Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos la nueva entrada que lleva por título: La triple supuesta inferioridad de la mujer, por el profesor Tomás Moreno, siguiendo con la temática de la misoginia.
LA TRIPLE (SUPUESTA)
INFERIORIDAD
DE LA MUJER EN EL MUNDO OCCIDENTAL
Las mujeres han sido
sistemáticamente consideradas y calificadas como seres inferiores por naturaleza. Desde un triple ángulo
–bio/fisiológico, intelectual y moral- la tradición misógina ha tratado, pues,
de justificar y sancionar una supuesta triple
inferioridad de la mujer de la que va a
derivarse una serie de interdictos y prohibiciones para la mujer y de
exclusiones o expropiaciones de las mujeres verdaderamente humillantes y
escarnecedoras de su dignidad como seres humanos que a continuación vamos a
desarrollar. Analizaremos, en primer lugar, la denominada inferioridad
bio-fisiológica, para continuar seguidamente con las otras dos, la intelectual
y la moral.
1. INFERIORIDAD BIO-FISIOLÓGICA
Como nos recuerda Rosalía Romero en un esclarecedor ensayo,
Aristóteles explicaba y legitimaba el orden social jerárquico por analogía con
el mundo natural: “De este modo la conducta de la mujer era ordenada y definida
por analogía con las hembras animales. Así, la mujer es más blanda, más débil,
más pequeña, menos musculosa, de cerebro más pequeño
, menos agresiva y tiene
menos capacidad para defenderse y menos calor en el cuerpo, lo que
significa que la vive menos que el hombre “y, en general, la hembra tiene menos iniciativa que el macho y es
de menos alimento” (HA 608 b 9-13) [1]. La debilidad femenina
era un dato indiscutible y evidente de su cuerpo y de su conformación psíquica
y emocional.
La razón de que
en la antigüedad se prohibiera a las mujeres y a los niños beber vino –nos
recuerda García Estébanez- era precisamente su debilidad física y esa blandura
de su cuerpo y de su cerebro (entendimiento), el cual, siendo ya blando de por
sí, se ablanda aún más por efecto del vino, haciendo que la mujer pierda el
control de sí misma. Por lo contrario - y a propósito de los diálogos
filosóficos que tenían lugar tras la comida-, Platón recomienda a los varones
ya mayores que beban vino, pues a causa de los años tienen el alma seca y dura,
y es necesario reblandecerla un poco, tanto para que se suelten las ideas y la
lengua como para que se fijen en ella los conceptos y los buenos propósitos (Leyes 2, 666b-c)[2].
1.1. La misoginia
aristotélica y su legado en el medievo
En Aristóteles son,
pues, numerosísimos los textos[3]
que intentan justificar esta conceptualización diferenciada de la mujer
respecto al hombre mediante consideraciones de orden fisiológico. En ellas
resalta sus deficiencias: su cuerpo es cóncavo y frío, su embrión se forma a la
izquierda del útero, su semen es débil: leche y menstruación forman un peculiar
sistema hidráulico con diversas aperturas[4]. Incluso cuando la argumentación, que él siempre
conduce según el criterio cuantitativo del más y del menos, podría ser
favorable a la mujer, como en el caso de los senos, que evidentemente son más
gruesos en la mujer, Aristóteles encuentra el modo de demostrar la superioridad
masculina. En este caso hace intervenir el criterio de la firmeza y la
musculatura de los tejidos, para que, también aquí, la mujer resulte inferior
al varón.
Como
podemos fácilmente inferir de todo ello, la demostración de la inferioridad constitutivo-natural
de la mujer es, en Aristóteles, sistemática y atraviesa de un extremo a otro el
“corpus” de su saber y se manifiesta
en todos los planos de su ser femenino: la define siempre en términos de alguna
imperfección, insuficiencia, carencia o privación. Aristóteles llama, en
consecuencia, a la mujer arren
peperomenon, varón truncado o mutilado (De animalium generatione 2, 3). Así pues, del examen de esas diferencias
biológicas entre los sexos, el Estagirita encuentra que pueden asociárseles
diferentes rasgos caracteriológicos a mujeres y a hombres. Es decir, se les
puede atribuir diferentes naturalezas
por razón del sexo.
