de la dinámica de
aquella.
En
cualquier caso, estamos ante un hito verdaderamente histórico en el ámbito
general de la ciencia, y concretamente en el domino de la física, la
astrofísica y la cosmología. En no demasiado tiempo (seguro que en menos del
que podemos sospechar) tendremos ocasión de corroborar la excepcional
importancia de este descubrimiento, pues al albur de este seguirán otros
nuevos, y acaso igualmente de significativos, quién sabe si no directamente
relacionados con aquél.
La
belleza del espectáculo estelar de las noches (de mis noches) de observación sideral,
con este descubrimiento serán, seguro, aún más estimulantes y sugestivas. Me
daría del todo por satisfecho si, además, a alguien no iniciado, a través de la
lectura de este breve y apremiado opúsculo, contagiara y aun empujara, siquiera
por un instante, a mirar al cielo constelado e incitarle curiosidad suficiente
para interesarse y dedicar algunos momentos a las reflexiones que prodiga la
contemplación de tan extraordinario como insondable paisaje, el cual nos habla,
sin duda, del origen del mundo que conocemos, todo lo cual viene a ser lo mismo
que indagar sobre quienes somos, también del mundo que por su sugerencia
podemos imaginar, e incluso de otros que, acaso, siquiera podamos ni soñar y
que, no obstante, inevitablemente, también formarían parte de nosotros mismos.
Francisco Acuyo
[1] Mi interés por la física (si bien soy un profano
fascinado por tal disciplina) puede decirse que habría de marcar mi vida, si
esta disposición me ha acompañado desde entonces, y aunque conviviendo en los
ámbitos en los que sí me muevo con algún conocimiento académico fundamentado
(la literatura, la poesía, el derecho e incluso la misma filosofía), de hecho
desde mi más tierna infancia no podía de dejar de sentirme profundamente
seducido por el mirífico espectáculo del paisaje sideral que ofrecía la
noche en las espléndidas latitudes donde tenía (y tengo mi residencia), por lo
que es claro que mi pasión por la astronomía (y de ella derivada
hacia la física y la astrofísica) no es por tanto cosa nueva ni mucho menos
circunstancial. La cosmología, después, haría que entrase, mucha veces a saco,
en los ámbitos de la física (y las matemáticas), si la(s) entendía como fundamento
para la óptima compresión de aquello que observa con mi modesto telescopio en
las noches de mi estupenda zona geográfica para la observación astronómica.
[2] Existen, descritos por la teoría estándar,
cuatro tipos de fuerzas que interactúan en la materia a través de sus
partículas fundamentales, fermiones y bosones, y serían: la interacción nuclear
fuerte (responsable de mantener unidos los nucleones –protones y neutrones- en
núcleo atómico, resistiendo la repulsión de la fuerza electromagnética); la
interacción nuclear débil (se debe al intercambio de bosones W y Z que son muy
masivos y que se observan en la desintegración beta y en la radioactividad); la
interacción electromagnética (producida
entre partículas con carga eléctrica) y, finalmente la interacción gravitatoria
(la que origina la aceleración de un objeto físico en las cercanías de un
cuerpo estelar; Einstein propuso que dicha fuerza, en realidad, es origen de
una deformación del espacio tiempo –efecto geométrico-).
[3] Peter Ware Higgs, físico británico, padre de
la teoría de la ruptura de la simetría en la hipótesis
electrodébil, mediante la cual encontrar explicación del origen de la masa
de las partículas elementales, concretamente
en los bosones W y Z. Describe pues, el mecanismo mediante el que se infiere la
estructura de existencia de una nueva partícula que acabó tomando su nombre: el
bosón de Higgs.
[4] El denominado modelo estándar describe,
atendiendo a la dinámica de la materia y la energía, las partículas elementales
en sus diferentes interacciones. Para ello, este modelo se configura en dos
vertientes de estudio fundamentales: el modelo electrodébil (teoría que unifica
las interacciones débiles de las partículas con el electromagnetismo, dos de
las dos fuerzas fundamentales de la naturaleza junto a la interacción nuclear
fuerte y la gravitatoria), y la cromodinámica cuántica (teoría de campos que
describe la fuerza elemental denominada interacción fuerte) que se caracteriza
por aplicar un color a los quarks según la carga que posean, y sirve para
describir las interacciones entre quarks y gluones. Según este modelo, las partículas
que constituyen la materia, aparte de sus antipartículas asociadas, serían
doce: seis leptones (electrón, neutrino e, neutrino mu, tau muón,y neutrino
tau) y seis quarks (up, daw, charme, strange, top y bottom) con sus
correspondientes cargas de color y carga eléctrica. Hay que añadir las denominadas
partículas mediadoras de fuerza que interactúan de manera recíproca
influyéndose entre sí, tienen espín, en este caso de valor 1, denominándolas
bosones. Serían: fotones (sin masa), bosones de Gauge W y Z y los gluones (sin
masa) con sus ocho diferentes clases. El bosón de Higgs, de Espín 0, se conocía
indirectamente hasta la fecha. Es fundamental para explicar el origen de la
masa de determinadas partículas (los bosones pesados W y Z).
