Traemos para la sección, Narrativa, del blog Ancile, el magnífico e inquietante relato del escritor y entrañable amigo Pastor Aguiar, titulado, La sierra. Disfrútenlo.
LA SIERRA
Era una
sierra de abrir cráneos, de esas que oscilan a enormes velocidades.
Lo supe de
inmediato porque yo fui médico forense y tuve que asistir a innumerables
necropsias. Algunas veces había manipulado la sierra imaginándola gato
tembloroso a punto de escapar, olido el polvo caliente de los huesos.
Ahora estaban
apretando una sierra como aquellas contra mi pecho. No sabían que sólo corta en
lo firme; pero el terror de todas formas, la insoportable sensación de que me
masticaban la piel, de que en un rato, si erosionaba lo suficiente, podía
llegar al esternón y entonces sí, el baúl abierto llenándose de sangre, los
pulmones implotando, el corazón caballo en epilepsia.
Más horrible
aún no poder moverme, ni gritar; de seguro hubiera dado un grito terremótico
hasta borrarlos del mapa.
No eran
ataduras físicas, al menos no imaginaba cuerdas en las muñecas ni otra cosa que
el pecho, pecho y sensaciones de dos o tres sujetos empeñados en desmenuzarme.
Por qué no
usaban un cuchillo, por qué no me degollaban para después terminar su tarea
tranquilamente.
El sentido de
la visión no estuvo en mis cálculos, no había otro entorno que el pecho, oleaje
encasquillado, y el miedo como una hormona viva.
Pensé que
alguien llegaría en mi auxilio, quizás el equipo de levantamiento de pesas del
preuniversitario, Mejías, Brutau; o los vecinos de lucha libre, separados por
la calle 184, tan amigos.
Pero por
dónde iban a llegar a un sitio sin coordenadas, al magma sin contornos de mi
cerebro.
Hubo un
momento en que supuse la playita cercana al comedor de la escuela, las
muchachas de gimnasia moderna con sus bikinis de adivina lo que escondo. Si
lograba visualizarlas,
saber el nombre de cada nalgatorio, ya no sierra, no yo
abierto como una res de sombras.
Sin embargo
no había antes ni después. Siempre la hoja mordedura con sus tres mil
oscilaciones por segundo, un segundo interminable.
Sabía de
antemano que no iba a morirme. Iba a ser como la vez del naufragio en la laguna
de Asiento Viejo y el cocodrilo tragándome, o la otra de la caída al vacío, ciudad
tras ciudad incrustada en la pared de rocas y yo cayendo algodonoso, voceando
pájaros sin alas, ajeno a los arribas y los abajos.
Lo peor era
no morirse, porque de seguro estaba en el infierno, y cuáles atrocidades
tendría que pagar.
Y qué tal si
olvidaba la sierra humeante. Qué tal a caballo rumbo al río, al galope entre
los cañaverales aprovechando que nadie podía verme y correr con el chisme a mi
madre.
Lo intenté,
sin embargo el caballo estaba tieso con el bozal que yo mismo había olvidado
quitarle, asfixiado por culpa mía, y los buitres sacándole los ojos.
De repente
localicé mi cabeza e intenté zarandearla. Al inicio era una montaña, pero fui
dándole impulso a uno y otro lado, sintiéndome la boca abierta, el grito en el
gatillo. Me costaba mucho pero no cesaba en el intento y la inercia fue
acumulándose hasta que se disparó el alarido asolador, ráfaga continua, yo en
la cama bañado de sudor y mi mujer con el José, José, qué te pasa; vírate de
lado para que no sueñes.
Pastor Aguiar
Octubre 28-12
Gracias, mi querido amigo, por tu gentileza de publicar mis relatos. Los sueños me persiguen y me siento como en una vida paralela, pues veo cada detalle con una precisión matemática, como en el lado de la vigilia. Este fue agónico, estresante, una verdadera pesadilla. Abrazos.
ResponderEliminar