Para la sección, Ciencia, del blog Ancile, traemos el nuevo post que lleva por título: La nada o la conciencia, la conciencia y la nada.
LA NADA O LA
CONCIENCIA,
LA CONCIENCIA Y LA NADA
Si la mente, la vida, la
conciencia, según la ciencia convencional no son más que epifenómenos de la
materia, ¿que sería, o dónde se ubicaría la nada? ¿Será una simple-o compleja-
abstracción? ¿Qué sería el enigmático fenómeno de la conciencia y dónde habría
de encontrar sustento, si su materialidad no es materialmente constatable sino
en virtud del concepto de conocimiento en el que parece concluir, y si de ella
es, al fin y al cabo, de donde parte su idea? La conciencia, aún más si unida al
concepto de la nihilidad, por su intangibilidad no deja de resultar algo
profundamente extraño a ojos de la visión reduccionista -mecanicista- de la ciencia positiva, no en
vano sigue siendo motivo de grandes controversias entre psicólogos
neurocientíficos e incluso físicos.
No
obstante, lo que puede llamar la atención en esta primera aproximación de estas reflexiones es el hecho
de emparentar el vacío, la nada con el fenómeno de la conciencia. Iremos tratando
de enlazar un discurso coherente al respecto. En primera instancia es
conveniente advertir que la misma ciencia de la física fue la que introdujo el supuesto
caballo de Troya del subjetivismo, y que algunos consideran muy peligroso
elemento, extraño para el mismo método científico, me refiero, claro está, a la
importancia capital de la conciencia en el ámbito de la disciplina medular de la
ciencia actual como es la física –cuántica-, donde esta y no tanto la materia, pudiera
inferirse, fundamenta la realidad de todo ser.
Que
emparentemos ahora la nada con la muerte, y esta con la pérdida de toda
conciencia, puede ayudarnos a encaminar nuestros juicios en pos de una
coherencia en la que pueda regirse nuestro discurso y que, de hecho, emparente
con el bloque de reflexiones llevadas a cabo con anterioridad en entradas de
este mismo blog sobre la temática de la nihilidad. La muerte, decíamos, como cesación de
la vida, parece indicar una cesación de la conciencia, si esta se fundamenta en
la vida, y en ella, el ego, el yo, es donde habitualmente identificamos la
conciencia. Sin embargo, no parece del todo claro que el yo convencional sea el que sustente
del todo el sorprendente fenómeno de la conciencia. No entraremos a fondo en
esta discusión psicológica, porque no es el tema que pretende centrar estas
reflexiones; seguimos en la línea de contemplar las analogías de la nada, la
información, la materia y ahora la conciencia. En cualquier caso remitiremos al
interesado en temática tan fascinante a la discusión entre el idealismo monista
platónico, en el que la conciencia es la luz única que nos conduce a la
contemplación de la verdad, y el monismo materialista que no viene a decir sino
que todo lo que es real proviene de la materia, seguros de que encontrarán en esta
visión confrontada una vía de controversia seguro muy enriquecedora.
Pero
sigamos atendiendo a la nada y su relación negativa con la conciencia. La
conciencia –atada a una determinada personalidad- ha de entenderse (por razones idealistas o
materialistas) como algo vivo, pero lo que exponemos nosotros en este punto es
que esa conciencia –aun vinculada a una personalidad- está inevitablemente relacionada con ese extraño estado que
venimos denominando como nada. La conciencia –personal- está fundamentada en
esa nihilidad absoluta [1] que no
debería obviarse tan ligeramente, aunque estemos tratando de situar
científicamente (o al menos dentro de la denominada filosofía de la ciencia)
los fenómenos físicos del vacío ya expuestos en anteriores entradas y la
realidad de la nada que muy bien puede encontrarse en la frontera misma de la
ciencia y la filosofía, e incluso en la frontera de un entendimiento
trascendente.
El
hecho de emparentar la muerte (la no conciencia) con la nada es una constante
no solo en las tradiciones místicas, también lo es en la filosofía, si es que
la nada reside incluso más allá del ser de Dios[2],
por lo que el vacío, la vacuidad es la forma real de la realidad,[3]
y la conciencia el sustrato mismo de la realidad de la nada o de lo sustantivo
de la nihililidad. Insistimos que en este ámbito las fronteras de la filosofía
y la ciencia (y aun de la misma noción de lo trascendente) se diluyen, no obstante, seguimos pensando
que este post está justificado al situarse en la sección de ciencia de este
blog, por razones que iremos exponiendo en posteriores post de este medio.
Francisco Acuyo
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