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miércoles, 30 de enero de 2013

TRES FILÓSOFOS MISÓGINOS: LA EXACERBACIÓN ANTIFEMENINA (3ª PARTE)

Para cerrar este ciclo de entradas sobre la misoginia llevado a cabo por el filósofo Tomás Moreno, ofrecemos el tercero y último post intitulado: La exacerbación antifemenina, en el trabajo general que ha aparecido bajo el título Tres filósofos misóginos. Broche de cierre de gran interés que recomendamos para su lectura y reflexión.



Tres filósofos misóginos: 3, La exacerbación antifemenina, Ancile


TRES FILÓSOFOS MISÓGINOS: 
LA EXACERBACIÓN ANTIFEMENINA (3ª PARTE)


Tres filósofos misóginos: 3, La exacerbación antifemenina, Ancile


III. En su fase final decadentista e irracionalista -que es en la que podemos incluir al epígono Otto Weininger, último de los filósofos aludidos en este ensayo- la misoginia romántica exacerbó su postura antiilustrada y su antifeminismo más virulento tratando de resucitar, como ha escrito María José Villaverde, “los antiguos valores femeninos del sacrificio, la renuncia, la abnegación y el vivir para los demás, frente al ideal ilustrado de la autorrealización”.
Tres filósofos misóginos: 3, La exacerbación antifemenina, Ancile
                En efecto, continúa nuestra autora, si el siglo XVIII alumbró a grandes defensores de la mujer como Diderot y Condorcet, los personajes más eminentes del XIX fueron destacados misóginos. Y como prueba, recuerda no sólo los vitriólicos comentarios sobre la mujer expresados por Schopenhauer y por Nietzsche en sus obras o la correspondencia de Freud con su novia Martha Bernays -en la que puntualiza sin rubor que quiere una mujer convencional que cuide de la casa y de los hijos-, sino también la intolerancia posesiva de Gustav Mahler con Alma, su esposa, impidiéndole componer música para dedicarse a él en cuerpo y alma e, incluso, la celosísima relación de K. Marx (apodado significativamente “el Moro”) con su mujer-para-todo Jenny[1].
Tres filósofos misóginos: 3, La exacerbación antifemenina, Ancile
Paul Julios Moebius
            A ello, también contribuyó, y no en poca medida, el desarrollo de las nuevas ciencias biológicas del siglo XIX -en su mayor parte protociencias o pseudociencias- que fomentaron, sobre supuestas bases científicas, la misoginia más descerebrada y fanática. En efecto la anatomía y la fisiología de la época, recuerda María Jose Villaverde, diseccionaron el cuerpo femenino y subrayaron las diferencias con el varón. La frenología y la craneología, por su parte, pesaron y midieron su cerebro y llegaron a la conclusión de que era más pequeño y de menor peso. La psicología, finalmente, “buceó en su mente y desveló las llamadas enfermedades de los nervios -entre ellas, la histeria-, síntomas de su sensibilidad desbordada y de su emotividad enfermiza”[2]. Todas estas investigaciones que Paul Julios Moebius (1853-1907), médico de Leipzig, recogió en su folleto-libro Sobre la imbecilidad fisiológica mental de las mujeres (Ubre den Physiologischen Schwachsinn des Weibes, Leipzig, 1900), auténtico best-seller de la época, reeditado sin cesar en las primeras décadas del XX, fueron utilizadas para corroborar su inferioridad intelectual[3].
            Incluso, como señala Alicia H. Puleo, una particular aplicación de la teoría de la evolución al análisis de fenómenos tales como el colonialismo, el capitalismo, el patriarcado y el darwinismo social, contribuyó a esta amalgama en la que el oprimido adquiere perfiles bestiales y demoníacos. Sexismo, clasismo y racismo coinciden en la adjudicación de los mismos rasgos al individuo sometido: animalidad y sensualidad portador del caos. Para Bram Dijkstra, se trata de un claro mecanismo de dominación que posee dos funciones: justifica la discriminación y explotación practicadas sobre ciertos grupos y canaliza sobre fáciles chivos expiatorios la ansiedad y frustración generadas por las transformaciones capitalistas. La misoginia y el odio estarán así estrechamente unidos en este período que anuncia el genocidio posterior[4].
Tres filósofos misóginos: 3, La exacerbación antifemenina, Ancile
Sigmund Freud
            Finalmente, el factor que se revela como fundamental en la virulencia antifeminista finisecular, es el desarrollo de los movimientos femeninos de emancipación que  exigen un cambio respecto a la cuestión de la mujer y el tema de la igualdad de los sexos, demandando con coraje y determinación el ingreso de la mujer en la ciudadanía mediante el sufragio, el reconocimiento de sus derechos cívicos y de su dignidad humana. Los tres tendrán, pues, como interlocutor más o menos visible, aunque activamente negado, el movimiento feminista que, en ese momento, se está desarrollando tanto en Europa como en los Estados Unidos y que está debatiendo con fuerza e intensidad el tema de la emancipación femenina y vindicando la igualdad y los derechos de las mujeres.
            Desde este punto de vista, “la posición misógina” de Schopenhauer,  de Nietzsche y de Weininger  (e incluso del propio Freud[5]), es una respuesta reactiva y reaccionaria ante esas exigencias de igualdad que reclaman las mujeres desde el movimiento emancipador sufragista y feminista de la época y un intento de aportar  nuevas justificaciones teóricas sobre la “naturaleza de la mujer” que sirvieran para apuntalar las ya obsoletas y cuestionadas ideas tradicionales sobre los roles de género todavía imperantes. Representaban, además, una respuesta también resentida, que trataba “de echarlas de las posiciones” que habían ido ganando en la cultura y en la sociedad de su tiempo y que siempre derivaron en alguna manera de descalificar al sexo femenino en su conjunto[6].
Tres filósofos misóginos: 3, La exacerbación antifemenina, Ancile
            En definitiva, para Amelia Valcárcel las ideas gestadas por la misoginia romántica tuvieron fortuna y éxito y no es exagerado decir que aún perviven fuera del discurso público. “Son”, escribe, “la inexplícita armazón de muchas ideaciones y prácticas corrientes. Ceden terreno poco a poco y saltan a primer plano a poco que se rasque en la conciencia común”. Por ello considera adecuado conocer su génesis histórica y sus primeras y principales presentaciones. “Tales ideas no son simplemente inerciales y se corresponden con los tiempos en que fueron concebidas. Entonces apuntalaban un orden que comenzaba a tambalearse y lo hacían conscientemente. Eran reaccionarias, resistenciales y tenían intervención inmediata en la acción pública contra cualquier demanda de igualdad y ciudadanía”[7].
            En la actualidad cabe preguntarse, concluye Amelia Valcárcel, el porqué de su silenciosa vigencia, el porqué de la sistemática reedición de textos menores inspirados en ellas como los panfletos pseudocientíficos de Paul Julius Moebius o de Otto Weininger, sin contar con la sistemática edición de los aforismos de Schopenhauer dedicados a las mujeres en su ensayo Sobre las mujeres (de los Parerga y paralipomena de 1851). La respuesta a esas preguntas es, para la filósofa asturiana, lamentablemente obvia: “Puede que resulten confortables o confortadores para quienes, debiendo acatar en público los cambios producidos, mantiene hacia ellos radical desconfianza. Puede también que continúen validando una jerarquía sexual que en la práctica se mantiene con asombroso vigor”[8].

