Para la sección, Extractos críticos, del blog Ancile, nos complace traer el artículo publicado en el Diario Ideal de Granada (el jueves, 7 de abril de 2016, en las páginas de Opinión de dicho diario), con motivo de la publicación del libro, Don Quijote: de la utopía al mito, del profesor y filósofo Tomás Moreno Fernández, por el crítico y estudioso José Ignacio Fernández Dougnac, a la sazón miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada. Reseña de gran interés porque, pese a su lógica y necesaria brevedad para este medio de difusión, compendia magníficamente los parámetros de pensamiento y escritura de la obra, así como la talla humana de su autor, y todo ello conjuntamente de manera ejemplar.
DON QUIJOTE DESDE LA SABIDURÍA
DE TOMÁS MORENO FERNÁNDEZ
Un libro es un objeto tan familiar, como extraño.
Su valor no se mide por el formato ni por su número de páginas, sino por los
perfiles que traza en el pensamiento del lector. Esto es algo tan obvio que
hasta me ruboriza declararlo. Pero en el caso de ‘Don Quijote: de la utopía al
mito’, de Tomás Moreno Fernández (Jizo Ediciones, 2015), se hace tan evidente
que redobla tal afirmación. Catedrático jubilado de Filosofía en el Instituto
‘Padre Manjón’, al autor le sucede lo mismo que a este magnífico libro. Su
grandeza, más que en el andamiaje de un rico currículum, dedicado a la
enseñanza secundaria y universitaria, está en sus adentros, en esa dimensión
humana, valiosa y humilde, que sólo poseen los genuinos maestros, cuando, además
de conocimientos, imparten sin proponérselo dignidad.
Estructurado en seis capítulos, el texto va
desentrañando con impecable coherencia el proceso utópico que emana del hidalgo
y su milagrosa decantación hacia el mito. Destaco un momento jugosísimo en el
que el autor, basándose en el ardid cervantino de los papeles encontrados y
con un inexcusable guiño borgiano, ofrece rendido homenaje a sus alumnos, sin los
cuales él no hubiera sido lo que es. Pero este libro va más allá de ser un
excelente ensayo literario, ya que nos hace reflexionar sobre asuntos tan
palpitantes como la justicia social, la acción individual y colectiva, la
noción de paraíso perdido como contrapunto modificador de una realidad de hierro,
o la lengua de Cervantes como vehículo de integración y cultura en Sudamérica.
El enorme atractivo de don Quijote reside en el
hecho de estar instalado siempre dentro del misterio. Es decir, situado en un
espacio, irreal e impreciso, entre dos extremos: la locura y la sabiduría. Y
digo bien, «sabiduría» en vez de «cordura», porque solo así se entienden, por
ejemplo, los hermosos consejos que el caballero andante, con «voz reposada», da
a Sancho, antes de que éste emprenda el gobierno de la ínsula Barataria (II,
62). Cualquier persona, como acto cívico, debería leerlos en domingo, antes
de emprender la semana. Hace siglos que don Quijote no estimula la sonrisa
sino una trémula emoción que nos conmueve hasta el momento de su muerte. La
novela finaliza cuando acaba la locura del personaje y del mundo. La amarga
ironía de Cervantes, su crítica del «retablo de las maravillas» que era la
España de entonces no excluyen un profundo amor por sus criaturas narrativas,
que es lo que, en gran medida, las sobredimensiona y las hace salir de las
páginas impresas. Si el alcalaíno hubiera escrito impulsado por el rencor, tan
sólo habría dejado un universo acartonado y romo, hundido en su tiempo. Sólo
así, como escribió Nabokov, «la parodia se ha hecho parangón», universalidad,
mito.
Todo esto, y mucho más, es abordado con
minuciosidad y clarividencia, con sosegada erudición por Tomás Moreno. Nunca
cae en la plana divinización del objeto de estudio, lo que le lleva a
desentrañar las dos lecturas, la reaccionaria y la progresista, del ideal quijotesco,
para finalmente quedarse con la esperanza «que alimenta una cierta lucecita de
confianza en el hombre», con esa fuerza que nos hace perseguir la «utopía mil
veces anhelada de la aspiración a la libertad, a la justicia, a la paz y al
amor». Aquí se funda parte de la inmortal fascinación por el Quijote.
Tomás Moreno ha realizado, en suma, un acto de
acción de gracias. En primer lugar, al «libro de los libros», que desde su
infancia ha sido permanente compañero de viaje, y también a su maestro Nicolás
Marín. Pero de manera muy entrañable, a su padre, el escritor jienense y
periodista Tomás Moreno Bravo, hombre de bien que hacía siempre agradable y
reconfortante el aire de su alrededor. No acaba aquí la cosa, el año pasado
Tomás Moreno Fernández nos brindó otra excelente publicación en la que
recorre, con su especial sabiduría cervantina, los diversos arquetipos fatales
de la mujer (Ediciones Dauro, 2015). Sin embargo, como diría un personaje de Billy
Wilder, «esto es otra historia», otra maravillosa historia.
José Ignacio Fernández Dougnac,
de la Academia de Buenas Letras de Granada
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