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sábado, 1 de octubre de 2016

DE LA CONCIENCIA (E INCONSCIENCIA) PRIMITIVA A LA ACTUAL,Y SU AFÁN DE TRASCENDER Y TRASCENDERSE.

    La naturaleza de la mente y de la conciencia (y lo inconsciente) sigue formando parte de estas reflexiones recogidas en la sección, Pensamiento, del blog Ancile. Ahora seguimos incidiendo sobre el tema bajo el título: De la conciencia (e inconsciencia) primitiva a la actual, y su afán de trascender y trascenderse.


De la conciencia (e inconsciencia) primitiva a la actual, y su afán de trascender y trascenderse, Francisco Acuyo
De Grete Stern




DE LA CONCIENCIA (E INCONSCIENCIA) PRIMITIVA A
 LA ACTUAL,Y SU AFÁN DE 
TRASCENDER Y TRASCENDERSE.





            



Muchas veces, bastantes más de las que nos gustaría reconocer, la capacidad de asombro ante la arrogancia de determinados comportamientos y aseveraciones que se presumen científicos, se diría que no encuentra parangón ni disposición ni aforo para agotarse, sobre todo para los más cautos observadores y atentos interesados en reconocer la naturaleza, estructura y dinamismo de determinados fenómenos y realidades que, como la psique (la mente) se reparten entre constataciones físicas (o biológico materiales) y sus manifestaciones espirituales (término que se requiere ya en desuso, en muchos casos por meros prejuicios ideológicos o de fatua suficiencia materialista o, simplemente, por mera ignorancia sobre lo que se debate). Parece que no hay por qué preocuparse por la naturaleza, dinámica e inmaterial estructura de nuestro pensamiento, ya que sus manifestaciones conscientes e inconscientes quedan reducidas a su manifestación material biológica, por cierto, hoy día detectada de manera tangible mediante la tecnología avanzada (por ejemplo, a través del escaneo o tomografía por emisión de positrones),[1] por lo que su realidad –sensoria- queda puesta en evidencia corpórea en virtud del flujo eléctrico supuestamente evidenciado en las áreas coloreadas en pantalla de ordenador, y correspondientes a determinadas sectores del cerebro que, según qué distintas actividades mentales se realicen, serán susceptibles de observarse en virtual movimiento. Así las cosas diríase que, si se activa esta o aquella área cerebral, podemos transcribir, entender y describir de corrido y sin dificultad alguna la realidad –material- no sólo rítmica[2] del poema, por lo que será tranquilamente desechable la componenda simbólica, conceptual, irracional, emocional, creativa… ya que no hay posibilidad existente de hacerla detectable para una medida siquiera virtual, esto, si hablamos de poesía; la fórmula, teorema o proposición o componente abstracto, si de matemáticas hablásemos, será desechable sino aparece en este o aquel reducto armonices mundi de color, dibujo o audaz abstracción de las formas, si no es medible por el artefacto digital, será sin duda inexistente, si avisamos del impulso creativo en la pintura; el acorde, la armonía, el ritmo, la impresión sentimental, conceptual, emocional… en cada nota, si no es visible en el arco de color informático, no es posible, si nos movemos en el ámbito impracticable de la música; y, por qué no, la materia misma del dolor, del amor, de la soledad, de la angustia y sus muchas y profundas razones -y sin razones- que tan singular y materialmente acompañan a todos aquellas manifestaciones del ¿espíritu, del alma, de la mente…? en las trajinadas y siempre tangibles y palpables existencias de los hombres, será totalmente rechazable si no hay medición y constatación física de la misma. 

