JOSÉ LUIS GARCÍA HERRERA: MARES DE HIERBA
(LIBRO DE ESCOCIA)
CIENCIA Y CONCIENCIA DE LO INSTABLE
EN LO INMUTABLE, O LA METAFÍSICA DEL VIAJE
No deja de resultar a los ojos del auditor interesado, cuando menos sugestivo, cómo aquellos ejercicios literarios de mayor interés que encontraron fundamento en las vivencias del viaje, suelen ser en realidad espejo de una e inquisitorial y profunda odisea interior. En estos periplos íntimos y singulares el paisaje no es ni con mucho menos inmenso, intenso y complejo del que se puede contemplar y experimentar en derredor del lugar o emplazamiento visitado localmente, por mucho que este tuviese de inusitado, pintoresco o extravagante, o que, en menor o mayor distancia, espacio, lejanía o duración tuviese la estancia en el sitio u ocasión de la visita, pues, en realidad es la conciencia del poeta —viajero— la que inviste de espacio y de tiempo el lugar de la residencia y el momento siempre peregrino. El viaje interior se hace manifiesto en la inestabilidad e impermanencia del lugar de visita, donde el autor puede estimar que es vivencia exterior objetiva en virtud de cada uno de los objetos, paisajes, actores que califica como reales, más allá de su yo que, sin saber, tantas veces de manera inconsciente, el creador macera por obra y gracia del espíritu literario, y siempre a tenor del prisma subjetivo de sus vivencias, si es que su alma no puede ser nunca impermeable a lo que le rodea.
Y es que en verdad el viaje no es nunca la mera traslación en el espacio. Si viajar es la aspiración o el deseo nunca saciado, también es viaje el estudio, la indagación intelectual y espiritual y, cómo no, el proceso de recreación artística y literaria y, desde luego, el que es propio de lo netamente creativo en el ámbito de la innovación poética. Las rutas pesquisadas, rastreadas, examinadas en el viaje son siempre ritos de purificación mediante los que trascender las tinieblas a la búsqueda de la luz, y en este sentido ¿qué es si no, la poesía (como poiesis ποιέω ), sino una continua y profunda búsqueda de lo verdaderamente creativo, si la poiesis es la verdadera causa que transforma o convierte cualquier entidad o cosa que consideramos no ser y que pasa a ser?
La tradición literaria de viajes resulta proverbial en cualquier tradición cultural, ampliamente conocida en el amplio ámbito de la narrativa y, por supuesto en el extraordinario y prolífico genero de la épica, fuente de la que todos, de una u otra forma, directa o indirectamente, de manera inevitable bebimos, me refiero a la tradición clásica, cuyo manantial inagotable es la literatura indoeuropea en la que se radica intemporalmente la Odisea homérica, y cuya genial impronta se manifiesta como arquetipo creativo radicado en el alma de cualquier digno aspirante a la indagación artística, sea de la índole que fuese, plástica, literaria, reflexiva, poética. Acaso cada paraje, color, aroma, sonido, personaje del lugar en cuestión visitado no acaba si no siendo un reflejo de las inquietudes interiores infinitas del espíritu inquieto que se preocupa del por qué percibe, siente y reflexiona sobre todo aquello que de una u otra manera le rodea, en quieto o en constante movimiento.
