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lunes, 27 de mayo de 2013

ALBERT CAMUS O LA CONCIENCIA ÉTICA DE EUROPA (EN SU PRIMER CENTENARIO)

Cuando se cumple el centenario del gran pensador y genial escritor Albert Camus, nuestro colaborador el filósofo Tomás Moreno, ha preparado para la sección de microensayos del blog Ancile, el trabajo titulado Albert Camus o la conciencia de Europa (en su primer centenario), para deleite de los habituales de nuestro espacio digital. Entrada que no tiene desperdicio para los conocedores de la vida y obra del pensador francés y elemento esencial de juicio para aquellos que quieran iniciarse en su obra extraordinaria.

Albert Camus o la conciencia ética de Europa, Ancile, Tomás Moreno



 ALBERT CAMUS O LA CONCIENCIA 
ÉTICA DE EUROPA (EN SU PRIMER CENTENARIO)




Albert Camus o la conciencia ética de Europa, Ancile, Tomás Moreno



I. Este año se conmemora el centenario del nacimiento de Albert Camus (1913-1960), uno de los escritores europeos más lúcidos y representativos del pasado siglo XX. Si tuviéramos que evaluar o valorar de alguna manera la aportación intelectual fundamental del gran pensador francés lo primero que habría de destacarse es su ejemplaridad moral.
            Antes que valiente periodista, redactor jefe de Combat en la clandestinidad durante la Resistencia y tras la Liberación, y que excelente prosista y ensayista, autor de relatos y ensayos inolvidables como El exilio y el reino, El Envés y el derecho o El verano; mucho antes que original novelista de El Extranjero y de La Peste o La Caída; antes incluso que insigne dramaturgo -como se evidencia en Calígula, Los Justos, El estado de sitio o El Malentendido- o que profundo pensador del absurdo y crítico del totalitarismo de posguerra -El Mito de Sísifo o El hombre rebelde-, el Premio Nobel francés de 1957 fue un hombre profundamente coherente, valiente y honesto, y un pensador moral de la estirpe -de tan acendrado enraizamiento en la tradición filosófica francesa- de un Montaigne o de un Pascal.
                Personalmente fue un hombre profundamente enamorado de la vida y de la belleza, de la justicia y de la libertad. En absoluto fue, como algunos dijeron, un nihilista moral y metafísico, un "ateo peligroso" (F. Mauriac), un literato existencialista seguidor de Nietzsche y apóstol del absurdo, aunque ese fuese, aparentemente, su punto de partida en El mito de Sísifo y en El Extranjero.
            Todo lo contrario: Camus fue un amante de la vida y de la belleza, optó inequívocamente por la vida contra el suicidio[1] y como señalara, en su momento, Jesús Tuson, "tuvo palabras duras contra el nihilismo moral porque de él solo podían derivar posturas y acciones seudo-liberadoras que, en definitiva, humillaban al hombre"[2]. Y también se opuso a lo que podríamos llamar "nihilismo metafísico", porque veía en la voluntad de vivir -como nos lo revelara en "El verano"- un elocuente e inevitable juicio de valor positivo e incluso esperanzado desde la desesperanza[3]. Impuso a su acción los límites de una fidelidadno pisotear jamás la dignidad del ser humano. No hizo otra cosa en su vida que buscar los caminos que le permitieran superar el absurdo. "Ni su obra se reduce a Le mythe de Sisyphe, ni la lectura atenta de este ensayo da pie para una clasificación por el estilo". Logró así "afirmar los valores de una existencia que de ninguna manera invita  a la dimisión"[4]. .
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insoslayable:
            Camus parte, en efecto, de la noticia nietzscheana de la "muerte de Dios", del nihilismo. Un nihilismo resultante de esa denominada muerte de Dios, y por lo tanto que afectaba, sin duda,  a los valores vigentes en su tiempo (de penuria y pesimismo): "Para los que no creemos en Dios, o tenemos toda la justicia o la desesperación"[5], decía en Los Justos. Pero, como ha señalado lúcidamente Enrique Cejudo[6], se trata de un nihilismo que ha de ser superado, un nihilismo para proponer, para construir, no para destruir.
