Para la sección de Microensayos del blog Ancile traemos de la mano del profesor y filósofo Tomás Moreno el post titulado La Feme Fatale, en su primera entrega, para deleite y exhaustiva información de los interesados.
LA FEMME FATALE, ENTREGA PRIMERA,
SEGÚN EL PROFESOR TOMÁS MORENO
Calipso y Ulises, por Bruegel&DeClerck |
La Femme Fatale. Prehistoria de un Estereotipo
El estereotipo
de la femme fatale[1], figura de la hermosa cruel que con sus irresistibles encantos y
belleza atrae y conduce a la perdición y a la muerte a los hombres que
fatalmente se enamoran de ella, es de largo recorrido en la
mitología, la iconografía y la literatura occidentales. Román Gubern, con su habitual sabiduría, ha sabido
resumir en apretada síntesis su presencia en nuestro universo simbólico, así
como sus metamorfosis y avatares a lo largo de cerca de tres milenios de
historia artística y cultural griega y judeocristiana:
La llamada "mujer
fatal" –a veces bruja, ogresa, madre devoradora o mujer castradora- goza
de una larguísima tradición en la cultura occidental. Ulises tuvo que vérselas
en su periplo mediterráneo con Calipso y con la maga Circe, quienes le
retuvieron con sus encantamientos en sus respectivas islas. La mitología griega
también alumbró a Hécate, madre terrible y devoradora, y a Pandora […] por no
mencionar a la deseada Helena, que provocó con su belleza la mítica guerra de
Troya. La Biblia nos ha legado en cambio a la cortesana filistea Dalila, quien
con su seducción consiguió mutilar el poder físico de Sansón, una forma de
castración simbólica, además de Salomé, la hija de Herodías, que con su lasciva
danza excitó al tetrarca Herodes Antipas y obtuvo como premio la cabeza del
Bautista [2].
Devoradora de hombres y fantasma
castrador para el inconsciente de los varones occidentales desde la Antigüedad, celebrada
por los artistas de todos los tiempos -como encarnación de la belleza femenina
deslumbrante, fatídica y peligrosa- la mujer
fatal es una figura polar y antitética que provoca a la par tanto
veneración y fascinación como temor y desconfianza. Gilles Lipovetsky, filósofo y sociólogo francés, ha enfatizado por ello, como una secular constante, la relación ambivalente de los hombres con
la belleza femenina: "los cantos que la ensalzan van siempre acompañados de invectivas y de acusaciones misóginas, a menudo de extrema virulencia. Desde la Antigüedad, la belleza femenina es a un tiempo celebrada por los artistas y asimilada a una trampa mortífera"[3].
Camille
Paglia, finalmente, ha llegado a sostener que, como arquetipo demónico de la mujer, llena las mitologías de todo el
mundo y representa la incontrolable proximidad de la naturaleza. Su tradición
pasa prácticamente intacta de los ídolos prehistóricos a la literatura, al arte
y al cine modernos:
Cuanto más
se intenta alejar a la naturaleza, como hace Occidente, con mayor frecuencia
aparece la femme fatale, como un
resurgimiento de lo que se ha intentado contener. Es el espectro de la mala
conciencia occidental con respecto a la naturaleza. Es la ambigüedad moral de
la naturaleza, una luna malévola que no cesa de atravesar nuestra nebulosa de
sentimientos esperanzadores[4].
Su siniestro perfil se muestra ya bosquejado
tempranamente en la mitología griega, en donde las figuras fabulosas de las Arpías[5], de las Gorgonas (especialmente
Medusa)[6], de
las Ménades[7],
o de las Empusas[8], pueden
ser consideradas como anticipo monstruoso de este arquetipo de mujer que
enfatiza la peligrosidad y el poder terrible de la aterradora belleza de la
feminidad. La imaginación mitológica es fecunda en monstruos femeninos
pero quedan muchos más –además de los citados- que demuestran que para los
antiguos griegos lo terrorífico tenía
sexo femenino[9].
Por otra parte, desde la antropología de lo imaginario de
orientación bachelardiana, Gilbert
Durand[10] -que ha estudiado las manifestaciones
teriomórficas de la vampiresa, de la mujer fatal, en el contexto de la
lingüística y de la antropología-, ha demostrado cómo el tema de la feminidad terrible, a la que puede ser
asociada la figura de la femme fatale,
aparece ya en la mitología homérica que feminiza monstruos teriomorfos, tales
como la Esfinge y las Sirenas[11].
