Para la sección, Microensayos del blog Ancile, traemos una nueva entrada del profesor Tomás Moreno, esta vez con la denuncia de la exclusión histórica de la mujer en el ámbito de la palabra. Lleva por título esta nueva entrada: Las mujeres excluidas de la palabra.
LAS MUJERES EXCLUIDAS DE LA PALABRA
Su exclusión de la educación, del
saber y del conocimiento comportó para las mujeres, lógicamente, la pérdida
de la palabra, su condena al silencio y a la preterición social, así
como la ignorancia y la infantilización de
por vida, llegando incluso a ser ridiculizadas, con el apelativo de preciosas ridículas, o de mujeres sabias, cuando reivindicaban su
derecho a utilizarla como los hombres varones. En efecto,
durante milenios la mujer se ha visto privada de la palabra, lo más propio del
ser humano, si atendemos a la clásica definición del hombre de Aristóteles “animal que tiene logos” (zoon logon ejon), porque, en efecto, la
palabra (logos) es exclusivamente
humana, es lo que nos diferencia de los restantes animales. En este sentido,
nos recuerda María Ángeles Durán,
cómo en la Política, Aristóteles
ponía la palabra en los fundamentos mismos de la ciudad (polis), porque como nos enseñaba el filósofo “la palabra es para
manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, el sentido del
bien y del mal” [1].
La
palabra –añadía la socióloga española, en su comentario al texto del
Estagirita-, permite la ciudad, porque sin ella no podría expresarse la
Justicia, que es el orden de la comunidad civil. Por
eso, cuando Aristóteles
dice que el esclavo carece en absoluto de
facultad deliberativa y que la hembra
la tiene, pero desprovista de autoridad, “está privando a ambos del acceso
a la palabra; a los esclavos, plenamente; a las mujeres, de modo parcial,
porque ¿de qué sirve deliberar sobre lo justo e injusto, lo conveniente y
dañosos, si luego ha de guardarse silencio sobre las conclusiones?”. Y continúa
nuestra ilustre profesora: “Desafortunadamente, el robo de la palabra ha
caracterizado la vida de las mujeres durante siglos, tal vez milenios. Ante la
ausencia de la palabra pública, la voz se aniña y enreda en expresiones
inmediatas. Reclama Aristóteles para las mujeres ‘el ornato del silencio’. El
silencio del discernimiento sobre el bien y el mal, sobre la organización de la
justicia, sobre los asuntos de Dios y de los hombres”[2].
En efecto, la prescripción del silencio femenino en las diferentes
culturas es algo conocido por todos: la Antropología cultural nos ha informado suficientemente del interdicto
contra el uso público de la palabra por parte de las mujeres en la mayoría de
las culturas conocidas. En el propio rostro, la mujer escondía una de sus armas
más potentes y traicioneras: la lengua. Un proverbio que se encuentra en muchas
lenguas sugiere tímidamente que “la única
esposa buena es la que calla”, y entre los griegos de Asia Menor, por
ejemplo, durante muchos siglos se creyó que si una mujer “tenía lengua” frustraba sus posibilidades de encontrar marido.
Entre las tribus de Mongolia, estuvo prohibido durante más de mil años que las
mujeres pronunciaran una extensa gama de palabras que sólo los hombres estaban
autorizados a utilizar. Un poco más hacia el oeste, bajo el dominio del Islam,
el peor vicio que una esposa podía tener era el de “shaddaka”, “hablar mucho”. Pero el silencio de la mujer como condición previa de su sometimiento no
sólo se reducía al Próximo Oriente y al Oriente Medio. En las enseñanzas
japonesas de la religión Shinto, la mujer fue la primera en hablar en los
albores del mundo y como resultado, el hijo que tuvo fue un monstruo. El primer
hombre, su compañero, entendió esto como un mensaje de los dioses, según el
cual los hombres eran los que debían hablar y así ha sido desde entonces.
Y es que,
como nos ha mostrado Cristina Molina
Petit, la historia del discurso filosófico occidental ha llegado a ser
valorada como una historia del discurso patriarcal amalgamado por la misoginia,
con lo cual “dicho discurso ha sido protagonizado por la autodesignación del
varón como único portador y decodificador de la palabra”[4].
Claudio Arturo Díaz-Redondo,
comentando esa afirmación señala atinadamente que “debido precisamente a esta
apropiación fáctica del logos puede
denominarse, en sentido histórico, al logocentrismo como androcentrismo” y que,
“como muy bien conoce la sabiduría popular, quien posee ‘la última palabra’ es
el amo, el dominus”[5].
G. Lloyd corrobora
todo lo anteriormente expuesto al respecto, afirmando
que el logos occidental ha intentado castrar la subjetividad femenina
en la historia, del mismo modo que los hombres de Bangla Desh intentan castrar
la psique femenina -convertir a las mujeres en un monstruo- volcando ácido en
el rostro de aquéllas que les han rechazado. El ácido contra las mujeres del
pensamiento occidental se llama misoginia[6].
TOMÁS MORENO
[1] María Ángeles Durán, Si Aristóteles levantara la cabeza, Ediciones Cátedra, Universitat de
Valencia, Instituto de la Mujer, Madrid, 2000, pp. 31-32.
[2] Ibid.
[3] Aristóteles,
Política, op. cit.
[4] C. Molina Petit, Dialéctica
feminista de la Ilustración, Anthropos, 1994, p. 168.
[5] De “Hombres sin cabeza: aversión misógina y subversión femenina”, Claudio
Arturo Díaz-Redondo, pp. 29-33 (en M. Dolores Ramos, M. Teresa Vera (Coords): Discursos, realidades, utopías. La
construcción del sujeto en los siglos XIX y XX, Anthropos, Barcelona,
2002).
[6] The Man of
Reason: “Male” and “Female” in Western Philosophy, Londres, Methuen, 1984. Podríamos preguntar con G. Lloyd a las
desfiguradas de Bangla Desh si el ácido ha sido una anécdota en sus vidas.
Inquiérase una/o mismo/a si la desfiguración de las mujeres por el pensamiento
misógino constituye una anécdota o chascarrillo, o bien la punta del iceberg de
un logos patógeno.
Ciertamente, en el mundo de Aristóteles María Angeles Durán no podría haber llegado a donde llegó. Afortunadamente, y no sin mucho esfuerzo, las cosas han mejorado mucho. Si Aristóteles, Platón, Kant, Hegel...volviesen a esta vida tendrían bastante que adaptarse a estos tiempos. Con sus multiples defectos pero el mundo ha mejorado mucho desde sus épocas, también gracias a ellos, y siendo como fueron unos genios algunas de sus ideas han quedado desfasadas.
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