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viernes, 27 de junio de 2014

REESCRITURA DEL LENGUAJE: SIGNO Y POESÍA, TERCERA ENTREGA

En la tercera entrega, para la sección de Pensamiento del blog Ancile, presentamos: Reescritura del lenguaje, del trabajo Signo y poesía.



Reescritura del lenguaje: lenguaje, signo y poesía, Francisco Acuyo, Ancile




REESCRITURA DEL LENGUAJE:
 SIGNO Y POESÍA, TERCERA ENTREGA 








V


CREO que podemos, si no deducir, sí acercarnos con fundadas garantías de éxito, no sólo a la (casi insondable) potencialidad del lenguaje poético, también al hecho que muestra que, prácticamente cualquier signo susceptible de ser lingüístico, puede ser esencialmente poético, y en esta dinámica singular, atendiendo al poema como objeto de nuestras observaciones: que su lenguaje (poético) se vierte como lenguaje presto a recibir nuevos (y muchas veces enigmáticos) significados; momento a partir del cual empezamos a ser verdaderamente conscientes de encontrarnos en un proceso de reescritura del lenguaje. Así, veremos, con no poca perplejidad, la fantástica función referencial (piénsese en la connotación y la denotación) del signo lingüístico en poesía.

Mas, ahora volvamos al valor del símbolo que apuntábamos inicialmente y que, en poesía, tantas veces actúa como elemento de orientación clarificador, pues, si el símbolo se presenta como aquella presencia que evoca otra realidad, ya sugerida o evocada, no debe producir el efecto ilusorio que nos aleje, como espejismo, de su relación con la realidad especial de la poesía, donde el signo va a presentarse más allá de la relación inmotivada entre significante y significado, esto es, como resultado de una interacción ciertamente motivada y no siempre necesaria, siendo este uno de los aspectos esenciales del discurso poético desde donde valorar elementos inconscientes, intuitivos o irracionales como sujetos de gran estima para hacer valoraciones respecto de su extraordinaria complejidad.

Podemos constatar, si atendemos a los elementos esbozados aunque sea sólo brevemente, del riesgo cierto de equivocarse cuando enfatizamos en exceso sobre una posible metáfrasis de la poesía y que puede tener lugar en el análisis de estos o aquellos versos, o en la propia concepción de lo que la poesía sea.

Si observamos la metáfora como uno de los elementos más significativos del discurso poético e intentamos una interpretación aislada del mismo, podremos cometer errores muy significativos a su vez en la interpretación del poema, tal es la carta de naturaleza del discurso poético donde todo, inevitablemente, se relaciona con todo. Así, cuando consideramos la metáfora y sus interacciones con el signo lingüístico, si
Reescritura del lenguaje: lenguaje, signo y poesía, Francisco Acuyo, Ancile
tratamos de observar solamente la realidad designada con el nombre de otra realidad, atendiendo a relaciones de semejanza entre los elementos que la conforman, acaso estemos limitando gravemente nuestra observación, pues tratamos de inquirir aisladamente, atendiendo sólo a la comparación de los elementos constitutivos de dicha metáfora, quedando sujetos a una limitada concepción mimética emparentada sólo parcialmente a la aristotélica.
Jakobson,45 en relación con la afasia, habla en términos similares de la metáfora: como un fenómeno de traslación o desplazamiento del significado, atendiendo a las relaciones de semejanza ya señaladas; mas, a nuestro juicio, es tal el mundo que vierte no sólo de relaciones, si no también de divergencias en poesía, que la atención al fenómeno metafórico debiera en este terreno pasar por un acercamiento mucho más minucioso dada la extraordinaria complejidad que representa; apuntaremos tan sólo el fenómeno de la sinestesia que pone en jaque nuestra clásica concepción de relación-semejanza, habida cuenta de cuán difícil resulta encontrar aquella (la sinestesia) sin encontrar en la misma una metáfora.

Pero, atendamos ahora, para no dispersar en demasía nuestra exposición, en el cómo se relaciona la metáfora poética con la realidad, en tanto que puede (o debe) manifestarse como asociación de términos, o como sustitución del término real por el imaginario o de la imagen ¿Cabe la misma aserción estructural y teórica en el caso de la metáfora irracional o en de las representaciones visionarias? Para llevar a cabo reflexiones tan pertinentes y no faltas de coherencia, no parece del todo aconsejable obviar en la presencia definitoria conceptual de la metáfora, los antecedentes que, en su momento, entendemos como prehistoria de la semiótica: desde la concepción del órganon aristotélico, a la distinción estoica de significado y significante, la pedagogía y teología agustiniana, y un largo etcétera hasta nuestros día que, aunque no satisfagan del todo las necesidades explicativas del fenómeno poético y sus constituyentes singulares, los cuales, diríase funcionan tan compleja como especialmente, y pueden llegar a ser muy útiles para ver las potenciales carencias.

Podemos constatar también que la relación entre la Semiosis y la Poesía no son del todo fáciles. En fin, nadie, creemos, pretendía que lo fueran, pero así mismo estimamos  que sería sumamente interesante intentar hablar con más propiedad y rigor de todo aquello que concierne al signo poético: del signo de y en la poesía como variante digna de ser estudiada y apreciada independientemente.


VI


NO obstante de todo lo expuesto, parece que, si queremos aventurar unos servicios de investigación con garantías de éxito (para el presente bosquejo de estudio sobre «semiótica-poética»), también deberíamos atender, al menos unos instantes, más que al concepto genérico de poesía (cuestión, a nuestro juicio, motivo de otro no menos interesante debate) a su aspecto cosificado, prestando nuestra atención a su vertiente objetual. Lo estimaba acertadamente Jorge Guillén46 de esta manera, (o incluso el mismo Heidegger), 47 quien preferiría el acercamiento a la poesía atendiendo al poema como objeto, pues la poesía se ofrece siempre como espíritu indivisible en su identidad. Esta metodología supone, si no una garantía total de inteligibilidad, sí un punto esencial para el acercamiento a la realidad poética; más que hablar del lenguaje poético observar y entender en la medida de lo posible el lenguaje del poema. Será desde la observación del poema como objeto desde donde mejor visualizaremos (e interiorizaremos) el rasgo esencial de los significados en poesía, a saber: que todo viene a relacionarse con todo.

Que este rasgo es esencial viene a demostrarlo el hecho de la singularidad de apreciación y percepción tan particular de la realidad en poesía que, muchas veces no tiene por qué coincidir con la identificación cotidiana de lo que acontece. Un ejemplo podía ser la percepción y el concepto de tiempo, los cuales no parecen conectar con esa aproximación regular y correosa de nuestra visión natural de su discurrir, pues se ofrece como la dimensión en la que lo eterno y lo actual se identifican (tómese como ejemplo la concepción temporal de Antonio Machado). 

Veremos que la aproximación a la realidad, si observamos atentamente la naturaleza del lenguaje (poético), garantiza una conexión más íntima de lo que cabe pensarse en un análisis rápido y poco avisado.
Reescritura del lenguaje: lenguaje, signo y poesía, Francisco Acuyo, Ancile
Esto se nos antoja como algo primordialmente objetivable en la poesía (verdadera), la cual hace alarde de un lenguaje vivo, el cual interconecta con la realidad del poeta en virtud de una sutilísima conexión con el mundo.

