Hacemos entrega de la cuarta entrada para la sección de Microensayos del blog Ancile, sobre el tema fascinante de la mujer en el pensamiento de Nietzsche, titulado La mujer en Nietzsche, por el filósofo y profesor Tomás Moreno.
LA MUJER EN NIETZSCHE, CUARTA ENTREGA,
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO
La Mujer
en Nietzsche (Cuarta parte)
IX.
Sobre la naturaleza de la mujer: la Mujer es vida, gestación de la vida
Pero a pesar de todo lo que hasta ahora Nietzsche
ha desvelado del ser femenino, la mujer, para nuestro filósofo, es sobre todo
metáfora de la vida, es vida. Nietzsche compara muchas veces a la mujer con la
propia vida, y a la vida con la mujer, destacando como su función natural y
primordial: la capacidad de procrear, la gestación biológica de dar a luz un
nuevo ser. Algo único y específico del ser femenino: "Todo en la mujer es
un enigma y todo en la mujer tiene una única solución: se llama embarazo"
(AHZ I, De las mujeres viejas y jóvenes,
p. 106)[1].
A
este impulso creador obedece gustosa la mujer y, para ello, también obedece al
hombre, pues él es justamente el medio para alcanzar el fin: el hijo. La
idolatría al amor que profesa la mujer es fruto de su astucia, hábil truco para
satisfacer su finalidad de creación. Por lo cual el amor no se consume totalmente y sólo entre el hombre y la
mujer que se aman, sino que de modo superior se realiza en el hijo que de ellos
nace. Y esta proyección y aspiración del amor en el hijo, se ve más patente en
la mujer: "El hombre es para la mujer un medio: la finalidad es siempre el
hijo" (AHZ, I, De las mujeres viejas
y jóvenes).
La
gestación (preñez, gravidez biológica) expresa lo que el hombre no tiene ni es.
La gestación es fecundidad e implica generar mediante el sufrimiento. Es
riqueza creadora, exuberante vitalidad, y, al mismo tiempo, lleva grabado en ella
el signo del dolor como duro estímulo de la producción. En Así habló
Zaratustra,
proclama que la realidad del hijo, del futuro creador, es el sentido de
la mayor esperanza en el amor, donde no todo es placer o voluptuosidad, sino
que aún el mejor amor esta mezclado de dolor y amargura. Amargura que sigue
siendo fuerza estimulante, que ayuda a descubrir lo que falta en cada momento
de amor que se completa y engrandece con el anhelo de superación siempre en
algo mejor:
E
incluso vuestro mejor amor no es más que un símbolo extático y un dolorido
ardor. Es una antorcha que debe iluminaros hacia caminos más elevados (…)
Amargura hay en el cáliz incluso del mejor amor: ¡por eso produce anhelo del
superhombre, por eso te da sed a ti, creador! (AHZ, I, "Del hijo y del matrimonio", p. 113)
El
concepto de gestación está, pues, estrechamente unido al de potencia creadora,
fuerza generadora, productividad, intensa vitalidad; expresa la tensión de la
continua superación de nosotros mismos. La productividad principal de la mujer
es el hijo. En La gaya ciencia
insiste Nietzsche en considerar la maternidad biológica como la productividad
femenina. Sin embargo también cabe para el hombre contemplativo otro tipo de
productividad. Nietzsche trata de compensar así al hombre de su incapacidad
biológica para gestar, remontándose para ello a los orígenes mismos de la
filosofía y apropiándose de la capacidad
de engendrar típica de lo femenino con la metáfora platónica de la gestación del espíritu[2].
Atribuye,
por tanto, al hombre otro tipo de gravidez, otra capacidad creadora superior, la espiritual, a la que con tanta
frecuencia alude Nietzsche, tratando de despertar al “creador”. Es por ello por
lo que la gravidez[3] espiritual hace que el
carácter de los contemplativos se aproxime mucho al femenino, y por eso los
denomina madres masculinas: “Igualmente
la preñez intelectual engendra los caracteres contemplativos semejantes al
carácter femenino, pues son como madres masculinas”[4].
Sin embargo, entre los animales sólo
se considera a la hembra como el ser productivo y se considera “como sexo bello
al masculino”. Entre ellos no existe el amor paterno. La hembra satisface su
deseo de dominio con sus hijos, y con ellos tiene su propiedad y su quehacer.
Pero la gestación, más todavía que receptividad:
La preñez, la gravidez ha transformado por eso a las hembras: "El embarazo
torna a las mujeres más dulces, más sufridas, más tímidas, más sumisas"[5].
