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sábado, 1 de septiembre de 2012

DE PANDORA A LA FEMME FATALE. MITOS, FIGURAS Y ESTEREOTIPOS DE ESTIGMATIZACIÓN FEMENINA, POR TOMÁS MORENO


Mucho más que interesante este trabajo titulado de De Pandora a la Femme Fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina, del profesor Tomás Moreno para la sección de microensayos de nuestreo blog Ancile. De plena actualidad en la tarea de desmitificación de la figura femenina en nuestra sociedad.

De Pandora a la femme fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina 1



 DE PANDORA A LA FEMME FATALE. MITOS, FIGURAS Y ESTEREOTIPOS DE ESTIGMATIZACIÓN FEMENINA


De Pandora a la femme fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina 1


 De Pandora a la Femme Fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina (I)[1]
La construcción cultural de la inferioridad femenina
Desde el origen de las sociedades patriarcales los hombres utilizaron todo tipo de mecanismos de dominación y sometimiento de las mujeres para preservar su poder familiar y social. Es un hecho incuestionable que en la distribución de los roles sociales, el Patriarcado asignó la peor parte -la de subordinadas y sometidas- a las mujeres. La principal razón de ello es que, como ha señalado Eva Figes, “la dominación de la mujer por el hombre va íntimamente ligada a la idea de paternidad”[2].
De Pandora a la femme fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina 1
Eva Figes
            En efecto, una vez que el hombre se apercibe de que existe un vínculo físico entre él y la criatura que su mujer lleva en el seno, y que se convertirá  en algo definitivamente suyo, algo así como una prolongación de sí mismo -a condición de que ningún otro hombre haya tenido acceso a su mujer para poder fecundarla- irrumpe la idea de la continuidad personal, por la que el hombre se hace, en cierto sentido, inmortal. Sólo de esta manera, prosigue su reflexión Eva Figes, el poder y la propiedad pueden ser transmitidos a los hijos y conservados desde la tumba:
Quitando importancia al papel decisivo que la mujer representa en la procreación, y considerándola como simple recipiente donde él planta la semilla, el hombre descubre y explota un sentido nuevo del poder, una nueva forma de dominio sobre su entorno. Puede transmitir a sus hijos no sólo su nombre, sino también las riquezas que ha adquirido; y como sus hijos lo dejarán a su vez a los suyos, la muerte resulta burlada. Esto hace que merezca la pena convertirse en trabajador tenaz y ahorrativo[3].
            Muchos han sido los intentos, llevados a cabo por ilustres pensadoras desde Simone de Beauvoir, Eva Figes y Marilyn Frensch hasta Mary Douglas, Michelle Perrot o Gerda Lerner[4], para desenmascarar la compleja construcción simbólica de lo femenino que el Patriarcado tuvo que idear y aplicar a las mujeres en su afán de someterlas y sojuzgarlas. Nos serviremos de sus explicaciones para entender ese milenario y ominoso proceso que ha llegado a reducir a la mujer a ser simple  segundo sexo, sometido y subordinado al sexo dominante y hegemónico del varón.
            Para establecer, justificar y perpetuar su dominación, los hombres urdieron toda una trama social, religiosa, ideológico-cultural que les permitiese doblegar a las mujeres y mantenerlas controladas y sumisas a través de los tiempos. No cabe duda de que, en un principio, la base principal de esta trama fue de orden religioso, para lo cual las castas sacerdotales monopolizadoras del saber (chamanes, mandarines, escribas, imanes y demás especialistas en lo sagrado)[5] hubieron de preparar sistemas de creencias, revelaciones sagradas, mitos y leyendas que asentaran y afirmaran la voluntad de la deidad de que la hembra obedeciese en todo al varón y se sometiese a su sabio designio, por ser ella, “evidentemente”, de índole inferior y, además, porque así lo requería el orden de la Naturaleza y, sobre todo, los intereses de los hombres. Gerda Lerner ha resumido todo este complejo proceso en estos términos:
Para cuando los hombres comenzaron a ordenar simbólicamente el universo y las relaciones entre los humanos y Dios dentro de los grandes sistemas explicativos, la subordinación femenina estaba tan completamente aceptada que tanto a hombres como a mujeres les parecía ‘natural’. A consecuencia de este desarrollo histórico, las principales metáforas y símbolos de la civilización occidental incorporarían el presupuesto de la subordinación femenina y de su inferioridad[6].
De Pandora a la femme fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina 1
Gerda Lerner
            A partir de ese momento la voz de Dios es la voz del hombre, la voz del padre. La(s) religión(es) no sólo incorpora(n) las creencias humanas, sino también las actitudes y los códigos sociales y morales de las personas que practican esa religión, de los sacerdotes y escribas que le dan cuerpo y realidad. La mujer será educada, en palabras de Eva Figes, “para desear, no aquello que su madre deseó para sí misma, sino lo que su padre y todos los hombres encuentran deseable para una mujer. No lo que es sino lo que debe ser”[7]. Así como el modelo de la condición femenina está establecido por hombres para hombres y no por mujeres, no estará permitida la menor relajación de las normas y a la mujer sólo le cabe o serlo totalmente o no serlo en absoluto, en cuyo caso se verá repudiada. Comenzó entonces el proceso de depreciación, culpabilización y demonización de la mujer:
