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jueves, 10 de mayo de 2018

EL IDEALISMO ALEMAN Y LA MORAL DE LAS MUJERES (FICHTE Y HEGEL)


Abundando sobre la misoginia, traemos una nueva entrada para la sección, Microensayos, del blog Ancile, del profesor y filósofo Tomás Moreno, que lleva por título, El idealismo aleman y la moral de las mujeres (Fichte y Hegel).


El idealismo aleman y la moral de las mujeres (Fichte y Hegel). Tomás Moreno



EL IDEALISMO ALEMAN 

Y LA MORAL DE LAS MUJERES (FICHTE Y HEGEL)




El idealismo aleman y la moral de las mujeres (Fichte y Hegel). Tomás Moreno


Los idealistas alemanes, con Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) a la cabeza, suscribirán las directrices que ilustrados, románticos y revolucionarios franceses pensaron para las mujeres. Expulsadas de la ciudadanía y desterradas de la vida pública, sólo encontrarán su lugar propio natural en el oikos: el matrimonio y la familia bajo la tutela del padre o del marido. Tanto en su Fundamento del Derecho Natural (1796) como en su Sistema de teoría moral (1798), por sólo citar sus textos más claros al respecto, atribuye a los diversos sexos humanos ámbitos y actitudes diferentes de vida y conducta y sostiene el clásico reparto de roles/papeles entre los sexos: lo público y la actividad, para el varón; lo privado y la pasividad, para la mujer. Para Fichte el varón tiene la primacía racional[1].
El idealismo aleman y la moral de las mujeres (Fichte y Hegel). Tomás Moreno            En efecto, en la medida en que el impulso sexual masculino se hace por medio de la actividad, concuerda con la razón. Pero en el caso de la satisfacción del impulso femenino su obtención no puede ser absolutamente inactiva, pues en tal caso la mujer se comportaría como simple objeto de uso, pasivo e irracional. La disposición natural que rige este impulso sexual femenino debe estar dirigido u orientado a satisfacer a otro, debe ser un impulso de entregarse a otro, el varón, mediante el amor -una especie de “pasividad activa”, que no anula la racionalidad que posee la mujer-, un impulso en el que se produce la “unificación originaria de la naturaleza y de la razón” (J. G. Fichte,  Sistema de teoría moral)[2]. Por el amor –no por mero placer sexual e irracional- la mujer se da al varón y “su existencia se pierde en la de éste” (J. G. Fichte,  Ibid)[3].
            En el matrimonio, ese amor femenino se realiza jurídicamente, bajo la regulación del Estado. La mujer –comenta Juan Cruz- se somete ilimitadamente a la voluntad del marido por un motivo moral –y no meramente jurídico-, por amor de su propia dignidad. “En virtud de esta sumisión, la mujer ya no se pertenece a sí misma sino a su marido. Al casarse la mujer abandona su personalidad y transmite a su marido la propiedad de todos sus bienes y los derechos que le corresponden en exclusividad dentro del Estado. En el matrimonio, la mujer expresa libremente su voluntad de ser anulada ante el Estado por amor al marido (Ibid.)”. Al renunciar la mujer a su persona jurídica, el marido se convierte en su tutor legítimo y vive, en todos sus aspectos, la vida pública (öffentliches Leben) de su mujer, “y ella conserva exclusivamente una vida privada” (häusliches Leben).
El idealismo aleman y la moral de las mujeres (Fichte y Hegel). Tomás Moreno            Sometida la mujer casada por su propio deseo al marido en todos los aspectos de su vida, su moralidad deja de ser autónoma, al haber renunciado por amor a todo su ser y cedido a su marido por su propio deseo incluso todos sus derechos, el cual condiciona así su libertad y su moralidad. “El marido se hace garante de la mujer ante el Estado; se convierte en su tutor legítimo; él vive, en todos los aspectos, la vida de su mujer; y ella conserva únicamente una vida privada”. Únicamente una mujer soltera no sometida a ningún marido puede ejercer por sí misma los mismos derechos civiles que los varones, a excepción de ejercer un oficio público (como funcionaria del Estado), ni siquiera si prometiera no casarse nunca, ya que tal promesa no podría razonablemente hacerla ninguna mujer, sería algo impensable: ya que toda mujer está “destinada a amar y el amor no depende de su libre voluntad”[4].
            Para Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), la mujer sólo posee en la familia su determinación sustancial y en la piedad tiene su íntima disposición ética. Por eso en una de sus exposiciones más sublimes –la Antígona de Sófocles- la piedad ha sido expuesta fundamentalmente como la ley de la mujer. En efecto, el juicio de Hegel sobre la figura de Antígona –la mujer que muere por dar sepultura a su fallecido hermano, Polinices, expuesto por el rey Creonte a los animales carroñeros- es extremadamente positivo y con el expresa Hegel las líneas generales de su concepto de familia: “El interés de la familia es el pathos de la mujer, Antígona. El bienestar de la comunidad es el pathos de Creonte, el hombre” (Hegel Aesth. II 53). Juan Cruz contrapone magistralmente, por ello, los elementos éticos que se dan en la familia y que encarnan cada uno de los protagonistas principales de la tragedia: “varón-mujer, ciudad-casa, poder-piedad, Ley humana-Ley divina, fuerza-ternura, claridad-misterio, ciencia-intuición, mediación-inmediatez, trabajo-sosiego, pensar-vivir”[5].
            A ella le corresponde -como comenta Celia Amorós- el ámbito de la Sittlichkeit, de todo ese conjunto de costumbres que constituyen el bagaje normativo irreflexivo, no tematizado ni argumentado, de un pueblo. Antígona está adscrita, como diría Lévi-Strauss, a aquellas reglas de la tribu que no se discuten; es más, que no se deben discutir. Como lo dirían nuestros multiculturalistas, son el patrimonio constitutivo de la “identidad cultural”. “El precio de asignar a las mujeres el deber de la identidad, mientras los varones se reservan el derecho a la subjetividad. Las mujeres han de viajar con la marca de sus lugares simbólicos como si fuera la prolongación de su propia piel… A los individuos, varones, se les reconoce el derecho de desmarcarse de la Sittlichkeit  como cemento normativo del grupo”. Las mujeres, como afirma Michèle le Doeuff, tienen ‘sobrecarga de identidad’. Nunca pueden ser individuos[6]. (Cont.).

TOMÁS MORENO


[1] Juan Cruz Cruz, Sentido del curso histórico. De lo privado a lo público en la historiografía dialéctica, Pamplona, Eunsa, 1989,  p. 207. Hemos seguido, resumiéndolas, sus atinadas reflexiones al respecto, así como las citas incluidas en este apartado de los idealistas alemanes, Fichte y Hegel (pp. 206-224 passim).
[2] Citado en Juan Cruz, Sentido del curso histórico, op. cit., p. 208.
[3] Ibid., p. 209.
[4] Ibid, p. 211.
[5] Ibid, p. 217.
[6] Celia Amorós, “El Legado de la Ilustración”: De las iguales a las idénticas”, en Alicia H. Puleo (Ed.) El reto de la igualdad de género, op. cit, p.54.





El idealismo aleman y la moral de las mujeres (Fichte y Hegel). Tomás Moreno

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