Entregamos hoy la tercera parte dedicada al insigne filósofo de Königsberg Immanuel Kant, titulado Kant y la mujer, del filósofo y profesor Tomás Moreno.
KANT Y LA MUJER, TERCERA ENTREGA,
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO
III.
Kant y el rol asignado a la mujer.
Educación y cultura
Como postulara Rousseau, también para Kant varón y
mujer son distintos y por ello deben educarse por separado, porque una misma
educación para naturalezas desiguales daría lugar a un tópico muy comúnmente
deplorado en la época: la confusión des
sexes (Kant habla en este sentido de "mujeres barbadas y hombres lampiños"). La mujer no debe inmiscuirse
en las ocupaciones del hombre. De todo ello se concluye que, en lo referente a
su educación, Kant seguirá la misma doctrina y argumentación que su viejo maestro Rousseau
proponía para las mujeres:
"Aprender
con trabajo o cavilar con esfuerzo, aun cuando una mujer debiera progresar en
ello, hacen desaparecer los primores que son propios de su sexo, y pueden
convertirse en objeto de una fría admiración a causa de su rareza, pero
debilitan al mismo tiempo los encantos mediante los cuales ejercen ellas su
gran poder sobre el otro sexo. Una mujer que tenga la cabeza llena de griego,
como la señora Dacier, o que mantenga discusiones profundas sobre la mecánica
como la marquesa de Chatelet, únicamente puede en todo caso tener además barba;
pues este sería tal vez el semblante para expresar más ostensiblemente el
pensamiento profundo, para el que ellas se promocionan" (O B S, 229 y 230)[1].
Kant sostiene, por lo tanto, que las
mujeres deben permanecer recluidas, en lo referente al saber y a la cultura, en
el reino de lo bello:
"Tampoco
tendrán necesidad alguna de conocer sobre la estructura del universo nada más
que aquello imprescindible para hacerles conmovedor el aspecto de una noche
bella, si es que han llegado a comprender de alguna manera que pueden existir
otros mundos y por lo mismo también otras bellas criaturas. El sentimiento por
la expresión en la pintura y en la música, no en cuanto es arte, sino en cuanto
manifiestan sensibilidad, todo ello refina o realza el gusto de este sexo y
tiene cierta conexión, en todo momento, con emociones morales. No les conviene
nunca una instrucción fría y especulativa, sí sensaciones en todo tiempo y
precisamente de aquellas que se mantengan lo más cercanas posible a su relación
con el otro sexo. Una enseñanza de
este estilo es rara, porque se exige
para ella talentos, capacidad de experiencia y un corazón con mucho
sentimiento. La mujer puede prescindir muy bien de toda otra enseñanza, y aun
sin ésta, comúnmente ella se forma muy bien por sí sola" (O B S, 231).
Todo
lo aquí expuesto lo confirmará Kant en un desafortunado texto en el que ironiza
acerca de la posibilidad de que la mujer pudiera competir con el hombre en el
orden académico e intelectual, llegando a afirmar que las mujeres, supuestamente cultivadas, usan la cultura más que por
su valor intrínseco como un simple adorno,
y utilizan los libros poco más o menos como el reloj, que llevan para
que se vea que lo tienen aunque de ordinario esté parado o no esté bien
sincronizado en relación al sol.
J.J. Rousseau |
Sólo
con el paso del tiempo -"el gran
asolador de la belleza"-, cuando se han marchitado sus gracias y encantos
o cuando se siente la amenaza de la edad,
la mujer pasa del reino de lo bello al de lo sublime. Es decir, "las cualidades sublimes y nobles tienen
que ocupar poco a poco el lugar de las bellas" (O B S, 239). Sólo entonces
tiene la mujer vía libre para el acceso a las ciencias bajo la tutela del
marido: "Al mismo tiempo que van remitiendo las pretensiones de sus
encantos, la lectura de libros y la ampliación de su inteligencia pudiera
reemplazar insensiblemente el puesto que dejan vacante las Gracias por las
Musas" (O B S, 239 y 240).
