Ensayo de muy grande interés el llevado hasta nuestras páginas por el filósofo, profesor, colaborador y amigo Tomás Moreno para la sección de Microensayos del blog Ancile, cuyo título de por sí ya es harto sugerente: Tres filósofos misóginos: Shopenhauer, Nietzsche y Weininger; además de ofrecerse en el mismo una temática de candente actualidad. No deja de resultar cuando menos curioso que tres pensadores de tan elevada trayectoria intelectual conllevaran el lastre de su singular misoginia. Saquen ustedes mismos las oportunas conclusiones.
TRES FILÓSOFOS MISÓGINOS:
SCHOPENHAUER, NIETZSCHE,
WEININGER
La mayoría de los expertos coinciden en señalar
que las raíces ideológicas sobre las que se ha construido el edificio de la
misoginia filosófica, durante el último siglo y medio, podemos encontrarlas en
tres conspicuos filósofos del siglo XIX: Schopenhauer, Nietzsche y Weininger. Nacidos en 1788, 1844 y 1880
respectivamente, presentan un evidente “aire de familia” en lo que se refiere a
su negativa consideración y conceptualización de la mujer. Los tres célibes y,
bien que por distintas circunstancias, poco afortunados en sus relaciones
femeninas. Los tres pensadores escriben en lengua alemana y suscriben similares
tesis acerca de una “supuesta” inferioridad femenina y dos de ellos
-Schopenhauer y Weininger- participan de un explícito y radical “pesimismo genital”, por usar la acertada
expresión acuñada por Fernando Savater, de clara raigambre dualista[1].
Arthur Schopenhauer |
Los
tres, que se mostraron efectivamente beligerantes en desaprobar los movimientos
de emancipación de la mujer emergentes en su tiempo, coinciden en considerar el
movimiento sufragista finisecular[2]
como promovido por individuos intersexuales, “mujeres viriles”, que con su
iniciativa masculina, arrastran al activismo feminista a otras mujeres normales
virilizándolas, y también en calificar su lucha por la igualdad de derechos
como un síntoma “enfermizo” y perjudicial para la mujer[3].
Los
tres, en distinta medida, caracterizan a
la mujer como el mal, portadora del caos y esclava de la sexualidad, propugnando su
sumisión incondicional al varón. Los tres, en fin, excluyen a la mujer de la
esfera de la individualidad y del “pacto social”, incluyéndola en la esfera de
la naturaleza “como mantenedoras de
la trampa de la especie por medio de una sexualidad amenazante y perversa que
aúna deseo y reproducción”[4].
Friedrich Nietzsche |
Pertenecen,
pues, junto con los idealistas alemanes Hegel y Fichte, el danés Kierkegaard y
el discípulo de Schopenhauer, Eduard Von Hartmann, a la corriente denominada
“misoginia romántica”. Todos ellos -salvo Fichte y Von Hartmann- en mayor o
menor medida han sido objeto en nuestro panorama bibliográfico de penetrantes
estudios por parte de nuestras filósofas feministas más destacadas: Celia Amorós centró su interés en la
figura de Kierkegaard[5]; Alicia
H. Puleo lo hizo con Schopenhauer[6];
Amelia Valcárcel dedicó su
investigación a analizar, de manera sumaria pero clarificadora, las
conceptualizaciones de lo femenino en los más destacados representantes de la
misoginia romántica: Hegel, Schopenhauer, Kierkegaard y Nietzsche[7].
María José Villaverde, finalmente se
ocupó, con ocasión de su centenario, de Otto Weininger[8],
epígono, sin duda, de esta tradición ideológica misógina.
Para
Amelia Valcárcel, el discurso
misógino romántico -que comienza a finales del XVIII y se extiende hasta las
postrimerías del XIX y con influencia inercial en buena parte del XX- se
caracteriza por ser, como el propio movimiento cultural que lo vehicula, en
gran parte un pensamiento reactivo.
Busca tomar distancia del período cultural Ilustrado precedente, al que critica
y rechaza por frío, abstracto, impersonal y uniformador. La racionalidad
ilustrada no ha comprendido en profundidad, en opinión de los románticos, la
verdadera naturaleza humana al “haber desdeñado la pasión, el sentimiento, lo
religioso, incluso lo oscuro y turbio que se espesa y yace bajo la
racionalidad”, [que se entiende como] “sólo una de las posibles expresiones de
nuestra naturaleza”[9].