            En realidad, Camus fue un debelador del nihilismo: hay que proponer mensajes positivos para no instalarse en el sin sentido o en la inacción moral. Su figura moral se encarna sin duda en el doctor Rieux y en su actitud ante la peste: la enfermedad está ahí, pero su diagnóstico no basta. Hay que vencerla, al menos dar la batalla, implicarse, comprometerse. "Hay que construir entonces el único reino que se opone al de la gracia, el de la justicia, y reunir por último la comunidad humana sobre las ruinas de la comunidad divina"[7].
            Dejó claro, en fin, en esa conmovedora obra que existía la "belleza y los humillados" y que él "no quería ser infiel ni a la una ni a los otros"[8]. Reconoció, asimismo, que "la pobreza nunca ha sido una desgracia para mí. La luz esparcía sus riquezas". Sobre todo, en los días de sol del Mediterráneo o en su amada playa de Sablettes (Argel). Siempre se mostró en favor de las víctimas, de los humillados y ofendidos de esta tierra, como su gran y admirado maestro Dostoievsky. ¿Cómo, entonces, podía ser un nihilista un hombre que creó figuras literarias tan solidarias, heroicas y desprendidas como el doctor Rieux, como Tarrou, e incluso como Kaliayev?
            Camus fue, sin duda, la conciencia moral de Europa en un tiempo en que pensar con la independencia y libertad con las que él lo hizo era una auténtica proeza intelectual, un auténtico acto de heroísmo, que le granjearía unas veces la soledad y el vacío, otras la marginación y el desprecio. Lamentablemente incomprendido en su tiempo por parte de la intelligenstia de izquierdas -imbuida de una "moral hemipléjica", en expresión de M. Vargas Llosa- hegemónica y dominante en la Francia de posguerra y en toda Europa, desde Jean Paul Sartre o Simone de Beauvoir hasta M. Merleau Ponty[9] y otros turiferarios del padrecito Stalin y del paraíso soviético.
            Albert Camus fue consciente del precio que tenía que pagar por todo ello y lo asumió con una gallardía y una honestidad ejemplares desde su obra, desde su acción política y desde su práctica periodística, crítica y denunciadora de todas las injusticias que le saliesen al paso, sin renunciar jamás a los [10]. Todos sabían de su existencia, pero se decía que era por una buena causa y había que callar.
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principios éticos insobornables que inspiraron su vida y su obra. Escribir en 1952, en aquel ambiente, contra la Unión Soviética y denunciar la existencia de la tiranía estalinista y de los campos de concentración siberianos (el término Gulag, no se conocía por entonces) era no ya romper con un tabú inviolable, sino exponerse a la marginación y al anatema
            Pero el decidió hablar, como Orwell, como Ignacio Silone, como Bertrand Russell y muy pocos más en aquellos momentos[11]. Cuenta su hija Catherine Camus en su libro de memorias (Albert Camus, solitaire solidaire, París, 1910) que un día encontró a su padre en el salón de su casa, sentado en un sillón y con la cabeza gacha. Le preguntó si estaba triste y él levantó la cabeza, la miró de frente y respondió: "No, estoy solo".
            Lo estuvo, efectivamente,  cuando denunció en 1945 las matanzas de Sétif; , cuando rechazó con contundencia el bombardeo atómico de Hiroshima; cuando se opuso -en una importante serie de artículos titulada Ni víctimas ni verdugos y, por supuesto, en El Hombre rebelde- al  bolchevismo imperante en media Europa y denunció a la Unión Soviética por su invasión de Hungría. Lo estuvo, sobre todo, durante la insurrección anticolonial en Argelia, advirtiendo a sus compatriotas -en su Llamamiento a una tregua civil en Argelia- que el FLN fundaría allí un partido único de orientación religioso-imperialista y una religión de Estado, en el que las primeras víctimas serían los propios argelinos, y denunciando asimismo también la cruenta represión contra los argelinos por parte del gobierno y del ejército francés[12]. La soledad de Camus fue verdaderamente dura.