Observaremos desfilar, en sugestiva sucesión, del estudio serio que garantice así mismo una aprehensión constatable de aquella relación primordial, una serie de elementos que diríanse propios del lenguaje poético y que actúan como principios esenciales sobre los cuales observar cómo se activan los mecanismos que adquieren una importancia fundamental en poesía. Enunciemos, por ejemplo, la expresión alusiva, donde el lenguaje poético se estima como objeto enigmático y donde lo absoluto y lo contingente conviven de forma totalmente natural en poesía. 

No entraremos en detalle en este momento sobre aquellos autores que, digamos, hiperbaloran el lenguaje, y sitúan a éste como eje desde donde ha de girar su mundo poético, el caso de Góngora, por ejemplo; o el de otros quienes entienden la poesía como arte sucesivo (emparentado con la música) e íntimamente conectado con el tiempo y cuya novedad esencial es el espacio: del primer tipo de inclinación expresiva veremos aspectos en verdad fascinantes como la funcionalidad del hipérbaton, de donde inferimos la concepción de la poesía como construcción y creación, todo lo cual debería hacernos reflexionar sobre la materia y el espíritu de la poesía. Lo abstracto y lo concreto del signo poético viven en una particular armonía, de la que pueden observarse también otros elementos comunes a la gran poesía, como, por ejemplo, la ausencia del yo histórico. 48





                                                                                                 Francisco Acuyo




Notas.-

46  Guillén, J.: ob. cit. notas  4, 14 y 27.
47 Heidegger, M.: Arte y Poesía, Fondo de Cultura Económica, México, 1985.

48 Guillén, J.: ob. cit. nota s 4, 14, 27 y 38.





Reescritura del lenguaje: lenguaje, signo y poesía, Francisco Acuyo, Ancile

lunes, 23 de junio de 2014

MÁRMOL SIEMPRE QUE UN HOMBRE AMA, EN POEMA SEMANAL

Traemos a la sección de Poema semanal del blog Ancile, el titulado Mármol siempre que un hombre , dedicado a Carmen Jiménez y a su marido el gran Ignacio Prat, poema también recogido en Cuadernos del ángelus, 1992.



Enlace a la Web Ancile





Mármol siempre que un hombre ama, Francisco Acuyo, Ancile.




MÁRMOL SIEMPRE QUE UN HOMBRE AMA




Mármol siempre que un hombre ama, Francisco Acuyo, Ancile.


A Carmen Jiménez
Con Ignacio Prat

«Lourde tombe qu’a un beil oiseau, caprice
solitaire d’aurore au vain plumage noir»
S. MALLARMÉ




I



A luz, a sueño transparece
cárabe o vidrio cuando levemente evapora;
mensaje casi sombra que estremece
de la mar como coro
ígneo diluyendo cada flor o,
navegando entre el ascua de la aurora,
si oscuro quiebra donde claro aflora.



II



UN ramo.
Un nombre inscrito o descubierto.
Y sobre la hoja apenas el rocío
al envés desdoblado pende,
y al templar se despoja sobre el mármol
y entre el trémulo
cauce
del párrafo
desciende.



III




VIBRANTE desde el círculo
del mármol el asedio
observo.
Espero cuando
desde el aire hasta el pozo donde mina
[el aliento
por fin cae, se inclina,
y entre el hueco 
                           se escucha
                                                 como un eco
                                                                          escapando.





Francisco Acuyo, Cuadernos del ángelus, 1992.






Mármol siempre que un hombre ama, Francisco Acuyo, Ancile.

sábado, 21 de junio de 2014

SIGNO Y POESÍA, SEGUNDA ENTREGA

   Ofrecemos la segunda entrega en sus dos siguientes capítulos de Signo y poesía, para la sección de Pensamiento del blog Ancile.




Segunda entrega: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile



SIGNO Y POESÍA, SEGUNDA ENTREGA






III


ANTE la complejidad de los diferentes códigos aprehensibles en el fenómeno poético sería conveniente, para mejor entendimiento, aludir al concepto de signatum del poema tal y como lo entendiera Mukarovsky,11 si dentro del contexto prevalente de los fenómenos sociales. Y esto porque, desde este punto podemos partir para hacer una puntualización clarificadora que objetiviza un hecho, a nuestro juicio, de vital importancia, y cuyo reflejo más significativo vendría de la mano tanto del concepto como del hecho de su existencia objetiva patente en la persona y en el elemento cosificado que es el poema, nos referimos a los poétes maudits. De la contemplación y estudio de sus poemas e idearios poéticos podemos colegir como nada extraña su postración al ostracismo por parte de las ordenaciones axiológicas más o menos actuales y avisadas, las cuales, no obstante, sí han incidido, casi siempre aposteriori, en ofrecer una imagen de la poesía (y del poeta) tantas veces prejuzgada y tópica, que creemos social y semióticamente interesante, aunque lo aleje de la realidad intrínseca del fenómeno literario y poético, pues hace prevalecer un juicio apriorístico de lo que acaso sea o deba ser la poesía, y de lo que ésta y su particular naturaleza influya en el propio carácter y personalidad del poeta, y estos, posteriormente, en su labor creativa.

Segunda entrega: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile Si, como decía Lázaro Carreter, 12 es cuando el poema pretende significar algo diferente cuando observamos que los poemas se nutren de la misma raíz, enclavada en la conciencia del poeta, nosotros no haremos en este instante invocación o exaltación alguna en favor del emisor en el circuito de la comunicación poética, tampoco, por el contrario, exhibiremos argumentos para proclamar la preeminencia del texto poético, es decir del poema, pero sí indagaremos de forma general en su conjunto para tratar de entender, al menos someramente, el interior esencial del fenómeno poético, así, una vez señalados los matices anteriores  creemos, no obstante, serán adecuadas herramientas para una correcta aprehensión de nuestros objetivos. Mas todo esto nos será muy útil para establecer criterios con los que perfilar la confusión y colisión genérica, la cual, prevé lo literario (y lo poético) como fenómeno general que participa de una similar dinámica semiótica, mas partiremos nosotros de la autonomía del fenómeno poético y de su especialidad, aun cuando entendamos la poesía como forma de expresión literaria y artística, mas portadora de todos aquellos rasgos semióticos tan especiales, los cuales acaso también ayudarán a ponderar nuestras valoraciones.

No pretendemos acudir a lo conceptos de equivocidad e intransitividad que tan gallarda e inteligentemente blandieran Maurice Blanchot 13 o Roland Barthes, 14 aunque sería aconsejable tenerlos en cuenta, máxime cuando decimos que el valor semiológico de la poesía observa en la palabra poética un significado que acusa una finalidad en ella misma, pues si la literatura es un medio privado de causa y fin, 15 la poesía es una totalidad que se ofrece muchas veces alejada de la causa y de la finalidad concreta, incluso  puede exceder la ambigüedad tantas veces aducida que reduce el poema al habla.16 

Segunda entrega: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile También podemos, aunque sólo sea mediante un brevísimo apunte, esbozar en una nota que la intención del emisor (del poeta) no tiene que ir dirigida en principio, a garantizar un vínculo netamente comunicativo, entendida esta comunicación como la dinámica ordinaria que estrecha lazos entre el autor y el presente receptor de aquello de lo que habla mediante el poema y que, como producto artificial, apriori basa su existencia pensando en el destinatario humano que presuntamente había de recibir su particular mensaje. Acaso la intencionalidad (de haberla) está marcada profundamente por el deseo que estimula en verdad al que siente en la poesía para establecer un diálogo singular con el mundo, o acaso bajo el signo dialógico que invita a comunicarse directamente con  el ser de lo vivido o por vivir.