En cualquier caso la literatura inglesa es especialmente rica en este género de viajes y de la que, nuestro autor prologado, José Luis García Herrera, como veremos enseguida, muy bien pudiera haberse acogido, aunque en lo que a nosotros nos interesa sea fundamentalmente el influjo poético que ha trascendido hasta nuestros días de la lengua de Shakespeare, y cuyos nombres hablan por sí solos, mas también reconociendo la otra no menos rica vertiente literaria de gran importancia, cual es la que abarca, decíamos, el dominio narrativo: desde C. M. Doughty, pasando por Joseph Conrad, Norman Douglas, T. E. Lawrence, W. H. Auden o el mismo Graham Greene o Aldous Huxley, entre otros muchos y destacados maestros del género en lengua inglesa, pero no pudiendo olvidar otros autores memorables en obras como Pantagruel, de Rabelais, Los viajes de Gulliver, de Swift; mas cómo olvidar los viajes del Dante (sobre todo el de viaje a los Infiernos) en su Divina Comedia, o el de Eneas en la virgiliana Eneida, o las indagaciones de Blake en el centro mismo de la tierra a la búsqueda del metal -trascendente- fundido, o el Enrique de Ofterdingen, de Novalis, entre otras muchas e interesantes referencias, o creaciones fuera de la tradición de la Literatura indoeuropea, como es el caso del Utsubo-monogatari o el Wasobyoe del riquísimo acervo de las letras japonesas.
Estos Mares de hierba –libro de escocia- de José Luis García Herrera, participan del paradójico fenómeno de transición y búsqueda de la quietud en lo instable de nuestras vidas –o lo que es lo mismo: de la plenitud- de las que hablábamos al inicio de este necesariamente breve exordio a los poemas. Grata sorpresa hube de llevarme al ver la cita y referencia indirecta a uno de mis poetas en lengua inglesa predilectos, John Donne, y todo mediante los versos del poeta edimburgués Norman Alexander MacCaig que porta la cita que abre el poemario, profundo admirador de Donne. La resonancia y profundidad de aquellos poetas se hace manifiesta en estos versos inspirados en el bellísimo paisaje natural y urbano escocés: multisensorialidad (cercana a la de D. H. Lawrence o Dylan Thomas), y que le aleja de las influencias que podrían considerarse naturales de la época, con los rasgos sociales característicos de la misma, tan significativos, por ejemplo, de W. H. Auden o Stephen Spender.
La reflexión metafísica se hace inevitable entre los ecos lírico-emotivos de sus versos, que pueden constatarse en muchos de su poemas, desde el mismo que abre el poemario, Motivos de un viaje:
[…] comprendo que la agenda del viaje -su travesía-
pertenece a otros viajes que suceden al unísono,
que parten desde la nostalgia de mi corazón
y alcanzan las manos de aquellos que me acompañan […]
donde el corazón (como paisaje central interior del poeta) no es esquivo al paisaje exterior, sino al contrario, es plenamente identificable en virtud de la contemplación de lo que le rodea, pero solo perceptible gracias a lo reconocido del mismo dentro de sí en el paisaje visto y disfrutado en su escocesa expedición. Con esta misma fórmula significativa se pueden encontrar versos como:
[…] Se escribe la vida para salvarnos del hielo del olvido,
como un escudo teñido con sílabas de sangre.
Escribimos para salvarnos de la muerte.
del poema Stirling; o los versos que cierran el poema Millenium Bridge, que dicen:
[…] El agua emigra. No conoce ataduras, ni existen
cadenas que logren amarrarla a la tierra.
Y sin embargo, permanece.
Francisco Acuyo
POEMAS
MOTIVOS DE UN VIAJE
(Argyle Street)
Quizá nunca conozcamos los
motivos de un viaje,
ni acertemos a explicarnos
-en una sala de espera
y rodeados de maletas
desatendidas y de extraños-
qué razón nos llevó, desde
una remota intuición,
a escoger un destino lejano,
más allá de toda frontera
que podríamos recorrer a
pie, descubriendo
los rigores del tiempo en
las huellas del paisaje,
las astillas de la carne que
dictan las distancias.
Quizá nunca sepamos qué
motivo nos alienta
a sentirnos extraños en una
región agreste.
Pero precisamos despegarnos
de nuestras raíces
para comprender la grandeza
de lo que nos rodea,
para lograr una imagen
precisa de quiénes somos
y cuál es nuestro lugar en
la rueda del mundo.
Y en este juego de la vida
que no es juego alguno,
en esta trama de fotogramas
cosidos a la memoria,
ignoramos qué razón posee
todo lo hecho
- y, sobre todo, todo lo
dicho-
que no vaya más allá del
mero compromiso
de perpetuar las leyes del
ayer y de la estirpe.