II. Albert Camus nace en   Mondovi (Argelia) (7 de noviembre de 1913), hijo de padre francés y de madre de ascendencia española (había sido sirvienta en Orán). Su padre morirá en combate al comienzo de la I Guerra Mundial. Su familia se trasladará a Argel, donde el escritor residirá 28 años. Su infancia y adolescencia (1914-1934) transcurren en condiciones económicas difíciles. Herbert R. Lottman recuerda en su biografía[13] lo que Camus le respondió a un crítico que le había reprochado que no hubiera aprendido la libertad en Marx: "Es cierto", respondió Camus: "La he aprendido en la miseria". Uno de los personajes de esta época que más influyeron en su trayectoria intelectual y humana fue su profesor de filosofía del Liceo: Louis Germain.
            Es el tiempo de sus primeros montajes teatrales, tanto de obras propias como ajenas. Entre los 17 y 20 años padece una tuberculosis que nunca logró curar del todo. Se licencia en letras (Filosofía) e intenta dedicarse profesionalmente a la enseñanza, pero su enfermedad será un serio obstáculo para superar la Agregación de filosofía a la que optaba (en realidad: se la negaron por la tuberculosis).
            En 1935 ingresa en el Partido Comunista, del que será expulsado dos años después por su posición crítica y discrepancias ante la dirección. En 1936 ejerce el periodismo en "Alger Republicain", con su amigo  En 1937 conoce a Francine Faure, matemática y pianista, que más tarde será su esposa, de quien tuvo dos hijos Jean y Catherine. En 1940 trabaja en Paris Soir (Lyon).
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Pascal Pia.
            En 1942 publica en la prestigiosa Gallimard, con la recomendación de Malraux "El extranjero" y "El mito de Sísifo", que suponen su consagración literaria en los círculos parisienses. Sartre acogerá la novela con entusiasmo, en la zona de Vichy, por el contrario, las críticas son negativas.
            Ya en París en 1943, es lector de la editorial Gallimard, participa en la Resistencia desde la primera hora y forma parte de la redacción del clandestino Combat, del que terminará siendo redactor jefe. En plena ocupación, un año más tarde en 1944, estrena El malentendido con la actriz española María Casares, que será desde entonces su amante durante 14 años. La publicación de "La peste" en junio de 1947 le granjea un gran éxito. En otoño se habían vendido cien mil ejemplares. Es la época de la mitificación de los intelectuales de la izquierda francesa, de la rive gauche de Saint-Germain-des-Pres. Representaba con J. P. Sartre el emblema de ese barrio, que generó  tanta mitología: la moda existencialista, Juliette Greco y Boris Vian, la música y el cabaret, los cafés literarios y la terraza del Flore.
            En 1952 tiene lugar su ruptura con J. P. Sartre y con Les Temps Modernes, tras la publicación de El hombre rebelde[14]. El libro fue el detonante o la excusa para ello. Francis Jeanson amigo y biógrafo de Sartre fue el primero en atacarlo en un artículo en Les Temps Modernes: "Albert Camus o el alma rebelde"[15]. Albert Camus anotará en su diario: "Admiten el pecado pero niegan el perdón... Lo único que les excusa es lo terrible de la época. Por último hay algo en ellos que aspira a la esclavitud".
            En 1956 pide una política de reconciliación en Argelia para poner fin a la guerra, entre la cólera de la extrema derecha. Protesta contra la intervención soviética en Budapest, antes había apoyado las revueltas del Berlín Este contra la opresión comunista. En 1957 le es concedido el Premio Nobel de Literatura, entre ataques de la izquierda y de la derecha. En su discurso de recepción del premio en Suecia dirá: "Debemos hablar por todos aquellos que sufren en este momento, cualquiera que sea la grandeza, pasada o futura, de los Estados y los partidos que los oprimen: para el artista no hay verdugos privilegiados".