El
ser sujeto de conocimiento parece ser
para Kant incompatible con ser objeto de
deseo, arguye con lúcida concisión Celia
Amorós. Esa capacidad cognoscitiva sólo se les concedería a las mujeres en
la vejez. Pero en general, y sobre todo en la juventud, el modo femenino de
contribuir al progreso de la humanidad consiste únicamente en suscitar emoción por la belleza. La
mujer pertenece a la naturaleza,
pero a una naturaleza cuya finalidad es no sólo la de reproducir la especie
sino reproducir también el buen gusto, el refinamiento y la civilidad: refinar
la sociedad. La naturaleza a través de la mujer ha contribuido a inspirar e
infundir en el hombre los sentimientos más delicados, que pertenecen a la
civilización, es decir, los de la sociabilidad y de la convivencia, de modo que
su moralidad, unida a la "gracia para hablar y para hacer", ha
llevado al hombre, si no a la moralidad misma, al menos a "lo que es como
el hábito externo de la moralidad, es decir, a ese comportamiento cívico que es
la preparación y recomendación para la vida moral"[2]. Seguramente esa ha sido la aportación femenina al proceso de civilización
de las costumbres.
IV. El
Matrimonio, según Kant
La diferencia entre los dos sexos, que son siempre iguales en cuanto poseen la misma
naturaleza racional, y su necesaria complementariedad, se hace sentir de manera
especial en el matrimonio, que constituye un todo moral en el que se compensan,
concilian y complementan esas diferencias: "En la vida matrimonial, la
pareja unida debe constituir, en cierto modo, una persona moral única, animada
y regida por la inteligencia del hombre y por el gusto de la mujer" (O B S, 242).
Como
más arriba señalábamos, es en los Principios
metafísicos del derecho, de 1796, donde Kant desarrolla su concepción del
matrimonio y de la relación sexual entre los sexos. La comunidad conyugal -que
tiene por finalidad la procreación (aunque la esterilidad no sea una causa de
disolución)- la
unión de dos personas de sexo diferente para una posesión perpetua y recíproca
de sus atributos sexuales. Es decir autoriza a cada cónyuge a utilizar el
cuerpo de su pareja y gozar de él[3].
Madame du Chatelet |
En
opinión de Kant la sexualidad natural bordea siempre la bestialidad: "el
goce sexual es en principio (cuando no siempre, en efecto) algo 'caníbal'. Kant
llega a interpretar la relación sexual como una relación objetal, cosificadora
de quienes intervienen en ella: la única diferencia reside en la manera de
gozar, y en este uso recíproco de los órganos sexuales, cada una de las partes
es realmente, con relación a la otra, un "objeto de consumo" ("res
fungibilis"). En esa relación, tanto la mujer como el hombre pueden llegar
a la consunción, en un caso porque la mujer se deje consumir por el embarazo y
la maternidad, en otro porque el hombre se deje "agotar" por las
exigencias demasiado numerosas de la mujer en lo relativo a sus facultades
sexuales[4].
Con
su habitual agudeza Kant se pregunta, en consecuencia, si este acto con el que
el hombre se reduce a sí mismo a una cosa
u objeto de consumo, no es "contrario
al derecho de la humanidad" por llevarle a su degradación personal, y llega
a la conclusión de que, puesto que esta reducción
a cosa es recíproca, la igualdad de la posesión garantiza el respeto de la
persona de ambos cónyuges. Tratar al otro instrumentalmente,
como una cosa, en y por su cuerpo,
parecería efectivamente contrario al derecho de la humanidad a no ser tratada
nunca como un medio. Pero si por el
libre acuerdo de dos voluntades, cada una acepta ser tratada como cosa, entonces se instaura entre las dos
partes una suerte de reciprocidad que
hace imposible la utilización sexual unilateral: por el contrato matrimonial
cada cónyuge consiente en ser utilizado por el otro. El matrimonio monogámico
regula así el canibalismo de la
sexualidad natural[5].
