Traemos nuevamente para la sección de Narrativa del blog Ancile, un excelente cuento de nuestro dilecto escritor Pastor Aguiar, esta vez bajo el título, Eleno.
ELENO
Entré a la cocina en busca de café,
amanecía. Entonces se me apareció Eleno como tatuado sobre las penumbras, tan
pálido que me asusté. Era la imagen de la muerte sonriendo a medias, las manos
puros huesos a punto de desarmarse en vez de cumplir con el ritual de encender
un cigarrillo.
_ ¿Dónde están mis fósforos?
_ Ahí hay una caja, al borde de la
cafetera_ Le dije en un susurro, porque sospechaba que era un fantasma, a pesar
de que la tarde anterior su hijo Paulo me había dicho lo de la enfermedad.
_ Acá la veo, gracias muchacho.
Con el primer buche de humo le vino
la tos. Parecía tan débil que lo imaginé deshaciéndose como burbuja al
explotar, ¡pum!, cero Eleno, jamás lo hubo. Era el miedo mío cuando me ponía a
pensar en la fatalidad de haber venido al mundo. Sí, mucha cosa que ver, que
sentir, pero al precio de estirar la pata alguna vez. No valía la pena, no
haber vivido de seguro implicaba el desconocimiento de la vida, y lo que no se
sabe no se extraña.
Pero allí estaba Eleno, cómo no iba a
ser de carne y costillares si desde que tuve memoria lo vi desmochando palmas
por toda la sitiería. Era el único que subía los troncos como si fuera un gato,
sin aparejos, esos troncos lisos de las palmas reales. Lo veía con el cuchillo
en la boca llegar a los racimos de palmiche, confundiéndose con las nubes, y
con par de tajos cortarlos arrente al nacimiento. Era emocionante ver caer los
racimos, desparramar los granos sobre la yerba, mordisquear algunos como si
fuera un cerdo, duros que son los palmiches, carajo, solo a los puercos se les
ocurre meterles el diente.
Allí estaba Eleno de color ceniza, un
retazo de lo que había sido, mirándome con su risita jíbara, el cigarro en la
derecha sin encontrarle la boca.
_ ¿Qué va a hacer ahora?
_ Me voy al arrozal, está
enyerbándose y Paulo no le hace caso, ya sabes, lo de él son las mujeres, no
tiene ojos para otra cosa.
_ Oiga, mire que ya no está para esos
trajines, ¿por qué no se recuesta un rato hasta que el sol caliente?
_ Tiene que ser ahora mismo, tú no te
das cuenta, es mejor que ni te lo imagines, al fin y al cabo es una sola vez,
pura mierda, muchacho; pero no me queda tiempo, el arrozal me espera, quiero
empaparme con el rocío; si lo vieras, ya me da por la cintura.
Yo sí sabía, al menos tenía la idea
de que Eleno iba a morirse en cualquier momento. Me aterrorizaba pensar que
cayera en medio de la cocina, que me pidiera algo tremendo, que me confesara un
secreto fulminante. Nunca había visto al alguien morirse; muertos sí, pero los
muertos son diferentes, están vacíos.
Lo dejé salir, se lo llevó una
hilacha de viento mañanero, eso supuse, porque no quise voltearme para verlo
dando tumbos de borracho. Ojalá tuviera tiempo para fumarse el resto de la caja
de cigarrillos Competidora, que le gustaban tanto.
Pastor Aguiar
Gracias, amigo, por la gentileza de publicarme en este importante blog tuyo. Para mí es un premio que me estimula a seguir contando con las humildes herramientas de que dispongo. Un abrazo grande.
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