Mucho
más que interesante este trabajo titulado de De Pandora a la Femme Fatale.
Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización femenina, del profesor Tomás
Moreno para la sección de microensayos de nuestreo blog Ancile. De plena
actualidad en la tarea de desmitificación de la figura femenina en nuestra
sociedad.
DE PANDORA A LA FEMME FATALE. MITOS, FIGURAS Y ESTEREOTIPOS DE ESTIGMATIZACIÓN FEMENINA
De
Pandora a la Femme Fatale. Mitos, figuras y estereotipos de estigmatización
femenina (I)[1]
La construcción cultural de la
inferioridad femenina
Desde
el origen de las sociedades patriarcales los hombres utilizaron todo tipo de
mecanismos de dominación y sometimiento de las mujeres para preservar su poder
familiar y social. Es un hecho incuestionable que en la distribución de los
roles sociales, el Patriarcado asignó la peor parte -la de subordinadas y
sometidas- a las mujeres. La principal razón de ello es que, como ha señalado Eva Figes, “la dominación de la mujer
por el hombre va íntimamente ligada a la idea de paternidad”[2].
Eva Figes |
En efecto, una vez que el hombre se
apercibe de que existe un vínculo físico entre él y la criatura que su mujer
lleva en el seno, y que se convertirá en
algo definitivamente suyo, algo así como una prolongación de sí mismo -a
condición de que ningún otro hombre haya tenido acceso a su mujer para poder
fecundarla- irrumpe la idea de la continuidad personal, por la que el hombre se
hace, en cierto sentido, inmortal. Sólo de esta manera, prosigue su reflexión
Eva Figes, el poder y la propiedad pueden ser transmitidos a los hijos y
conservados desde la tumba:
Quitando
importancia al papel decisivo que la mujer representa en la procreación, y
considerándola como simple recipiente donde él planta la semilla, el hombre
descubre y explota un sentido nuevo del poder, una nueva forma de dominio sobre
su entorno. Puede transmitir a sus hijos no sólo su nombre, sino también las
riquezas que ha adquirido; y como sus hijos lo dejarán a su vez a los suyos, la
muerte resulta burlada. Esto hace que merezca la pena convertirse en trabajador
tenaz y ahorrativo[3].
Muchos han sido los intentos,
llevados a cabo por ilustres pensadoras desde Simone de Beauvoir, Eva Figes y
Marilyn Frensch hasta Mary Douglas, Michelle Perrot o Gerda Lerner[4],
para desenmascarar la compleja
construcción simbólica de lo femenino que el Patriarcado tuvo que idear y
aplicar a las mujeres en su afán de someterlas y sojuzgarlas. Nos serviremos de sus explicaciones para entender ese
milenario y ominoso proceso que ha llegado a reducir a la mujer a ser
simple segundo sexo, sometido y subordinado al sexo dominante y hegemónico
del varón.
Para establecer, justificar y
perpetuar su dominación, los hombres urdieron toda una trama social, religiosa,
ideológico-cultural que les permitiese doblegar a las mujeres y mantenerlas
controladas y sumisas a través de los tiempos. No cabe duda de que, en un
principio, la base principal de esta trama fue de orden religioso, para lo cual
las castas sacerdotales monopolizadoras del saber (chamanes, mandarines,
escribas, imanes y demás especialistas en
lo sagrado)[5]
hubieron de preparar sistemas de creencias, revelaciones sagradas, mitos y
leyendas que asentaran y afirmaran la voluntad de la deidad de que la hembra
obedeciese en todo al varón y se sometiese a su sabio designio, por ser ella,
“evidentemente”, de índole inferior y, además, porque así lo requería el orden
de la Naturaleza y, sobre todo, los intereses de los hombres. Gerda Lerner ha resumido todo este
complejo proceso en estos términos:
Para cuando los
hombres comenzaron a ordenar simbólicamente el universo y las relaciones entre
los humanos y Dios dentro de los grandes sistemas explicativos, la
subordinación femenina estaba tan completamente aceptada que tanto a hombres
como a mujeres les parecía ‘natural’. A consecuencia de este desarrollo
histórico, las principales metáforas y símbolos de la civilización occidental
incorporarían el presupuesto de la subordinación femenina y de su inferioridad[6].
Gerda Lerner |
A partir de ese momento la voz de Dios es la voz del hombre, la
voz del padre. La(s) religión(es) no sólo incorpora(n) las creencias humanas,
sino también las actitudes y los códigos sociales y morales de las personas que
practican esa religión, de los sacerdotes y escribas que le dan cuerpo y
realidad. La mujer será educada, en palabras de Eva Figes, “para desear, no
aquello que su madre deseó para sí misma, sino lo que su padre y todos los
hombres encuentran deseable para una mujer. No lo que es sino lo que debe ser”[7].