Si el lenguaje poético se (dice) que se ve privado del vigor elocutivo del lenguaje común no será tanto porque la poesía sea lenguaje de uso estricto, o porque se exteriorice como casi acto, 17 sino porque con el acto de creación del poema (así como en el auténtico acto de recepción del mismo) se vierte la ser que significa la poesía. Es por todo esto que nos acercamos a creer que el signatum puede ser entendido como aquella conciencia despertada por el poema y que nos empuja a ser en la poesía.

De cualquier modo no parece que la sistematización de los significantes y los significados se ofrezca como expresión de análisis y verificación suficiente para el fenómeno literario en general, ni para el poético particularmente, por lo que llegados a este punto no contrariaremos a la Crítica Literaria, en cuanto a la consabida estimación que hace del signo lingüístico poético como de extrema complejidad, no pareciéndonos en principio cosa extraña tampoco que aquella disciplina trate a la poesía como portadora de macrosignos o hipersignos. Reiteremos, por tanto, la especialidad del discurso poético en cuanto a la singularidad de su signo lingüístico manifiesto en la polisemia, en la ambigüedad, en las amplísimas connotaciones, en la sistematización de los elementos significados, etcétera.


IV


SI hacemos una fugaz semblanza histórica de lo que pudo aprehenderse en la especialidad del signo en poesía, veremos, desde Platón,18 que el concepto de inspiratio poética, conscientemente alejado de la retórica sofista, así como su contemplación más allá de la letra (escrita), incluso oral, la reviste de la idealidad propia del verdadero conocimiento y la inviste, a su vez, de la sagrada complejidad que compete directamente al alma; con vertiente no menos compleja y especial la observa la mímesis de la Poética 19 aristotélica y sus versiones tan bien aderezadas de Horacio 20 o Diomedes; 21 para experimentar el cambio sustancial (pero que no por eso ofrece una visión no menos compleja y especial de la poesía)  que ofrece el Romanticismo, el cual veía la expresión poética (influyendo entre otros muchos en Edgar Alan Poe)22 como el instrumento inmortal que aspira a la belleza. Así también la observará Baudelaire: 23 como el modo de subvenir sus necesidades estéticas, pues será ella, la poesía, la que mantenga una naturaleza desterrada de lo imperfecto, y cuya concepción estética se vería completada por Rubén Darío, 24 y sobre todo por Juan Ramón Jiménez, 25 poniendo énfasis en el carácter absoluto de su aspiración a la belleza. Son, pues, el esbozo teórico que justifica la complejidad y singularidad de la expresión poética, mas se vinculan a los testimonios de los poetas verdaderos que pretenden ser y conocer viviendo en la ciencia particularísima de la poesía; así se deduce de la aspiración poética del gran Rimbaud, 26 o del concepto de inefabilidad del mismo Juan Ramón 27 o del ánima mundo de Bretón,28 quien, a su vez, describe la poesía de forma tan influyente como revelación enigmática.

Segunda entrega: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile Quizá ahora no se nos antoje un hecho raro que tan numeroso como dilecto grupo de poetas (y no poetas), ponga énfasis en la complejidad del fenómeno poético así como un insistente posicionamiento para distinguirlo de otras manifestaciones literarias y no literarias; no creemos tampoco que resulte  extravagante la apreciación machadiana 29 de la poesía como la manera de comunicación de realidades insondables; o la de Novalis 30 o de Mallarmé,31 quienes coinciden en el hecho de que la poesía no tiene por qué comunicar vivencias particulares, a pesar de las inteligentes matizaciones llevadas a cabo por autores varios,32 todo lo cual puede llevarnos a plantear interrogantes tales como ¿de qué forma es partícipe de la realidad la poesía? ¿Cómo afectaría a la concepción y configuración del propio signo lingüístico?

Estos interrogantes alimentan planteamientos que, a su vez, estipulan un acuerdo casi unánime, si no sobre el carácter plenamente enigmático de la poesía, sí, en bastantes ocasiones, sobre su ofrecimiento al lector como verdadero jeroglífico de nada fácil interpretación.

Si partimos (y compartimos) la visión que estima el concepto mismo de poesía como algo indefinible (así lo pensaban, por ejemplo Lorca, 33 Guillén 34 o Aleixandre; 35 o, si aquella, la poesía, es la honda palpitación del espíritu36 que pulsa más allá de la palabra misma, siendo necesario para su aproximación aquel fervor y aquella claridad a la que aludía Dámaso Alonso 37 como particulares elementos anexos de forma íntima al fenómeno poético; o, si atendemos a las sutiles observaciones de Paul Valery,38 T.S. Eliot39 o Edgar Alan Poe,40 quienes relacionan la poesía con la inteligencia, o con entusiasmo particular: a la razón, la lógica o la intuición; mas veremos que, a pesar de las discordancias de unos y otros, o precisamente a través de ellas, es de donde colegiremos la referida especialidad así como lo extraordinario de ese mundo de complejidades que afectan tanto a su ser en sí, como al ámbito general de relaciones con el entorno psico-socio-lingüístico.

No debe a estas alturas de la exposición ser motivo de alarma la perspectiva sobre las funciones garantizadas a la poesía por parte de autores varios, los cuales observan dicho funcionamiento desde situaciones muy diversas: que van desde su contemplación como entidad mágica, a la de una peculiar manera de transmitir conocimiento; 41 desde una función didáctica (véase nuestro espléndido romancero) entendida y explicada magistralmente por D. Ramón Menéndez Pidal, 42 a funciones de corte cívico y social (piénsese en Giuseppe Parinni).43 Mas, al margen de las más diversas apariencias funcionales que desde el punto de vista literario la poesía ofrece, nos interesa valorar aquella funcionalidad genuina que, como diría Pedro Salinas, 44 la vierte como entidad (autónoma) poética.




                                                                                  Francisco Acuyo




Notas.-

11 Mukarovsky, Jan: Ver nota 8.
12  Lázaro Carreter, F: De poética y poéticas, Cátedra, Madrid, 1990.
13 Blanchot, Maurice: El libro que vendrá, Monte Avila, Caracas 1992.:
14 Barthes, Roland: Elementos de semiología. Alberto Corazón Edit. Madrid 1971.
15 Barthes, Roland: Ensayos críticos, Col. Biblioteca Breve, Seix Barral, Barcelona, 1967. 
16 Heidegger, M: Arte y Poesía, Fondo de Cultura Económica, México, 1985.
17 Earle, J.: Actos de habla. Ensayo de filosofía del lenguaje, Cátedra, Madrid, 1980.
18 Platón: Ión, Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1971.
19 Aristóteles: Poética, Aguilar, Madrid, 1972.
20 Horacio: Arte Poética, Taurus, Madrid, 1987.
21 Diomedes: Obras, Gredos. Madrid 1973
22 Poe, E. A.: Escritos sobre poesía y poética, Hiperión, Madrid, 2001.
23 Baudelaire, Ch.: Curiosites esthetiques et autres ecrits sur l’art, Hermann, Paris. 1968.
24 Dario, R.: Obras completas, Ed. Espasa-Calpe, Madrid-Barcelona, 1932. 
25 Jiménez, J.R.: El Trabajo Gustoso (Conferencias), Aguilar, México, 1961.
26 Ibidem: La corriente infinita (crítica y evocación) Ed. Aguilar, Madrid, 1961.
27 Rimbaud, A.: Obra completa. Prosa y poesía, Edición bilingüe, Ediciones 29, Madrid, 1972.
28 Breton,  A.: Manifiestos del surrealismo, Guadarrama, Madrid, 1969. 29 Machado, A.: Obras: Poesías completas. Ed. Séneca, 1940, México.
30 Novalis, Schiller, Schelegel, Kleist, Holderlin.... Fragmentos para una teoría romántica del arte, Tecnos. C. Metróplis. Madrid, 1987. 
31 Mallarmé, S.: Las prosas de Stéphane Mallarmé, Aymá, Barcelona, 1942.
32 Bousoño, C.: Teoría de la Expresión Poética, Gredos, Madri, 1978.
33 García Lorca, F.: Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1969.
34 Jorge Guillén: Ob. cit. nota  4 y 14.
35 Aleixandre, V.: Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1971.
36 Alonso, D.: ob. cit. nota 5.
37 Ibidem
38 Valéry, P.: Teoría poética y estética, Visor, La Balsa de la Medusa, Madrid, 1990. 
39Eliot, T.S.: Función de la poesía y función de la crítica, Tusquet, Barcelona, 1999.
40 Poe, E.A.: ob. cit. nota 15.
41Eliot, T.S.: ob. cit. nota 31.
42Menéndez Pidal, R.: Flor Nueva de Romances Viejos, Espasa Calpe, Austral, Madrid, 1978.
43 Parini, Giuseppe - Poesie. Firenze, Barbara, 1904.
44 Salinas, P.: Literatura española siglo XX. Col. Lucero, Ed. Séneca, México, 1941.