Ahora bien, esta igualdad de los
esposos en la posesión física, no excluye ni contradice, según Kant, la dominación
legal del hombre sobre la mujer. Pues el hombre es naturalmente superior a la mujer, sin que haga falta legitimar
tal pretensión ya que está enraizada
en la naturaleza. La superioridad natural de las facultades del hombre respecto
a las de la mujer en la tarea de procurar el interés común de la familia y en
el derecho de mando que de ello se sigue, es constatable:
"El
varón se apoya en el derecho del más fuerte para mandar en la casa, porque él
es el encargado de defenderla contra los enemigos exteriores; la mujer, en el
derecho del más débil a ser defendida por la parte viril contra otros varones
[...]. En el rudo estado de
naturaleza es, sin duda, de otra suerte. La mujer es entonces un animal
doméstico. El varón va delante con sus armas en la mano y la mujer le sigue
cargada con el fardo de su ajuar" (A S P, 203)
Celia Amorós |
Para
hacer más aceptable la sumisión femenina,
Kant distingue, como lo hizo Rousseau, entre dominio y gobierno, entre el papel del ministro y el del señor:
“con el lenguaje de la galantería (y sin faltar a la verdad) diría: la mujer
debe dominar, pero el hombre debe gobernar, porque la inclinación domina, pero
la razón gobierna” (A P, 115). Esto es, la mujer debe ejercer su dominio en el matrimonio a través de la inclinación, el hombre debe gobernar dicha inclinación gracias al
entendimiento o inteligencia, pues sólo
al hombre corresponde el conocimiento racional de los fines y la valoración de
los medios, ante todo económicos, de que dispone, por lo que la mujer puede
hacer ciertamente todo lo que quiera, pero a condición de que esta voluntad le
venga del marido.
El lugar que Kant asigna a la mujer es
exclusivamente la casa, el hogar. Sólo en ese ámbito concreto, centrado en el gobierno de la casa y en la mediación de la inclinación sexual o dinámica erótica, el hombre parece subordinarse al dominio de la
mujer. Valgan textos como el siguiente para validar sus apreciaciones:
"Al
margen de su interés particular, el varón se interesa por la cosa pública, en
tanto que la mujer se restringe al interés doméstico. Si las mujeres velaran
por la guerra y la paz e intervinieran de algún modo en los asuntos de Estado,
ello sería un pequeño desastre […], puesto que sólo se preocupan por la
tranquilidad y no se dejan inquietar sino por los intereses particulares"
(A P, 115).
Esa reclusión de la mujer en el oikos, en
lo doméstico y privado como su lugar natural, es coincidente con su exclusión de la cosa pública, decidida
unilateral e injustificadamente por el varón, como a continuación veremos.
V. Exclusión
de la mujer del derecho de ciudadanía
Al tratar de resolver la dificultad teórica que la diferencia de sexos plantea, en el
plano jurídico-político[6], Kant atribuye a la mujer un estatus doble: por una parte, la mujer presenta una esencial
igualdad con el hombre por su calidad de persona[7]. En este sentido, todo ser humano -incluida, por
supuesto, la mujer- es ciudadano en la comunidad
ética que Kant califica de "reino de los fines" y posee una
existencia moral y jurídica. Sin embargo, esa
libertad ética puramente interior
debe poder realizarse en actos exteriores, si no quiere quedar
como mera intención. Y es el caso que
la exteriorización de una libertad implica su "encarnación" en una propiedad (esencialmente, para Kant,
la propiedad del suelo, que tiene valor "sustancial")[8].
