LA
PASIÓN DEL DOLOR Y LA BELLEZA
Si sentir la belleza es cosa
mejor que entender cómo […] la
sentimos,[1] esto
es poner en evidencia la realidad vital, orgánica y creativa de la misma, y que
el estudio de lo bello (si la belleza es, como adelantábamos, viva creación),
puede resultar esclerotizante, sino imposible, cualquier disección válida para
su descripción, aun en el ejercicio de su (necesario) análisis. No obstante, esta
diferencia inferible entre lo representado y lo sentido, nos habla de la
belleza como un valor, sin embargo,
muy singular. Y esto es así porque aun cuando aceptemos que el valor no forma
parte del mundo[2] (en
el caso de la belleza), dicho valor sí que tendría valor, a diferencia del argumento wittginsteniano, y es que estos
tipos valores son capaces de cambiar el mundo, y esto porque su potencia no es
solo orientativa de verdad, lo es sobre todo de vívida creatividad.
Al margen de los
argumentos cognitivos (y no cognitivos) y conativos que puedan desarrollarse en
el ámbito de la belleza, debatiéndose con la inversión spinoziana de que lo
deseado no se anhela porque es bueno, sino que es bueno porque es deseado, lo
bello no es un mero espejo que refleja lo que hay en el exterior, y es que la
vida (y la misma muerte) y todas sus consecuencias son las que marcan la
necesidad de indagación y de relación de lo vivido y del hallazgo de la belleza
en lo que de verdad se manifiesta en esa indagación vital del mundo que, al fin
y a la postre constituye nuestra existencia.
En cualquier
caso, el valor de la belleza, al llevarlo a la objetivación de un mero placer
(estético), se nos antoja insuficiente por incompleto en su razonamiento, se
colige fácilmente de lo anterior e inmediatamente expuesto: la belleza cambia y crea en el
mundo y al estar estrechamente vinculada al propio dinamismo vital, no sería
extraño que pudiera despertar aquel … je
l’ai trouvée amére // et je l’ai
injuriée[3], al
que se refería Rimbaud. La pasión de lo
hermoso (conseguido, que diría
Juan Ramón), no está exenta de dolor.
La disposición
estética, no sólo del artista, también del matemático, del científico… es un
condicionante extraordinariamente importante en aquellas entidades vivas con
voluntad consciente. Si, sin saber por qué[4]
somos capaces de reconocer figuras geométricas, simetrías en objetos y
espacios, armonías en determinados sonidos, proporciones majestuosas, estas llegan
a emocionarnos, elevarnos, inspirarnos creativamente, será porque nos hablan de
una potencia innata de nuestra consciencia y nos concita para su reconocimiento
y vivencia creativa.
Por todo esto es
natural reconocer que la belleza sea una presencia viviente o una ausencia
doliente[5].
Es un ámbito fascinante el de la naturaleza de lo bello y la propensión de
nuestra conciencia hacia su descubrimiento y el ejercicio de su creación. Esto
último debería apreciarse en lo que merece, sobre todo al albur de los estudios
sobre la conciencia y, además, sobre la incidencia de esta sobre la propia
realidad –física - del mundo[6].
La realidad del
dolor y el sufrimiento en el mundo es incuestionable. En cualquier caso
acontece, pareja a esta incontestable sustantividad del dolor, una suerte de
coherencia universal de la que se dice que es placentera en su percepción y
entendimiento, y que cala profundamente en todo aquello que concebimos que debe
ser verdadero[7], es
sin duda la belleza. Pero no nos parece en modo alguno que deba obviarse, en
virtud de ese ánimo sensorial y deleitoso que embarga la percepción y entendimiento
de lo bello, aquella otra faceta que, amparada en su virtud creativa, conlleva
no solo a la captación sensorial e inmanentemente bello, también a la intuición
de lo trascendente. De esto último seguiremos hablando en entradas próximas.
Francisco Acuyo
[1] Santayana, G.: El sentido
de la belleza, Tecnos, Madrid, 1999.
[2] Wittgenstein, L.: Tractatus Logico-Philosophicus, Alianza
editorial, Madrid, 1999.
[3] El hecho de encontrar
amarga la belleza, y de desear injuriarla.
[4] Ficino, M.: Il comento
sopra il Conuito di Platone…, Softcover, 2016.
[5] Santayana, G.: Cartas, pp-238-239.
[6] Véanse en este punto
algunas reflexiones recogidas en Ancile: La
poesía y los fantasmas de la materia: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/la-poesia-y-los-fantasmas-de-la-materia.html
, De la realidad: el átomo, la vida y la
conciencia: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/de-la-realidad-el-atomo-la-vida-y-la.html
; El sueño de la materia produce
monstruos: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/el-sueno-de-la-materia-produce-monstruos.html
[7] Acuyo, F.: Elogio de la decepción, y otras
aproximaciones a los fenómenos del dolor y la belleza, Jizo, Granada, 2013,
pp. 82
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