De la conciencia (e inconsciencia) primitiva a la actual, y su afán de trascender y trascenderse, Francisco Acuyo
Esta disparatada sinécdoque que hemos propuesto no es ninguna exageración, se lo advertimos, y si bien hay algunos que consideran los límites para conocer, reconocer y entender la misma realidad de la naturaleza física (véase, por ejemplo, buena parte de los científicos y estudiosos de la mecánica cuántica) así como la de la propia psique humana, son preocupante mayoría aquellos que tienen el vivo y omnímodo convencimiento de que todo está escrito para siempre en la máquina neuronal y su extraordinaria trama eléctrico-química y, siempre predecible demás tornillería neurológica, por lo tanto, nada que advertir sobre la dinámica viva y orgánica de su funcionamiento, acaso porque es mucho más fácil hacer labor de forense y, sobre materia muerta, hacer los respectivos análisis y taxonomías; ahí no hay temor de cambios inesperados y de sorpresivas respuestas, pero, para entenderlo en su total complejidad ¿es lo mismo observar el tejido yerto que, en su vital dinamia y en su conjunto orgánico y complejo? Si esta visión de nuestro cuerpo es manifiestamente mejorable, ¿qué decir de una realidad posible sobre la disparatada, fantástica y quimérica idea del espíritu, del alma, de la psique, de la mente, fuera de los parámetros reduccionistas y netamente materialistas? Y es que no hay otra realidad que la de la materia, aunque en verdad no sepamos muy bien qué es aquella, cómo funciona, cuál su estructura y dinámica y que, diríase, aparece tan clara a los ojos del neurocientífico que constata que la percepción, digamos, musical, se hace sensorialmente manifiesta en esta o aquella área cerebral.

No sabemos, según esta aproximación estrechamente reduccionista, cómo describir, ordenar y entender lo arcaico mitológico -y simbólico-  (que ya el mismo Freud había reconocido y sobre el que Jung indagó con gran eficiencia y detenimiento) de lo inconsciente, al margen de las huellas fisioneurológicas grabadas por la evolución filogenética en nuestros cerebros, sobre todo cuando todo [3] y que, sin embargo, nos hablan de los secretos de psique (del alma) de manera tan inaudita como fiel a su propia naturaleza. Por todo esto, cuando el hombre impone la razón como vía única de entendimiento, cabe interrogarse (con el mismo Jung en su momento lo hiciera), si el rechazo a la interpretación de las imágenes –y símbolos- de lo profundo de la psique como factores decisivos en la configuración de nuestra entidad e identidad humanas, no será sino la suma de sus prejuicios y miopías.[4] Nos parece evidente que el drástico empobrecimiento del catálogo (impresionante de las imágenes antiguas) de los símbolos en nuestros días, coincide lamentablemente con la pobreza espiritual sita en nuestro espacio tiempo y que, a su vez, conviene y concurre con la alienación del individuo y de su decadencia creativa, sin contar con el crecimiento alarmante de trastornos psíquicos y manifestaciones múltiples de insatisfacción personal[5] que dejara su necesaria y triste impronta en la sociedad. Cabe preguntarse si la continua negación de vida más allá de la materia no ha llevado al espíritu a su latencia en lo inconsciente; lo sublime, lo subido, lo empíreo de la vida del espíritu, si este llega desde lo alto, ha acabado sumergido en las aguas palpables y reduccionistas de la ciencia,  pues todo es observado desde la vida de la razón consciente que cree ver lo inconsciente del espíritu como una mera excrecencia de su dependencia fisioneurológica (cerebral) y, por lo tanto, asido a ella y sin entidad ni autonomía propia. Se sueña con que no existe energía ni potencia que no dependa de aquel pulso racional, positivo y consciente que encuentra su sustento en la materia, y, nosotros creemos que mediante el autoengaño, crea la ilusión de que todo puede arreglarse y satisfacer por los medios propios, cosa a todas luces imposible, más aquella fuerza inconsciente espiritual ha de surgir más tarde o temprano en formas muy diversas:  desesperación, desamparo, debilidad y que, de no habérsele dado una adecuada respuesta –espiritual- a lo largo de los tiempos, es muy claro que la extinción humana sería un hecho desde hace siglos, por eso nos parece bastante claro que la aspiración a lo trascendente es capital no solo para la subsistencia de la especie, también para el conocimiento profundo de nosotros mismos.


