Abundando sobre el mito de la caverna de Platón, y siguiendo la brillante exposición del profesor Tomás Moreno, para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos el siguiente trabajo que lleva por título: Interpretaciones mediáticas del mito de la caverna.
INTERPRETACIONES MEDIÁTICAS
DEL MITO DE LA CAVERNA
III. INTERPRETACIÓNES MEDIÁTICAS
A partir de la clásica obra de Peter
L. Berger y Thomas Luckmann[1]
sabemos cómo la realidad es pensada en la sociología actual como una construcción social que, en cuanto tal,
expresa de algún modo la peculiar naturaleza de la sociedad que la realiza. La caverna platónica representa hoy, en
realidad, el mundo de la caverna mediática (el mundo
de los "mass media", prensa, radio, televisión, cine,
revistas, internet) el mundo de la pantalla mágica, cuyas
apariencias, imágenes, sombras, simulacros ("ondas electromagnéticas"
descodificadas por un aparato receptor) tratan
hacer pasar por la única y auténtica realidad, unos determinados
intereses o poderes políticos, económicos, ideológicos que están, como los
porteadores del mito, detrás de las
"bambalinas", como los titiriteros "manejando los hilos” del
teatro.
No debemos olvidar, por
otra parte, que Grecia, como nos recordara Carlos
París, era una cultura exaltadora de la visualidad: los
prisioneros viven en el engaño porque aquello que se les ofrece a sus ojos no
son sino meras “sombras”, contrapuestas a la contemplación o visión de la
verdadera realidad: el mundo de las ideas. Y el término griego “idea” guarda
relación con eídenai (“ver”) y con eidos, (“forma”). En la lengua griega
clásica es de notar y resaltar la relación estrecha existente entre el conocimiento
y la visión. Aristóteles consideraba
en su Metafísica la vista como el más
noble de nuestros sentidos. “Y aunque en la filosofía el logos juega un papel fundamental –como atinadamente señala Carlos
París- no podemos olvidar el teatro, cuyo mismo nombre proviene de “theáomai”,
contemplar, creación en que la visión juega una función fundamental. No es
posible entender la cultura griega sin tener en cuenta lo que el teatro y,
también, la escultura, centrada en la percepción visual de la forma supusieron
en ella”[2].
Esta clase de interpretaciones presenta una serie de
variantes específicas: la caverna cinematográfica,
la televisiva y la mediática
en general[3]. Se ha dicho y
escrito por numerosos entendidos que la
primera función de cine ocurrió en la caverna de Platón. Tal vez una de las
primeras referencias a esa vinculación cine y alegoría de la caverna podemos
encontrarla en la primera nota a pie de página que dos ilustres helenistas españoles, José Manuel Pabón y Manuel Fernández
Galiano, pusieron en su edición bilingüe (griego y español) de La República de Platón, editada por el
Instituto de Estudios Políticos, en 1969. En ella sus citados anotadores
dejaron escritas estas palabras: “La caverna –se ha repetido muchas veces-
puede compararse a una especie de cinematógrafo subterráneo rectangular, en que
los espectadores están sentados de espaldas a la puerta y de cara a una pared”[4].
En efecto, el juego
ilusorio de sombras, imágenes e iconos (“eikones”)
que los prisioneros toman por la “realidad verdadera” -el más logrado epítome
de la doctrina filosófica del filósofo ateniense- fue concebido por una mente
filosófica genial, lógica y poética, la de Platón, que se atrevió a utilizar,
con casi dos milenios y medio de anticipación a la invención del cine, un
“montaje” y una precisa técnica cinematográfica, que en nada desmerecerían de
las utilizadas por los más experimentados cineastas, para expresar a través de
imágenes impactantes y enigmáticas y sirviéndose de medios icónicos y de un
expresivo lenguaje mitopoético, no lógico-discursivo, conceptos y problemas
filosóficos que apuntaban a experiencias fundamentales de la condición humana
susceptibles de una comprensión “logo-pática”, racional y afectiva al mismo
tiempo, por parte de sus lectores-espectadores. Platón trató con su alegoría de la caverna –la más bella,
sin duda, de la literatura filosófica de todos los tiempos- y a través de cuatro precisas secuencias fílmicas
[descripción de la caverna y de los prisioneros encadenados; salida de la
caverna y conversión del prisionero liberado; ascensión hacia la luz del mundo
exterior a la caverna, y retorno al interior de la misma para liberarlos de la
ignorancia y de la oscuridad] de ilustrarnos acerca de los temas fundamentales
de su filosofía y de la condición humana en general.
