Traemos hoy a nuestra sección del blog Ancile, Microensayos, la quinta y última entrada dedicada al concepto de Nietzsche sobre la mujer, titulado muy significativamente: Nietzsche contra el Feminismo: "¡Calle la Mujer sobre la mujer!"por el profesor Tomás Moreno.
LA MUJER EN NIETZSCHE, QUINTA Y ÚLTIMA ENTREGA,
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO
LA MUJER EN NIETZSCHE (y
5)
XI. Nietzsche contra el
Feminismo: "¡Calle la Mujer sobre la mujer!"
Como hemos
ido viendo a lo largo de nuestra exposición, el discurso acerca de la
mujer de Friedrich Nietzsche se
mueve, más allá de sus ambivalencias, en la línea misógina que inaugurará
Schopenhauer (El amor, las mujeres y la
muerte) y que culminará más tarde su
epígono, el austriaco Otto Weininger (Sexo
y Carácter).
Radicalmente
opuesto al movimiento de emancipación feminista de su tiempo, para Nietzsche el
feminismo -discurso que se expresa
intencionadamente como emancipación, exaltación y defensa de la mujer,
según su propia definición- solo logra, por el contrario, rebajarla. No está a
la altura de la historia: contiene en fin, una
estupidez casi masculina, ya que al mostrar un interés en la verdad la
mujer se niega a sí misma puesto que, en su opinión, la mujer que así procede
es no-mujer y trata inútilmente de
alcanzar la esencia de la mujer en-sí
(algo para él inexistente, como ya vimos). Con este proceder, sostiene
Nietzsche, la mujer procura una degeneración de sí misma en aquello que le es
antitético: la fealdad. Nietzsche toma, pues, posición respecto a la cuestión
de la emancipación de la mujer de una
manera inequívocamente hostil:
"Emancipación de
la mujer", esto representa el odio instintivo de la mujer mal constituida, es decir, incapaz de
procrear, contra la mujer bien constituida; la lucha contra el “varón” no es
nunca mas que un medio, un pretexto, una táctica. Al elevarse a sí misma como “mujer en sí”, como “mujer
superior”, como “mujer idealista”, quiere rebajar
el nivel general de la mujer; ningún medio más seguro para esto que estudiar
bachillerato, llevar pantalones y tener los derechos políticos del animal
electoral. En el fondo las emancipadas son las anarquistas en el mundo de lo “eterno femenino”, las fracasadas,
cuyo instinto más radical es la venganza. (EH, Por qué escribo tan buenos libros, 5, p. 63).
El
acceso a la cultura y a la ciencia por parte de la mujer revela una manifiesta masculinidad
del gusto y una cierta deficiencia biológico-sexual: "Cuando una mujer
tiene inclinaciones doctas hay de ordinario en su sexualidad algo que no marcha
bien. La esterilidad presupone ya una cierta masculinidad delel
animal estéril" (MBM, Sentencias
e interludios, § 144, p. 105). Tratando de cultivarla y fortalecerla, en realidad, lo que
hacen esos movimientos emancipadores es pervertirla, desfeminizarla y
debilitarla:
Arthur Schopenhauer |
Desde
luego, hay bastantes amigos idiotas de la mujer y bastantes pervertidores
idiotas de la mujer entre los asnos doctos de sexo masculino que aconsejan a la
mujer desfeminizarse de ese modo e imitar todas las estupideces de que en
Europa está enfermo el “varón”, la “masculinidad” europea, -ellos quisieran
rebajar a la mujer hasta la cultura general, incluso hasta a leer periódicos e
intervenir en política (MBM, VII, § 239, pp. 188-189).
Para Nietzsche, virilización o
masculinización de la mujer es, pues, el término justo para emancipación de la
mujer, y para su incursión en el campo de la cultura y de la ciencia[1].
Y las propias mujeres que lideran esos movimientos emancipatorios confirman, sin excepción, la
afirmación precedente:
Delata
una corrupción de los instintos –aun prescindiendo de que delata mal gusto- el
que una mujer invoque cabalmente a
Madame Roland o a Madame de Stäel o a Monsieur George Sand, como si con esto se demostrase algo a favor
de la “mujer en sí”. Las mencionadas son, entre nosotros los varones, las tres mujeres ridículas en sí -¡nada más!-
y, cabalmente, los mejores e involuntarios
contra-argumentos contra la emancipación y contra la soberanía femenina (MBM § 233, p. 183)[2].