De la conciencia (e inconsciencia) primitiva a la actual, y su afán de trascender y trascenderse, Francisco Acuyo

Hoy parece querer negarse aquel incuestionable que otrora fuera el hombre en busca de sentido, el caos, el nihilismo, la angustia vital o la respuesta a ellos mediante la anestesia de las ideologías, el consumo, o las drogas (físicas o sociológicas) de la más variada índole quieren negar aquella realidad de búsqueda innegable y que ha quedado reprimida en unos individuos adocenados en una sociedad sin más propósito que la búsqueda de la satisfacción inmediata y efímera, de espaldas a lo trascendente avalado por los símbolos, mitos y leyendas invocados desde la noche de los tiempos y que en modo alguno (ni agnósticos o ateos) pueden desembarazarse tan alegremente.

Entre las analogías empleadas por la neurociencia, quizá una de las favoritas sea, como decíamos en otras variadas ocasiones, la de comparar nuestra mente (creada y movida por el cerebro), con una máquina y, sobre todo, con la máquina moderna por antonomasia, el ordenador. Parece claro que el sustrato material (hardware) es el cerebro, mas ¿y el software, la componenda informática; dónde las instrucciones, el conjunto programático por el que ha de regirse en sus cálculos y especificaciones? ¿Son solo señales eléctrico-químicas que alteran nuestra conciencia o, es la conciencia la que altera y modifica el sustrato electroquímico haciéndolo que sea cómo es? El viejo dilema del huevo o la gallina en el origen del problema no parece de fácil resolución. De hecho el concepto mismo de información (base para cualquiera aproximación a dicha máquina increíble) no es de fácil identificación. De todo ello hablaremos en próximos post de este blog Ancile por su interesante y muy sugerente naturaleza y extenso y complejo ámbito de resolución y movimiento.



 Francisco Acuyo





[1] La tomografía por emisión de positrones (PET), tecnología propia de la medicina nuclear, es una técnica, dícese no invasiva para la investigación (y diagnóstico) que mide la actividad metabólica de nuestro cuerpo y que se basa en la reacción entre fotones y positrones mediante la introducción de un radiofármaco en la sangre.
[2] Acuyo, F.: Fundamentos de la proporción en lo diverso, Universidad de Granada, 2007 , Jizo ediciones, segunda edición aumentada y revisada, Granada, 2009. En estas publicaciones (tesis doctoral, en principio), se estudias las relaciones métrico estructurales del verso (y sus desvíos de la norma de la preceptiva) como muestra de la más intensa y mejor expresividad del verso, y por tanto de su relación muy estrecha  con los componentes emocionales, conceptuales y de intensidad con la realidad lingüística (gramatical) y la material rítmica del verso, de todo cual puede deducirse fácticamente la importancia del nexo métrico (rítmico) y su realidad material, pero su conexión con los factores innegables (abstractos, emocionales, ideales…) y no menos reales del verso y la totalidad del poema.
[3] Jung, C. G.: Arquetipos e inconsciente colectivo, Paidós, Barcelona, 2010, p. 15
[4] Ibidem: p. 25
[5] El sistema nervioso autónomo se establece como el centro mediante el cual poner orden a nuestras dolencias e insatisfacciones, sin preguntarse hasta qué punto no se ha modelado toda la fisiología –incluido este mismo sistema-  en virtud de factores no materiales como los influjos de las creencias, los mitos, las leyendas, las interpretaciones simbólicas, y, en fin, hasta qué punto no estamos inhibiendo su potencia y su necesidad vital.






De la conciencia (e inconsciencia) primitiva a la actual, y su afán de trascender y trascenderse, Francisco Acuyo
De Darius Kilmczak

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