Pero no sólo señala esa
afinidad sorprendente entre el oscuro escenario
del mito platónico y la sala del
cinematógrafo, sino que se refiere además con precisión y lucidez al rodaje mismo de la mítica proto-película
platónica, a los planos que lo conforman, cuya enumeración es un auténtico
epítome del relato socrático y de su significación última, a saber: “un
prisionero que escapa; la dificultad de la ascensión hacia la luz, hacia la
puerta de la caverna; el dolor de los ojos acostumbrados a la oscuridad,
fraternalmente hechos a las tinieblas; el asombro de ir descubriendo el montaje
de la caverna; los deseos de volver al punto de partida, tan cómodo en el
fondo; la duda de si es mejor la luz cegadora y dolorosa que la apacible
oscuridad; el deslumbramiento y la imposibilidad de ver, una vez salido de la
caverna y enfrentado con el sol que ilumina árboles y montañas y casas; los
recuerdos de su prisión; la felicidad; el regreso; la discusión con los que no
lograron liberarse, la muerte”.
El profesor Lledó
termina su reflexión, algunas páginas más adelante, recordándonos: “No hay que
hacer grandes sutilezas hermenéuticas para descubrir en el montaje de la
caverna la esencia misma de lo que puede constituir la desinformación en la
sociedad contemporánea y, concretamente, uno de sus medios más poderosos: la
televisión” [8].
La interpretación televisiva,
ideada por Gustavo Bueno sostiene,
por el contrario, que el mito de la caverna podría ser considerado como mito
fundamental de la televisión (más que del cine) y, a
pesar de reconocer cierta analogía entre
el cine y la televisión cuando se comparan a la luz de dicho relato
platónico, argumenta que la televisión es
la realización más puntual de dicho mito de la caverna, y que debe entenderse como un análogo de la
televisión formal y no del cinematográfico, en tanto las imágenes, proyectadas
por el tubo catódico proceden de una luz situada “fuera del mundo de la
caverna”, en el exterior. Y señala
además que “la televisión formal no es una reproducción más o menos fiel de la
realidad, sino la realidad misma ante nuestros ojos, de la misma manera que la
Luna que veo en una noche clara, o el avión suicida estrellándose contra la
segunda torre de Nueva York, visto directamente por millones de personas
gracias a la televisión formal, no es la reproducción que mi retina hace de los
hechos, sino la realidad misma ante mis ojos”[9].
Finalmente, otro distinguido
filósofo español, J. Echevarría en “Cavernas virtuales y Cavernas reales”[10],
ha dedicado una brillante reflexión a la actualización de la alegoría de la
caverna en el mundo en el que habitamos, de Internet y de la electrónica.
Considera que la caverna platónica real es la naturaleza y está compuesta por
una sucesión de microcuevas engarzadas en el espacio y en el tiempo, nuestros
respectivos mundos vitales o Lebenswelten. El lugar específico
del filósofo es la boca o entrada de la caverna, es decir, el lugar donde se
proyectan los objetos artificiales, cuyas sombras son el Lebenswelt. El teatro, el cine, la televisión y, por supuesto,
Internet son buenas representaciones de las diversas cuevas virtuales (tecno-cavernas)
que los humanos construimos dentro de la caverna real para representar nuestra
situación en el mundo, en nuestros ambientes o “mundos de vida”: la caverna
sensorial, las cavernas mentales y las sociales. Las sombras de la caverna
platónica sólo eran visuales. Si pensamos en una caverna audiovisual, también lo que decimos sería una ficción, un eco
de palabras que otros proyectan sobre nosotros. Los recientes avances
tecnológicos en digitalización de los sentidos (tacto electrónico, narices electrónicas,
lengua electrónica) abren la posibilidad de construir cavernas
pentasensoriales. En términos leibnizianos, éstas serían las mejores cavernas
posibles[11].