Otto Weininger |
Frente
a esa racionalidad abstracta e impersonal, el romanticismo “exaltará las raíces
ancestrales, la vuelta al pasado, los rasgos diferenciales, los nacionalismos,
los elementos pasionales y pre-conscientes”[10].
El primer romanticismo, conservador y coetáneo de la Europa de las
Restauraciones, “avivará el sentido
histórico comunitario centrándose en las ideas de pietas y tradición”. El romanticismo decadentista, por su parte,
exaltará la individualidad anormal, incluso la locura y la transgresión de los
límites. Pero en ambos estará presente una misma característica, determinante a
la hora de legitimar las instituciones de la vida social y las diferencias de
estatus y poder entre hombres y mujeres: el naturalismo,
desde el que -atribuyendo, por naturaleza, rasgos divergentes tanto al
colectivo de las mujeres como al de los varones- se construirá una definición
esencialista del género femenino, que relegará a la mujer a posiciones de
inferioridad y de sometimiento a los varones, dado que, así lo postula, son
“genéricamente superiores a todas las mujeres”[11].
La
misoginia romántica hizo suyo sin
ambages el lema de Napoleón -recordado por Schopenhauer en Sobre las mujeres- de que “las mujeres no tienen categoría”,
sosteniendo, en consecuencia, que “todas las mujeres, juntas y por separado,
debían carecer de jerarquía”[12].
Frente a la teórica defensa de la igualdad de sexos del pensamiento Ilustrado,
que si bien había desmontado la legitimación religiosa del predominio masculino
-desfundamentando al mismo tiempo la supuesta inferioridad de la mujer como un castigo divino por la falta originaria
de Eva- y que, con voces reivindicativas como Mary Wollstonecraft, Olimpe
de Gouges, Condorcet y otro/as,
había producido una importante literatura a favor de los derechos de ciudadanía y de la igualdad
entre hombres y mujeres[13], los románticos convertirán en “natural”,
“esencial y constitutiva” una desigualdad que para la Ilustración sólo era
ética y política[14].
Amelia Varcárcel |
Contra
esas voces y contra las esperanzas, que habían despertado en determinados
grupos de opinión ilustrados, se construirá el monumental edifico de la misoginia romántica: toda una manera de
pensar cuyo único referente fue la degradante conceptualización rousseauniana
de la mujer y que tuvo como fin reargumentar la exclusión de las mujeres. Así,
sostiene Amelia Valcárcel, la filosofía
tomó el relevo a la religión para validar el mundo que existía e incluso para
darle aspectos más duros de los que existían. El mito judeocristiano de la vieja madre Eva, no podía servir ya
de legitimación divina de la inferioridad femenina, “no podía resultar
convincente para casi nadie en el mundo del progreso técnico, el telégrafo, el
ferrocarril, la anestesia y el libre cambio. Había cumplido su función y se
necesitaban explicaciones de mayor fuste: la filosofía las dio”[15].
La
conclusión a la que llega Valcárcel en su ensayo es plausible e incuestionable:
“Los románticos, a la vez que construyen en la ficción a la mujer ideal, dejan
a las mujeres reales sin derechos, sin estatus, sin canales para ejercer su
autonomía, y todo ello en nombre de un pensamiento democrático patriarcal que
construye la igualdad relativa entre los varones a costa del rebajamiento de
las mujeres”[16]. Pues bien, para nuestra
autora, al tipo de pensamiento abstracto y general que legitima estas prácticas
discriminatorias de la mujer es a lo que se llama misoginia romántica. Un discurso que, desde el primer momento,
trató de excluir a las mujeres de la ciudadanía, argumentando esa exclusión
mediante la creación fantasmática de una esencialidad femenina precívica que
“comenzó a ser definida como una esencia intemporal dentro de la secuencia de
la Naturaleza, de tal modo que se pudiera llegar a suponer que lo femenino dentro de cualquier especie
animal guardaba entre sí mayor homogeneidad que la que existía entre varones y
mujeres en la propia especie humana”[17].