            El 4 de enero de 1960 muere a los 47 años en un absurdo accidente de carretera, en Villeblevin (Yonne), cerca de París. Viajaba con el editor parisino Michel Gallimard y su familia (esposa e hija), procedentes de Cannes. El coche conducido por el editor chocó contra un platanero. En su cartera se encontraron, junto a su pasaporte, su diario y algunas cartas, el manuscrito inacabado de su nueva novela, El primer hombre. Su obra publicada hasta entonces era considerada como inacabada por el propio Camus, meros prolegómenos de su obra futura, que nunca jamás pudo ser realizada. Desde El extranjero hasta La caída, todo no era otra cosa que tanteos, preparación para el libro capital que no llegó a escribir.
III Albert Camus no fue, efectivamente, un revolucionario (afirmaba que "el revolucionario que no es al tiempo un rebelde es un policía"[16]), tampoco un escritor conservador aburguesado o un moralista de derechas de escaso vuelo intelectual como lo calificaran los seguidores de Sartre[17]. La denuncia contra injusticias y opresiones contra los débiles  de ninguna manera puede ser considerada "de derechas".
            Como señalara acertadamente Fernando Savater, al conmemorar los cincuenta años de su muerte, Albert Camus "no fue un conformista ni un cínico que aceptase, sin más, en nombre del orden sacrosanto los peores manejos de la razón de Estado". Fue algo distinto: un rebelde, un radical -aunque "moralmente exigente con la rebeldía"- y sostuvo firmemente que "en política deben ser los medios quienes justifiquen el fin y no al revés". "Se rebeló contra toda injusticia y falta de libertad, contra la opresión de los más débiles o desfavorecidos, contra la pena de muerte, contra la tortura, contra la utilización de las armas atómicas"[18].
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            No comulgó con las ruedas de molino que encarnaban en su tiempo respectivamente las izquierdas (con su silencio culpable y su comprensión de la opresión imperialista soviética) y las derechas (con su indiferencia ante la injusticia y su exaltación nacionalista) y luchó tanto contra el totalitarismo nazi y estalinista advirtiendo de sus peligros, como contra la ideología nacionalista de la que predijo que acabaría con la ideología proletaria.
            Como ha escrito Roberto Toscano en un enjundioso ensayo: "La moral política de Camus se basa justamente en la no eliminabilidad de la responsabilidad moral, y se coloca así en las exactas antípodas de la actitud mental que -como lo ha descrito con impresionante profundidad Czeslaw Milosz en su Mente prisionera- ha caracterizado el "socialismo real" en los países del este de Europa"[19]. Porque si se piensa y actúa como Camus, es decir: si se aceptan los límites morales de la acción política, si no se justifica la descarga de conciencia ideológica frente a las transgresiones éticas de Estados o de organizaciones terroristas, el reconocimiento de los derechos humanos como dimensión permanente de la acción política es un corolario inevitable de la misma. Camus colocó, en efecto, en el centro de su reflexión ético-política el concepto de límite moral contra cualquier absoluto y la defensa de las razones de la ética.
            Roberto Toscano considera por ello que vale la pena, en nuestra época de crisis de la izquierda revolucionaria, volver a leer "L'homme révolté", de Albert Camus y que lo que más impresiona al hacerlo es que este texto, del comienzo de los años cincuenta, no ha envejecido, mientras los de su contrincante en la más importante disputa ideológica de ese tiempo, Sartre, no se pueden leer hoy sin vergüenza ajena.