Segunda entrega: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile

viernes, 20 de junio de 2014

EL PRISMA Y LA PALOMA, POEMA SEMANAL

Otro poema del libro Cuadernos del ángelus, 1992, para la sección de Poema semanal del blog Ancile, en este caso el titulado El prisma y la paloma.


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El prisma y la paloma, Francisco Acuyo, Ancile.





EL PRISMA Y LA PALOMA
( PLAZA CON PALOMAS)





El prisma y la paloma, Francisco Acuyo, Ancile.






LÍNEA inmóvil, y hacia
la triste piedra tu
escorzo verdadero, todo
lo más espejo para
que azogue brille al sol aquella loma
de pizarra esplendente.
Más allá con el sol sucede, más
allá, aún más allá,
como la historia sin rubor de estrella.

COMO aquella paloma
sobre el hombro, de afiligranados
saltitos pulsa.
La sostuve como
al hombre, temerosamente herido
se sostiene.

DE su plumón al suelo
animal azulado blande su
delirio o se reclina, oculta el torso
un poco, que a tocar
el piso se aproxima como si, cerciorándose
de su pluma
o redondo
bulto, estuviera en lo
duro y severo de su pico
hueco.

Y de pronto:
El hallazgo, la víspera,
la transparencia, el temblor, el advenimiento
que la sombra a los elegidos
procura.
Ya quedaron sin rumor
las marcas, sin resquicio, sin reserva
las salas hipostilas
y colosal
las huellas de pilonos
que resisten la ruina no
obstante, del tañer del corazón
convulso de los tiempos.

DE tus templos solares santuarios
vibran, ¡oh destructor
de Tebas! antes
y después que estuvieres
acaso, levantada por y para
siempre en mis tristes ojos.


Francisco Acuyo, de Cuadernos del ángelus, 1992







El prisma y la paloma, Francisco Acuyo, Ancile.

miércoles, 18 de junio de 2014

SIGNO Y POESÍA: EL SIGNO POÉTICO (VIDA, ESPÍRITU, POESÍA.

Traemos en varias entradas el post titulado Signo y poesía (vida, espíritu, poesía) para la sección de Pensamiento del blog Ancile.



Signo y poesía: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile



SIGNO Y POESÍA:
EL SIGNO POÉTICO


(VIDA, ESPÍRITU, POESÍA)







«no es sordo el mar, la erudición engaña»
Luis de Góngora


  I


SI EL BUEN PREDICADOR ES EL QUE SIGUE la medida, rigor y autoridad de sus propios preceptos, de ningún modo pretendemos ir nosotros más lejos de lo que (con aquel ímpetu sincero) pudiera rebasarlos; mas, también porque acaso no nos sintamos capaces (siempre con ese espíritu leal) de ofrecerles algo con la dignidad suficiente más allá del respeto que creemos deber a tan personal y auténtica preceptiva. Vean, pues, sobre la humilde rebeldía de poeta estas líneas, todo premura y entusiasmo, y si puede su extravagante opinión sobre tan grave asunto valorarse y merecer al menos una benévola acogida.

Es verdad que lo difuso y excesivo de este exordio proviene, además, de la propia dificultad e incertidumbres que conlleva establecer estos o aquellos parámetros medianamente plausibles a temática tan compleja como esta sobre la que queremos brevemente disertar, pues también quiere hacer observable la razón que obliga a la seriedad, o, mejor, a la dignidad precisa que cualquier discurso expositivo sobre asunto tan estrechamente vinculado al ejercicio de un arte, e incluso de una forma de vida, cual es, a mi juicio, el de la Poesía, a todas luces exige, o, más aún, a ciencia cierta necesita.

No obstante, si lo superficial vive más rápido por efímero, pero lo sencillo por sobrio, si bien aderezado, no extingue su inaudita luz de manera tan inmediata: así se inclina la razón de nuestro parlamento que no quiere sino tenerles como público entretenido, ajeno, si es posible, a estos o aquellos dengues, arbitrarios o no, de erudita y fatua suficiencia.

He aquí, pues que, si la semiología 1 empeña el esfuerzo de sus propósitos en la resolución (y valoración) de los signos lingüísticos, y como sabemos, casi siempre al albur de los dictados aleatorios de la sociedad que los informa, cabe preguntarse, en principio, si de esta sistemática pueden inferirse o
Signo y poesía: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile
derivarse soluciones más o menos satisfactorias por factibles, frente a las numerosas e interesantes interrogaciones que presenta el signo en tan singular ámbito de expresión lingüística cual es el de la expresión poética, y hablar, por tanto, del uso (y posible abuso) de la lengua y el manejo de la misma en el verso como plataforma material de aquella manifestación literaria genérica que venimos a denominar como Poesía.

Pretendemos, en forma de breve y entretenida semblanza, interpretar (a veces muy libremente) algunos aspectos de la Poesía a través de la disciplina de la Semiótica, y barajando presupuestos que irán desde la teoría de Peirce 2 a la idea saussoriana 3 de los significados como portadores de conceptos: haremos, a su vez, reflexiones varias (y esperamos no excesivamente apresuradas) en lo que concierne a las apreciaciones tan singulares como importantes en este dictado como las de Jorge Guillén 4 o Dámaso Alonso. 5 Y, para cerrar, al fin, con algunas muy modestas aportaciones de nuestra propia (y seguramente desordenada) cosecha que, si indudablemente no son tan importantes por afortunadas, no estarán exentas (junto a su premura) de un tan grande entusiasmo, si quieren servir, al menos, para disculpar la torpeza con la que pudieran estar pergeñadas en su particular diseño.


    II


SI contrastamos, en principio, el lenguaje poético y el lenguaje humano tenido por común, veremos, acaso especialmente claro, las peculiaridades que le son afines (pluralidad, inteligibilidad más o menos reconocida y reconocible, capacidad combinatoria...), pero también aquellos aspectos que resultan esencialmente privativos del que reconocemos como lenguaje poético; véase en principio y a modo de ejemplo y de forma introductoria a nuestra exposición: el símbolo; y si este puede enmarcarse sólo en la poesía atendiendo a su relación analógica, y si es fruto de la denominada convención social arbitraria. Mas nos parece conveniente recordar antes algunos caracteres propios de la fisionomía de la semiótica que pueden resultar propicios a las indagaciones temáticas y argumentales de nuestro discurso.

