Ofrecemos para nuestro blog de La noche en blanco de Granada al poeta de Chirivell (Almería) Julio Alfredo Egea, de quien traemos algunos poemas y una muy breve semblanza de su ya dilatada carrera literaria y poética.
JULIO ALFREDO EGEA, POETA PARA
LA NOCHE EN BLANCO DE GRANADA
Julio Alfredo Egea, pertenece a la Academia de Buenas Letras de Granada como académico correspondiente por Almería. Nace en Chirivel (Almería), el 4 de agosto de 1926. A principios de los cuarenta se traslada con su familia a Granada . Estudió en los Escolapios y en la Universidad de esta ciudad, licenciándose en Derecho. Desde aquellas fechas reside temporalmente en Granada, alternando sus estancias con Almería y su pueblo natal. Su prioritaria actividad ha sido siempre la literatura, habiendo tomado parte a través del tiempo en movimientos culturales granadinos, publicando en esta ciudad una parte considerable de sus libros, y colaborando en las revistas de cada época. Pertenece desde sus principios al grupo granadino “Versos al aire libre”, desde 1953, junto a sus compañeros Rafael Guillén, José García Ladrón de Guevara, Elena Martín Vivaldi,,etc.
Es imposible, en esta breve nota, dar noticia de todos sus libros y actividades . Se han publicado sus Obras Completas y una Edición digital de su Poesia Completa que está en Internet. Hay una Edición digital en Internet de su Poesía Completa- Toda su larga trayectoria puede encontrarse en su Página Web: www.julioalfredoegea.com
E L C A N T E
Quizá andaba dentro del pecho como topo silencioso que aspiraba a ser pájaro. Era un latido único, transmitido por un vendaval atávico que esperaba su turno para prenderse en la candela irremediable de aquel grito enjoyado. Ya Andalucía, para siempre, bailaba desnuda en los desvalimientos de la sangre ¿Por qué puerta mal cerrada me llegaba el temblor de aquella voz parida por la noche? Converso, decidido converso a una religión en que Dios nacía de la herida sublime, del respirar enardecido y los consuelos de la fiesta. Ya podía morir a mi lado cualquier hombre herido en las orfebrerías de la tristeza. Tendría a su lado un compañero para la muerte.
Empecé a tener un pájaro de fiebre volándome en el [pecho
cuando descubrí que tormentas de raíz desplegando látigos
podían hacer crízneja sonora
para vendaje en horas rapaces del desamor,
para las horas del amor cumplido,
en las densas cadenas de fiesta y luto.
Aprendí que el fandango nacía de los barbechos,
la soleá juntaba campana y ruiseñores,
que el taranto llevaba en su metal la fruta,
que la caña es prehistoria del suspiro y que pueden
enjoyar seguiriyas la dignidad del grito.
No era una cabellera con sus cigarras tristes,
ni el necesario rito de un bordón clandestino.
No la lástima falsa con ritmo placentero.
No es igual que otra muerte una muerte andaluza.
Por eso he navegado aljibes de guitarra
hasta límites justos de la aurora
y me ha prestado el sol penumbras personales
desde el día en que aquel cantaor me enseñara
a sonreír, reír, y también a llorar
de otra manera.
PROFECÍA DE LA MÁQUINA
“El verdadero peligro es que los ordenadores se apoderen
del mundo”.
Stephen Hawking
Quizá ya los robots irán teniendo
sus reuniones secretas
cuando se aleje el ángel
de sus clases de música
-con el rostro cambiado
de muchacha violada-
abandonando el arpa
y el dardo en la presencia
del dragón permanente.
Quizá estará próxima
la zarabanda anárquica del astro
y pueda quedar roto en su materia
ese cordón umbilical que unía
al hombre con la máquina,
y la máquina sea capaz de intercambiar
el duelo de los gestos
entre sus engranajes...
Cuándo el momento exacto en que se fragüe
el colosal suicidio?
Quizá cuando el amor quede tan sólo
maltrecho entre las páginas
de un poema violeta
escrito en amarillo en la arena cambiante
de una playa infinita,
desde un remoto siglo sin retorno.
No encontrarán los seres
camino de regreso,
ni ya nunca será posible el pájaro,
ni la mano desnuda sobre la mano herida,
ni agarrarse a una rama de paraíso,
cuando el Ordenador tenga voz propia,
salga de la oficina y del laboratorio
a decretar la Muerte.
Y Dios... ¿ se hará el distraído?
Julio Alfredo Egea
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