No es inútil observar que Ulises se
hace atar al mástil de su navío para escapar a un tiempo del lazo fatal de las
Sirenas, de Caribdis, y de las mandíbulas armadas de una triple hilera de
dientes de dragón de Escila[12]. Estos símbolos son el
aspecto negativo extremo de la fatalidad femenina más o menos inquietante que
personifican, por lo demás, Circe, la maga de los hermosos cabellos, maestra de
los cantos, de los lobos y de los leones, Calipso, la ninfa griega que retuvo a
Ulises durante diez años en la isla de Oggia o la encantadora Nausica. La Odisea entera es una epopeya de la
victoria sobre los peligros tanto de las olas como de la feminidad.
Gilbert
Durand considera que si hay un símbolo teriomórfico, un animal
negativamente sobredeterminado por estar oculto en lo negro, feroz y ágil, que
ata a sus presas con un lazo mortal, y que juega efectivamente el papel
de la vampiresa, ése es la
araña[13].
La araña que entra en composición con el gusano de la hidra, "especie de
gusano resplandeciente" a menudo isomorfo del elemento femenino por
excelencia: el mar. La araña, según la interpretación psicoanalítica clásica, "representa
el símbolo de la madre arisca que ha conseguido aprisionar al niño en las
mallas de su red".
El psicoanálisis relaciona
juiciosamente esta imagen donde domina "el vientre frío" y las "patas
velludas" -sugerencia horrible del órgano femenino- con su complemento
masculino, el gusano, que desde siempre ha estado relacionado también con la
decadencia de la carne. Hermoso ejemplo de sobredeterminación ontogenética de
un símbolo de la misoginia que, como trata de demostrar nuestro autor, parece
descansar sobre bases filogenéticas más amplias. Por su parte, el psicoanalista
Baudouin observa
asimismo que el
terror edípico de la fuga ante el padre y la atracción incestuosa por la madre
vienen a converger en el símbolo arácnido: aspecto
doble de una misma fatalidad.
También en la figura del pulpo se manifestaría, según Gilbert
Durand, la todopoderosidad nefasta y
feminoide: por sus tentáculos el pulpo es el animal atador por excelencia. El isomorfismo que corre a través de
los símbolos de Escila, de las Sirenas, de la araña, del pulpo, es
evidente. Tanto Escila, mujer cuyo
bajo vientre está armado con seis mandíbulas de perros, como la Hidra, son amplificaciones mitológicas
del pulpo[14].
Según Mircea Eliade[15] los tentáculos, los lazos, las cuerdas, los
nudos caracterizan a las divinidades de la muerte, son ataduras de la muerte.
El lazo es la potencia mágica y nefasta de la araña, del pulpo y también de la
mujer fatal y mágica, cuya cabellera es siempre uno de sus atractivos
(podríamos decir depredadores) más
letales y eficaces[16].
Por su parte, José Jiménez, catedrático de Estética
de la Universidad Autónoma de Madrid, en
su búsqueda de un antecedente arquetípico de la femme fatale se remonta a la bella criatura de Hesíodo: Pandora. De ella fue de quien salió la estirpe maldita de las mujeres que
tantos trabajos e infortunios traerán a los hombres
que se alimentan de pan. Con su figura, la imagen de la mujer como objeto
de deseo, y, al mismo tiempo, como origen y causa de la incertidumbre y de los
problemas del varón, quedaba abierta en el terreno imaginario y de lo artístico[17].
Gilles
Lipovetsky coincide con J. Jiménez en identificar en ella los rasgos
ambivalentes de la mujer fatal: tanto
en Grecia como en las demás civilizaciones antiguas, sostiene el sociólogo
francés, la hermosura femenina siempre conllevaba resonancias negativas. Fue de
Pandora de quien salió la "ralea de las mujeres"[18].
Para los griegos, la mujer era, efectivamente, una "terrible plaga
instalada entre los hombres mortales", un ser hecho de ardides y de
mentiras, un peligro temible oculto bajo los rasgos de la seducción, una trampa
maléfica, un ser pérfido y nefasto. Los textos griegos clásicos que enumeran
los vicios femeninos y colman de reproches las estratagemas de que se valen
para seducir a los hombres son abundantes[19].
Para Carlos Goñi fue la belleza de Helena lo que sirvió
de pretexto para la guerra de Troya, en cuyo caso el concepto de femme fatale tendría su origen en este
contexto[20].
Pilar Pedraza sitúa también su
origen en Grecia y destaca, en La Bella,
enigma y pesadilla[21], algunos de sus
representaciones prototípicas desde las esfinges misteriosas o las lamias,
estriges o empusas hasta las destructivas sirenas y las amenazadoras amazonas o
bacantes.
