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domingo, 25 de enero de 2015

EL SÍMBOLO: MÁS ALLÁ DE LA RAZÓN. SIMBOLOGÍA: ÍNTIMA HISTORIA DEL CORAZÓN Y LA CONCIENCIA. III

Tercera entrega de El símbolo: más allá de la razón. Simbología: íntima historia del corazón y la conciencia, para la sección de De juicios paradojas y apotegmas, del blog Ancile.



El símbolo: más allá de la razón. simbología: íntima historia del corazón y la conciencia, 3 Francisco Acuyo


EL SÍMBOLO: MÁS ALLÁ DE LA RAZÓN. 
SIMBOLOGÍA: ÍNTIMA HISTORIA 
DEL CORAZÓN Y LA CONCIENCIA. III









III


La función integradora del símbolo es insólitamente sistemática y se hace expresa en el concorde movimiento de los opuestos: su dinámica no se circunscribe en el tiempo, sino en el flujo común de emociones e ideas que muy bien no acaben por ser sino el reflejo de la unidad del universo.

                  Una vez trazados los distingos del  símbolo con las figuras relacionadas con el signo (emblema, atributo, alegoría, metáfora, síntoma, parábola, apólogo…), caracterizadas por estar enmarcadas en el ámbito de la representación, el símbolo se ofrece con la capacidad integradora (tan afín por otra parte al ejercicio no solo discursivo, sobre todo expresivo e integrador tan genuino cuando se manifiesta en el ámbito de la poesía), donde el sujeto y el objeto (el significado o el significante) participan, en virtud del dinamismo organizador[1] que al símbolo le caracteriza, para interactuar homogéneamente de manera que le aleja de la convención del signo normalizada, pues el símbolo vierte estructuras psíquicas que enlazan afectivamente y de manera evocadora y no sólo de manera intelectiva, y es que el símbolo vincula existencialmente con el ser y el devenir del espíritu en el mundo.

                  Los prototipos simbólicos (arquetipos, según Jung) puede decirse que son patrimonio filogenético de la humanidad pues, se ofrecen transcritas en estructuras psíquicas (conscientes o inconscientes) universales que enlazan con lo más genuino y profundo del individuo. El símbolo manifiesta la potencia y capacidad de vincular lo natural y lo abstracto sin conflicto en tanto que no pretende explicar sino insinuar, evocar, sugerir sobre aquello que no podemos hablar mediante el lenguaje convencional o  el del signo. El símbolo se proyecta como como una vívida entidad en plena realidad o en evidente transformación que permite la conciencia total remitida a través del dato simbólico (que diría Elíade), donde el que interpreta no es ya mero espectador sino actor de lo visible, pero también de lo invisible, por lo que el símbolo propende a unificar lo real más allá del proceso racional significativo.

                  La consistencia simbólica es la manifestación de uno de los procesos más importantes de los que es capaz el ser humano, sobre todo si lo relacionamos con el que tal vez sea el más genuino de nuestra especie: el de la creación, ante todo si  esta se entiende como una de las capacidades capitales del progreso espiritual del hombre.




Francisco Acuyo









[1] Chavalier, J. (Gherbranta, A.): Diccionario de los símbolos, introducción, Herder, Barcelona, 1988, p. 15.






El símbolo: más allá de la razón. simbología: íntima historia del corazón y la conciencia, 3 Francisco Acuyo

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