Ofrecemos la segunda entrega intitulada, Del odio, entre el deseo y la realidad del mal, esta vez bajo la inscripción, El chiste como expresión inhibida y dolosa del aborrecimiento, para la sección, De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile.
EL CHISTE COMO
EXPRESIÓN INHIBIDA
Y DOLOSA DEL ABORRECIMIENTO
Si el odio, evidentemente,
degrada, no es menos cierto que hay quien encuentra cauce singular del odio a
través del chiste como expresión más o menos inhibida y dolosa del
aborrecimiento. No deja de resultar muy interesante constatar cómo en las
sociedades (¿sólo modernas?) se valora especialmente el ingenio a través de la
burla, la chanza, la ocurrencia cruel en muchos casos, en la que ya no se oculta
una intensa expresión de inquina y aversión de la más variada índole, origen o
naturaleza.
Hubo
un tiempo en que la sabiduría, el amor, la solidaridad, la justicia, la verdad…
eran valores que en las sociedades (Grecia y la Roma clásicas y cristiana…)
tenían una razonable (y siempre benefactora importancia e) influencia,
ofreciéndose como una aspiración benévola para la comunidad. En la sociedad
moderna, sin embargo, -no es que digamos que el odio sea original de nuestra
época, pero sí que encuentra una valoración extraña e importante-, el odio
manifiesto a través de los cauces de la supuesta broma (implacable y lacerante
para determinadas personas o grupos sociales), encuentran una recepción
asombrosamente numerosa y bien avenida, aun sabiendo que el fanatismo más
nefando suele encontrar refugio en el terrible sentimiento del odio que suele
enmascararse en esta burla u ocurrencia cruel.
Parece
que personajes de la talla de Erasmo de Rotterdam o Montaigne o de aquel otro
(Stefan Zweig) que solo mostraba odio hacia el fanatismo, no encuentran en
nuestros días el menor eco ante la creciente marea de manifestaciones de odio y
fanatismo que sacuden nuestras vidas y sociedades. Los nombres de Auschwitz o
el de los numerosos gulag de la extinta Unión Soviética acaso se olvidan, y con
ellos, los horrores que amparaban en su odio y fanatismos extremos. La razón y
la libertad (puede que como pasó con el concepto, idea o aprehensión de Dios),
empiecen a resultar, muy peligrosamente, indiferentes, indiferencia que,
resueltamente, resulta caldo de cultivo perfecto para toda suerte de dictadura
y totalitarismo.
Pero,
las raíces del odio ¿dónde encuentran su singular asiento psicológico? Para el
padre del evolucionismo, Charles Darwin, igual que para el psicólogo Eric
Fromm, provienen del temor o la amenaza a la pérdida de los propios intereses,
surgiendo el odio como respuesta genuina hacia aquella amenaza. Socialmente, la
xenofobia, es la muestra más palpable de este odio proyectado hacia un grupo que
acaso amenaza aquellos intereses personales proyectados sobre otro conjunto de
individuos. El yo destructivo freudiano
que quiere devastar cualquier acción real o potencial que sea motivo de
infelicidad, es la clave del odio más visceral; o la sombra jungüiana, como represión proyectada sobre los demás de lo
peor de nosotros mismos, mas, veamos cómo
interesa e incide el
chiste con la crudeza y malignidad de algunas de sus
manifestaciones en la manifestación y proliferación del odio. Es inevitable
relacionar el chiste con el concepto de lo cómico, expuesto en caricaturas y
chanzas varias más o menos festivas y de ingenio. El juicio juguetón que de
consuno debe conllevar toda expresión chistosa es, particularmente, singular
cuando el elemento de juicio en el que se instituye va acompañado de una
emoción abiertamente manifiesta de desprecio o aversión hacia algo o hacia
alguien. En realidad, muy pocas veces el pensamiento consciente del que escucha
y asume el chiste interviene en las consideraciones deducibles del mismo:
gracia, ingenio, originalidad… Veremos que este tipo de humor negro (por
denominarlo de algún modo) va siempre acompañado de un grado de amargura nada
desdeñable. La expresividad en los elementos constitutivos del chiste son
fundamentales para la correcta condensación y síntesis de la técnica del mismo,
alegando todos los posibles elementos retóricos disponibles para cumplir
aquella función de expresividad tan característica y que, además, exponen la
plasticidad tan extraordinaria del lenguaje.