En el camino, apostado en la
cuneta de la carretera,
contemplando el espesor de
los bosques umbríos,
comprendo que la agenda del
viaje -su travesía-
pertenece a otros viajes que
suceden al unísono,
que parten desde la
nostalgia de mi corazón
y alcanzan las manos de
aquellos que me acompañan
o que, simplemente,
coinciden en la misma latitud
donde me detengo a mirar
hacia atrás,
buscándome entre la
hojarasca seca de la memoria.
Quizá no conozcamos nunca
los motivos del viaje,
quizá nos baste saber que
hacemos ruta en la noche,
que queda camino por delante
y que vamos, con nuestra
soledad a cuestas,
felizmente acompañados.
LIGHTHOUSE
(soliloquio
del farero)
Colinas arriba los árboles
vencen la barrera de nubes
y un paisaje azul recorta
los accidentes de la costa.
En la distancia adivinamos
la silueta neblinosa
de una isla perdida en la
raíz de las leyendas
y las manchas sutiles de
unas barcas rojas
cabeceando sobre las olas de
las despedidas.
Desde el privilegiado rincón
del faro, oteando
la circunferencia violeta
del horizonte,
contemplamos la agreste
orilla donde la espuma
barre la sal de las huellas
que ya nadie persigue.
El viento rompe toda
quietud, desgrana
la música violenta que
susurran las ramas
y mesa con sus manos veloces
tus cabellos.
Podríamos quedarnos asidos
al tronco del árbol,
petrificados como ángeles
góticos, hechizados
por el embrujo de este
paisaje agreste que destila
pasión por las difíciles
horas que rigen las tormentas.
Podríamos quedarnos aquí,
admirando la luz herida
que nos rodea como un
círculo mágico,
sorprendidos por la belleza
de una tierra dura
que oculta su dolor tras los
muros de la niebla.
La luz ahoga los gritos que
la oscuridad revela.
STIRLING
Se escribe la vida para salvarla
de la muerte.
Se escribe para que alguien
recuerde que vivimos.
Se escribe para que la
sangre, sobre la piedra,
adquiera la gravedad sonora
de la herida
y el grito perdure sobre la
marea del viento.
Se escribe con el filo de la
espada, con la llama
rugiendo en la boca de la
tea, con la pólvora
dictando los capítulos del
fuego y de la muerte.
Se escribe la vida para
gestar la luz de la leyenda.
Se escribe para borrar las
huellas de los sótanos.
Se escribe para que la
sangre no quede muda
sobre el pulso callado y
frío de la piedra.
Se escribe para gloria de
los héroes anónimos;
para los hijos que no fueron
padres
y para los padres que
lloraron hijos en silencio.
Se escribe con la voz
oxidada de los metales,
con la rabia del golpe que
nace en las entrañas,
con el mordisco azul de la
tormenta
que nos arranca el temor
antiguo de la infancia.
Se escribe la vida para
escapar del frío de la noche.
Se escribe para que alguien
nos rescate del olvido.
Se escribe para que
recuerden que estuvimos aquí,
contemplando el río desde
las almenas, defendiendo
las torres y las murallas
que sostienen el perfil del castillo.
Se escribe la vida para
salvarnos del hielo del olvido,
como un escudo teñido con sílabas de sangre.
Escribimos para salvarnos de la muerte.
José Luis García Herrera
Muchísimas gracias, Francisco. Un placer conocerte y un honor formar parte de la familia de JIZO Ediciones. Gracias por este artículo que refleja el alma de Mares de hierba. Es un orgullo para mí. Un abrazo.
ResponderEliminarMuy interesante aporte. Aprovecho para felicitar al poeta. En esta muestra encantadora disfruto de ese viaje poético a través de una forma rayana a la prosa poética, rica en contenido, en imágenes de gran profundidad. Un abrazo agradecido.
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