Mediante su pretendida homologación con el
hombre y su inserción en el mundo del conocimiento y de la cultura, de los
negocios o de la política, ellas se modelan a sí mismas según la imagen que el
hombre les proporciona, y desean sus mismos derechos, aspiran a su misma
independencia económica y jurídica: a ilustrarse, a negociar y a gobernar el
mundo como los hombres.
La mujer que aspira a la "igualdad
de los sexos" y quiere ser semejante al hombre no quiere, sostiene
Nietzsche, estimación sino rivalidad;
no quiere procrear sino saber; pierde
su pudor; desaprende a temer al varón;
abandona sus instintos más femeninos; intenta convertirse en señor. Y concluye: "Trata de § 239, pp. 187-188).
Otto Weininger |
Todo esto comporta, efectivamente, una
semejanza formal con el hombre, pero en todo ello Nietzsche percibe también
una degeneración o disolución de sus instintos,
que, efectivamente, puede llevarles a debilitarlas, a perder su originaria
naturaleza y su potencia instintiva y, en consecuencia, puede hacer que la
mujer degenere y se masculinice. En efecto, las mujeres si se dedican a la causa de la emancipación -que tiende a
esa estúpida homologación con el
hombre- corren el riesgo de acabar en la disgregación
y embotamiento de sus instintos más
femeninos, haciéndoles perder lo que las hace distintas,
"desencantándolas" y "desfeminizándolas", volviéndolas cada
vez "más histéricas y más incapaces par atender a su primera y última
profesión, la de dar a luz hijos robustos" (MBM § 238 p. 186-188).
Como ha recordado Wanda Tommasi, Nietzsche tiene muy presente el movimiento feminista, pero lo identifica totalmente con la apuesta por la emancipación, es
decir, no ve en el feminismo la búsqueda de la libertad femenina por sí misma,
sino sólo el objetivo de conquistar la igualdad o la homologación con el
hombre. "De este modo, el adoctrinamiento feminista de la mujer y su
debilitamiento como 'mujer' avanzan paralelamente"[3].
Wanda Tommasi |
Lo
que Nietzsche desaprueba, en definitiva, en el movimiento de emancipación de la
mujer es precisamente que quiera igualarse, homologarse al hombre. Aspirar a la igualdad entre varones y mujeres es,
para Nietzsche, "no acertar en el problema básico 'varón y mujer', negar
que aquí se dan el antagonismo más típico de superficialidad" (MBM § 238, p. 186).
Por
eso, en la violenta oposición de Nietzsche a la emancipación femenina, habría
que leer, sobre todo, una apasionada defensa del valor de la diferencia. La mujer se degenera porque quiere volverse
igual al hombre y eliminar la diferencia que la caracteriza y porque trata de
renunciar a aquello que constituye su [4] es
tal, que hace impensable y no deseable cualquier igualdad, cualquier
equiparación de derechos con el hombre:
Cuanto
más mujer es la mujer tanto más se defiende con manos y pies contra los
derechos en general: el estado natural, la guerra
eterna entre los sexos le otorga con mucho el primer puesto. (EH. Por qué escribo tan buenos libros, § 5, p. 63)
Decidido
defensor de la diferencia entre los sexos, Nietzsche quiere que la mujer
conserve ese estatuto de alteridad. Rebelarse contra la idea de que la mujer se
someta al hombre como su posesión, es no comprender que en su ser esclava reside no sólo la condición
para su perfección -la de crear-, sino justamente también su dominio: el de
servirse para ello del hombre.
