Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos el post titulado, El virus misógino inficciona las ciencias antropológicas y sociales, de nuestro admirado y querido colaborador el filósofo Tomás Moreno.
EL VIRUS MISÓGINO
INFICIONA
LAS CIENCIAS ANTROPOLÓGICAS Y SOCIALES
Desde el ámbito de la antropología
y las ciencias sociales, continuaron asimismo el acoso a la mujer. Gustav Le
Bon (1841-1931), principal seguidor
misógino de la escuela de Broca, profesor de cirugía clínica en la facultad de
medicina de París, y uno de los fundadores de la psicología social, autor de un
famoso estudio sobre el comportamiento de las masas[1]
publicará en 1879 un estudio que habría
de ser uno de los más virulentos ataques contra las mujeres de toda la
literatura científica moderna (y había que esforzarse bastante para superar lo
escrito al respecto por Aristóteles). Sostenía que la inteligencia de la mujer
se acercaba a la del niño y a la del salvaje más que a la del hombre adulto y
civilizado, aunque hubiese algunas excepciones extremadamente raras o
excepcionales:
En las
razas más inteligentes, como sucede entre los parisinos, hay gran cantidad de
mujeres cuyo cerebro presenta un tamaño más parecido al del gorila que al del
hombre, [que está] más desarrollado. Esta inferioridad es tan obvia que nadie
puede dudar ni un momento de ella; sólo tiene sentido discutir el grado de la
misma. Todos los psicólogos que han estudiado la inteligencia de la mujer, así
como los poetas y novelistas, reconocen hoy que [la mujer] representa la forma
más baja de la evolución humana, y que está más cerca del niño y del salvaje
que del hombre adulto y civilizado. Se destaca por su veleidad, inconstancia,
carencia de ideas y de lógica, así como por su incapacidad para razonar. Sin
duda, hay algunas mujeres destacadas, muy superiores al hombre medio, pero son
tan excepcionales como la aparición de cualquier monstruosidad, como un gorila
con dos cabeza, por ejemplo; por tanto, podemos dejarlas totalmente de lado (“Recherches
anatomiques et mathématiques sur les lois des variations du volumen du cerveau
et sur leurs relations avec l’intelligence”, 1979)[2].
La labor de positivación
del conocimiento sobre la naturaleza femenina y el abandono de la visión
romántica e idealizada de la mujer fue secundada también por Max Nordau
(1849-1923), intelectual izquierdista austro-húngaro, cuya obra “Las mentiras
convencionales de la civilización” (1883), de gran impacto en los medios culturales
progresistas de la época, denunciaba el feminismo entre “los males de la
civilización”, juntamente con la Iglesia, el matrimonio y la monogamia, las
desigualdades sociales, la monarquía y el poder estatal. Hizo hincapié en la
necesidad de “poner fin a la idea de mujer como misterio incognoscible” y
convertir a las mujeres en materia de investigación científica; lo cual tuvo un
gran impacto en los teóricos de la inferioridad de la mujer[3].
Lévy-Bruhl (1857-1936), el gran antropólogo, asignaba a la “mentalidad
pre-lógica de los primitivos” una fuerte tendencia al misticismo con un
predominio absoluto de la emotividad, precisamente las mismas características
que habitualmente se endosaban a la feminidad[4].
También el sociólogo Ferdinand Tönnies (1855-1936) hacía equivalentes la mentalidad femenina y la infantil y en su
célebre obra Comunidad y Sociedad
(1887) afirmaba que la credulidad supersticiosa era uno de los elementos
constitutivos del espíritu femenino, oponiendo así la dualidad mujer-creyente y
hombre-escéptico.
Un
prejuicio tan antiguo como el que hemos analizamos no se derroca fácilmente. Hemos
constatado cómo cuando se inició la época moderna y las mujeres
empiezan a luchar para vencer su ignorancia y reivindicar sus derechos al
cultivo de su intelecto y a la educación superior, los hombres esgrimieron estadísticas
e investigaciones (seudo)científicas -la antropometría, la craneoscopia- para
probar que el sexo femenino era inferior a ellos. El antifeminismo
seudocientífico revivió, en efecto, con una ráfaga de nuevas “razones” y
observaciones: las mujeres tenían “un cerebro pequeño” y no de “carne” como el
de los hombres; la educación deshidrataba sus tripas y el pensar las enloquecía;
las mujeres tenían úteros errantes,
una capacidad craneal inferior y una composición de “los elementos más débil”;
adolecían de emocionalidad y de arrebatos pasionales incontrolables, eran más
cercanas a la naturaleza, irracionales, imprevisibles e infantiles.
Por su parte, los
ideólogos políticos no les fueron a la zaga a los científicos en su desprecio
de la inteligencia femenina. Pierre-Joseph Proudhon es paradigmático al
respecto por su furibundo antifeminismo expuesto en su famoso ensayo La Pornocracia o las mujeres en los tiempos
modernos[5].
Cuando “sale de su sexo” -aseveraba con escarnio- la mujer “es una gallina que
canta como un gallo […]; cuando quiere emular al hombre no es más que un mono”,
para concluir que “la mujer es un bello animal, pero un animal”. Para el ideólogo
del anarquismo, no sólo es que el cerebro de la mujer pesara menos que el del
varón, sino que “no hay más ideas en la cabeza de una mujer que semillas en su
sangre”. Si la belleza es un rasgo esencial femenino, argumentaba el ideólogo
francés, la fuerza y la inteligencia son atributos exclusivos de los hombres. Por
ser simple “receptividad”, la mujer carece de la “facultad generadora de la
mente”. Y, adelantándose a Weininger, se atreverá a decir que el hombre puede ser genial, pero que la mujer siempre es genital[6].
Y, como prueba de la inferioridad intelectual de las mujeres y su creatividad
insuficiente, aducirá la diferencia existente entre el número de patentes
registradas por los hombres (sesenta mil inventos desde 1791 hasta el momento
de redactar su libro) frente a una media docena registrados por ellas y para artículos de moda. (Cont.).
TOMÁS MORENO
[1] Autor de La
psycologie des foules (1895). Para los primeros psicólogos de masas –Le
Bon, G. Tarde-, según la cual las muchedumbres pertenecían al género femenino.
Las asocian en todos los casos a los atributos comportamentales “propios” del
sexo femenino, y especialmente, al hecho de que “su pasividad, su sumisión
tradicional… las predisponen a la devoción”.
[2] Revue
d’Antropologie, 2ª serie, vol. 2., 1879, pp. 60-61. Citado en Stephen Jay
Gould, La falsa medida del hombre,
op. cit, p. 97.
[3] Max Nordau, Psicofisiología
del genio y del talento, Edit. Salmerón, Madrid, 1910, pp. 36-38, citado en
Nerea Aresti, Médicos, Donjuanes y
Mujeres Modernas. Los ideales de feminidad y masculinidad en el primer tercio
del siglo XX, Universidad del País Vasco, 2001, p. 53.
[4] L. Lévy-Bruhl, Carnets,
PUF, París, 1949.
[5]
P. J. Proudhon, La
Pornocratie, ou les femmes dans les temps modernes, op. cit. En esta obra, se refiere a la
“Pornocratie” como la peor de las tiranías, un régimen al que conducen
fatalmente las mujeres que quieren emanciparse, y son por ello
“sistemáticamente asimiladas a prostitutas porque rechazan la ‘prepotencia
marital’, fuera de la cual sólo hay vergüenza y desenfreno”.
[6] P. J. Proudhon, De
la Justice, op. cit. p. 201 y ss.
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