Ahora
bien: únicamente el hombre -ya sea marido, padre, señor de la casa- puede ser propietario. La mujer no puede gozar de
los mismos derechos de propiedad que el hombre. Su dependencia sobre todo económica -como la de los niños y algunos
hombres, el mozo de cuadra, el siervo, el pupilo, los criados, los asalariados que dependen de un amo,
empleador o del mandato de los demás- produce la falta de autonomía o personalidad
civil, que la inhabilita para
ser ciudadana activa de pleno
derecho, para tener Imposible fundamentar más gratuita e
injustificadamente la desigualdad
jurídica y social, no solamente de la mitad del género humano, sino también,
como hemos visto, de todo individuo que carezca de propiedades y que reciba un
sueldo o un salario.
Por consiguiente,
como nos recuerda Rosa María Rodríguez
Magda, "el término ciudadano
no es una globalidad unívoca adjudicable a todo ser humano por el hecho de
serlo, sino que Kant distingue entre ciudadanos
activos (los varones, éstos sí de pleno derecho) y ciudadanos pasivos (las mujeres y los niños), estos últimos poseen
realidad moral-jurídica pero no son capaces de participar efectivamente en la
legislación del Estado. Así, a la vez que se instituyen los elementos
universales de la ciudadanía, queda legitimada la minoría de edad de más de la
mitad de esa ciudadanía, recluida en una potencialidad privada e inoperante".
Mal comienzo, concluye la filósofa valenciana, en una
modernidad cuyo principal baluarte va a ser la gestión racional del espacio
público[9]. Se inhabilita primero a la mujer como sujeto ético, para después excluirla
como sujeto político del ámbito de la
ciudadanía:
"La
mujer es declarada civilmente incapaz a todas las edades, siendo el marido su
cuidador, tutor natural; puesto que, si bien la mujer tiene por naturaleza de
su género capacidad suficiente para representarse a sí misma, lo cierto es que,
como no conviene a su sexo ir a la guerra, tampoco puede defender personalmente
sus derechos, ni llevar negocios civiles por sí misma, sino sólo por un
representante" (A S P, 209).
"Henos, pues
[las mujeres]" -apostilla finalmente Rodríguez Magda- como hermosos
floreros, candil auxiliar de la Gran Fiesta de las Luces. La intimidad del
hogar parece no sólo alejada de la cosa pública, sino además éticamente oscura
cual boca de lobo (acaso por esta penumbra: el eterno femenino y su misterio)"[10].
En conclusión, su prioritaria
atención a la vida y a la
singularidad de los seres vivientes; su incapacidad
para acceder a la abstracción de los principios morales universales y, en consecuencia, para autolegislarse moralmente y dotar a sus acciones de verdadero sentido
ético -prerrogativas exclusivas
de los varones; su rechazo de la
separación entre el universalismo de la ética y la singularidad del objeto
bello; su relegación a la privacidad
de lo doméstico, su cosificación como
mero objeto sexual y, en fin, su infantilización[11] -que la descalifican para perseguir por sí mismas
fin alguno- obligan a las mujeres a permanecer en la "antesala de la moral", incapacitándolas
para la participación política e impidiéndolas emanciparse de sus tutores o
representantes varones[12].
Con ello, Kant está, en realidad, legitimando teóricamente un
sistema de desigualdad instaurado por
una parte de la humanidad (la masculina) en perjuicio de la otra (la femenina). Los ideales de la Ilustración, en cuanto que
afirmaban los principios de la libertad y de la igualdad para todos los hombresciudadanía a
medias y a una dependencia sustancial
de los demás (varones), manteniendo así al "sexo débil" en un estado de minoridad civil, algo
incompatible con la plena dignidad del ser humano, la
que él mismo convirtiera en principal "divisa de la Ilustración" en
su famoso ensayo de 1784.
