Otro nuevo y magnífico relato de Pastor Aguiar para la sección de Narrativa, del blog Ancile, esta vez bajo el título de Cadáver.
CADÁVER
No me preguntes cómo llegué al lugar,
ni datos sobre el cadáver. Fue a partir de aquel resbalón del tiempo cuando las
realidades se manifestaron igual que en una película.
El cadáver reposaba sobre una camilla
metálica muy cerca del ángulo donde confluían los pasillos rumbo al cuerpo de
guardia. Al centro la plazoleta cementada, gente merodeando, hasta llegar al
muerto, junto al cual dos o tres señoras parecían familiares sin mucha emoción,
simplemente allí, esperando resultados.
Yo estaba a cargo del caso, y no me
preocupé por los antecedentes, la autopsia que debí haber presenciado. Ahora lo
que fue fulanito de tal residía en decúbito supino sobre el frío metal, con el
pecho y el abdomen abiertos, ya sin órganos.
Me asomé a la cavidad para descubrir
gran cantidad de sangre violácea, entonces, con la mayor naturalidad del mundo
metí un jarro de hojalata llenándolo casi. La sed era insoportable, así que
tragué los coágulos con los ojos cerrados, catando el sabor dulzón, que al
final me dejó un regusto a aceite de ricino.
Cuando abrí los párpados percibí los
gestos espantados de los acompañantes que cuchicheaban sin decidirse a armar
escándalo, momento que aprovechó mi amigo el camillero para anestesiarlos con
su discurso.
- No se preocupen, es la costumbre del doctor.
De esa forma es capaz de penetrar en los secretos de la muerte, saborear las
claves una tras otra; ya verán que no queda ni un detalle sin aclarar. Den
gracias a su sacrificio para la tranquilidad de ustedes, además, mejor que esa
sangre lo alimente a él y no a los gusanos. A gozar la vida, carajo. Les voy a
contar unos chistes mientras llega el carro fúnebre.
Yo aproveché las carcajadas, los
repuntes a abrazos y el sonido de una botella de ron escupiendo el corcho, para
deslizarme hasta uno de los primeros cubículos del cuerpo de guardia, que
estaba vacío para mi suerte, porque ya me dolía el hombro izquierdo con el peso
de un bolso de correas larguísimas, el mismo que usaba en los países en el
laboratorio de sueño. Lo deposité encima de una pequeña mesa y descorrí la
cremallera para sacar una manzana azulina. Acto seguido cerré asustado, no
podía exhibir una manzana capitalista allí.
Salí de regreso al pasillo,
confundiéndome con la gente quejosa, arrastrando hernias inguinales retorcidas
a propósito para que se las sacaran de urgencia. Otros gritaban que el corazón
se les había parado a las doce en punto.
Tuve miedo de que alguien de medicina
legal me viera y fuera con el chisme a la jefa doña vinagre, la que de seguro
me pondría de guardia permanente, olvidándose de que mi presencia allí era un
accidente de la memoria.
En algún lugar, a muchas cuadras de
distancia debía estar mi madre esperándome con unos buñuelos ahogados en miel
de abejorros, y mis cosas listas para el viaje al aeropuerto.
No iba a cobrar un centavo por este
caso, por el muerto…ah, el muerto envenenado por uno de aquellos que se habían
puesto a refunfuñar por mi banquete de sangre. ¡Dios mío, veneno! ¿Sería
posible que en la sangres estuviera mi propia desgracia? ¡No! Me concentré
hasta determinar que no había sido veneno; simplemente un infeliz desguazado al
querer volar desde un quinto piso.
Ahora estaba yo en uno de los baños y
el espejo me felicitaba guiñándome un ojo.
Pastor Aguiar
Dic. 23-2014
Gracias, amigo. Pude ver muchos cadáveres en mi vida de forense, diría que cientos de ellos, y de tanto suceder, fui adquiriendo una especie de percepción diferente de la vida, de la gente, de nustras ataduras a este mundo rayano a lo ilusorio. Pude ver que la muerte nos iguala a todos, que en esa región extrema entre ser y no ser, perdemos la identidad, las posesiones mundanas, y hasta el pensamiento; entonces, ¿de qué valen la vanagloria, la arrogancia, lo que uno no podrá llevar al otro lado? Por ello, cada vez que observo a un general, un mendigo, o a mí mismo atrapado en el espejo, involuntariamente mi imaginación los desnuda, los hace simplemente seres indefensos ante la inevitabilidad del paso del tiempo y del último suspiro...lo que viene después es un misterio. Contar cosas vividas y soñadas me cura un poco del bofetón del ahora mismo. Un abrazo bien fuerte, duradero.
ResponderEliminarGracias, querido amigo, por la gentileza de traer este cuento de nuevo. Un abrazo.
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