Para la sección, Cine y literatura, del blog Ancile, traemos estas aproximaciones al mítico film de Ridley Scott, Blade Runner, que siempre aportará nuevas e interesantes interpretaciones.
BLADE RUNNER O LA IMAGEN DEL TIEMPO
EL FIN DEL DUALISMO (OBJETO-SUJETO, MENTE-MATERIA)
A COLACIÓN DE LA IMAGEN-MOVIMIENTO DE GILLES DELEUZE.
EN el corazón de las tinieblas[1]
de finales del asendereado y controvertido siglo XX, hubo de ver la luz, acaso
el que muy bien pudiere considerarse como el último gran film ( crepuscular) de la denominada gran forma (creado a partir de la imagen-acción, que definiría Deleuze),[2]
nos referimos a Blade Runner (1982), y
que, en principio, muy bien pudiese ser encuadrado o clasificado bajo las
directrices del cine clásico, en las que la imagen indirecta del tiempo se
obtiene a través del montaje, o la articulación de las imágenes en movimiento,
como en un film de cine negro o en un buen western, y así de simple sería sino
fuese por la gran cantidad de matices y singulares características que le
invisten con rasgo de muy genuina singularidad.
Dícese
que la crisis de los movimientos científicos (y qué duda cabe, también
filosóficos) bajo los que se amparaba la psicología de mediados y finales del
siglo pasado y mediante la que se mostraba manifiestamente incapaz de dar
respuesta a las últimas intentonas de superar viejos dualismos[3]
(materialistas e idealistas) y que, desde luego, son mucho más antiguos que los
que intentaron superar en su momento la fenomenología husserliana o los
principios bersognianos, en tanto que toda
conciencia es conciencia de algo (Husserl), o lo que es más importante, toda conciencia es algo (Bergson). He
aquí que Gilles Deleuze, en su célebre taxonomía del cine (o historia natural
del mismo),[4] basándose
en el pensamiento filosófico vitalista de Bergson[5]
-entorno a la imagen-, establece los fundamentos de ésta –de la imagen- como
signo (tan real o potente como pudiera serlo cualesquiera signo lingüístico), y
esto en virtud de la naturaleza moviente
de la imagen –cinematográfica-. Y es que, en verdad, el cine es el arte que
mejor refleja el radical movilismo bergsoniano.
Si
Deleuze considera la realidad cinematográfica bajo el cuadro (que determina un sistema provisionalmente cerrado), el plano o imagen-movimiento como la
determinación del movimiento en el sistema cerrado, y el montaje como el todo en que está determinado, el plano
intermediará entre el encuadre del conjunto y, finalmente en el montaje del
todo, a través del que podemos deducir que el montaje clásico (bajo el influjo
todavía del concepto de fábula aristotélica, todo sucede mediante el número del
movimiento, según el antes y el después), la película de Ridley Scott, Blalde Runner, como decíamos, bien
pudiera situarse como uno de los baluartes más conseguidos de los últimos años
del siglo pasado, si puede ser considerado como construido a partir de la imagen-acción (distinguido de las imágenes percepción y afección que distinguía muy
procedentemente Deleuze en su análisis y observación del fenómeno de la
imagen-movimiento cinematográfica. Pero, ¿puede decirse que todo el interés de
este film radica únicamente en la magistral manera de obtener su imagen
indirecta a
través del montaje y su singular articulación de las imágenes en
movimiento?
Recordemos
que el futuro distópico planteado por el film (de tanta actualidad, no obstante,
de los años pasados desde su creación, plantea también las controversias entre
los mundos felices –utópicos- del futuro tecnológicamente capaz de solucionar
todos los problemas humanos), y todo esto a tenor de uno de los avances
científicos más deseados –y también más celebrados y temidos- como es el de la
cibernética, llevada al campo de la robótica avanzada –y de la ingeniería
genética- de Tyrell Corporation,
mediante la que los replicantes habrían de llevar a término cualquier tarea
imposible o peligrosa para el ser humano. Que sean (los modelos Nexus 6, los más avanzados) los que
pongan en tela de juicio, mediante su insumisión y rebeldía, no solo la
eventual magnificencia de esos avances tecnológicos, sino la naturaleza misma
de la conciencia (como capacidad de entendimiento y sentimiento) genuinamente
humana, plantea, mediante el lenguaje de imagen
acción que nos ofrece en su discurso, la crisis precisamente de este tipo
de alocución cinematográfico narrrativa. Es precisamente a través de la gran forma mediante la que se
pretende dejar en schok al vidente o
espectador mismo de la acción narrativa, a través de la que, por momentos, parecen deshacerse los
vínculos sensorio motores, y donde el telespectador, por un instante
(recuérdese por ejemplo el célebre y breve dialogo –en realidad monólogo- entre
Rick Deckard (Harrison Ford) y el
comando replicante Roy Batty (Rutger
Hauer en la azotea), se ofrece una situación en la que la palabra queda diluida
por los efectos ópticos y sonoros de la lluvia, donde todo queda prácticamente
sin ninguna prolongación -motriz, decíamos-, no en vano sirven estos planos
para el anuncio de la muerte del magnífico e inquietante Nexus 6.