Así como el modelo de la condición femenina está establecido por hombres para
hombres y no por mujeres, no estará permitida la menor relajación de las normas
y a la mujer sólo le cabe o serlo totalmente o no serlo en absoluto, en cuyo
caso se verá repudiada. Comenzó entonces el proceso de depreciación,
culpabilización y demonización de la mujer:
Lo mismo que
Pandora dio suelta a la vejez y al vicio, las calamidades del mundo, Eva fue
responsabilizada
de la mortalidad del hombre y de la pérdida del estado de gracia. Esta
interpretación del origen de todo lo indeseable habría de resultar utilísima
durante mucho tiempo, y sirvió para una doble finalidad: permitir al hombre
consolidar su dominación más vigorosamente y responsabilizar a la mujer de
todos sus defectos y debilidades. Cercó el sexo con los más fuertes tabúes y
convirtió la sexualidad de la mujer en lo más odiado y temido[8].
Sentado esto, hubo que arbitrar la
segunda base de la trama, esta vez de carácter filosófico-ideológico (y más
tarde pseudocientífico) consistente
en elaborar discursos pretendidamente racionales que tratasen de justificar y
legitimar, a nivel teórico y superestructural como formas de conciencia social, la inferioridad
biológica, psicológica, moral, jurídica y social de la mujer. Gerda Lerner
denuncia, a este respecto, la función mistificadora y enmascaradora de “las
filosofías de la civilización occidental” como una de esas formas
posibilitadoras del mantenimiento de la subordinación femenina, que han servido
para la asunción oculta de su inferioridad y la aceptación de la dominación
masculina -impuesta y exigida por la
naturaleza- impidiendo así a las mujeres comprender su situación y ponerle
remedio:
Con las figuras
de la Eva caída de la Biblia y la mujer, un varón mutilado, de
Aristóteles, presenciamos el surgimiento de dos construcciones simbólicas que
sostienen y dan por sentada la existencia de dos clases de seres humanos, el
varón y la mujer, con una esencia, una función y un potencial diferentes. Esta
construcción metafórica, la mujer
inferior y no del todo completa, se introduce en cualquier gran sistema
explicativo hasta cobrar el vigor y la fuerza de una verdad. Bajo el
presupuesto no verificado de que este estereotipo
representaba la realidad, las instituciones denegaron a las mujeres la igualdad
de derechos y el acceso a privilegios, quedó justificada la privación de la
educación y, dada la santidad de la tradición y de la dominación patriarcal
durante milenios, pareció algo justo y natural[9].
Para la sociedad organizada
patriarcalmente, estas construcciones
simbólicas fueron el ingrediente básico en el orden y la estructura de la
civilización occidental. En resumen, según Gerda Lerner, no sólo hemos de
observar cómo la desigualdad entre hombres y mujeres estaba elaborada en el
lenguaje, el pensamiento y la filosofía de la civilización occidental, sino la
manera en que el mismo género se convirtió en una metáfora que definía las
relaciones de poder de tal forma que las mistificó y acabó por ocultarlas[10].
Ahora bien, ello no hubiera sido posible sin la necesaria cooperación de las
propias mujeres: “Las mujeres han participado durante milenios en el proceso de
su propia subordinación -concluye Gerda Lerner- porque se las ha moldeado
psicológicamente para que interioricen la idea de su propia inferioridad. La
ignorancia de su misma historia de luchas y logros ha sido una de las
principales formas de mantenerlas subordinadas”[11].
Adrienne Rich |
De las nefastas consecuencias que
han tenido históricamente ambas construcciones
culturales para la mujer, trataremos ampliamente a lo largo de este ensayo.
Y vamos a comenzar, como procede, por los mitos
y los tabúes, las dos formas de
expresión y de normatividad moral y social más básicas y primigenias de las
ideologías religiosas. El carácter
misógino de la mitología occidental fue ya analizado adecuada y lúcidamente
por Adrienne Rich en Nacida
de mujer[12]. Coincidiendo con esta misma tesis, la
mayoría de los expertos sostienen que los distintos mitos de creación existentes en nuestra tradición cultural suelen
representar el nacimiento de la mujer como un hecho secundario, no sólo de
forma temporal sino también metafísica. La
convicción más extendida acerca de la nocividad
de la naturaleza femenina y de los efectos deletéreos para el hombre de su
creación -la entrada del mal y de la muerte en el mundo- es recurrente en la
mayoría de las culturas, describiéndose, asimismo, en todas ellas “de forma similar a las
figuras femeninas que provocan la caída en desgracia, tanto físicamente como en
el carácter y las inclinaciones”[13].
Así sucede, en efecto, en la mitología griega, y, por supuesto, en la tradición
hebrea, en el pensamiento cristiano y en el islámico[14]
y en numerosísimos mitos de origen, esparcidos a lo largo y ancho de toda clase
de culturas, orientales, americanas y arcaicas.
Tomás Moreno
[1] Capítulo
introductorio del ensayo homónimo del autor (inédito).
[2] Actitudes
patriarcales: las mujeres en la sociedad, Alianza Editorial, Madrid, 1972,
pp.39-40.