Santo
Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, también define a la mujer a través de
una deficiencia, como “varón truncado” o “fallido” (mas occasionatus), calificando su naturaleza como la de “un ser defectuoso o incompleto”, que no responde
–asegura en su lenguaje más filosófico y abstracto- “a la primera intención de
la naturaleza” que apunta a la perfección (al varón), sino “a la intención
secundaria de la naturaleza, como putrefacción, malformación y debilidad de la
edad” (Sum.Theo. Suppl. q. 52 art.1
ad 2)[5].
Siguiendo, así, el axioma aristotélico de que “todo principio activo produce
algo semejante a él”, Tomás de Aquino afirma que en pura lógica natural siempre
deberían nacer varones. Sin embargo, mediante circunstancias desfavorables,
nacen mujeres, que son varones fallidos o truncados[6]. Esto significa para Tomás de Aquino “algo que no
ha sido querido en sí, sino que dimana de un defecto” (In II sent. 20, 2, 1, 1)[7].
La negación y estigmatización del cuerpo femenino (en toda su
extensión, y también parcialmente: sus cabellos, su rostro, su voz, sus órganos
sexuales, su sangre y otros fluidos corporales etc.), por parte de teólogos y médicos
renacentistas, fue constante: “Al cuerpo de la mujer, sustraído al encanto y a
un acercamiento natural, se le atribuyeron funciones y destinos impropios o
excesivos. Y, por lo tanto, se convirtió en lugar de violencia, de curiosidad
morbosa y de negación hipócrita. La historia de la histeria femenina, del
sadismo misógino, e incluso la de las desviaciones sexuales masculinas, tiene
su mejor fuente en la compleja cultura de la inferioridad fisiológica de la
mujer”[8]. Con la Contrarreforma, el prejuicio acerca de la múltiple inferioridad
femenina, fisiológica, biológica y sexual, creció desmesuradamente. (Cont.)
TOMÁS MORENO
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[1] Rosalía
Romero, “Historia de las filósofas, historia de su exclusión (siglos XV-XX”,
en Alicia H. Puleo (Ed.) El reto de la igualdad de género. Nuevas perspectivas en Ética y
Filosofía Política, Biblioteca Nueva, Madrid, 2008, p. 305.
[3] La
edición clásica de las obras conservadas de Aristóteles es la publicada por la
Real Academia Prusiana con el título de “Aristotelis Opera”, en 5 volúmenes,
entre 1831 y 1870. A esta edición se remiten todas las citas que desde entonces
se hacen de Aristóteles. Las ediciones más accesibles en castellano de estas
obras son La reproducción de los animales,
Gredos, Madrid, 1994; Historia de los
animales, Akal, 1990; Partes de los
animales, Gredos, Madrid, 2000. La mejor traducción española de la otra
gran obra biológica de Aristóteles es la de Tomás Calvo, Aristóteles: Acerca del Alma, Ed. Gredos (Madrid, 1978).
[4] Una
deficiencia más: para los ginecólogos del siglo V la mujer sufre de un mal
“histérico” que le es connatural junto con el útero, y cuya única terapia son
el falo y el parto.
[5] Santo
Tomas de Aquino, Suma Teológica, texto
latino, traducción y anotaciones por una Comisión de PP. Dominicos presidida
por Fr. Francisco Barbado Viejo OP.,
edición bilingüe, 17 vols.,
Biblioteca de Autores
Cristianos (BAC), Madrid, 1947 y ss. En adelante citamos con las iniciales
latinas de la obra Sum. Theo,
seguidas por la parte Prima (I), Secunda de la misma (Prima Secundae o Secunda
Secundae), Tertia y Suplementun, más
números de quaestio y de artículus.
[6]
Uta Ranke-Heinemann en su tratado Eunucos
por el reino de los cielos. Iglesia católica y sexualidad, tr. Víctor Abelardo
Martínez de Lapera, Trotta, Madrid, 1994,
señala que Alberto Magno –inspirándose en el gran pensador griego del
Liceo- escribe que occasio significa
un defecto que no se corresponde con la intención de su naturaleza (De animal, 1, 250) y Tomás de Aquino traduce esa expresión con mas occasionatus, un macho imperfecto,
deficiente, ella es “un varón fallido”, frustrado o incompleto, un “varón
defectuoso” Según D. Jacquart y C. Thomasset occasionatus puede significar también “imprevisible en sus causas”,
es decir, “irracional” o “que se aleja del orden normal de la naturaleza” (Sexualidad y saber médico en la Edad Media,
Labor Universitaria, Barcelona, 1989).
[7]Santo Tomás
de Aquino, Scriptum in IV L, Sententiarum
magistri P. Lombardi,
Mandonnet-Moos, 1929.
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