Ello es,
efectivamente, manifiesto en Schopenhauer,
para quien tanto la mujer como la propia naturaleza se categorizan –así lo prueba
A. Valcárcel- como lo
hembra; también en Nietzsche con
su oposición hembra-natural frente a lo
femenino-cultural y, por supuesto, en Otto
Weininger quien, en su reducción de la mujer a simple “naturaleza”, llegará
incluso a preguntarse si la mujer es verdaderamente un ser humano y no más bien un
animal o una planta, para
terminar concluyendo: “Y, sin embargo, las mujeres, se hallan más próximas a la
naturaleza que los hombres. Las flores son sus hermanas, y están más cerca de
los animales que el hombre”[18].
Tomás Moreno
[1] Fernando Savater, La filosofía se desabrocha, El
País, 13 de septiembre de 1986, en donde escribe: “El gran metafísico de la sexualidad,
Schopenhauer, expuso así de rotundamente este dualismo: ‘El hombre es a la vez
impulso de la voluntad, oscuro y violento, y puro sujeto conocedor, dotado de
eternidad, de libertad y de serenidad; a este doble título queda caracterizado
a la vez por el polo de las partes genitales, consideradas como sede de la
voluntad de vivir, y por el polo de la frente’. (…) Este dualismo desdichado,
culpable, fue la obsesión no sólo de Schopenhauer, sino también de Otto
Weininger y, en cierto modo, del propio Freud. La individualización objetiva y
desapasionada del pensamiento contra el ímpetu atávico que nos hunde en la
especie y sanciona nuestro ineluctable perecer. De aquí proviene lo que he
llamado el pesimismo genital de los
máximos pensadores del sexo”.
[2] En su novela Las bostonianas (The
bostonians, 1886) Henry James lleva a cabo, desde una perspectiva
naturalista y biologicista, un lúcido e irónico testimonio sobre los problemas
del naciente feminismo finisecular y del sufragismo femenino en los EE.UU.
[3] Incluso Nietzsche debelador de los mitos
y prejuicios de su época entendió que la lucha por “la emancipación de la
mujer, en la medida en que es pedida por las mujeres mismas (…), resulta ser
(…) un síntoma de la debilitación y el embotamiento crecientes de los más
femeninos de todos los instintos” (Mas
allá del bien y del mal, VII, § 232) y que “cuando una mujer tiene
inclinaciones doctas hay de ordinario en su sexualidad algo que no marcha bien”
(sic) (Más allá del bien y del mal,
§144).
[4] Rosa María Rodríguez Magda, El placer del simulacro. Mujer, Razón y
Erotismo, Icaria, Barcelona, 2003, p. 68.
[5] Celia Amorós, Sören Kierkegaard o la subjetividad del caballero. Un estudio a la luz
de las paradojas del patriarcado, Ed. Anthropos, Barcelona, 1987.
[6] Alicia H. Puleo, Cómo leer a Schopenhauer, Jucar, Gijón, 1991.
[7] Amelia Valcárcel, Misoginia romántica. Hegel, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche,
en La filosofía contemporánea desde una
perspectiva no androcéntrica, coord. Alicia H. Puleo, Secretaría de Estado
de Educación, Ministerio de Educación y Ciencia, 1993, pp. 13-32. Sobre la
misoginia romántica véanse también de la misma autora La memoria colectiva y los retos del feminismo, en Amelia
Valcárcel, M. Dolors Renau, Rosalía Romero (eds.) Los retos del feminismo ante el siglo XXI, Instituto Andaluz de la
Mujer, Sevilla, 2000, pp 30-33, y Amelia Valcárcel, La política de las mujeres, Cátedra, Madrid, 1977, pp.21-52.
[8] María José Villaverde, ‘Sexo y carácter’ (en el centenario de
Weininger), “El País”, 4 de octubre de 2003.
[9] Amelia Valcárcel, Misoginia
romántica. Hegel, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, op. cit. p. 14.