[3] Ibid. Recuerda Eva Figes, para
ilustrar su afirmación, cómo en el Antiguo Testamento las líneas de
descendencia masculina son registradas con gran detalle, generación a
generación, no siendo la mujer apreciada más que como portadora de hijos
varones. Si una mujer resulta estéril, el varón del Antiguo Testamento se
volverá en seguida hacia una concubina o tomará segunda esposa, normalmente con
la connivencia o el humilde consentimiento de su esposa, que reconoce su propia
insuficiencia. Pero todas estas motivaciones determinantes de una forma de
vivir dependen a su vez de un requisito: la seguridad de que el hijo que está
en el seno de la mujer es realmente propio, y de que uno mismo es el padre.
[4] A las que podríamos añadir los nombres de otras
pensadoras, teólogas, historiadoras, antropólogas etc., cuyos libros hemos
tenido presentes en el desarrollo de este ensayo, como Uta Ranke-Heinemann,
Martha C. Nussbaum, Marina Warner, Margaret Mead, Francoise Hèritier, Elisabeth
Badinter, Wanda Tommasi, Armanda Guiducci, Elaine Pagels, Mari Daly, Bonnie S.
Anderson y Judith P. Zinsser y muchas otras.
[5] Carlos París habla de la “clase epistémica”, es decir
“aquella que constituyen los formuladores, detentadores y transmisores del
saber, en una formación cultural determinada”, la cual a lo largo de la
historia, ha estado representada por figuras muy diversas desde el chamán, el
mandarín, el filósofo hasta el imán, el teólogo o eclesiástico, e incluso el
colectivo de la “comunidad científica”. Véase Carlos París, Ética Radical. Los abismos de la actual
civilización, Tecnos, Madrid, 2012, p. 220.
[8] Ibid., p. 16.
[9] La Creación del
Patriarcado, op. cit, pp. 308-309. Las cursivas son nuestras.
[10] Ibíd. Ya los antropólogos constatan, con los
lingüistas, cómo en las sociedades más arcaicas la repartición de los
sustantivos en género animado e inanimado -existente en ciertas lenguas
primitivas- es reemplazada en otras lenguas por una repartición de género ándrico y género metándrico. En este último género se incluyen: las cosas inanimadas, los animales de ambos sexos y las mujeres. La feminidad, entre los caribes
y los iroqueses es lingüísticamente rechazada al lado de la animalidad,
semánticamente es connatural al animal. El antropólogo Leroi-Gourhan (Repartición et groupement des animaux dans
l’art parietal paleolitique) observa que « 63 representaciones
femeninas de 89, o sea, más de los 2/3, están asociadas a figuras animales. De
46 casos de asociación, en 32 aparece el caballo y en 27 el bisonte. Citado en
Gilbert Durand, Las estructuras
antropológicas de lo imaginario, Taurus, Madrid, 1981, p. 98.
[11] Ibíd., p. 317.
[13] Sonia Villegas, El
sexo olvidado. Introducción a la teología feminista, Ediciones Alfar,
Sevilla, 2005, pp. 28-29. Según esta autora en la mayoría de las mitologías de
las culturas grecohelenística clásica y del próximo Oriente -mitos griegos,
hebreos, mesopotámicos, etc.- se vincula el origen
del mal con una determinada acción
de la mujer, a la que normalmente se
la asocia con la figura de una serpiente.
En sus diversas iconografías, la mujer es la
mediadora y portavoz del mal
frente al hombre, que siempre aparece como
víctima de sus artimañas y de su capacidad de seducción y persuasión. Cf.
también: Elisabeth Frenzel, Diccionario
de argumentos de la literatura universal, Gredos, Madrid, 1976.
[14] Es lógico que así ocurra tanto en el Judaísmo, como en
el Cristianismo y en el Islam, ya que esas tres religiones y tradiciones
culturales comparten el mismo legado del Antiguo Testamento, como nos recuerda
Joseph Campbell, Las máscaras de Dios,
Alianza, Madrid, 1992, p. 33. Para los mitos cosmogónicos, antropogónicos y de
héroes civilizadores en esas y otras tradiciones, véase: Luis Cencillo, Mito. Semántica y realidad, B.A.C.,
Madrid, 1970, pp. 192-249; y para cosmogonías no cristianas: Vicente Hernández
Catalá, La expresión de lo divino en las
religiones no cristianas, B.A.C., Madrid, 1972, pp. 155-189.
Interesantísimo trabajo, sobre un tema que es parte indivisible de nuestra vida, de la moral social. Inteligente análisis con ricas citas. Ni patriarcado, ni matriarcado: Equilibrio, unión y mutuo entendimiento, Amor compartido. ¡Uno es tan necesario para el otro; imprescindible, diría. Un abrazo y muchas gracias, amigo.
ResponderEliminarMaravilloso trabajo de nuestro querido Profesor Tomas Moreno. Felicitaciones! Gracias, Francisco Acuyo por difundirlo en este espacio de referencia para las comunidades de habla hispana.
ResponderEliminarUn cordial saludo desde Miami.
Jeniffer Moore