_ Hay que regalar aquello que recibimos en abundancia. Yo poseo la oratoria, la palabra es mi sexo y mi vino para embriagar_ Decía a menudo.
Cada mañana Fronda, que tal era su nombre, era la primera en aparecer ante el mostrador de la tienda del moro.
_ ¿Qué tenemos para hoy, Fronda?
_ Un sábado como nunca se vio, luz de primera calidad, aire fino que se hace viento en los pulmones y anima la tos de los asmáticos y es pólvora para los estornudos. Para colmo, una codorniz acaba de poner un huevecillo alegre, no tenga dudas, moro. Además, el color de las hormigas no será distinto, a pesar de que los ojos envejezcan: Esa es otra noticia, amigo mío, nos hacemos viejos y este será un sábado menos. Ya te lo anunciaré mañana; mientras prepárame el café de la buena suerte, el que me enamore la lengua.
_ ¿Dulce, o amargo?
_ ¿Cuándo te lo he pedido amargo? La amargura pertenece a quienes callan, lo sabes bien.
_ Es la costumbre de preguntar. Sé que te gusta almibarado, mermelada de café. ¿Qué número jugamos hoy?
_ Juégale un peso a la jicotea, pues anoche soñé con avalanchas de jicoteas a paso de conga arrollando en unos carnavales que ni te cuento.
_ ¿Seguro?
_ No del todo, la suerte sigue siendo loca; pero mi predicción te reduce el margen de error a uno en cincuenta. Por otro lado, hoy se inaugura un planeta en el sistema solar, acabo de bautizarlo con tu
nombre, Yire.
_ Eso sí es tremendo. ¿Cómo lo veré?
_ A no ser que tengas un telescopio, puedes imaginarlo como una enorme bola azul y verde retozando entre el resto de los planetas, el muy jodedor.
_ Mira que yo soy más tranquilo que estate quieto, Fronda.
_ Esa es la mejor parte, porque precisamente el Yire estelar es tu faceta reprimida, ¿qué te parece?
_ Mi lado oscuro, supongo.
_ O el más iluminado, hombre, cómo vas a saber lo que no has experimentado de tu carácter. Tendrías que soltar las amarras, izar las velas del esqueleto y liberar la boca, que no la tienes solo para comer y regatear precios.
En aquel momento llegaba Ceferino el bizco.
_ ¿Algún chisme, Fronda?
_ No me insultes, energúmeno. ¿Acaso crees que voy a dejarme tentar por tus provocaciones? Si Atanasio le pega los cuernos a Engracia con su propia prima Pisabonito, si el mayor de los Portieles raptó a su novia anoche salvándose de milagro de los tiros del suegro, no lo sabrás nunca, porque no me dedico a esas naderías. Yo voy a lo profundo, a reparar brechas del entendimiento.
_ Gracias por no decírmelo. No te guardaré rencor. Moro, sírvele un ron doble, que yo pago.
_ Así hablan los hombres discretos y sesudos. A la salud de ustedes lo beberé si me lo dan triple.
Tales eran las mañanas de Fronda. Cuando salía de lo del moro se iba directamente a la arboleda de la finca de sus padres para echarle un discurso encendido a cada árbol, a cada ave, o animal de pelos, hasta que la noche la sorprendía de vuelta a su rancho junto al callejón hondo.
Un amanecer de octubre llegó la noticia del ciclón Tinguaro, que en menos de veinticuatro horas los iba a partir por el centro. La radio aseguraba que los vientos eran demoledores, y aconsejaba la evacuación inmediata. Fronda llegó al mostrador del moro más temprano.
_ Supongo que te habrás preparado.
_ Yo siempre estoy lista para lo que venga, moro. Tú puedes ponerte en remojo, pues no quedará ni estaca en pared. Tinguaro hará historia, te lo aseguro.
_ Ya la gente se lo llevó todo desde ayer tarde; solo me queda sal, un poco de café y una botella de ron que te tengo ahí, por si te embullas.
_ Eres adivino, hombre de buen juicio. Tráemela con par de vasos, porque no me vas a dejar la tarea para mí sola.
_ ¿Te irás para lo de tus primos en San Lorenzo?
_ No, moro, yo no me escabullo de nada que la madre naturaleza me envíe. Ese ciclón viene a conversar conmigo, y tengo mucho que decirle.
_ No tienes que confesarte ahora, pero ten en cuenta que ese animal desbocado no es como las palomas.
_ Entre más fiero más me excita. Déjalo en mis manos. Tú puedes irte al planeta que te descubrí.
_ Si hallara la forma, da por seguro que lo haría.
_ Muy sencillo, moro, acuéstate después de esta botella y suéñalo.
_ Ojalá tuviera tu seguridad, mujer.
El día fue pasando con Fronda en su habitual rutina, aunque al atardecer se fue a la laguna cercana para hablarle a las aguas con sus peces.
_ Agua poderosa que se beberá Tinguaro, no te aflojes, llévate a los peces que te habitan, que al final serán depositados contigo al otro lado de las colinas, para que seas mar y te des gusto inmenso y amamantes ballenas y tiburones, ¿imaginas?
El agua pareció entenderla, porque se animó de golpe desde el fondo.
A la mañana siguiente llegó el huracán rodando techos, calderos, bueyes desnucados, que traía desde los bateyes próximos. El viento lamía las tablas, silbaba entre ellas con solos de trompeta y al rato las desclavaba para su colección. Las techumbres eran como papalotes sin cuerdas de sujeción.
Fronda terminó de tomarse el último buche de una botella que el moro le había regalado en su cumpleaños. Estaba completamente desnuda, bailando a más no poder, cantando todas las canciones que recordaba. Y le habló a la tormenta.
_ Tinguaro de mi corazón, ámame como nunca has amado, abrázame con tus poderosos brazos y cuéntame tus secretos eróticos, pues soy tuya de pies a cabeza.
Diciendo así abrió las piernas mostrando su sexo virgen y comenzó a dar saltos, hasta que una racha feroz la fue elevando sobre la arboleda. Los gritos de Fronda eran de júbilo, creo yo, porque nadie los escuchaba, ni nadie supo de ella nunca más.
Pastor
Aguiar
Muchas gracias, querido amigo, por el honor que me regalas publicando acá este cuento. De cierto modo me divertí escribiéndolo. Los huracanes son como organismos vivos de inmenso poder. Uno se siente minúsculo ante tal inmensidad y poder. Quizá sea bueno para domesticar el ego observar lo tremenda que es la Naturaleza cuando despliega su poderío. Un abrazo agradecido.
ResponderEliminar