EL CARÁCTER DE LA MARCA: EL GENIO
POÉTICO
(O EL ÁNGEL TRASPERSONAL PARA EL
MUNDO)
Cuántas veces, leyendo poetas clásicos
del mundo (ora identificados por un nombre y una trayectoria personal histórica
y biográficamente reconocible, ora aquellos anónimos poetas, anfitriones
siempre generosos con nosotros, huéspedes ansiosos de toda novedad imaginativa
sobre su vida e influencias y tránsito intelectual y espiritual…), intuía de su
potencia expresiva y genio creativo un nexo común, transpersonal, diría incluso,
no humano, cuyo ángel o duende[1]
interacciona con el mundo sensible del lector o amante verdadero de la poesía,
más allá de las cualidades individuales (egocéntricas, siempre condicionadas)
del que firmaba al pie del poema.
Más
allá de las relaciones patológicas –con sus perversiones y desviaciones
inauditas- que, también se dan, entre el genio y el supuesto dueño del mismo, y
que tantos oropeles, por otra parte, proporcionan en la actualidad a una
sociedad poco avisada en lo genuino del arte, de la ciencia, de la filosofía, me
interesaban los rasgos que habrían de marcar el carácter del genio dueño de
estos o aquellos versos excepcionales.
Sí, más allá de la percepción biográfica del genio detectaba rasgos que
le hacía común a otros genios, los cuales, en principio, se basaban en la
preocupación por la belleza; tenían perfectamente claro que su descuido era
desatender, postergar, nada menos que a la Diosa (siempre fértil, creativa) que
es la que facilita esa suerte de palingenesia[2]
que emparenta sus [3]. potencias creativas en un círculo de eterna recurrencia a la
que tendrán acceso los convenientemente avisados. Iniciático ritual necesario
para no desvirtuar su auténtica naturaleza, se precisa por parte del poeta y
del amante verdadero de la poesía (o lo que es lo mismo, lo genuino creativo que la caracteriza) que
participan de cada nueva encarnación (reencarnación), en espíritu sensible, me
refiero al que ama y entiende esta verdad profunda y única de la poesía, sí,
reitero nuevamente, un paso más allá de lo meramente literario. Por esto es tan
rara la manifestación del genio, porque participa de esta inaudita y
extraordinaria capacidad de la poesía cual es la creación y que se manifiesta en
la mágica verdad de que lo semejante busca a lo semejante
El
daimon[4]
platónico en estos genios parece reflejarse en la imagen peculiar de sus destinos,
imponiendo con rigor y fuerza incontenible su preconsciente sino, manifiesto
tantas veces en la inquietud, la insatisfacción o la impaciencia de su anhelo
que precisa con vehemencia la belleza manifiesta en la metafórica o poética expresión
parar realizarse y comunicar con el mundo.
Por
todo esto la poesía, pese a quien pese[5],
es la elevación de lo orgánico de nuestra vida para otear con amplia perspectiva
nuestra alma en el orden y lugar que ocupamos en la tierra, por lo que si,
tanto el poeta como el que ama la poesía, apartan su camino de la senda de este
daimon se condenan y sufren en el
exilio de sí mismos, este abandono es, en fin, la soledad del pecado y de su
caída solo superables en la contemplación –y despertar- en la imagen olvidada,
abandonada, que habita el corazón del exiliado.
Francisco Acuyo
[1] García
Lorca, Federico: Conferencias, Obras completas, Aguilar, Madrid, 1978.
[2] Palin y
génesis, lo nuevo creado
[3] Reconocible
en los principios de la magia simpatética, véase, Frazer, La rama dorada, Fondo
de Cultura Económica, México, 1990.
[4] Según el
cual el alma es quien elige su destino y un daimon que la vigila desde el
nacimiento para que se cumpla su destino
[5] Los
ineptos que quieren reducirla a un ejercicio de expresión literaria chabacano e
intelectualmente nulo y emocionalmente vacío en las convenciones de lo
sentimentalmente correcto, impuesto y, finalmente, aceptado
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