Algunos suelen disculpar las incoherencias kantianas por ser “hijo
de su tiempo” y es obvio que Kant lo era y que, en consecuencia, en su
conceptualización e imagen de la mujer se resiente de los tópicos misóginos de
su época, por lo que sería, efectivamente, un anacronismo juzgarlos desde
nuestros parámetros actuales. A pesar de ello, no puede olvidarse que por la
misma época que Kant está publicando sus Críticas,
su Metafísica de las costumbres y su Antropología, Mary Wollstonecraft,
conquistada por los ideales de la Ilustración, era
capaz de publicar su Vindicación de los
derechos de la mujer y de la ciudadana (1792) y otros pensadores alemanes
coetáneos, igualmente implicados en ese contexto histórico-social, tuvieron
posiciones mucho más igualitarias y favorables a las mujeres que las sostenidas
por el ilustrado filósofo de Könisgsberg. En su filosofía Kant tenía, sin duda,
todas las claves para haberse convertido en el pensador adalid de la igualdad
de las mujeres, como sostiene con razón C.
Roldán[13], pero no supo dar ese paso, que hubiera sido lo más lógico y
coherente[14].
Tomás Moreno
[1]A esto se refiere Celia Amorós,
cuando comenta en este sentido que la mujer sabia, como madame du Chatelet,
traductora al francés de los "Principia" de Newton, se le antojaba a
Kant desgarbada y hombruna. En su opinión, debería llevar bigote y barba. En
realidad es un monstruo porque va en contra de "los designios de la
naturaleza", cuya voluntad prescriptiva resulta coincidir con la vocación
coreográfica de los varones a la hora de distribuir espacios. Cfr. Celia
Amorós, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo,
proyecto ilustrado y posmodernidad, op. cit., p. 261.
[2] Cfr. Michelle Crampe-Casnabet, “Las
mujeres en las obras filosóficas del siglo XVIII”, en Historia de las Mujeres, tomo 3º. Del Renacimiento a la Edad
Moderna, dirigida por Georges Duby y Michelle Perrot, Taurus, Madrid, 1993, p.
360.
[3] Es natural,
cuando se practica según la naturaleza animal pura o atendiendo a la ley y es contra natura, cuando se practica con
una persona del mismo sexo o con un animal extraño a la especie humana. Vemos
pues que Kant rechaza la homosexualidad como una perversión antinatural
[4] Kant comparte aquí la idea, muy difundida en el XVIII, y
apoyada también por Rousseau de una sexualidad femenina caracterizada por
deseos ilimitados. En su
ensayo, A. Fontán
reúne una gavilla de textos kantianos al respecto que abundan en esta tópica
capacidad femenina: Para Kant la potencia o capacidad sexual de la mujer es
ilimitada; por "su naturaleza"
no le basta con su marido -"pues ellas tienen una capacidad mayor…" [y,
por eso] "tiene que ser resguardada de la infidelidad por el honor y el
amor" (Bem, 60, 9). Los pasajes en los que se define en estos términos la
dotación natural de la mujer son muy numerosos. En otro texto se explica que el
vicio de la mujer no casada no es igual que el del hombre: "una de las
causas por las que el desenfreno (Ausschweifung) del sexo femenino en estado
soltero es más reprobable es que, cuando los hombres en ese estado han sido
libertinos, no por eso se han preparado para la infidelidad en el matrimonio;
pues si es verdad que su concupiscencia ha crecido, su capacidad ha disminuido.
Por el contrario, en la mujer la capacidad o la potencia es ilimitada, y cuando
la concupiscencia crece entonces no es posible contenerla. Por eso, de las
mujeres lascivas puede presumirse que serán infieles pero no de los hombres"
(Bem, 3,7 ss.). La infidelidad de la mujer es considerada además especialmente
peligrosa porque está en relación con el derecho de herencia y de propiedad.
Kant anota que, por todo ello, la virtud de las mujeres casadas es más difícil
de conservar que la de sus maridos: "que la castidad de las mujeres en el
matrimonio sea más difícil de preservar que la de los varones se explica porque
su capacidad de dar es mayor que la del varón, y de ahí que en ellas los
apetitos fantásticos pueden llegar más lejos" (Bem., 100, 26ss. y 97, 28).