            Hoy finalmente -después de la dura pedagogía que nos ha aplicado la historia de nuestro siglo- podemos darnos cuenta, concluye Toscano, de que Albert Camus, y no Sartre, era el verdadero radical.  Y recuerda con Franz Hinkelammert que, "ser radicales quiere decir oponerse en el plan de las ideas y de la acción, en nombre de la libertad individual y del cambio social, a esta pretensión de unidad, sea tradicionalista o revolucionaria. Ser radicales significa rechazar el concepto de societas perfecta, de la "utopización de estructuras y el aplastamiento del sujeto"[20].
            Desde hace algunos años, el asombroso retorno a Albert Camus a que se ha entregado la intelectualidad europea[21] merece una explicación: nunca han sido tan serios ni tan numerosos los estudios sobre la significación de la obra y del comportamiento camusiano en Europa y en Estados Unidos, y nunca tan respetada y prestigiosa su figura intelectual como a partir de la década de los 90 del pasado siglo XX . En el artículo que antes citábamos de Fernando Savater, Dos cabalgan juntos, éste señalaba lo sorprendente que resulta la casi total unanimidad encomiástica que le rodea: "Las polémicas y las críticas acerbas que acompañaron la mayor parte de su vida creadora parecen haber desembocado hoy en un plácido estuario de reconocimiento sin fisuras"[22].
            Entre los motivos que aducía para recordar y reivindicar su figura, el filósofo donostiarra aludía a que los acontecimientos históricos acaecidos tras su muerte -desde la desestalinización del PC de la URSS, promovida por el Informe Jruschov, hasta la caída del Muro de Berlín y la quiebra del imperio soviético subsiguiente en los finales del siglo XX- vinieron a demostrar que en los asuntos esenciales Camus tenía
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razón: sobre todo en su denuncia del totalitarismo estalinista y  que "a partir de ese momento el comunismo realmente existente perdió casi todos sus abogados intelectuales y ha revelado sin paliativos su fracaso político y su desastre moral". Finalmente, tampoco se equivocó el gran pensador francés "en su denuncia de la pena de muerte y el terrorismo, extremos simétricos de la inmolación del individuo a la razón de Estado".
            Sus tesis generales sobre la dialéctica medios-fines y sobre la relación ética-política se resumen en estas pocas pero diáfanas afirmaciones: que el fin nunca justifica los medios. Esto es: que no hay causas justas sin medios justos; que no son los fines los que justifican los métodos (o medios), sino los métodos los que justifican los fines; que la violencia contra la injusticia debe imponerse límites a sí misma ("Cuando el oprimido empuña las armas en nombre de la justicia, da un paso en la tierra de la injusticia", escribió en un célebre artículo en su época de mediador en el conflicto argelino).
            Y, en fin, que el mal y la violencia terminan siempre por engendrar más mal y más violencia porque, como recordaba Mario Vargas Llosa, "pura y simplemente, no hay finalidad política, social, económica o religiosa que sea digna si para alcanzarla hay que pasar por la institucionalización de la tortura o la indiscriminada degollina de los inocentes"[23].
            Albert Camus fue un hombre justo, un pensador que antepuso y prefirió su conciencia a la causa de cualquier Partido o de cualquier Utopía. Que luchó -como nuevo Sísifo- para superar cualquier prueba por difícil o insuperable que pareciera. En estos tiempos turbulentos por los que atraviesa Europa -de crisis, de pesimismo, de desconfianza y desesperanza en nuestras propias posibilidades de superación-, su ejemplo, su obra y su pensamiento pueden sernos muy útiles como referente moral al que aspirar e imitar.  Por eso, hoy más que nunca es merecedor del título con el que encabezamos este artículo: Albert Camus o la conciencia ética de Europa.