Mientras que el hombre crea para
conservar, la mujer conserva y acoge para crear. El hombre es el que se
enriquece con un incremento de fuerza, de felicidad y de fe, mientras que la
mujer es la que da, dándose a sí misma: “La
mujer se entrega, el hombre la toma”[6]. Aquí están resumidos, señala Wanda
Tommasi, los dos significados que Nietzsche atribuye a la mujer a través del
concepto de gestación: la fecundidad, la productividad, la creatividad, pero
también los rasgos pasivos del completo abandono, el darse, la oblación del
amor y de la aceptación incondicional.
X. Del
Matrimonio y la fidelidad
En lo que se refiere a la fidelidad en el matrimonio las diferencias entre hombre y mujer son
también manifiestas. La mujer debe ser siempre fiel, la fidelidad es una de las
notas esenciales de su amor, que es entrega
y renunciación; en el hombre, por el
contrario, ésta sólo aparece algunas veces y por motivos externos a su propio
amor. La fidelidad no forma parte de la naturaleza de su amor, que es siempre posesión
y dominación:
La
fidelidad está incluida en el amor de la mujer, forma parte de su misma
definición, es una consecuencia necesaria de ese amor. En el hombre, el amor
puede ir acompañado a veces de la fidelidad [...]; pero no forma parte de la
naturaleza de su amor, y tanto no forma parte de ella, que casi se puede
afirmar que existe una antinomia natural entre el amor y la fidelidad en el
hombre, pues su amor es deseo de posesión y de ningún modo renunciación y
abandono, y el deseo de posesión parece como que se extingue cada vez en la
posesión (GC, § 363, p.198).
Es
por eso por lo que Nietzsche justifica la necesidad de la existencia del concubinato[7],
como "ayuda natural del matrimonio" para garantizar la satisfacción
no sólo de las necesidades sentimentales, intelectuales y espirituales del
marido, sino también de las propiamente sexuales, difícilmente conciliables en
el matrimonio convencional:
El matrimonio,
en su más alto sentido, como una amistad espiritual entre dos seres de distinto
sexo, es decir, contraído [...] con el único fin de engendrar y educar a una
nueva generación; un matrimonio así, digo, que no recurre al sexo sino en raras
ocasiones y siempre con la vista puesta en fines más elevados, es de temer que
necesite la ayuda natural del concubinato
[...]. En general, una buena esposa que fuese a la vez amiga, colaboradora,
engendradora de hijos, madre, cabeza de familia y administradora, teniendo
quizás que atender sus asuntos y cumplir sus funciones independientemente de su
marido, no podría ser también una concubina, pues supondría exigirle demasiado
(HDH, § 424 p. 237).
Por
lo que se refiere al matrimonio como
institución social, Nietzsche no se muestra muy partidario del mismo: "Toda relación que no nos eleva, nos rebaja;
y a la inversa: por eso los hombres suelen descender algo cuando se casan"
(HDH § 394, p. 229). "A la hora de contraer matrimonio hay que hacerse
esta pregunta: ¿crees poder tener una agradable conversación con esta mujer
hasta la vejez? Lo demás del matrimonio es transitorio, pues casi toda la vida
en común se dedica a conversar"(HDH § 406, p. 231). En la base de toda
unión matrimonial subyace el egoísmo, mejor o peor disimulado: “Un buen matrimonio es ).
Tomás Pollán |
El interés
mutuo preside la elección del cónyuge, que no se elige tanto por su
complementariedad sino por la potenciación de sus propias cualidades:
De este modo, si
en la elección del cónyuge, los hombres buscan ante todo un ser dotado de
profundidad y de sensibilidad, y las mujeres a un ser brillante, sagaz y con
presencia de ánimo resulta claro que, en el fondo, el hombre busca al hombre
ideal, y la mujer a la mujer ideal, es decir, que no buscan su complemento,
sino la plenitud de sus propias cualidades
(HDH, § 411, p. 232).
La
astucia, la ambición, la vanidad de
las mujeres buscan en el hombre todo aquello que pueda realzar su propio brillo
social y satisfacer su propia vanidad:
Las
mujeres, al ver a un hombre, se dan cuenta inmediatamente si su alma está
conquistada, pues, como quieren ser amadas sin rivales, al que se apasiona por
la política, la ciencia o el arte, le achacan que le mueve la ambición. A menos
que con estas actividades el hombre en cuestión obtenga algún brillo, porque
entonces verán que, uniéndose amorosamente a él, aumentarán el brillo de ellas, en cuyo caso le concederán sus
favores. (HDH, § 410, p. 231-232).