Si desde la célebre división semiótica de Peirce 6 parece evidente el auge de la pragmática como perspectiva de análisis para la comprensión semiótica (y la cual concede, como sabemos, protagonismo a los estudios literarios en detrimento claro de la visión estructuralista), cabe preguntarse, digo, en lo que al estudio de la poesía se refiere, si acaso se agota ésta en su análisis y comprensión como exclusivo acto del lenguaje. Desde luego no debemos olvidarnos de todos aquellos factores y aspectos contextuales comunes a toda literatura, y de los cuales suponemos no debe escaparse el ejercicio poético; mas, también aquellas otras ocasiones en las que el texto literario (y poético) penetra en la historia; ni tampoco el reflejo expreso en el diálogo con otros textos de un momento y lugar determinados (la famosa intertextualidad), o el celebrado dialogismo bajtiniano. Pero creemos también, en muchos casos, determinantes aquellos otros aspectos que atañen muy directamente a concepciones éticas, estéticas e incluso metafísicas, las cuales, por su especial incidencia muy bien pueden trascender el mundo de lo que consideramos como estrictamente literario; a saber: el conocimiento filosófico y científico; la impresión de otras artes que pueden afectar a su configuración tanto externa como interna y que, a nuestro juicio, afectan sin duda el objeto de percepción y estudio semiótico.

Pero, detengámonos un instante en el proceso de creación de sentido del poema. Diremos como inicio que, para la mejor comprensión de la poesía (y que pueda abarcar así mismo una teoría general del texto
Signo y poesía: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile
literario) será más que recomendable tener muy presente dicho sentido. No obstante, no resultará extraño que en innumerables circunstancias hayan tenido que recurrir también a una suerte de peculiar intuición (¿extraliteraria acaso y por ende extrasemiótica?) que, como veremos, resultará esencial para una aprehensión aproximada del verdadero (o verdaderos) sentido(s) poemático(s), y que, a todas luces nos acerca al poema como acto del lenguaje, aunque en tantas ocasiones nos haga valorarlo como mucho más.
Pero sigamos nuestra valoración centrada sobre la poesía como muestra singular de lenguaje: a través de esta aprehensión fundamental veremos aquellos rasgos o caracteres específicos que, de hecho, en múltiples ocasiones emparentan la obra de arte con el concepto de poesía; 7 muestra de que esto que decimos no es nada nuevo puede obviarse en el registro de signo irónico, del cual no nos resultará difícil colegir en lo esencial su función estética, ámbito este ya destacado, como decía, por Mukarovsky y Morris. 8

No parece, al menos en los prolegómenos de este tránsito expositivo discutible que, el lenguaje poético como sistema lingüístico muy peculiar de comunicación, reviste características verdaderamente especiales; véase, por ejemplo, aquellos caracteres denotativos y connotativos tan propios de su discurso y que con tanto acierto ya refiriera Hjemeslev. 9 Mas, significa esto que la poesía puede (acaso debe) situarse al margen (aun dentro de su contexto cultural) de mitos y estereotipos, siendo muy conveniente hablar entonces de semiología del sentido que reviste para el poeta, planteándose ahora la cuestión nada baladí de, si se puede incluso prescindir para su comprensión idónea, de las denominadas causas biográficas. 10



Notas.-

1 Estébanez Calderón, D.: Diccionario de términos literarios, Alianza Diccionarios, Madrid, 1996.
2 Peirce Ch.S.: Writings of Charles S. Peirce: A Chronological Edition, vols. 1-6, M, H. Fisch et al. (eds). Bloomington, Indiana University Press, B.71.389 
3  Saussure, F. de: Curso de Lingüística General, Traducción, prólogo y notas de Amado Alonso, Ed. Losada, Buenos Aires, 1967.
4 Guillén, J.: Lenguaje y Poesía, Alianza Editorial, Madrid, 1972.
5 Alonso, D.: Poesía Española, Gredos, Madrid, 1976.
6 Sintáxis, semántica y pragmática.
7 Aquello a lo que me refiero, y que tantas veces hace que estimemos como poético en aquella o esta manifestación pictórica, cinematográfica..., o, también en forma de expresión que serían rigurosamente literarias y son objetivables genéricamente por ejemplo, la narración o el teatro, y que pueden vivirse momentos de intenso lirismo.
8 Mukarovsky, J.: Escritos de estética y semiótica del arte, Ed. Gustavo Gili, Col. Comunicación Visual., Barcelona, 1977.
9 Hjemeslev, L.: Sistema lingüístico y cambio lingüístico, Versión española de Berta Pallarés de R. Arias, Madrid, Gredos, 1976.
10 Lázaro Carreter, F.: Estudios de Lingüística, Editorial Crítica, Barcelona, 1981.





Signo y poesía: el signo poético, Francisco Acuyo, Ancile

lunes, 16 de junio de 2014

EL HOMBRE DEL CASCO

El hombre del casco, es el siguiente poema de la sección Poema semanal, del blog Ancile, perteneciente a Cuadernos del ángelus (1992), que sigue manteniendo los ecos de irracionalismo  poético  característico de aquella época en la obra de quien suscribe con toda modestia estas líneas introductorias.


Enlace a la Web Ancile



El hombre del casco, Francisco Acuyo, Ancile





EL HOMBRE DEL CASCO

(EN EL BARRIO CHINO,
MIENTRAS FUMABA UN CIGARRO)






El hombre del casco, Francisco Acuyo, Ancile







PARECE siempre tan dorada,
sin rumor, clara luz
apenas en la espuma
la múrice tan roja.
Casi orilla
si restalla finísima la lluvia
que hubiste lejos de la mar, allí,
donde empieza
delfín el frío contra el rostro;
al trasluz todavía queda
efluvio silencioso
en la mejilla, como fresco lirio
                           [asperjando.

COMO una luz o ráfaga
oye el vaivén que sabe el bisbiseo
cuya llama dispensa el aire
dulce, enhebrando en sus yemas
las complicadas
sombras
de labios sobre besos no pulsados.

TENUE severidad de fuego, que
altura ahí, en la azul pupila surte
en breve,
plenitud
desde algún infinito abismo.

AQUEL nimbo infantil que todavía
                                     [apacigüa
en el silencio su fantasma, aquel
espectro que vacila con su casco
de níquel titilando.

UN triunfo en espiral subía su conjura a la
                                               [atmósfera,
con el humo a la zaga,
hasta el techo.
Sólo el impulso
de su beso liviano,
y surte por sus labios todo el aire en la fronda.
Nadie. Ni el temple del contacto.
Vanamente la luz en humo hilaba en el ascua.



Francisco Acuyo






El hombre del casco, Francisco Acuyo, Ancile

viernes, 13 de junio de 2014

KANT Y LA MUJER, TERCERA ENTREGA, POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO


Entregamos hoy la tercera parte dedicada al insigne filósofo de Königsberg Immanuel Kant, titulado Kant y la mujer, del filósofo y profesor Tomás Moreno.