[5] También conocida como simetría de Gauge, debe
cumplirse a escala mecánico-cuántica e implica a las tres fuerzas no
gravitatorias: la electromagnética, la nuclear fuerte y la nuclear débil). Esta
simetría incluye la invariancia de un sistema físico al ser sometido a diversas
modificaciones en los valores de las cargas de fuerza, modificaciones que
pueden cambiar de un lugar a otro y de un momento a otro.
[6] Partículas que, como ya anunciábamos en notas
anteriores, son partículas mediadoras en la interacción nuclear débil y se
caracterizan por ser muy masivas.
[7] Recordamos lo complicado que puede ser el diseño
matemático que pueda describir este concepto de
masa, uno para que proporcione dicha masa a las partículas y dos, que a
un tiempo no contradiga el funcionamiento de la teoría estándar en la
descripción de las interacciones entre esas partículas. El aporte matemático
llevado a cabo para este mecanismo lo
propusieron en 1964 Robert Brout y François Englert y, después, el propio Peter Higgs.
[8] El concepto de masa en la física clásica es la
medida que estima la cantidad de materia que posee un cuerpo pero siempre
diferenciada de la cuantía o medida de sustancia (el mol), pues, es una
propiedad intrínseca de los
cuerpos que va a determinar la masa inercial y gravitacional de estos. La
noción capital (e insólita) de masa se radica como uno de los fundamentos de la
física en relación al entendimiento de lo que la materia sea y, por tanto, de
la realidad del universo que, con tanto deleite, gustaba escrutar esas noches
de observación estelar. La interacción del mundo tal y como conocemos
dependía (en la teoría estándar) de la configuración y estructura de
determinadas partículas subatómicas, entre las que se encontraba (virtualmente,
entonces) el bosón de Higgs.
[10] Organización Europea para la Investigación
Nuclear. Se considera el mayor laboratorio de investigación nuclear del mundo y
está situado en la frontera franco-suiza, entre la comuna de Meyrin y
Saint-Genis-Poully.
[11] La propiedad que tienen los cuerpos de
permanecer en estado de reposo o movimiento en virtud de que se le aplique o no
un determinada fuerza.
[13] EL LHC (Gran Colisionador de Hadrones) del CNER
es un acelerador y colisionador de partículas capaz de llevar protones a
velocidades cercanas a la de la luz y hacerlos colisionar en forma de haces y
en puntos de interacción extremadamente precisos, en torno a los cuales se
colocan detectores (ATLAS y CMS)
capaces de registrar las trayectorias y energías emergentes de aquellas
colisiones que vienen a suceder con una frecuencia de 20 millones por segundo.
[14] Materia virtual que no
emite radiación para ser detectada y cuya existencia se deduce de los efectos
gravitacionales sobre la materia visible en estrellas y galaxias y en las
anisotropías del universo. Se dice que dicha materia compone un 70% de la
materia del universo.
[15] También conocida como SUSY, esta teoría propone
la existencia de una hipotética simetría que relacionaría las partículas de la
teoría estándar (fermiones) con los bosones (que tienen la fuerza interacción fuerte y electrodébil) de manera
tal que cada bosón tiene una supercompañera fermión y viceversa. La teoría de
supercuerdas basa su aparato teórico en esta hipótesis.
[16] Apuesta que hizo el célebre físico británico con
su colega Gordon Kane, a la sazón profesor de la Universidad de Michigan, en la
que establecía que dicha partícula jamás sería encontrada, estableciendo un
envite de 100$, que parece haber perdido.
Una entrada alucinante, querido Francisco Acuyo,y sin duda, después de leer tu excelente trabajo el cual nos enriquece y alumbra, las noches de contemplación del cielo desde este lado del océano también serán diferentes. Cuánto aún por suceder, cuánta grandeza en el universo. Quiero destacar el último párrafo de tu ponencia, porque rezuma en su sabiduría una especial riqueza que atesoro:
ResponderEliminar"La belleza del espectáculo estelar de las noches (de mis noches) de observación sideral, con este descubrimiento, serán, seguro, aún más estimulantes y sugestivas. De todos modos, me daría por satisfecho si a alguien no iniciado contagiará con la lectura de este breve y apremiado opúsculo y empujara, siquiera por un instante, a mirar el cielo constelado e incitarle curiosidad suficiente para interesarse y dedicar algunos momentos a las reflexiones que prodiga la contemplación de tan extraordinario como insondable paisaje, el cual nos habla sin duda del origen del mundo que conocemos, que viene a ser lo mismo que indagar en quienes somos, también del que por su sugerencia podemos imaginar (y por tanto lo que podríamos llegar a ser), e incluso de otros mundos que acaso siquiera podamos ni soñar y que inevitablemente también formarían parte de nosotros mismos."
Maravillo momento de lectura, amigo. Muchas gracias!
Jeniffer Moore
Miami, Florida. USA