En el matrimonio las mujeres buscan un futuro
asegurado para toda la vida, para lo cual no dudan en utilizar sus armas de
seducción, como cualquier prostituta:
Esas
muchachas que no quieren deber más que al atractivo de su juventud un futuro
asegurado para toda la vida y cuya astucia es incluso fomentada por sus
experimentadas madres, buscan exactamente lo mismo que las prostitutas, sólo
que aquéllas son más inteligentes y menos sinceras que éstas (HDH, § 404, p. 230).
Para
Nietzsche el matrimonio y el amor poco tienen que ver, es más, son
incompatibles:
Es
evidente que al matrimonio moderno se le ha ido de las manos toda la razón
[...]. La razón del matrimonio –consistía en la responsabilidad jurídica
exclusiva del varón: con ello el matrimonio tenía un centro de gravedad,
mientras que hoy cojea de ambas piernas. La razón del matrimonio –consistía en
su indisolubilidad por principio: con ello adquiría un acento que sabía hacerse oír frente al azar del
sentimiento, de la pasión y del instante. Consistía asimismo en la
responsabilidad de las familias en cuanto a la elección de los cónyuges. Con la
creciente indulgencia a favor del matrimonio por amor se ha eliminado precisamente el fundamento del matrimonio,
aquello que hace de él una
institución (CI, § 39, p. 123).
El
matrimonio es una institución, y una institución, según Nietzsche, no se la
funda jamás sobre una idiosincrasia,
un matrimonio no se lo funda, como se ha dicho, sobre el amor:
Se lo funda
sobre el instinto sexual, sobre el instinto de propiedad (mujer e hijo como
propiedad), sobre el instinto de dominio,
el cual se organiza constantemente la forma mínima de dominio, la familia, y necesita hijos y herederos para mantener
también fisiológicamente unas dimensiones ya alcanzadas de poder, influencia,
riqueza, para preparar unas tareas prolongadas, una solidaridad de instintos
entre los siglos (CI, § 39, p. 124).
Tomás
Moreno
[1] En su ensayo sobre la mujer, que Lou
comentara con Nietzsche en Tautenburg, ella afirma que el embarazo es "el estado cardinal que, poco a poco, en el
transcurso del tiempo, ha determinado el modo de ser de la mujer".
[2] El filósofo español Tomás Pollan ha
recordado el hecho significativo de que Platón sea el primer filósofo que
incorpore a la filosofía todo un vocabulario sexuado: concepto, cópula, generar, dar a luz, eros, mayeútica…
pero siempre referido al espíritu no
al cuerpo o atribuido al varón como sujeto de esas operaciones y actividades,
ya sea en el plano espiritual o, intelectual ya en el metodológico (citado en
F. Savater, La filosofía se desabrocha,
"El País", sábado, 13 de septiembre de 1986).
[3] La creación artística, poética, intelectual de los
hombres, concebida como gestación o gravidez espiritual, por analogía con la capacidad
femenina de engendrar, llevaría también en sí los rasgos de la vitalidad
creadora y del dolor que ella comporta.
[7] Otras veces se refiere al matrimonio a prueba: “Si el marido y la mujer no vivieran juntos, serían más frecuentes los
buenos matrimonios” (HDH § 393, p.
229). O también a matrimonios sucesivos: “Si por una vez nos situáramos
mentalmente más allá de las exigencias de la moral, podríamos sin duda
preguntarnos si la naturaleza y la razón no forzarían al hombre a contraer
varios matrimonios sucesivos, en el sentido siguiente: a los veintidós años se
casaría con una mujer madura, intelectual y moralmente superior, y capaz de
ayudarle a sortear los peligros que le acechan hasta cumplir los treinta años
(ambición, odio, autodesprecio, pasiones de todo tipo). Más tarde, el amor de
esa mujer se convertiría totalmente en cariño materno, y no sólo toleraría,
sino que exigiría, en beneficio de ese hombre, que se casara al llegar a los
treinta con una muchacha joven de cuya educación se encargaría él directamente.
De los veinte a los treinta años el matrimonio es una institución necesaria; de
los treinta a los cuarenta sólo es útil; y el resto de la vida ejerce una
acción perniciosa, pues fomenta el retroceso espiritual del hombre”. (HDH § 421, pp. 235-236).
Mantiene el interés a todo lo largo, en cada entrega, y el aprendizaje asegurado para el lector. Muchas gracias, amigos. Un abrazo.
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