Lo mismo que Pandora dio suelta a la vejez y al vicio, las calamidades del mundo, Eva fue
responsabilizada de la mortalidad del hombre y de la pérdida del estado de gracia. Esta interpretación del origen de todo lo indeseable habría de resultar utilísima durante mucho tiempo, y sirvió para una doble finalidad: permitir al hombre consolidar su dominación más vigorosamente y responsabilizar a la mujer de todos sus defectos y debilidades. Cercó el sexo con los más fuertes tabúes y convirtió la sexualidad de la mujer en lo más odiado y temido[8].
            Sentado esto, hubo que arbitrar la segunda base de la trama, esta vez de carácter filosófico-ideológico (y más tarde pseudocientífico) consistente en elaborar discursos pretendidamente racionales que tratasen de justificar y legitimar, a nivel teórico y superestructural como formas de conciencia social, la inferioridad biológica, psicológica, moral, jurídica y social de la mujer. Gerda Lerner denuncia, a este respecto, la función mistificadora y enmascaradora de “las filosofías de la civilización occidental” como una de esas formas posibilitadoras del mantenimiento de la subordinación femenina, que han servido para la asunción oculta de su inferioridad y la aceptación de la dominación masculina -impuesta y exigida por la naturaleza- impidiendo así a las mujeres comprender su situación y ponerle remedio:
Con las figuras de la Eva caída de la Biblia y la mujer, un varón mutilado, de Aristóteles, presenciamos el surgimiento de dos construcciones simbólicas que sostienen y dan por sentada la existencia de dos clases de seres humanos, el varón y la mujer, con una esencia, una función y un potencial diferentes. Esta construcción metafórica, la mujer inferior y no del todo completa, se introduce en cualquier gran sistema explicativo hasta cobrar el vigor y la fuerza de una verdad. Bajo el presupuesto no verificado de que este estereotipo representaba la realidad, las instituciones denegaron a las mujeres la igualdad de derechos y el acceso a privilegios, quedó justificada la privación de la educación y, dada la santidad de la tradición y de la dominación patriarcal durante milenios, pareció algo justo y natural[9].
            Para la sociedad organizada patriarcalmente, estas construcciones simbólicas fueron el ingrediente básico en el orden y la estructura de la civilización occidental. En resumen, según Gerda Lerner, no sólo hemos de observar cómo la desigualdad entre hombres y mujeres estaba elaborada en el lenguaje, el pensamiento y la filosofía de la civilización occidental, sino la manera en que el mismo género se convirtió en una metáfora que definía las relaciones de poder de tal forma que las mistificó y acabó por ocultarlas[10]. Ahora bien, ello no hubiera sido posible sin la necesaria cooperación de las propias mujeres: “Las mujeres han participado durante milenios en el proceso de su propia subordinación -concluye Gerda Lerner- porque se las ha moldeado psicológicamente para que interioricen la idea de su propia inferioridad. La ignorancia de su misma historia de luchas y logros ha sido una de las principales formas de mantenerlas subordinadas”[11].
De Pandora a la femme fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina 1
Adrienne Rich
            De las nefastas consecuencias que han tenido históricamente ambas construcciones culturales para la mujer, trataremos ampliamente a lo largo de este ensayo. Y vamos a comenzar, como procede, por los mitos y los tabúes, las dos formas de expresión y de normatividad moral y social más básicas y primigenias de las ideologías religiosas. El carácter misógino de la mitología occidental fue ya analizado adecuada y lúcidamente por Adrienne Rich en Nacida de mujer[12]. Coincidiendo con esta misma tesis, la mayoría de los expertos sostienen que los distintos mitos de creación existentes en nuestra tradición cultural suelen representar el nacimiento de la mujer como un hecho secundario, no sólo de forma temporal sino también metafísica.     La convicción más extendida acerca de la nocividad de la naturaleza femenina y de los efectos deletéreos para el hombre de su creación -la entrada del mal y de la muerte en el mundo- es recurrente en la mayoría de las culturas, describiéndose, asimismo, en todas ellas “de forma similar a las figuras femeninas que provocan la caída en desgracia, tanto físicamente como en el carácter y las inclinaciones”[13]. Así sucede, en efecto, en la mitología griega, y, por supuesto, en la tradición hebrea, en el pensamiento cristiano y en el islámico[14] y en numerosísimos mitos de origen, esparcidos a lo largo y ancho de toda clase de culturas, orientales, americanas y arcaicas.