[10] Maria José Villaverde, Sexo y carácter (en el centenario de Otto
Weininger)
coincide en su citado artículo con este diagnóstico: “Mientras que el siglo de
las Luces se había mostrado propicio para
las mujeres que se habían beneficiado de las teorías individualistas y
de defensa de los derechos de la persona que propiciaban su realización como
seres humanos y su liberación de la tradición y de las convenciones, el siglo
XIX fue, por el contrario, un siglo profundamente antiilustrado que saldó el
conflicto de intereses entre individuo y sociedad con la derrota del individuo
y su vuelta al redil de lo colectivo. Fue el siglo de las ideologías colectivas
que, para exorcizar los fantasmas de la inseguridad y del desarraigo,
auspiciaron el anclaje del individuo a la etnia, al Volk, a la raza y a la
nación y fomentaron el nacionalismo”.
[11] Amelia Valcárcel, Misoginia romántica. Hegel, Schopenhauer, Kierkegaard,
Nietzsche, op.
cit p. 14.
[12] Arthur Schopenhauer, El amor, las mujeres y la muerte, Edaf, Madrid, 1993, p 97.
[13] Que, ciertamente, no tuvieron su
plasmación jurídica en las
codificaciones legales post-revolucionarias.
[14] En lo que se refiere a la mujer hay dos Ilustraciones:
una hegemónica, representada por Rousseau y Kant que excluye a la mujer de la
ciudadanía y la relega al ámbito privado de la familia, la vida doméstica
familiar y la maternidad. Se trataría una forma de misoginia que constituiría, en expresión
de C. Amorós, una especie de efecto
perverso de la democracia. Y otra, ocultada e ignorada por una cultura patriarcal
dominante, que las excluyó del Pacto social (Cf. Carol Pateman, El contrato sexual, Anthropos,
Barcelona, 19959)- que hunde sus raíces en el racionalismo cartesiano del XVII
y el Enciclopedismo del XVIII y culmina
en los clubes de ciudadanas y en las exigencias de igualdad entre hombres y
mujeres con la Revolución francesa y que está representado por autores como
Poulain de la Barre, M. Wollstonecraft, Condorcet, Olimpe de Gouges,
Montesquieu, D’Holbach, D’Alembert, Madame D’Epinay, Madame De Lambert y otros.
Cf.: VVAA. La Ilustración olvidada. La
polémica de los sexos en el siglo XVIII , Edición de Alicia H. Puleo,
presentación de Célia Amorós, Anthropos, Madrid, 1993.
[15] Amelia Valcárcel, La memoria colectiva y los
retos del feminismo, en
Amelia Valcárcel, M. Dolors Renau, Rosalía Romero (eds.) Los retos del feminismo ante el siglo XXI, Instituto Andaluz de la
Mujer, Sevilla, 2000, p. 30.
[16] Amelia Valcárcel, La misoginia romántica, op. cit., p. 15.
[17] Ibid.
Tal parece que el patriarcado muestra en estos ejemplos su más conservadoras armas; y es curioso el hecho de que tratándose de intelectuales de gran calibre, en un tema como el de la mujer, rocen el prejuicio mucho más que la razón. Muy buen trabajo, amigo. Gracias por ilustarnos. En literatura recuerdo a un famoso misógino llamado Vargas Vila. Un abrazo.
ResponderEliminar¿Cuándo publicas algo sobre las mujeres "filósofas" androfóbicas-misándricas de hoy? Schopenhauer nunca ocultó su desprecio por la mujer, pero las feministas de nuestros días guardan absoluto silencio sobre su repulsión a los varones. No creo que eso sea algo para celebrar.
ResponderEliminarMe hubiese gustado que se hubieran incluido fragmentos de las obras en donde se demuestre lo "misógino", a la par de tu definición del concepto mismo, tus fuentes se basan en artículos ajenos a los autores, por lo que lo mejor hubiese sido tomar la obra de dichos acusados directamente no simplemente interpretaciones de terceros, pero bueno.
ResponderEliminarAsí es
ResponderEliminarY necesitas ponerte de defensor porque sabes que son tan inútiles que no pueden defenderse solas, afeminado hijo de puta.
ResponderEliminarY necesitas ponerte de defensor porque sabes que son tan inútiles que no pueden defenderse solas, afeminado hijo de puta.
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