                                                                                              Tomás Moreno







[1] Camus no es en absoluto apologeta del suicidio. El suicidio debe entenderse como situación límite que nos hace preguntarnos si vale o no la pena vivir: "No hay mas que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Lo demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación". (El mito de Sísifo, Madrid, Alianza-Losada, 1983, p. 15). Es la misma idea de la que partía El hombre rebelde: "La conclusión final del razonamiento del absurdo es, en efecto, el rechazo del suicidio y el mantenimiento de esa confrontación desesperada entre la interrogación humana y el silencio del mundo" ("El hombre rebelde", Madrid, Alianza, 1982 p. 12.
[2] Jesús Tuson, "Camus ante el enigma", Revista de Occidente, nº  74, mayo de 1969, pp. 135-36.
[3] Significativamente Charles Moeller en "Literatura siglo XX y cristianismo", tomo I "El Silencio de Dios", tituló el capítulo dedicado al pensador francés, Albert Camus o la honradez desesperada , pp. 35-139.
[4] Jesús Tuson Camus ante el enigma, op. cit. p. 136. "El verano" (L'été) se publica en 1954: ocho breves ensayos (escritos entre 1939 y 1953) que se abre con una significativa cita de Hölderlin: "Mais toi, tu es né pour un jour limpide".
[5] Enrique Cejudo Borrego, "Albert Camus y la Filosofía del límite", Volubilis, nº 11, Octubre 2003 UNED-Melilla, Granada, pp. 40-56.
[6] Ibid.
[7] El hombre rebelde, op. cit., p. 124.
[8]  "Oui, il y a la beauté et il ya les humiliés. Quelles que soient les difficultés de l'entreprise, je voudrais n'etre jamais infidèle à l'une ni aux autres" ("L'été", en Essais, Encyclopédie de la Pléiade, NRF, Gallimard, París, 1966, pp. 874-75).
[9] Recordemos tan sólo lo que llega a decir en su lamentable "Humanismo y terror": "La tarea esencial del marxismo será pues buscar una violencia que se supere en el sentido del porvenir humano. La astucia, la mentira, la sangre derramada, la dictadura se justifican si hacen posible el poder del proletariado, y en esa medida solamente. La política marxista es, en su forma, dictatorial y totalitaria. pero esta dictadura es la de los hombre más puramente hombres".
[10] Félix de Azúa ("A favor de la memoria histórica", El País, 20 de febrero de 2010) sintetiza así aquella situación "Aquellos escritores que en verdad eran de izquierdas tuvieron que soportar los feroces ataques de los "intelectuales de izquierdas" que entonces, como ahora, apoltronados en sus privilegios, eran enemigos feroces de la verdad. Tal fue el caso de Camus, de Orwell, de Serge, de Koestler, de Kolakowski, que se atrevieron a ir en contra de las órdenes del Partido y de la corrección política.
[11] Más tarde vendrían los testimonios de Arthur Koestler, de V. Serge, de L. Kolakowski. Luego, la dantesca visión de A. Solzhenitsyn "Archipiélago Gulag (1918-1956)" y la de Stéphane Courtois et alter, "El Libro negro del comunismo. Crímenes, Terror, Represión";  las revelaciones de Vasili Grossman en "Vida y Destino" o las investigaciones de Vitali Chentalinski "De los archivos literarios de la KGB" en las que muestra los expedientes de escritores y artistas represaliados durante la época de Stalin: Isaak Bábel, Borís Pilniak, Evgene Zamiatin, Mijaíl Bulgákov, Alexandr Solzhenitsyn, Anna Ajmátova, Marina Tsvetáieva,  Borís Pasternak, Méyerhold, Andréi Platóonov, Ossip Mandelshtam, Eugenia Ginzburg, Varlam Shalamov, Alexander Zinóviev etc..
[12] Cfr. Jean Daniel, "Camus y el terrorismo en Argelia", El País, 17 de noviembre de 2002. Su actitud valiente y comprometida, señala el director de Le Nouvelle Observateur, le llevó a denunciar tanto las represalias y torturas de los ultranacionalistas franceses políticos o militares contra la población civil argelina como las matanzas del terrorismo aplicado por el FLN argelino contra los civiles franceses y también contra sus propios compatriotas civiles árabes. En ningún caso podían, para Camus, justificarse esos métodos violentos para solucionar el conflicto.