                                                                                                           Tomás Moreno



[1] Capítulo introductorio del ensayo homónimo del autor (inédito).
[2] Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, Alianza Editorial, Madrid, 1972, pp.39-40.
[3] Ibid. Recuerda Eva Figes, para ilustrar su afirmación, cómo en el Antiguo Testamento las líneas de descendencia masculina son registradas con gran detalle, generación a generación, no siendo la mujer apreciada más que como portadora de hijos varones. Si una mujer resulta estéril, el varón del Antiguo Testamento se volverá en seguida hacia una concubina o tomará segunda esposa, normalmente con la connivencia o el humilde consentimiento de su esposa, que reconoce su propia insuficiencia. Pero todas estas motivaciones determinantes de una forma de vivir dependen a su vez de un requisito: la seguridad de que el hijo que está en el seno de la mujer es realmente propio, y de que uno mismo es el padre.
[4] A las que podríamos añadir los nombres de otras pensadoras, teólogas, historiadoras, antropólogas etc., cuyos libros hemos tenido presentes en el desarrollo de este ensayo, como Uta Ranke-Heinemann, Martha C. Nussbaum, Marina Warner, Margaret Mead, Francoise Hèritier, Elisabeth Badinter, Wanda Tommasi, Armanda Guiducci, Elaine Pagels, Mari Daly, Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser y muchas otras. 
[5] Carlos París habla de la “clase epistémica”, es decir “aquella que constituyen los formuladores, detentadores y transmisores del saber, en una formación cultural determinada”, la cual a lo largo de la historia, ha estado representada por figuras muy diversas desde el chamán, el mandarín, el filósofo hasta el imán, el teólogo o eclesiástico, e incluso el colectivo de la “comunidad científica”. Véase Carlos París, Ética Radical. Los abismos de la actual civilización, Tecnos, Madrid, 2012, p. 220.
[6] La Creación del Patriarcado, Editorial Crítica, Barcelona, 1990, pp. 308-309.
[7] Eva Figes, op. cit., p. 16.
[8] Ibid., p. 16. 
[9] La Creación del Patriarcado, op. cit, pp. 308-309. Las cursivas son nuestras.
[10] Ibíd. Ya los antropólogos constatan, con los lingüistas, cómo en las sociedades más arcaicas la repartición de los sustantivos en género animado e inanimado -existente en ciertas lenguas primitivas- es reemplazada en otras lenguas por una repartición de género ándrico y género metándrico. En este último género se incluyen: las cosas inanimadas, los animales de ambos sexos y las mujeres. La feminidad, entre los caribes y los iroqueses es lingüísticamente rechazada al lado de la animalidad, semánticamente es connatural al animal. El antropólogo Leroi-Gourhan (Repartición et groupement des animaux dans l’art parietal paleolitique) observa que « 63 representaciones femeninas de 89, o sea, más de los 2/3, están asociadas a figuras animales. De 46 casos de asociación, en 32 aparece el caballo y en 27 el bisonte. Citado en Gilbert Durand, Las estructuras antropológicas de lo imaginario, Taurus, Madrid, 1981, p. 98.
[11] Ibíd., p. 317.
[12] Nacida de Mujer, Noguer, Barcelona, 1978.
[13] Sonia Villegas, El sexo olvidado. Introducción a la teología feminista, Ediciones Alfar, Sevilla, 2005, pp. 28-29. Según esta autora en la mayoría de las mitologías de las culturas grecohelenística clásica y del próximo Oriente -mitos griegos, hebreos, mesopotámicos, etc.- se vincula el origen del mal con una determinada acción de la mujer, a la que normalmente se la asocia con la figura de una serpiente. En sus diversas iconografías, la mujer es la mediadora y portavoz del mal frente al hombre, que siempre aparece como víctima de sus artimañas y de su capacidad de seducción y persuasión. Cf. también: Elisabeth Frenzel, Diccionario de argumentos de la literatura universal, Gredos, Madrid, 1976.
[14] Es lógico que así ocurra tanto en el Judaísmo, como en el Cristianismo y en el Islam, ya que esas tres religiones y tradiciones culturales comparten el mismo legado del Antiguo Testamento, como nos recuerda Joseph Campbell, Las máscaras de Dios, Alianza, Madrid, 1992, p. 33. Para los mitos cosmogónicos, antropogónicos y de héroes civilizadores en esas y otras tradiciones, véase: Luis Cencillo, Mito. Semántica y realidad, B.A.C., Madrid, 1970, pp. 192-249; y para cosmogonías no cristianas: Vicente Hernández Catalá, La expresión de lo divino en las religiones no cristianas, B.A.C., Madrid, 1972,  pp. 155-189.



De Pandora a la femme fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina 1

2 comentarios:

  1. Interesantísimo trabajo, sobre un tema que es parte indivisible de nuestra vida, de la moral social. Inteligente análisis con ricas citas. Ni patriarcado, ni matriarcado: Equilibrio, unión y mutuo entendimiento, Amor compartido. ¡Uno es tan necesario para el otro; imprescindible, diría. Un abrazo y muchas gracias, amigo.

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  2. Maravilloso trabajo de nuestro querido Profesor Tomas Moreno. Felicitaciones! Gracias, Francisco Acuyo por difundirlo en este espacio de referencia para las comunidades de habla hispana.
    Un cordial saludo desde Miami.

    Jeniffer Moore

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