Otros, finalmente, conectan con la
mitología hebraica y se remontan al mito de Lilith –como ya señalábamos en
el ensayo dedicado a la diablesa hebrea talmúdica- para encontrar alguno de sus
antecedentes. En efecto, según Erika Bornay[22], el mito de la depredadora sexual se
remontaría a Lilith, nombre de una
diablesa hebraica y esposa rebelde de Adán, anterior a Eva. De este personaje
mítico hebreo derivaría el síndrome de Lilith, característico del mito de la femme fatale, la fémina devoradora de
hombres, cuya iconografía se ha hecho remontar incluso a La Gioconda, con su enigmática sonrisa.
Tomás Moreno
[1] "Fatal
procede de fatum, que quiere decir
'destino', nos recuerda J. A. Marina, "una fuerza poderosísima que anula
la libertad" (El rompecabezas de la
sexualidad, Anagrama, Barcelona, 2002., p. 183).
[2] Máscaras de la ficción, Anagrama,
Barcelona, 2002. Cfr. especialmente: cap. IV. "La mujer depredadora",
p. 60.
[3] Gilles Lipovetsky, La
tercera mujer, Anagrama, Barcelona, 2007, p. 157.
[4] Sexual Personae.
Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson, Valdemar, Madrid, 2006,
p. 41.
[5] Las Arpías o
Harpías, genios alados. Se llamaban Aelo (borrasca), Ocipete (vuelo rápido) y Celene
(oscura). Raptaban a los niños y a las almas. Virgilio las sitúa en el pórtico
del Infierno. La amabilidad de
las Musas se contraponía a la ferocidad de las Harpías (y de las Sirenas,
Esfinges y Furias), con cabellos de serpientes. La comprensión psicoanalítica
de tales monstruos sugiere que encarnan las concepciones de los niños pequeños
acerca de la madre: poderosa, peligrosa y equipada tanto con senos como con
pene; en resumen, la madre fálica.
[6] Hijas de Forcis y Ceto, divinidades marinas. Tres
mujeres monstruosas -Euríale, Medusa y Esteno-, de las cuales sólo Medusa era
mortal. Perseo la mató mientras estaba encinta de su amante Posidon. De su
sangre nacieron Crisaor y Pegaso. La sangre de Medusa tenía un poder mágico: o resucitaba o mataba.
Se la representa con una cabellera de serpientes entrelazadas, sacando la
lengua. Un corto artículo de Freud (1992, "La cabeza de la Medusa",
da cuenta de su significado psicoanalítico: las Gorgonas y la Medusa
representaban mujeres castradoras, amenazantes para el hombre. La figura de la
Medusa, lleva serpientes en sus
cabellos-que sustituyen al pene y lo representan- con lo que
contribuirían a mitigar el horror de la mutilación ("La cabeza de
Medusa", 1940)
[7] Las Ménades eran las seguidoras de Dioniso (dios de la trasgresión y de
la fiesta, por un lado y del éxtasis y de la locura, por otro), unos espíritus
orgiásticos capaces de devorar a sus propios hijos, dispuestas a pasar del
frenesí de la danza a la tarea de despedazar cabritos vivos.
[8] Espectros vampíricos enviados por Hécate, con un pie
de asno y otro de bronce, que podían metamorfosearse. Perseguían a los viajeros
y les chupaban la sangre.
[9] Como es el caso de las monstruos que atemorizaban a
los niños, como Lamia que había sido
una doncella de Libia a la que amó Zeus, razón por la que la vengativa Hera
mataba a cada hijo que iba trayendo al mundo. Desesperada, la joven se recluyó
en una cueva y se transformó en un terrible monstruo que robaba niños y se los
comía. También Mormo era un genio
femenino con el que se asustaba a los chiquillos traviesos diciéndoles que les
mordería (o la Loba-Mormo o Mormólice). Otras versiones hablan de Gelo, el fantasma del alma en pena de
una joven lesbia que volvía del más allá para llevarse a los pequeñuelos. Otros
monstruos femeninos eran: Las Erinias,
llamadas Alecto, Tisífona y Megera, genios
alados que tenían serpientes por cabellos y que portaban antorchas o látigos.