Kant y la mujer 3, Ancile, Tomás Moreno


KANT Y LA MUJER, TERCERA ENTREGA, 


POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO



Kant y la mujer 3, Ancile, Tomás Moreno


III. Kant y el rol asignado a la mujer. Educación y cultura
Como postulara Rousseau, también para Kant varón y mujer son distintos y por ello deben educarse por separado, porque una misma educación para naturalezas desiguales daría lugar a un tópico muy comúnmente deplorado en la época: la confusión des sexes (Kant habla en este sentido de "mujeres barbadas y hombres lampiños"). La mujer no debe inmiscuirse en las ocupaciones del hombre. De todo ello se concluye que, en lo referente a su educación, Kant seguirá la misma doctrina y argumentación que su viejo maestro Rousseau proponía para las mujeres:
"Aprender con trabajo o cavilar con esfuerzo, aun cuando una mujer debiera progresar en ello, hacen desaparecer los primores que son propios de su sexo, y pueden convertirse en objeto de una fría admiración a causa de su rareza, pero debilitan al mismo tiempo los encantos mediante los cuales ejercen ellas su gran poder sobre el otro sexo. Una mujer que tenga la cabeza llena de griego, como la señora Dacier, o que mantenga discusiones profundas sobre la mecánica como la marquesa de Chatelet, únicamente puede en todo caso tener además barba; pues este sería tal vez el semblante para expresar más ostensiblemente el pensamiento profundo, para el que ellas se promocionan" (O B S, 229 y 230)[1].
Kant sostiene, por lo tanto, que las mujeres deben permanecer recluidas, en lo referente al saber y a la cultura, en el reino de lo bello:
"Tampoco tendrán necesidad alguna de conocer sobre la estructura del universo nada más que aquello imprescindible para hacerles conmovedor el aspecto de una noche bella, si es que han llegado a comprender de alguna manera que pueden existir otros mundos y por lo mismo también otras bellas criaturas. El sentimiento por la expresión en la pintura y en la música, no en cuanto es arte, sino en cuanto manifiestan sensibilidad, todo ello refina o realza el gusto de este sexo y tiene cierta conexión, en todo momento, con emociones morales. No les conviene nunca una instrucción fría y especulativa, sí sensaciones en todo tiempo y precisamente de aquellas que se mantengan lo más cercanas posible a su relación con el otro sexo. Una enseñanza de este estilo es rara, porque se exige para ella talentos, capacidad de experiencia y un corazón con mucho sentimiento. La mujer puede prescindir muy bien de toda otra enseñanza, y aun sin ésta, comúnmente ella se forma muy bien por sí sola" (O B S, 231).
            Todo lo aquí expuesto lo confirmará Kant en un desafortunado texto en el que ironiza acerca de la posibilidad de que la mujer pudiera competir con el hombre en el orden académico e intelectual, llegando a  afirmar que las mujeres, supuestamente cultivadas, usan la cultura más que por su valor intrínseco como un simple adorno,  y utilizan los libros poco más o menos como el reloj, que llevan para que se vea que lo tienen aunque de ordinario esté parado o no esté bien sincronizado en relación al sol.
Kant y la mujer 3, Ancile, Tomás Moreno
J.J. Rousseau
            Sólo con el paso del tiempo -"el gran asolador de la belleza"-, cuando se han marchitado sus gracias y encantos o cuando  se siente la amenaza de la edad,  la mujer pasa del reino de lo bello al de lo sublime. Es decir, "las cualidades sublimes y nobles tienen que ocupar poco a poco el lugar de las bellas" (O B S, 239). Sólo entonces tiene la mujer vía libre para el acceso a las ciencias bajo la tutela del marido: "Al mismo tiempo que van remitiendo las pretensiones de sus encantos, la lectura de libros y la ampliación de su inteligencia pudiera reemplazar insensiblemente el puesto que dejan vacante las Gracias por las Musas" (O B S, 239 y 240).
            El ser sujeto de conocimiento parece ser para Kant incompatible con ser objeto de deseo, arguye con lúcida concisión Celia Amorós. Esa capacidad cognoscitiva sólo se les concedería a las mujeres en la vejez. Pero en general, y sobre todo en la juventud, el modo femenino de contribuir al progreso de la humanidad consiste únicamente en suscitar emoción por la belleza. La mujer pertenece a la naturaleza, pero a una naturaleza cuya finalidad es no sólo la de reproducir la especie sino reproducir también el buen gusto, el refinamiento y la civilidad: refinar la sociedad. La naturaleza a través de la mujer ha contribuido a inspirar e infundir en el hombre los sentimientos más delicados, que pertenecen a la civilización, es decir, los de la sociabilidad y de la convivencia, de modo que su moralidad, unida a la "gracia para hablar y para hacer", ha llevado al hombre, si no a la moralidad misma, al menos a "lo que es como el hábito externo de la moralidad, es decir, a ese comportamiento cívico que es la preparación y recomendación para la vida moral"[2]. Seguramente esa ha sido la  aportación femenina al proceso de civilización de las costumbres.     
IV. El Matrimonio, según Kant
La diferencia entre los dos sexos, que son siempre iguales en cuanto poseen la misma naturaleza racional, y su necesaria complementariedad, se hace sentir de manera especial en el matrimonio, que constituye un todo moral en el que se compensan, concilian y complementan esas diferencias: "En la vida matrimonial, la pareja unida debe constituir, en cierto modo, una persona moral única, animada y regida por la inteligencia del hombre y por el gusto de la mujer" (O B S, 242).
            Como más arriba señalábamos, es en los Principios metafísicos del derecho, de 1796, donde Kant desarrolla su concepción del matrimonio y de la relación sexual entre los sexos. La comunidad conyugal -que tiene por finalidad la procreación (aunque la esterilidad no sea una causa de disolución)-  la unión de dos personas de sexo diferente para una posesión perpetua y recíproca de sus atributos sexuales. Es decir autoriza a cada cónyuge a utilizar el cuerpo de su pareja y gozar de él[3].
Kant y la mujer 3, Ancile, Tomás Moreno
Madame du Chatelet