Apenas once años
después de haberse escrito este ensayo (de Javier
Echevarría) nadie puede cuestionar o dudar de que ya, hoy, nos encontramos, de hoz y coz, en ese macro-escenario cavernario audiovisual en el que, desde las
televisiones, los teléfonos móviles, los Whatsapp, las tabletas, los ordenadores personales, los twitters, vídeos, facebook,
wikipedias y youtubes –al menos entre los integrados
en las redes sociales de Internet y en el Mundo
Virtual Universal de esa subcultura mediática, que suelen ser los más
jóvenes[12]-
somos transportados inconsciente y pasivamente a un mundo ilusorio e irreal y
bombardeados por una inflación informativa que no podemos asimilar ni controlar[13].
En él, en ese Ciber-Universo Global,
como los encadenados prisioneros de la
caverna platónica, somos o podemos ser sistemáticamente encadenados, engañados
y manipulados por las mentiras, las fake
news, al interpretar, acrítica e ingenuamente, las sombras, imágenes y
ficciones -que aparecen en nuestras múltiples e omnipresentes pantallas- como
la realidad verdadera, la única realidad posible, en la que, lejos de sentirnos
alienados o engañados por quienes
manejan los hilos de esa monumental
tramoya -esos manipuladores invisibles y persuasores/controladores ocultos
como los porteadores platónicos o el Gran Hermano orwelliano- nos encontramos
bien acomodados incluso agradecidos y llenos de bienestar y de felicidad.
TOMÁS
MORENO
[1] Peter L.
Berger y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad, Amorrortu,
1968, 2003.
[2]
Cf. Carlos París, op. cit., p. 249-250.
[3]
Incluso algunos incluyen entre ellas la “fotográfica”, apoyados en algún texto
de Susan Sontag, en el que la pensadora aludiría al tema al señalar que “la
humanidad persiste irredimiblemente en la caverna platónica, aun deleitada, por
costumbre ancestral, con meras imágenes de la verdad”. De igual manera que los
prisioneros de la caverna sólo podían ver los eikones o imágenes de las
cosas u objetos reales, así los fotógrafos no podrán nunca mediante el arte de
la fotografía captar o representar con sus cámaras la perfección de las cosas
reales en sí mismas, sino meras copias imperfectas de ellas (Susan
Sontag, Sobre la fotografía,
Alfaguara, Buenos Aires, 2006).
[4] Ibid., p. 1.
[5] Emilio
Lledó, La memoria del Logos, Taurus,
Madrid, pp. 20 y ss.
[6] Emilio
Lledó, Días y libros, Austral,
Edición de Mauricio Jalón, Barcelona 2018, pp. 159-162. El texto citado
apareció como artículo en El País, 1,
VII, 1993. El tema es tratado también en su ensayo El epicureísmo y aparece como leit
motiv en otros muchos de sus escritos.
[7] Ibid.
[8] Emilio
Lledó, La memoria del Logos, op.
cit., p.31.
[9] Gustavo
Bueno, Telebasura y
democracia, Punto de lectura, Madrid, 200, pp. 126-127 y
260.
[10] Javier, Echevarría, “Cavernas virtuales y
Cavernas reales”, Ontology Studios,
8, 2008, 81
[11]
Toda
esta apasionante temática fue, cinco años después, completada y revisada por
una obra del mismo autor Javier Echevarría -de mayor extensión que el ensayo
que acabamos de resumir- cuyo título es Entre
Cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Editorial
Triacastela, Madrid, 2013.
[12]
Cf. Giovanni Sartori, Homo videns. La
sociedad teledirigida, Taurus, 1998; Umberto Eco, Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, Editorial
Lumen, Barcelona, 1968 y el ensayo excelente de Fernando Sáez Vacas, “La
Sociedad Informatizada, Apuntes para una patología de la técnica”, Claves de la
Razón Práctica, Nº 10, marzo, 1991.
[13] Es
muy interesante al respecto el artículo de Alejandro Chaverra: “El exceso de
información: Platón y su caverna”, Revista Esfinge, 12, 2, 2020.
La alegoría de la caverna es una metáfora muy sugerente, pienso que interpretable, muy acertada, muy valida también para los tiempos actuales.
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