Nacieron de las gotas de sangre de Urano que cayeron sobre la tierra cuando fue
mutilado por Crono. Habitaban el Érebo de los infiernos y castigaban los
delitos, especialmente la hybris, el
exceso. Las Keres (Valkirias), genios
alados con largas uñas, hijas de la Noche, que desgarraban los cadáveres y
bebían su sangre. (Cfr. Carlos Goñi, Alma
femenina. La Mujer en la mitología, Espasa Calpe, Madrid, 2005, p. 182-186). Las Moiras, aunque no
propiamente monstruos causaban el mayor temor, ya que de ellas dependía la vida
de los hombres. Eran tres viejas hilanderas, hijas de la Noche, llamadas Cloto, Láquesis y Átropos,
criadas del Destino. Cloto va desenrollando el ovillo que representa la vida de
cada ser humano, Láquesis mide la
largura del hilo y Átropos es la
encargada de cortarlo cuando llega el fatídico momento.
[11] Las Sirenas,
que intentaron seducir a Ulises y la Esfinge,
que fue muerta por Edipo. Pero, según Carlos Goñi (Alma femenina. La Mujer en la mitología, op. cit., pp.184-185)
quedan muchos más que demuestran que para los antguo lo “terrorífico” tenía sexo
femenino. Uno de los seres más temidos era Quimera, hija de Tifón y Equida, que tenía cola de serpiente, el
cuerpo de cabra y la cabeza de león. Echaba fuego por la boca y nadie podía
acercarse a ella sin ser abrasado. Sólo Belerofonte, sobre su caballo alado
Pegaso, logró eliminarla con una lanza arrojada en su boca. Philip Slater The Glory of Hera (Boston,
1968) advirtió acerca del miedo del varón griego ante la hembra y la sexualidad
femenina, señalando que para los griegos los duendes femeninos eran más
importantes que los masculinos.
[12] Para los navegantes eran especialmente temidas Caribdis y Escila, en el estrecho de Mesina, que separa la península Itálica
de Sicilia. Los barcos que tenían que pasar por allí eran atraídos y tragados
por las aguas. Caribdis vivía en una roca a orillas del mar pero Zeus, en
castigo por devorar animales de los rebaños de Geriones, la arrojó al mar.
Desde entonces vive en una cueva y se alimenta de succionar agua y tragarse
todo cuanto pasa por su lado. Escila, habita al otro lado del estrecho. De
cintura para abajo su cuerpo se componía de seis terribles perros que daban
muerte a todo aquel que se le acercaba. El bravo Ulises perdió a seis de sus
hombres que cayeron en sus fauces.
[13] Desde luego, el elemento fonético juega un papel en
esta elección del símbolo: araignée, arachné, tiene una sonoridad cercana a ananké. Este animal obsesiona a Víctor
Hugo, que llega incluso a dibujarlo. Pero el tema vuelve con tanta constancia a
la imaginación del poeta que hay que ver en ello algo más que un juego de
palabras
[14] Cfr. Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana (ed. Paidós, Barcelona,
1984), artículos Scylla, Hydre de Lerne. Todos estos monstruos
son dragones plurales. La Hidra de Lerna: serpiente de varias cabezas nacida de
Tifon y Equidna; su aliento era mortal, y cuando se le cortaba una cabeza,
nacía otra. Su madre, Equidna, tenía cuerpo de mujer y cola de serpiente, vivía
en una caverna y devoraba a los viandantes.
[16] G. Durand ha destacado el isomorfismo de la cabellera y el de las ataduras y las cadenas: el
simbolismo de la cabellera parece venir a reforzar la imagen de la feminidad
fatal y teriomórfica. La cabellera no está vinculada al agua por femenina, sino
feminizada por jeroglifo del agua, agua cuyo soporte fisiológico es la sangre
menstrual. Pero lo arquetípico del lazo viene a sobredeterminar subrepticiamente
la cabellera, porque la cabellera es al mismo tiempo signo microcósmico de la
onda y tecnológicamente el hijo natural que sirve para trenzar los primeros
lazos. (op. cit., p.231).
[17] José Jiménez, op. cit., p. 115-117. Cf. especialmente,
el capítulo V.: La mujer fatal.
[18] La tercera mujer,
op. cit., p. 103.
[19] Bernard Grillet, Les Femmes et les Fards dans l'Antiquité
grecque, Lyon, CNRS, 1975, citado en Lipovetsky, p. 103.
[20]
Alma Femenina. La Mujer en la Mitología, cap. 19, titulado "Femme Fatale", op. cit.
pp. 179-186. La historia es de sobra conocida: Menelao, rey de los espartanos cayó rendido ante la belleza de Helena,
la sedujo y se la llevó a su tierra. La afrenta desencadenó la guerra de Troya
para rescatar a Helena.
[21] Pilar Pedraza, La bella, enigma y
pesadilla (Esfinge, Medusa, Pantera), Tusquets, Barcelona, 1991.
me he encontrado con tu blog de casualidad te felicito
ResponderEliminar