            En opinión de Kant la sexualidad natural bordea siempre la bestialidad: "el goce sexual es en principio (cuando no siempre, en efecto) algo 'caníbal'. Kant llega a interpretar la relación sexual como una relación objetal, cosificadora de quienes intervienen en ella: la única diferencia reside en la manera de gozar, y en este uso recíproco de los órganos sexuales, cada una de las partes es realmente, con relación a la otra, un "objeto de consumo" ("res fungibilis"). En esa relación, tanto la mujer como el hombre pueden llegar a la consunción, en un caso porque la mujer se deje consumir por el embarazo y la maternidad, en otro porque el hombre se deje "agotar" por las exigencias demasiado numerosas de la mujer en lo relativo a sus facultades sexuales[4].
            Con su habitual agudeza Kant se pregunta, en consecuencia, si este acto con el que el hombre se reduce a sí mismo a una cosa u objeto de consumo, no es "contrario al derecho de la humanidad" por llevarle a su degradación personal, y llega a la conclusión de que, puesto que esta reducción a cosa es recíproca, la igualdad de la posesión garantiza el respeto de la persona de ambos cónyuges. Tratar al otro instrumentalmente, como una cosa, en y por su cuerpo, parecería efectivamente contrario al derecho de la humanidad a no ser tratada nunca como un medio. Pero si por el libre acuerdo de dos voluntades, cada una acepta ser tratada como cosa, entonces se instaura entre las dos partes una suerte de reciprocidad que hace imposible la utilización sexual unilateral: por el contrato matrimonial cada cónyuge consiente en ser utilizado por el otro. El matrimonio monogámico regula así el canibalismo de la sexualidad natural[5].
            Ahora bien, esta igualdad de los esposos en la posesión física, no excluye ni contradice, según Kant, la dominación legal del hombre sobre la mujer. Pues el hombre es naturalmente superior a la mujer, sin que haga falta legitimar tal pretensión ya que está enraizada en la naturaleza. La superioridad natural de las facultades del hombre respecto a las de la mujer en la tarea de procurar el interés común de la familia y en el derecho de mando que de ello se sigue, es constatable:
"El varón se apoya en el derecho del más fuerte para mandar en la casa, porque él es el encargado de defenderla contra los enemigos exteriores; la mujer, en el derecho del más débil a ser defendida por la parte viril contra otros varones [...]. En el rudo estado de naturaleza es, sin duda, de otra suerte. La mujer es entonces un animal doméstico. El varón va delante con sus armas en la mano y la mujer le sigue cargada con el fardo de su ajuar" (A S P, 203)
Kant y la mujer 3, Ancile, Tomás Moreno
Celia Amorós
            Para hacer más aceptable la sumisión femenina, Kant distingue, como lo hizo Rousseau, entre dominio y gobierno, entre el papel del ministro y el del señor: “con el lenguaje de la galantería (y sin faltar a la verdad) diría: la mujer debe dominar, pero el hombre debe gobernar, porque la inclinación domina, pero la razón gobierna” (A P, 115). Esto es, la mujer debe ejercer su dominio en el matrimonio a través de la inclinación, el hombre debe gobernar dicha inclinación gracias al entendimiento o inteligencia, pues sólo al hombre corresponde el conocimiento racional de los fines y la valoración de los medios, ante todo económicos, de que dispone, por lo que la mujer puede hacer ciertamente todo lo que quiera, pero a condición de que esta voluntad le venga del marido.
El lugar que Kant asigna a la mujer es exclusivamente la casa, el hogar. Sólo en ese ámbito concreto, centrado en el gobierno de la casa y en la mediación de la inclinación sexual o dinámica erótica,  el hombre parece subordinarse al dominio de la mujer. Valgan textos como el siguiente para validar sus apreciaciones:
"Al margen de su interés particular, el varón se interesa por la cosa pública, en tanto que la mujer se restringe al interés doméstico. Si las mujeres velaran por la guerra y la paz e intervinieran de algún modo en los asuntos de Estado, ello sería un pequeño desastre […], puesto que sólo se preocupan por la tranquilidad y no se dejan inquietar sino por los intereses particulares" (A P, 115).
            Esa reclusión de la mujer en el oikos, en lo doméstico y privado como su lugar natural, es coincidente con su exclusión de la cosa pública, decidida unilateral e injustificadamente por el varón, como a continuación veremos.
V. Exclusión de la mujer del derecho de ciudadanía  
Al tratar de resolver la dificultad teórica que la diferencia de sexos plantea, en el plano jurídico-político[6], Kant atribuye a la mujer un estatus doble: por una parte, la mujer presenta una esencial igualdad con el hombre por su calidad de persona[7]. En este sentido, todo ser humano -incluida, por supuesto, la mujer- es ciudadano en la comunidad ética que Kant califica de "reino de los fines" y posee una existencia moral y jurídica. Sin embargo, esa libertad ética puramente interior debe poder realizarse en actos exteriores, si no quiere quedar como mera intención. Y es el caso que la exteriorización de una libertad implica su "encarnación" en una propiedad (esencialmente, para Kant, la propiedad del suelo, que tiene valor "sustancial")[8].
Kant y la mujer 3, Ancile, Tomás Moreno            Ahora bien: únicamente el hombre -ya sea marido, padre, señor de la casa- puede ser propietario. La mujer no puede gozar de los mismos derechos de propiedad que el hombre. Su dependencia sobre todo económica -como la de los niños y algunos hombres, el mozo de cuadra, el siervo, el pupilo, los criados, los asalariados que dependen de un amo, empleador o del mandato de los demás- produce la falta de autonomía o personalidad civil, que la inhabilita para ser ciudadana activa de pleno derecho, para tener Imposible fundamentar más gratuita e injustificadamente la desigualdad jurídica y social, no solamente de la mitad del género humano, sino también, como hemos visto, de todo individuo que carezca de propiedades y que reciba un sueldo o un salario. 
            Por consiguiente, como nos recuerda Rosa María Rodríguez Magda, "el término ciudadano no es una globalidad unívoca adjudicable a todo ser humano por el hecho de serlo, sino que Kant distingue entre ciudadanos activos (los varones, éstos sí de pleno derecho) y ciudadanos pasivos (las mujeres y los niños), estos últimos poseen realidad moral-jurídica pero no son capaces de participar efectivamente en la legislación del Estado. Así, a la vez que se instituyen los elementos universales de la ciudadanía, queda legitimada la minoría de edad de más de la mitad de esa ciudadanía, recluida en una potencialidad privada e inoperante".
Mal comienzo, concluye la filósofa valenciana, en una modernidad cuyo principal baluarte va a ser la gestión racional del espacio público[9]. Se inhabilita primero a la mujer como sujeto ético, para después excluirla como sujeto político del ámbito de la ciudadanía:
"La mujer es declarada civilmente incapaz a todas las edades, siendo el marido su cuidador, tutor natural; puesto que, si bien la mujer tiene por naturaleza de su género capacidad suficiente para representarse a sí misma, lo cierto es que, como no conviene a su sexo ir a la guerra, tampoco puede defender personalmente sus derechos, ni llevar negocios civiles por sí misma, sino sólo por un representante" (A S P, 209).
            "Henos, pues [las mujeres]" -apostilla finalmente Rodríguez Magda- como hermosos floreros, candil auxiliar de la Gran Fiesta de las Luces. La intimidad del hogar parece no sólo alejada de la cosa pública, sino además éticamente oscura cual boca de lobo (acaso por esta penumbra: el eterno femenino y su misterio)"[10].
Kant y la mujer 3, Ancile, Tomás Moreno            En conclusión, su prioritaria atención a la vida y a la singularidad de los seres vivientes; su incapacidad para acceder a la abstracción de los principios morales universales y, en consecuencia, para autolegislarse moralmente  y dotar a sus acciones de verdadero sentido ético -prerrogativas exclusivas de los varones; su rechazo de la separación entre el universalismo de la ética y la singularidad del objeto bello; su relegación a la privacidad de lo doméstico, su cosificación como mero objeto sexual  y, en fin, su infantilización[11] -que la descalifican para perseguir por sí mismas fin alguno- obligan a las mujeres a permanecer en la "antesala de la moral", incapacitándolas para la participación política e impidiéndolas emanciparse de sus tutores o representantes varones[12].
            Con ello, Kant está, en realidad, legitimando teóricamente un sistema de desigualdad instaurado por una parte de la humanidad (la masculina) en perjuicio  de la otra (la femenina). Los ideales de la Ilustración, en cuanto que afirmaban los principios de la libertad y de la igualdad para todos los hombresciudadanía a medias y a una dependencia sustancial de los demás (varones), manteniendo así al "sexo débil" en un estado de minoridad civil, algo incompatible con la plena dignidad del ser humano, la que él mismo convirtiera en principal "divisa de la Ilustración" en su famoso ensayo de 1784.
Kant y la mujer 3, Ancile, Tomás Moreno            Algunos suelen disculpar las incoherencias kantianas por ser “hijo de su tiempo” y es obvio que Kant lo era y que, en consecuencia, en su conceptualización e imagen de la mujer se resiente de los tópicos misóginos de su época, por lo que sería, efectivamente, un anacronismo juzgarlos desde nuestros parámetros actuales. A pesar de ello, no puede olvidarse que por la misma época que Kant está publicando sus Críticas, su Metafísica de las costumbres y su Antropología, Mary Wollstonecraft, conquistada por los ideales de la Ilustración, era capaz de publicar su Vindicación de los derechos de la mujer y de la ciudadana (1792) y otros pensadores alemanes coetáneos, igualmente implicados en ese contexto histórico-social, tuvieron posiciones mucho más igualitarias y favorables a las mujeres que las sostenidas por el ilustrado filósofo de Könisgsberg. En su filosofía Kant tenía, sin duda, todas las claves para haberse convertido en el pensador adalid de la igualdad de las mujeres, como sostiene con razón C. Roldán[13], pero no supo dar ese paso, que hubiera sido lo más lógico y coherente[14].