Finalmente,
las críticas nietzscheanas a la emancipación femenina se pueden vincular a una
serie de expresiones y afirmaciones en las que el filosofo germano hace suya la
misoginia de la Iglesia y de la ciencia occidental, como cuando, por ejemplo,
afirma que la mujer no puede hablar de sí
misma porque ella está en el extremo opuesto respecto a la verdad y por eso
lo mejor que puede hacer es guardar silencio, callar, para no desacreditarse:
Nosotros,
lo varones deseamos que la mujer no continúe desacreditándose mediante la
ilustración: así como fue preocupación y solicitud del varón por la mujer el
hecho de que la Iglesia decretase: “mulier taceat in ecclesia! (¡calle la mujer
en la iglesia!). Fue en provecho de la mujer por lo que Napoleón dio a entender
a la demasiado locuaz madame de Stäel: "mulier taceat in politicis!"
(¡calle la mujer en los asuntos políticos!) – y yo pienso que es un auténtico
amigo de la mujer el que hoy les grite a las mujeres: "mulier taceat de
muliere!" (¡calle la mujer acerca de la mujer!) (MBM, § 232, p. 183)[5].
Tomás Moreno
[1] No otra cosa opinaba Kant:
"Aprender con trabajo o cavilar con esfuerzo, aun cuando una mujer debiera
progresar e ello, hacen desaparecer los primores que son propios de su sexo, y
pueden convertirse en objeto de una fría admiración a causa de su rareza, pero
debilitan al mismo tiempo los encantos mediante los cuales ejercen ellas su
gran poder sobre el otro sexo. Una mujer que tenga la cabeza llena de griego
como la Sra. Dacier, o que mantenga
discusiones profundas sobre la mecánica como la marquesa de Chatelet,
únicamente puede en todo caso tener además barba; pues éste sería tal vez el
semblante para expresar más ostensiblemente el pensamiento profundo, por el que
ellas se promocionan". (Kant, Observaciones
acerca del sentimiento de lo bello y lo sublime, Alianza, Madrid, 1997, sección
tercera, p. 69)
[2] A. Sánchez Pascual, en distintas
notas de su traducción de MBM, escribe:"Las tres mujeres citadas aquí por
Nietzsche eran considerados en su tiempo como símbolos de la emancipación
femenina. Madame Roland (1754-1793) fue la esposa de un político girondino, en
los tiempos de la Revolución francesa. Ganada por el estudio de la Antigüedad
para la causa de la Revolución, ejerció en París, desde 1791, una gran influencia
sobre los jefes de los girondinos. Al fracasar este partido, fue condenada a
muerte y guillotinada. Suya es la frase, pronunciada al subir al cadalso:
"¡Oh libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!" (nota 130,
p. 278). De Madame de Staël: la "mujer masculinizada" a que alude
Nietzsche es escritora francesa (1766-1817), quien en su obra De l‘Allemagne (1810) creó en Francia la
imagen de una Alemania habitada por pensadores ajenos al mundo y por poetas
soñadores. Nietzsche se refiere a esa expresión –"mujer
masculinizada"- en varias ocasiones en esta obra: aforismos 232 (p. 183) y
233 (p. 183). En cuanto a la tercera mujer, George Sand -sarcásticamente
llamada por Nietzsche Monsieur- es el
seudónimo de la escritora francesa Aurora Dupin (1804-1876), célebre tanto por
sus amores como por sus escritos. En sus novelas ataca la moral burguesa y
defiende el derecho de la mujer al amor extramatrimonial. En Crepúsculo de los ídolos Nietzsche se
ensañó con ella; así en el apartado1 de “Incursiones de un intempestivo” dice:
“George Sand: lactea ubertas
(abundancia de leche), o dicho en alemán la vaca de leche con ‘bello estilo’. Y
en el 6, dedicado enteramente a ella, la califica de “fecunda vaca de
escribir”).
[3] Wanda Tommasi, Filósofos y mujeres, op. cit., p. 173-174.
[4] Ese antagonismo se repite en numerosos
lugares de su obra. Por ejemplo: “Entre mujer y varón se dan el antagonismo más abismal y la necesidad de
una tensión eternamente hostil, soñar aquí tal vez con derechos iguales,
educación igual, exigencias y obligaciones iguales: esto constituye un signo típico de superficialidad” (MBM, § 238,
p. 186)
[5] Andrés Sanchez Pascual, en su
nota nº 127 de su traducción de MBM (p. 276) aclara que la frase citada de
Nietzsche procede de San Pablo, “Primera carta a los Corintios”, 14, 34: Mulieres in ecclesiis taceant.
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