A
nosotros nos interesan no tanto los chistes abstractos, inocentes, intelectuales,
tendenciosos, obscenos, ni siquiera los de carácter ofensivo, aunque todos
ellos acaso puedan tener una génesis análoga, como aquellos que rezuman el
veneno del odio más recalcitrante, usados como (indignos) sustitutos de la
agresión hostil e incluso homicida, y que esgrimen en el supuesto ingenio del
chiste para la exposición ridícula de aquel o aquellos a los que se pretende
agredir. Los caminos cerrados por la sociedad ante las infames acometidas del
que odia visceralmente, tratan de evadirse con este tipo de chiste, con una
suerte muy diversa que no impiden el rechazo por el mal gusto, la crueldad, la
injusticia, e incluso la conducta delictiva tipificada por resultar humillante
para determinados grupos o personas. Esta insana satisfacción del agresor chistoso
y cínico puede provenir (del contenido ideológico, algunas veces) y casi
siempre de una imposibilidad de realizar la agresión abiertamente y, por lo
tanto, de manifestar el placer no satisfecho, psicogénesis[1]
ampliamente reconocida, y cuyo contenido sádico no puede desdeñarse y que,
desde luego, está más allá del mero placer de disparatar, sino que encuentra
fundamento en el de hacer daño, muy lejos de cualquier chanza más o menos
gratificante.
No
solo se intenta la búsqueda del placer, insistimos, en la agresión injuriosa y
cruel (sádica), proporciona la vía única para poder exteriorizarla,[2]
prestando apoyo o protección a todo el torrente de sentimientos tendencias
inconfesables inhibidos que acaba al servicio de dichas tendencias reprimidas,
impregnadas hasta el tuétano del odio más profundo. En estos casos resulta
mucho menos obvia aquella carga –catexis-[3],
indicada para la descarga y la risa, y bastante más cercano a dar cauce al odio
más feroz en muchos casos. Lo cómico queda en estos casos relegado a la
interpretación sádica del tercero(s) que comparte ideológica o sintomáticamente
la misma demencia despiadada, que ya no se preocupa por ocultar la emoción
mórbida que en algún momento permaneció inconsciente, sobre todo cuando ya no
hay censura social o cuando un determinado grupo comparte la enfermiza manifestación
del odio en la excusa del chiste. Pero, ¿es posible que, social, política,
ética y jurídicamente esto no sea reprobable, aun suponiendo un aliento a
conductas mucho más que reprobables incitadoras al odio, también alentadoras a
la violencia terrorista y genocida? Podemos comprobar en nuestros días que esta
cuestión no es cosa desde luego periclitada, sino de muy clara y triste
actualidad. El odio disimulado que, al fin y al cabo, no deja de ser lo que es,
una de las manifestaciones emocionales y sentimentales más vituperables,
aborrecibles e inauditas en sociedades que aspiran a la libertad, la justicia y
la democracia, y que individualmente anhelan el crecimiento humano y
benevolente para un equilibrio interior del individuo que conlleve a un mundo
más igualitario, pacífico y justo.
Francisco Acuyo
Cuánta verdad, amigo, y pensar que a veces uno no analiza las implicaciones morales, etc, de un chiste que en su esencia es venenoso, que lleva implícito una carga en parte subconciente de maldad, de animalidad. Me vienen a la memoria muchas bromas y chistes de esa calaña, de la época juvenil sobre todo, aparentemente con el solo objetivo de hacer reír. Gracias por este aporte tan profundo que nos hace meditar. Abrazos.
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