[13] Herbert R. Lottman "Albert Camus",Taurus, Madrid, 1993.
[14] Herbert R. Lottman "Albert Camus", op. cit., vid. capítulo "Sartre contra Camus" pp. 511-45
[15] El tema de la disputa era, en principio, la obra de Camus, pero rápidamente las argumentaciones derivaron hacia otro punto: la existencia de los campos de concentración en la Unión Soviética. Camus aducía que era su denuncia de esta situación lo que le valía el anatema de Jeanson, incluso al precio de deformar su obra y su biografía, y añadía que "todo se desarrolla como si ustedes defendieran el marxismo, en tanto que dogma implícito, sin poder afirmarlo en tanto que política abierta". Y añadía que la revista se había empeñado en silenciar "todo cuanto en mi libro se refiere a las desgracias y a las implicaciones del socialismo autoritario".
[16] "El hombre rebelde", op. cit., p. 277.
[17] El hecho de que la mayoría de la izquierda radical fuera en ese tiempo "sartriana" y filosoviética, y definiera a Camus así,  tendría que hacernos reflexionar sobre la medida de la perversión colectiva en que durante decenios se ha extraviado el pensamiento político radical. Recientemente el historiador británico Tony Jud ("Sobre el olvidado siglo XX", Taurus, Madrid, 2008) ha puesto en evidencia a esa izquierda, al señalar que "debe aceptar su responsabilidad en los males del siglo que acaba de terminar: mientras no reconozca su antigua tendencia a preferir el poder a la libertad, a ver algo bueno en todo lo que hacía una autoridad progresista por el mero hecho de autodefinirse así".
[18] Fernando Savater, "Dos cabalgan juntos", El País, sábado 23 enero de 2010.
[19] Roberto Toscano, "Radicalismo y Derechos Humanos", Claves de la Razón Práctica, nº 10, Marzo de 1991, pp. 31-32.
[20] Franz Hinkelammert, "La fe de Abraham, el Edipo occidental", San José, 1989, p. 11.
[21] Sobre la actualidad de Camus véanse al respecto el artículo de Jean Daniel, "Necesidad de Camus", El País 22 de febrero de 1990 y el de Juan Luis Panero, La sonrisa de Sísifo, Babelia, 30 de octubre de 1993, donde afirma que  muchas de sus páginas nos parecen "más actuales que los periódicos de esta mañana".
[22] El País, sábado 23 enero de 2010.
[23] Mario Vargas Llosa, "Camus y Orwell, en Chechenia", El País, domingo 29 de enero de 1995. Véanse sobre este aspecto de su pensamiento ético-político: Antoni Blanch, "Nostalgia de una justicia mayor. Dos testimonios: Bertold Brecht y Albert Camus", CJ, nº 132, Barcelona, marzo, 2005 y Georges Hourdin, "Camus, le juste", Cerf, París, 1960.


Albert Camus o la conciencia ética de Europa, Ancile, Tomás Moreno

2 comentarios:

  1. Muchísimas gracias, Profesor Tomás Moreno por tan excelente exposición acerca de este brillante pensador y escritor a quien admiro por ser un gran referente moral para la humanidad, verdadero ejemplo.
    Gracias, Francisco Acuyo por la calidad de Ancile.
    Cordiales saludos desde Miami.

    Jeniffer Moore

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  2. Muy bueno, preciso en lo que es importante saber del gran hombre que devino en gran escritor. Ironías de la vida, misterio, esa muerte prematura y casi tonta que me hace recordar al rey famoso que es muerto por un ladrillo que rueda desde un techo sobre su cabeza, después de salir ileso de tantas batallas. He refresado memorias y aprendiso mucho de este genial hombre. Gracias al profesor Moreno y a Acuyo por su incesante labor de regalarnos lo mejor. Un abrazo.

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