                                                                                                                         Tomás Moreno



[1] María José Villaverde, op. cit.
[2] Ibid. Cfr. también Nerea Aresti, Médicos, Donjuanes y Mujeres Modernas. Los ideales de feminidad y masculinidad en el primer tercio del siglo XX, Servicio editorial Universidad del País Vasco, Bilbao, 2001, pp. 49-61
[3] Paul Julius Moebius (1853-1907) natural de Leipzig, médico en 1877, psiquiatra alemán, neurólogo en el Policlínico Universitario de Leipzg y en la Policlínica Neurológica del Albert-Verein de Leipzig, centró sus investigaciones en las enfermedades nerviosas funcionales, en la frenología y en la diferencia entre los sexos etc. Su obra Über den Pphysiologischen Schwachsinn des Weibes fue traducida al castellano con el título de La deficiencia mental fisiológica de la mujer, con prólogo de Carmen de Burgos Seguí, en Valencia, F. Sempere y Cía Editores, 1904. Hay otra traducción de Adan Kovacsics Meszaros, La inferioridad mental de la mujer, con prólogo de Franco Ongaro Basaglia, Barcelona, 1982. Influyó en el primer tercio del siglo XX en una activista corriente antifeminista española representada por dos médicos misóginos Edmundo González Blanco, autor de El feminismo en las sociedades modernas, 1903, y Roberto Novoa Santos, con su libro La indigencia espiritual del sexo femenino (Las pruebas anatómicas, fisiológicas y psicológicas de la pobreza mental de la mujer. Su explicación biológica), Valencia, 1908).Cfr. Nerea Aresti op. cit., pp. 49-61.
[4] Alicia H. Puleo, Sexualidad y mal en la filosofía contemporánea op. cit. Cfr. Bram Dijkstra, Ídolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo, Debate, Madrid, 1994
[5] Tampoco Freud, que participó de muchas de estas ideas misóginas románticas, se comprometió en un diálogo franco y explícito con el sufragismo de su tiempo.
[6] Wanda Tommasi, Filósofos y mujeres, Narcea, Madrid, 2002, p. 153. Celia Amorós también destaca este factor como determinante de la reacción misógina: “La misoginia romántica puede asumirse como un fenómeno reactivo a las virtualidades emancipatorias de las abstracciones ilustradas para las mujeres, tal como se pusieron de manifiesto en la Revolución Francesa y como, tras su primera derrota, de forma latente y soterrada fueron tomando cuerpo a lo largo del siglo XIX para, en concurrencia con los efectos de la revolución industrial, emerger en los movimientos sufragistas. Las vindicaciones feministas son, pues, el referente, silenciado, de las conceptualizaciones de lo femenino propias de los románticos” (Feminismo y filosofía, op. cit. p. 82).
[7]Amelia Valcárcel, La política de las mujeres, op. cit., pp. 50-51.
[8] Ibíd.




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