Para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, traemos, a colación de temática a propósito de la temática del alma, la entrada titulada: Del nihilismo y el horror a la muerte en la ilusión del ego como vano elemento de perpetuidad.
DEL NIHILISMO Y EL
HORROR A LA MUERTE
EN LA ILUSIÓN DEL EGO
COMO VANO
ELEMENTO DE PERPETUIDAD
QUE el constructo del ego, ante
la transitoriedad e inevitable sufrimiento en la vida, y el vehemente y vano
empeño de su duración e incluso la ilusión de su inextinguible potencia, sea uno de los elementos más evidentes de la
visión nihilista del mundo (con las consecuentes reacciones pesimistas ante la
tozuda realidad de lo efímero de aquél –del yo, trazado a hierro y fuego por
nuestro pensamiento), así también sea añadido el temor -horror vacui- hacia la muerte, que se alza como el primordial impedimento
de aquella realización o deseo de duración estéril e ilusorio de la perpetuidad
del ego.
Si
hacemos una reflexión sobre la cuestión de la angustia vital ante la aparente
sordidez de la muerte, y si atendemos a las culturas ancestrales de la
humanidad al respecto, no deja de causarnos extrañeza el hecho de aquellas
culturas primitivas reflejaran mucho más terror a los muertos que a la muerte en
sí, como acontecimiento personal. La creencia en el alma, en el espíritu, en la
vida más allá… diríase que en cierto modo protegía contra el hecho inevitable
de nuestra extinción. Mas al andar el tiempo, la titubeante descreencia al
inicio de las primeras civilizaciones hacia el más allá, diríase pretender
convertirse en una protección ante aquel horror de otro mundo más allá de los
trajines cotidianos y el crecimiento de nuestro ego. Acaso, como inicial
consecuencia de la pérdida del temor al mundo de los muertos, advino el horror
a la desaparición propia. Pero, ¿qué tememos de algo que en modo alguno
conocemos? A lo más que llegamos es a la observancia de la muerte del otro. En
modo alguno entendemos qué es la muerte personal. Entonces, ¿de qué tenemos
temor? Mucho se ha dicho entorno a esto, poco o nada sabemos al respecto. El
miedo deviene, tal vez, como
temor a la pérdida de lo que sí sabemos que
tenemos y que inevitablemente será irrecuperable (bienes, personas amadas,
nuestro propio acervo personal expreso en cultura, expectativas de crecimiento
personal, de proyectos de la más diversa índole…).
El
positivismo materialista hubo de resultar el golpe de gracia a cualquier tipo
de creencia más allá de los límites de la materia. Los nihilismos camparon por
sus respetos y el miedo a la muerte acabó por situarse como algo irracional. Si
el alma ha muerto (como Dios mismo), la conciencia, como epifenómeno material
biológico del cerebro cierra cualquier atisbo de entendimiento de aquella,
evidenciando un claro desconocimiento de lo que conciencia sea y la pérdida de esta qué puede significar.
Hasta el momento no he hecho más que describir de manera muy general y
apresurada el hecho incontestable de nuestra ignorancia ante, no sólo el
misterio de la conciencia, también de la decadente realidad –insoportable para
muchos- de nuestras sociedades modernas. Aquel sentimos y notamos que somos inmortales de la ética de Spinoza[1],
no es más que una ilusión sin fundamento. No hay alma, no hay espíritu
inmortales, luego todo es un producto de mentes supersticiosas y primitivas, o,
de calenturientos pensamientos moldeados por religiones y, por tanto, sin
fundamento científico. Sin embargo, el anhelo de la inmortalidad es el deseo entre los deseos, el anhelo
metafísico por excelencia[2].
El
hombre, ser racional, que ha desarrollado el lenguaje, con conciencia (aunque
no alcance a entender muy bien qué significa), capaz de desarrollar un elenco
simbólico de riquísimo y profundo significado, de imaginar una ética y una
justicia y que aspira a la inmortalidad, no obstante, rechaza cualquier atisbo de
realidad al alma y al espíritu como soportes de dicha inmortalidad, aun a
sabiendas de que el soporte material ha de sucumbir. Sin embargo, hasta la
muerte física es difícil de aceptar, ya de desde Demócrito, Hipócrates, trataban
de delimitar, pues, sus signos, si es que en [3]
Mas, en realidad, ¿qué sabemos de la muerte[4],
al margen de los difusos, muchas veces ininteligibles signos biológicos[5]?
Al albur de lo que desde la óptica jurídico-forense cabe deducirse, la ausencia
de la conciencia es acaso el más valorado signo, en tanto que el cese de la
actividad cerebral[6], es el
que inviste moral y legalmente de indignidad a una vida sin aquella, partiendo
de la base de que la conciencia es un epifenómeno material del cerebro.
En
cualquier caso, los avances tecnológicos y médicos de la actualidad nos han
llevado a justificar por la vía de la ciencia la posibilidad de dar pábulo a
nuestro anhelo ancestral de inmortalidad,[7]
todo lo cual viene a advertirnos que en modo alguno está superada la cuestión
de esa ¿irracional? aspiración a ser para
siempre. En próximos post daremos cuenta de estos y otros asuntos
relacionados.
Francisco Acuyo
[1] Spinoza,
B.: Ética, Alianza editorial, Madrid,
1997.
[2]
Jankélévitch, V.: La muerte,
Pre-Textos, Valencia, 2002.
[3]
Bossi, L.: Historia Natural del alma,
La balsa de la medusa, Madrid, 2008, p. 406.
[4]
De gran interés al respecto sería, Bichat, M.F.X.: Recherches physiologiques sur la vie et la mort, Garnier
Flammarion, Paris, 1994. En realidad es desde esta indagación cuando la muerte
se relativiza (Foucault, M.: El
nacimiento de la clínica: una arquelogía de la mirada médica, Siglo XXI,
Madrid, 1999), en tanto que aquella es una sucesión de muertes que llevan al
definitivo instante del fallecimiento.
[5]
Sería de mucho interés acceder a los signos de muerte medico legales a lo largo
de los últimos años y su incidencia en la controvertida ley de la eutanasia y
hasta dónde podemos apreciar que exista vida. El cese de actividad cerebral,
aun cuando los otros órganos funcionan normalmente, es la prueba, dícese, de
una vida indigna, por lo que estará justificada la muerte del individuo. Vemos
que la supuesta ausencia conciencia, si es que es hija indiscutible del
cerebro, es la que marca la diferencia en la actualidad. Cuestión que atañe
tanto a la ética como a la ley que trata de amparar la vida como el bien más
preciado.
[6]
Véase también, Bossi, L.: pgs.418-426.
[7]
Véase en este mismo blog: La muerte del alma: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2016/07/la-muerte-del-alma-una-humanidad-sin.html
El fin del alma: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2016/07/proseguimos-con-cuestiones-relativas-la.html
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