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viernes, 26 de mayo de 2017

LA PASIÓN DEL DOLOR Y LA BELLEZA

Traemos nuevo post para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, esta vez bajo el título de: La pasión del dolor y la belleza.


La pasión del dolor y la belleza, Francisco Acuyo




LA PASIÓN DEL DOLOR Y LA BELLEZA







Si sentir la belleza es cosa mejor que entender cómo […] la sentimos,[1] esto es poner en evidencia la realidad vital, orgánica y creativa de la misma, y que el estudio de lo bello (si la belleza es, como adelantábamos, viva creación), puede resultar esclerotizante, sino imposible, cualquier disección válida para su descripción, aun en el ejercicio de su (necesario) análisis. No obstante, esta diferencia inferible entre lo representado y lo sentido, nos habla de la belleza como un valor, sin embargo, muy singular. Y esto es así porque aun cuando aceptemos que el valor no forma parte del mundo[2] (en el caso de la belleza), dicho valor sí que tendría valor, a diferencia del argumento wittginsteniano, y es que estos tipos valores son capaces de cambiar el mundo, y esto porque su potencia no es solo orientativa de verdad, lo es sobre todo de vívida creatividad.

            Al margen de los argumentos cognitivos (y no cognitivos) y conativos que puedan desarrollarse en el ámbito de la belleza, debatiéndose con la inversión spinoziana de que lo deseado no se anhela porque es bueno, sino que es bueno porque es deseado, lo bello no es un mero espejo que refleja lo que hay en el exterior, y es que la vida (y la misma muerte) y todas sus consecuencias son las que marcan la necesidad de indagación y de relación de lo vivido y del hallazgo de la belleza en lo que de verdad se manifiesta en esa indagación vital del mundo que, al fin y a la postre constituye nuestra existencia.

La pasión del dolor y la belleza, Francisco Acuyo            En cualquier caso, el valor de la belleza, al llevarlo a la objetivación de un mero placer (estético), se nos antoja insuficiente por incompleto en su razonamiento, se colige fácilmente de lo anterior e inmediatamente  expuesto: la belleza cambia y crea en el mundo y al estar estrechamente vinculada al propio dinamismo vital, no sería extraño que pudiera despertar aquel … je l’ai trouvée amére // et je l’ai injuriée[3], al que se refería Rimbaud. La pasión de lo hermoso (conseguido, que diría Juan Ramón), no está exenta de dolor.

            La disposición estética, no sólo del artista, también del matemático, del científico… es un condicionante extraordinariamente importante en aquellas entidades vivas con voluntad consciente. Si, sin saber por qué[4] somos capaces de reconocer figuras geométricas, simetrías en objetos y espacios, armonías en determinados sonidos, proporciones majestuosas, estas llegan a emocionarnos, elevarnos, inspirarnos creativamente, será porque nos hablan de una potencia innata de nuestra consciencia y nos concita para su reconocimiento y vivencia creativa.

            Por todo esto es natural reconocer que la belleza sea una presencia viviente o una ausencia doliente[5]. Es un ámbito fascinante el de la naturaleza de lo bello y la propensión de nuestra conciencia hacia su descubrimiento y el ejercicio de su creación. Esto último debería apreciarse en lo que merece, sobre todo al albur de los estudios sobre la conciencia y, además, sobre la incidencia de esta sobre la propia realidad –física   - del mundo[6].

            La realidad del dolor y el sufrimiento en el mundo es incuestionable. En cualquier caso acontece, pareja a esta incontestable sustantividad del dolor, una suerte de coherencia universal de la que se dice que es placentera en su percepción y entendimiento, y que cala profundamente en todo aquello que concebimos que debe ser verdadero[7], es sin duda la belleza. Pero no nos parece en modo alguno que deba obviarse, en virtud de ese ánimo sensorial y deleitoso que embarga la percepción y entendimiento de lo bello, aquella otra faceta que, amparada en su virtud creativa, conlleva no solo a la captación sensorial e inmanentemente bello, también a la intuición de lo trascendente. De esto último seguiremos hablando en entradas próximas.



Francisco Acuyo







[1] Santayana, G.: El sentido de la belleza, Tecnos, Madrid, 1999.
[2] Wittgenstein, L.: Tractatus Logico-Philosophicus, Alianza editorial, Madrid, 1999.
[3] El hecho de encontrar amarga la belleza, y de desear injuriarla.
[4] Ficino, M.: Il comento sopra il Conuito di Platone…, Softcover, 2016.
[5] Santayana, G.: Cartas, pp-238-239.
[6] Véanse en este punto algunas reflexiones recogidas en Ancile: La poesía y los fantasmas de la materia: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/la-poesia-y-los-fantasmas-de-la-materia.html , De la realidad: el átomo, la vida y la conciencia: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/de-la-realidad-el-atomo-la-vida-y-la.html ; El sueño de la materia produce monstruos: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/el-sueno-de-la-materia-produce-monstruos.html
[7] Acuyo, F.: Elogio de la decepción, y otras aproximaciones a los fenómenos del dolor y la belleza, Jizo, Granada, 2013, pp. 82


La pasión del dolor y la belleza, Francisco Acuyo

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