En
no pocos instantes del memorable film podremos constatar aquella intención -deleuziana-
de recuperar aquella ética (en modo alguno utópica), -bajo los influyentes ecos
incuestionables de la magistral Metrópolis,
de Fritz Lang- que nos reconcilie –a la humanidad y a toda entidad consciente-
con el mundo, pero mediante la aceptación y el compromiso con la realidad del
mundo mismo. La fuga de replicantes –Roy
Batty (el mencionado Rutger Hauer), Zhora
(Joanna Cassidy) y Pris (Daryl
Hannah), en incluso en el papel especial de la misma Rachel (Sean Young), también replicante con recuerdos implantados
artificialmente que le sirven de sustrato emocional, se Rachel, ignorante de su propia naturaleza replicante, es informada
de que no es humana. No menos impactante es la escena en la que la que Deckard, providencialmente salvado por Rachel, en la intimidad del apartamento
de aquel, comienzan a enamorarse. Por
todos estos y otros muchos momentos inolvidables de la cinta de Rydley Scott, puede afirmarse que la
conciencia, se vindica como aquella fuerza vital que nos integra no sólo como
seres humanos, sino con cualesquiera otra entidad –natural o artificial- en la
realidad no pocas veces inextricable del universo donde, inevitablemente,
coexistimos.
La
superación de los dualismos mediante el discurso cinematográfico –como es el
caso de la espléndida Blade Runner-
lleva a la contemplación del film, a nuestro juicio, como un ejercicio verdaderamente
metacinematográfico. Es desde aquí
donde mejor puede traslucirse la idea bergsoniana asumida -por Gilles Deleuze-
mediante la que la interpretación del film puede ser posible empleando unos juicios nuevos extraídos de una suerte de nueva filosofía de la ciencia que
posibilita una visión adecuada de la realidad (eje en cuestión de la película,
en virtud de la colisión de los intereses nada menos que de la propia existencia
independiente de las entidades artificiales, con conciencia propia
–replicantes-, tratados como esclavos, y los seres humanos), pero atención, no
es una interpretación epistemológica, sino otra original, nueva, basada en una
sistemática propia integradora de conceptos. Por eso las entidades robótico
cibernéticas (en mente de la aproximación filosófica de Henri Bergson) son luminosas por sí mismas, sin nada que las
alumbre, pues toda conciencia es algo.
Mucho
se ha debatido sobre el influjo de la ciencia en la filosofía de Bergson ( y
extraída y asumida por Deleuze), sobre todo en relación a los conceptos de
espacio y tiempo de la relatividad einsteniana, mas esta concepción tan
singular (uniabarcadora) de la conciencia también la acerca a los presupuestos
de la mecánica cuántica y todos los profundos efectos físicos, psicológicos y
filosóficos que conllevan sobre el pensamiento humano en relación a la
naturaleza física de las cosas, muy estrechamente vinculadas a los procesos
cognitivos (de la conciencia), no en vano la luz y el conjunto de las imágenes,
que son conciencia, forman parte inmanente de la materia.
Por
todo esto puede inferirse en un juicio interpretativo audaz (bergso-deleuziano) que las imágenes son
materia viva (consciente) que, para el espectador del film, se ofrecen como
panorama cada más claro, donde el desfile de todos y cada uno de los
replicantes y su espacio de vivencia y
convivencia, es equiparable sin duda al del ser humano.
Es
fascinante que en este film, y gracias a las herramientas de exégesis de
Deleuze (y Bergson), se pueda poner en cuestión uno de los debates más
interesantes (de la biología) centrados en –acaso nueva ¿religión científica?- la neurociencia, y debatir si el cerebro es
el único centro sobre el que interpretar el fenómeno de la conciencia y, por
tanto esta, la conciencia, entenderla sólo como un epifenómeno del cerebro;
para Bergson (en Materia y memoria,
-asumido perfectamente por Deleuze para la interpretación cinematográfica) el
cerebro no es más que un centro de indeterminación, ya que él mismo es una
imagen especial.
El
debate entre la conciencia natural y la –siempre puesta en duda- artificial que
se ofrece en Blade Runner es de una
actualidad (o mejor de una permanencia) incuestionable(s) en tanto que
confronta una dualidad proverbial que puede extenderse a todas las que marcan
el debate filosófico existencial de cualquier entidad consciente, y donde puede
ponerse en cuestión –mediante la imagen-acción
cinematográfica- incluso la dicotomía entre el sujeto y el objeto, lo subjetivo
y lo supuestamente objetivo.
El
carácter crepuscular de esta película como film modelo de imagen-acción, no impide la fruición de momentos en los que la imagen-percepción e incluso la imagen-afección deleuzianas, imagen percepción)
y en los primeros planos (imagen afección)
que se articulan a la perfección, y a los que aludíamos en las escenas
resaltadas anteriormente en el film, con los predominantes planos medios
característicos de la imagen acción
que vertebra la película
forman
parte de un todo verdaderamente particular, sobre todo si tenemos en cuenta el
carácter científico-ficticio que la conforma y que se traduce en los magníficos
planos de conjunto.
Es
así que, si consideramos las imágenes como signos, tal y como Gilles Deleuze
interpretaba, no solo estamos ante una muy original interpretación del fenómeno
artístico cinematográfico, sino también ante una exégesis de grande interés
sobre la cuestión semiológica, de candente interés y actualidad en los estudios
de la semiótica, pero sobre todo para establecer uno de los principios básicos
de la esencia del cine, a saber, la naturaleza dinámica (moviente) de la imagen
que nos habla muchas veces, de manera en este film tan enigmática, de la
interacción e integración de la conciencia con el mundo.
Jorge F. Acuyo Peregrina
[1] Momento
álgido contracultural donde hasta el mismo posmodernismo era puesto en cuestión
en los ámbitos filosóficos, sociales, artísticos, culturales….
[2] Deleuze,
G.: La imagen-movimiento, Ediciones
Paidós, Barcelona, 1984.
[3] Podemos
retrotraernos nada menos que al ser Parmenideo (la inmovilidad y permanencia de
lo que es), frente al devenir
iconoclasta y violento heraclitano (Panta rei» (πάντα ρεῖ), todo fluye, o, La guerra –Polemos- es el padre de todos las cosas.
[4] Ibidem.
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