[5] Cfr. Kant, Lecciones
de ética, trads. Roberto Rodríguez Aramayo y Concha Roldán Panadero,
Crítica, Barcelona, 1988, pp. 163-164. En este punto Martha Naussbaum ha señalado cómo
"Kant, por ejemplo, sostiene que todo deseo sexual conduce inexorablemente
al uso instrumental de las personas y, por ello, a la degradación de su
humanidad" y que, en cuanto tal apetito, debería quedar segregado de la
vida ética (Cfr. Martha C. Nussbaum, Paisajes del Pensamiento. La inteligencia de
las emociones, Paidós, Barcelona, 2012, pp. 511-512.
[6] Para todo este apartado véase: Michelle
Crampe-Casnabet, “Las mujeres en las obras filosóficas del siglo XVIII”, en Historia de las Mujeres, tomo 3º.
dirigida por Georges Duby y Michelle Perrot, op. cit., pp. 344-384.
[7] En el sentido ético del término
persona se define como: un ser autónomo ante la ley moral, que la voluntad
libre constituye universalmente y a la cual se somete.
[8] Del mismo modo, en el orden jurídico-político, sólo los propietarios tienen derecho de
voto en el régimen republicano, sólo puede tener personalidad jurídica quien
exteriorice su libertad en la propiedad. Para Kant: "Aquel que tiene derecho a voto en esta
legislación se llama ciudadano; la única cualidad exigida por ello, aparte de
la cualidad natural (no ser niño ni mujer), es ésta: que uno sea su propio
señor y, por tanto, que tenga alguna propiedad que le mantenga" (Teoría
y práctica, Ak. VIII, 295).
[9] Rosa María Rodríguez Magda, El Placer del simulacro. Mujer, razón y erotismo, Icaria,
Barcelona, 2003, p. 76.
[11] Vid. al respecto: Concepción Roldán,
"Mujer y razón práctica en la Ilustración Alemana", en Alicia H.
Puleo, El reto de la igualdad de género.
Nuevas perspectivas en Ética y Filosofía política, Biblioteca Nueva,
Madrid, 2008, pp. 24 y 233. Según C. Roldán la misoginia de Kant lo llevó a percibir a la mujer como "lo
otro" -para Kant los niños también son "lo otro"-, pues la mujer
manifiesta supuestamente una "tendencia natural" a ser más emotiva e
impulsiva que racional. Mientras
a los niños varones les era permitido entrar en el mundo de la autonomía
ético-política al crecer, las niñas, las mujeres, permanecían por el contrario
el resto de sus días como "niños grandes". Y cita a Kant (Amweisung zur Meenschen-und Weltkennis,
p. 71): "Las mujeres no dejan de ser algo así como niños grandes, es
decir, son incapaces de persistir en fin alguno, sino que van de uno a otro sin
discriminar su importancia, misión que compete únicamente al varón". La
caracterización de la mujer como "niño
grande" la debe Kant, como tantas otras ideas, a Rousseau .
[13] C. Roldán, op. cit., pp.
233-234.
[14] Ibid. p. 235. Prueba de ello es que durante mucho
tiempo se sospechó que él era el autor de las obras favorables a las mujeres
que Tehodor Von Hippel publicara
anónimamente. Autor
de Sobre el perfeccionamiento de los
derechos cívicos de la mujer, de 1793, en esta obra -que Kant debió
conocer- Von Hippel denuncia la reducción a la minoría de edad de todas las
mujeres (con excepción tal vez de las
reinas) y pone de manifiesto cómo el Derecho de su tiempo no trata por
igual a varones y a mujeres. Critica la galantería hacia el bello sexo, porque
encubre una situación de debilidad física e inferioridad mental de las mujeres
que no se debe a la naturaleza sino a una falta de educación o a una interesada
instrucción femenina impuesta y dirigida por los hombres.
Cuando cita a Kant, a que obras refiere al hablar de A S y A?
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