                                                               Tomás Moreno



[1]A esto se refiere Celia Amorós, cuando comenta en este sentido que la mujer sabia, como madame du Chatelet, traductora al francés de los "Principia" de Newton, se le antojaba a Kant desgarbada y hombruna. En su opinión, debería llevar bigote y barba. En realidad es un monstruo porque va en contra de "los designios de la naturaleza", cuya voluntad prescriptiva resulta coincidir con la vocación coreográfica de los varones a la hora de distribuir espacios. Cfr. Celia Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y posmodernidad, op. cit., p. 261.
[2] Cfr. Michelle Crampe-Casnabet, “Las mujeres en las obras filosóficas del siglo XVIII”, en Historia de las Mujeres, tomo 3º. Del Renacimiento a la Edad Moderna, dirigida por Georges Duby y Michelle Perrot, Taurus, Madrid, 1993, p. 360.
[3] Es natural, cuando se practica según la naturaleza animal pura o atendiendo a la ley y es contra natura, cuando se practica con una persona del mismo sexo o con un animal extraño a la especie humana. Vemos pues que Kant rechaza la homosexualidad como una perversión antinatural
[4] Kant comparte aquí la idea, muy difundida en el XVIII, y apoyada también por Rousseau de una sexualidad femenina caracterizada por deseos ilimitados. En su ensayo, A. Fontán reúne una gavilla de textos kantianos al respecto que abundan en esta tópica capacidad femenina: Para Kant la potencia o capacidad sexual de la mujer es ilimitada; por "su naturaleza" no le basta con su marido -"pues ellas tienen una capacidad mayor…" [y, por eso] "tiene que ser resguardada de la infidelidad por el honor y el amor" (Bem, 60, 9). Los pasajes en los que se define en estos términos la dotación natural de la mujer son muy numerosos. En otro texto se explica que el vicio de la mujer no casada no es igual que el del hombre: "una de las causas por las que el desenfreno (Ausschweifung) del sexo femenino en estado soltero es más reprobable es que, cuando los hombres en ese estado han sido libertinos, no por eso se han preparado para la infidelidad en el matrimonio; pues si es verdad que su concupiscencia ha crecido, su capacidad ha disminuido. Por el contrario, en la mujer la capacidad o la potencia es ilimitada, y cuando la concupiscencia crece entonces no es posible contenerla. Por eso, de las mujeres lascivas puede presumirse que serán infieles pero no de los hombres" (Bem, 3,7 ss.). La infidelidad de la mujer es considerada además especialmente peligrosa porque está en relación con el derecho de herencia y de propiedad. Kant anota que, por todo ello, la virtud de las mujeres casadas es más difícil de conservar que la de sus maridos: "que la castidad de las mujeres en el matrimonio sea más difícil de preservar que la de los varones se explica porque su capacidad de dar es mayor que la del varón, y de ahí que en ellas los apetitos fantásticos pueden llegar más lejos" (Bem., 100, 26ss. y 97, 28).
[5] Cfr. Kant, Lecciones de ética, trads. Roberto Rodríguez Aramayo y Concha Roldán Panadero, Crítica, Barcelona, 1988, pp. 163-164. En este punto Martha Naussbaum ha señalado cómo "Kant, por ejemplo, sostiene que todo deseo sexual conduce inexorablemente al uso instrumental de las personas y, por ello, a la degradación de su humanidad" y que, en cuanto tal apetito, debería quedar segregado de la vida ética (Cfr. Martha C. Nussbaum,  Paisajes del Pensamiento. La inteligencia de las emociones, Paidós, Barcelona, 2012, pp. 511-512.
[6] Para todo este apartado véase: Michelle Crampe-Casnabet, “Las mujeres en las obras filosóficas del siglo XVIII”, en Historia de las Mujeres, tomo 3º. dirigida por Georges Duby y Michelle Perrot, op. cit., pp. 344-384.
[7] En el sentido ético del término persona se define como: un ser autónomo ante la ley moral, que la voluntad libre constituye universalmente y a la cual se somete.
[8] Del mismo modo, en el orden jurídico-político, sólo los propietarios tienen derecho de voto en el régimen republicano, sólo puede tener personalidad jurídica quien exteriorice su libertad en la propiedad. Para Kant: "Aquel que tiene derecho a voto en esta legislación se llama ciudadano; la única cualidad exigida por ello, aparte de la cualidad natural (no ser niño ni mujer), es ésta: que uno sea su propio señor y, por tanto, que tenga alguna propiedad que le mantenga" (Teoría y práctica, Ak. VIII, 295).
[9] Rosa María Rodríguez Magda, El Placer del simulacro. Mujer, razón y erotismo, Icaria, Barcelona, 2003, p. 76.
[10] Ibid, p. 76.
[11] Vid. al respecto: Concepción Roldán, "Mujer y razón práctica en la Ilustración Alemana", en Alicia H. Puleo, El reto de la igualdad de género. Nuevas perspectivas en Ética y Filosofía política, Biblioteca Nueva, Madrid, 2008, pp. 24 y 233. Según C. Roldán la  misoginia de Kant lo llevó a percibir a la mujer como "lo otro" -para Kant los niños también son "lo otro"-, pues la mujer manifiesta supuestamente una "tendencia natural" a ser más emotiva e impulsiva que racional. Mientras a los niños varones les era permitido entrar en el mundo de la autonomía ético-política al crecer, las niñas, las mujeres, permanecían por el contrario el resto de sus días como "niños grandes". Y cita a Kant (Amweisung zur Meenschen-und Weltkennis, p. 71): "Las mujeres no dejan de ser algo así como niños grandes, es decir, son incapaces de persistir en fin alguno, sino que van de uno a otro sin discriminar su importancia, misión que compete únicamente al varón". La caracterización de la mujer como "niño grande" la debe Kant, como tantas otras ideas, a Rousseau .
[12] Ibid, p. 225.
[13] C. Roldán, op. cit., pp. 233-234.
[14] Ibid. p. 235. Prueba de ello es que durante mucho tiempo se sospechó que él era el autor de las obras favorables a las mujeres que Tehodor Von Hippel publicara anónimamente. Autor de Sobre el perfeccionamiento de los derechos cívicos de la mujer, de 1793, en esta obra -que Kant debió conocer- Von Hippel denuncia la reducción a la minoría de edad de todas las mujeres (con excepción tal vez de las reinas) y pone de manifiesto cómo el Derecho de su tiempo no trata por igual a varones y a mujeres. Critica la galantería hacia el bello sexo, porque encubre una situación de debilidad física e inferioridad mental de las mujeres que no se debe a la naturaleza sino a una falta de educación o a una interesada instrucción femenina impuesta y dirigida por los hombres.


Kant y la mujer 3, Ancile, Tomás Moreno